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El amargo despertar iraquí

Redacción República
22 de junio, 2014

El sabio Salomón tenía razón, indiscutiblemente: no hay nada nuevo bajo el sol. Y esto aplica para aquellos estadounidenses que se rasgan las vestiduras en estos momentos en que el artificial estado de Irak colapsa bajo la presión de las luchas sectarias entre suníes y chiítas, que llevan ya, siglos de enfrentarse. Por increíble que parezca, la situación actual de Bagdad (amenazada por tropas irregulares alzadas en contra de un débil gobierno pro norteamericano que se ha quedado solo), es la misma en el 2014, que la que atravesó Kabul en 1992, para caer en manos de los peligrosos e impredecibles talibanes, y que la que atravesó Saigón en 1975, cuando Vietnam del Sur, abandonada por sus aliados estadounidenses y australianos cayó en manos del régimen comunista de Hanoi luego de una aplastante ofensiva. Ante este desalentador panorama, pareciera que no hay diferencia real entre los Demócratas y los Republicanos a la hora de defender sus intereses, aún a expensas de sus aliados. 

Hemos visto en los últimos días a un titubeante Barak Obama murmurar ofrecimientos que no conllevan ningún compromiso, preocupado quizá más por su popularidad dentro de los Estados Unidos, que por las vidas de tantos iraquíes que le apostaron por la invasión a su país por parte del policía del mundo, con la esperanza de que las cosas cambiaran. Ahora, estos sacrificados verán con terror la irrupción de las tropas irregulares del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) bajo el estandarte negro de los sunitas. Aunque Obama ha declarado estar dispuesto a emprender acciones militares contra objetivos militares concretos, ha sido obligado (por sus asesores quizá), a matizar sus declaraciones, explicando que en ningún caso se contemplará el despliegue de efectivos en territorio iraquí. Mientras tanto, los aliados se las tendrán que arreglar solos. El ISIS ha ocupado ciudades en la frontera con Siria, y en el norte, los Kurdos, otra variante étnica del mosaico que es Irak, lucha por controlar un territorio que consideran el núcleo del futuro país del Kurdistán. 
El origen de la revuelta del ISIS se puede remontar directamente al mes de marzo de 2003, cuando las tropas de los Estados Unidos irrumpen en Bagdad, derrocando al añejo, corrupto y terrorífico régimen sunita de Saddam Hussein, identificado en esos momentos como la amenaza más peligrosa para el gigante del norte. Para funcionar como una administración de reingeniería del estado Iraquí, se fundó la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA, por sus siglas en inglés), encabezada por el prepotente e ignorante de Jerry Bremmer, que empujó al país a un remolino de odios y de rivalidades étnicas que ensangrentaron al país hasta que el planteamiento militar del general David Petraeus, que apostaba por un verdadero involucramiento militar de EEUU para la pacificación del país, detuvo el baño de sangre. 
Aunque militarmente se logró estabilizar la situación unos años después, la situación política llevó un ritmo invariable, en el que los sunitas fueron alejados del poder absolutamente, siendo sustituidos por la mayoría chiíta, cuya cabeza visible es el actual gobernante, Nuri al-Maliki, que ha decidido no compartir espacios con quienes gozaron de privilegios durante el régimen de Hussein. Así las cosas, con una minoría asfixiada por la desconfianza, políticamente neutralizada y fuera de los espacios de poder, sin participación en la consolidación del nuevo estado iraquí, es comprensible que los fanáticos fundamentalistas aprovecharan esta asfixia en su beneficio y crearan todo un discurso melancólico que busca la reconstrucción del califato sunita en el centro del Medio Oriente. Ya en el 2006, una comisión encargada de elaborar recomendaciones para la estabilización del país, encabezada por el veterano diplomático James Baker III había opinado que era necesario “…usar la influencia norteamericana sobre los grupos chiítas iraquíes para afianzar la reconciliación nacional”, palabras que cayeron en el vacío. Así, mientras estos fanáticos imponen el terror, ejecutando a cientos de miembros del “nuevo ejército iraquí”, creado, entrenado y armado por los Estados Unidos, algunos incluso en fusilamientos masivos ante cámaras de televisión, el presidente Obama duda, entre salvar a un país al que ellos dejaron en el entuerto, o proteger su popularidad en las encuestas. Mal paga el diablo a quien bien le sirve, dice el refrán.

