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Hacer la cola

Redacción
11 de abril, 2014

Introducirse en una cola de espera implica, casi por definición, perder el tiempo. A la la mayoría le resulta tedioso, desesperante, estresante. Lo vivimos en la congestión vial, en los bancos, en la taquilla del cine, en el supermercado, etc. Y aunque alternativas ingeniosas para no hacer cola hay muchas, algunos parecen disfrutar la paciente espera. Veamos. 

Fulano fue a una tienda de conveniencia. Habían dos cajas para pagar. En una, algunas personas formaban una cola; en la otra, ninguna. Le preguntó al cajero desocupado si él también atendía, dijo que sí. Pagó y cuando se iba volteó, nadie más había abandonado la fila para ir a la que quedó vacía. ¿Le parece un caso aislado? No lo es. Zutano fue a un centro comercial donde se colocaron dos máquinas para pagar el parqueo, una junto a la otra. La primera, con una cola de varias personas; la segunda, totalmente desocupada. Se acercó a unos sujetos que auxiliaban en su uso, preguntó si el aparato estaba fuera de servicio. “No”, fue la respuesta. Hizo el pago. De inmediato notó que nadie se había trasladado a usar esa otra máquina cuando sin lugar a duda le habían visto pagar en ella. Se dirigió hacia el último en la fila y le señaló -intentando que los demás también escuchasen- que la gestión igualmente lo podía hacer en la otra. El sujeto titubeó, parecía no querer salir de la fila, finalmente se animó a pagar en ella. Nadie más lo hizo. Mengano y Perenceja regresaban de la playa. Se detuvieron por un helado en el camino, la línea de espera para comprarlo era enorme. Nuevamente, dos cajas, pero esta vez con postes separadores que conducían a cada una de ellas. Sé que usted ya adivinó lo que viene. Mengano fue a la caja sin cola y segundos después salía con dos helados, uno en cada mano. Adivinó bien, nadie cambió de fila. ¿Tiene esto explicación lógica? 
Muchos pensarán que la culpa es de los servidores -cajeros y asistentes de cobro- que, ante la situación, se mantienen abstraídos e inertes y no invitan a los usuarios a hacer uso de una caja desocupada. ¿Será desinterés o ineptitud? Solo ellos, en las profundidades de su conciencia, lo sabrán. ¿Y los supervisores? Imaginamos que para ellos la premisa es que si la cola es larga el lugar se ve concurrido y eso da una buena impresión del negocio y, por lo tanto, mejor no intervenir. 
Ahora, lo realmente inexplicable es la actitud de los usuarios -clientes-. La primera teoría que intenta esclarecer este enigma fue formulada por Fulano, quien sostiene que “la gente aquí no tiene ningún sentido de la prisa”. Interpreto en sus palabras que los guatemaltecos sufrimos de alguna condición patológica y generalizada que nos impide ver que estamos haciendo una cola cuando bien podríamos no hacerla. La segunda teoría, derivada de la primera, es que la gente dispone de tanto tiempo que se mantiene en la cola deliberadamente, para matar el tiempo, por pura distracción. Suena descabellado pero posible. La tercera teoría, que defiendo, es que a los guatemaltecos nos da pena salir de la cola, o sea, nos da miedo; así como nos da pena casi todo, es decir, somos seres impávidos que prefieren el confort que provee la fila. 
Por si se lo preguntaba, efectivamente ya alguien se preocupó por el asunto. De allí que exista la denominada ‘teoría de colas’ y, claro, su objetivo es optimizar los procesos y el tiempo de permanencia en el sistema de colas de espera. Esta, a diferencia de las anteriores (que son pura conjetura) es de carácter matemático. Pero ya ve, a veces, la ciencia no lo explica todo.
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11 de abril, 2014

Introducirse en una cola de espera implica, casi por definición, perder el tiempo. A la la mayoría le resulta tedioso, desesperante, estresante. Lo vivimos en la congestión vial, en los bancos, en la taquilla del cine, en el supermercado, etc. Y aunque alternativas ingeniosas para no hacer cola hay muchas, algunos parecen disfrutar la paciente espera. Veamos. 

Fulano fue a una tienda de conveniencia. Habían dos cajas para pagar. En una, algunas personas formaban una cola; en la otra, ninguna. Le preguntó al cajero desocupado si él también atendía, dijo que sí. Pagó y cuando se iba volteó, nadie más había abandonado la fila para ir a la que quedó vacía. ¿Le parece un caso aislado? No lo es. Zutano fue a un centro comercial donde se colocaron dos máquinas para pagar el parqueo, una junto a la otra. La primera, con una cola de varias personas; la segunda, totalmente desocupada. Se acercó a unos sujetos que auxiliaban en su uso, preguntó si el aparato estaba fuera de servicio. “No”, fue la respuesta. Hizo el pago. De inmediato notó que nadie se había trasladado a usar esa otra máquina cuando sin lugar a duda le habían visto pagar en ella. Se dirigió hacia el último en la fila y le señaló -intentando que los demás también escuchasen- que la gestión igualmente lo podía hacer en la otra. El sujeto titubeó, parecía no querer salir de la fila, finalmente se animó a pagar en ella. Nadie más lo hizo. Mengano y Perenceja regresaban de la playa. Se detuvieron por un helado en el camino, la línea de espera para comprarlo era enorme. Nuevamente, dos cajas, pero esta vez con postes separadores que conducían a cada una de ellas. Sé que usted ya adivinó lo que viene. Mengano fue a la caja sin cola y segundos después salía con dos helados, uno en cada mano. Adivinó bien, nadie cambió de fila. ¿Tiene esto explicación lógica? 
Muchos pensarán que la culpa es de los servidores -cajeros y asistentes de cobro- que, ante la situación, se mantienen abstraídos e inertes y no invitan a los usuarios a hacer uso de una caja desocupada. ¿Será desinterés o ineptitud? Solo ellos, en las profundidades de su conciencia, lo sabrán. ¿Y los supervisores? Imaginamos que para ellos la premisa es que si la cola es larga el lugar se ve concurrido y eso da una buena impresión del negocio y, por lo tanto, mejor no intervenir. 
Ahora, lo realmente inexplicable es la actitud de los usuarios -clientes-. La primera teoría que intenta esclarecer este enigma fue formulada por Fulano, quien sostiene que “la gente aquí no tiene ningún sentido de la prisa”. Interpreto en sus palabras que los guatemaltecos sufrimos de alguna condición patológica y generalizada que nos impide ver que estamos haciendo una cola cuando bien podríamos no hacerla. La segunda teoría, derivada de la primera, es que la gente dispone de tanto tiempo que se mantiene en la cola deliberadamente, para matar el tiempo, por pura distracción. Suena descabellado pero posible. La tercera teoría, que defiendo, es que a los guatemaltecos nos da pena salir de la cola, o sea, nos da miedo; así como nos da pena casi todo, es decir, somos seres impávidos que prefieren el confort que provee la fila. 
Por si se lo preguntaba, efectivamente ya alguien se preocupó por el asunto. De allí que exista la denominada ‘teoría de colas’ y, claro, su objetivo es optimizar los procesos y el tiempo de permanencia en el sistema de colas de espera. Esta, a diferencia de las anteriores (que son pura conjetura) es de carácter matemático. Pero ya ve, a veces, la ciencia no lo explica todo.
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