El amargo despertar iraquí

Redacción República
22 de junio, 2014

El sabio Salomón tenía razón, indiscutiblemente: no hay nada nuevo bajo el sol. Y esto aplica para aquellos estadounidenses que se rasgan las vestiduras en estos momentos en que el artificial estado de Irak colapsa bajo la presión de las luchas sectarias entre suníes y chiítas, que llevan ya, siglos de enfrentarse. Por increíble que parezca, la situación actual de Bagdad (amenazada por tropas irregulares alzadas en contra de un débil gobierno pro norteamericano que se ha quedado solo), es la misma en el 2014, que la que atravesó Kabul en 1992, para caer en manos de los peligrosos e impredecibles talibanes, y que la que atravesó Saigón en 1975, cuando Vietnam del Sur, abandonada por sus aliados estadounidenses y australianos cayó en manos del régimen comunista de Hanoi luego de una aplastante ofensiva. Ante este desalentador panorama, pareciera que no hay diferencia real entre los Demócratas y los Republicanos a la hora de defender sus intereses, aún a expensas de sus aliados. 

Hemos visto en los últimos días a un titubeante Barak Obama murmurar ofrecimientos que no conllevan ningún compromiso, preocupado quizá más por su popularidad dentro de los Estados Unidos, que por las vidas de tantos iraquíes que le apostaron por la invasión a su país por parte del policía del mundo, con la esperanza de que las cosas cambiaran. Ahora, estos sacrificados verán con terror la irrupción de las tropas irregulares del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) bajo el estandarte negro de los sunitas. Aunque Obama ha declarado estar dispuesto a emprender acciones militares contra objetivos militares concretos, ha sido obligado (por sus asesores quizá), a matizar sus declaraciones, explicando que en ningún caso se contemplará el despliegue de efectivos en territorio iraquí. Mientras tanto, los aliados se las tendrán que arreglar solos. El ISIS ha ocupado ciudades en la frontera con Siria, y en el norte, los Kurdos, otra variante étnica del mosaico que es Irak, lucha por controlar un territorio que consideran el núcleo del futuro país del Kurdistán. 
El origen de la revuelta del ISIS se puede remontar directamente al mes de marzo de 2003, cuando las tropas de los Estados Unidos irrumpen en Bagdad, derrocando al añejo, corrupto y terrorífico régimen sunita de Saddam Hussein, identificado en esos momentos como la amenaza más peligrosa para el gigante del norte. Para funcionar como una administración de reingeniería del estado Iraquí, se fundó la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA, por sus siglas en inglés), encabezada por el prepotente e ignorante de Jerry Bremmer, que empujó al país a un remolino de odios y de rivalidades étnicas que ensangrentaron al país hasta que el planteamiento militar del general David Petraeus, que apostaba por un verdadero involucramiento militar de EEUU para la pacificación del país, detuvo el baño de sangre. 
Aunque militarmente se logró estabilizar la situación unos años después, la situación política llevó un ritmo invariable, en el que los sunitas fueron alejados del poder absolutamente, siendo sustituidos por la mayoría chiíta, cuya cabeza visible es el actual gobernante, Nuri al-Maliki, que ha decidido no compartir espacios con quienes gozaron de privilegios durante el régimen de Hussein. Así las cosas, con una minoría asfixiada por la desconfianza, políticamente neutralizada y fuera de los espacios de poder, sin participación en la consolidación del nuevo estado iraquí, es comprensible que los fanáticos fundamentalistas aprovecharan esta asfixia en su beneficio y crearan todo un discurso melancólico que busca la reconstrucción del califato sunita en el centro del Medio Oriente. Ya en el 2006, una comisión encargada de elaborar recomendaciones para la estabilización del país, encabezada por el veterano diplomático James Baker III había opinado que era necesario “…usar la influencia norteamericana sobre los grupos chiítas iraquíes para afianzar la reconciliación nacional”, palabras que cayeron en el vacío. Así, mientras estos fanáticos imponen el terror, ejecutando a cientos de miembros del “nuevo ejército iraquí”, creado, entrenado y armado por los Estados Unidos, algunos incluso en fusilamientos masivos ante cámaras de televisión, el presidente Obama duda, entre salvar a un país al que ellos dejaron en el entuerto, o proteger su popularidad en las encuestas. Mal paga el diablo a quien bien le sirve, dice el refrán.