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Conciencia de Estado

Redacción
17 de junio, 2014

Hace algunos meses ya, algunos amigos del Instituto de servicios a la Nación me compartieron una presentación en la que analizaban, con lujo de despliegue gráfico, la evolución del Mapa de Guatemala. Esta cronología abarcaba desde la época de las provincias constitutivas de la Capitanía General de Guatemala, hasta nuestra muy reciente configuración territorial. Lo interesante del material no solamente era el poder observar cómo con el paso del tiempo nuestro mapa se ha ido reduciendo considerablemente, sino también el poder enterarse por qué razón esos trozos de territorio se nos fueron cercenando paulatinamente. Allí está la historia de la migración política de Chiapas y Soconusco a México, las disputas limítrofes entre Guatemala y nuestro vecino del norte – motivada por el interés de los afluentes y que normalmente terminaron en nuevos cortes a nuestro territorio- y finalmente el tan sonado caso de Belice, que concluyó con una negociación torpe, un reconocimiento de gobierno y una cicatriz más a la geografía nacional. 

De la presentación uno puede extraer dos conclusiones; la primera y quizá más evidente, es que los países chicos terminan cediendo ante las presiones de las grandes potencias y más aún si estas son vecinas. Esto que no nos extrañe; América latina está llena de estas historias. Pero luego también se puede concluir que con gran ligereza y para satisfacer las necesidades militares e históricas del momento, los territorios nacionales se han entregado por poco más que un apretón de manos y una botella de champagne. Es esta última característica la que nos tiene que llamar a estar atentos, pues estos procesos de desterritorialización no han terminado, sino que presentan ahora nuevas formas y modalidades. 
Preocupa de sobremanera, por ejemplo, lo poroso de nuestras fronteras. No solamente el faro cultural mexicano ejerce una gran fascinación sobre nuestros pueblos fronterizos, sino también ya no es posible en algunos lugares determinar dónde termina la presencia de un Estado y donde comienza el otro. El corrimiento, para efectos prácticos y de negocio, de la frontera norte unos cuantos metros más para acá, es un fenómeno muy llamativo en algunos departamentos del occidente del país. Sumado a ello, la inexistente infraestructura fronteriza, la desaparición de la Guardia de Hacienda cuyo objetivo era precisamente regular y controlar la circulación de bienes entre países, la multiplicidad de pasos ciegos y una presencia de Estado intermitente, refuerzan esa sensación de estar de súbito en otro país, estando aún en el nuestro. Ni que decir de lo que esto representa y significa a todos aquellos que aprovechan esta franja gris, para comerciar con lo ilícito, sea esto drogas, armas, trata de personas, etc. 
Debemos estar también muy atentos a procesos políticos que buscan extraer de esta indefinición geográfica sus propios beneficios. Siendo una zona muy rica en recursos y en historia, hay algunos grupos que pretender crear una gran zona de esfera de influencia cuyo denominador común sean, por partida inicial las comunidades indígenas de lado y lado, y luego la de aquellos que querrán sacar partido de este “espacio geo cultural” negociando y extrayendo a su gusto los recursos del área. En este esfuerzo incluso hay comprometidos recursos internacionales, que constituyen una especie de política exterior neocolonialista, que busca acomodar y rearreglar el panorama de los bienes estratégicos, para sus propios fines. 
Toca hacer en esto varias cosas. Retomar una estrategia muy activa de presencia territorial del Estado; Retomar una política de reculturación de zonas colindantes; Reactivar una nueva modalidad civil de Guardia de Frontera, estrechar los lazos de cooperación y seguridad con las autoridades a ambos lados, para determinar la presencia de grupos locales y extranjero s en este empeño de redibujar mapas; Activar el comercio regional, de suerte que sean los lazos económicos y de inversión, y nos los del crimen organizado, los que se conviertan en autoridad, fuente de empleo y autopista de dos sentidos para los ilícitos que transitan en ella. Quizá debemos ir más allá que esto; debemos retomar conciencia de estado, y acometer la tarea de evitar que nuevos cortes, hechos con la cirugía de la política, nos mutile lo que como país nos corresponde.

Conciencia de Estado

Redacción
17 de junio, 2014

Hace algunos meses ya, algunos amigos del Instituto de servicios a la Nación me compartieron una presentación en la que analizaban, con lujo de despliegue gráfico, la evolución del Mapa de Guatemala. Esta cronología abarcaba desde la época de las provincias constitutivas de la Capitanía General de Guatemala, hasta nuestra muy reciente configuración territorial. Lo interesante del material no solamente era el poder observar cómo con el paso del tiempo nuestro mapa se ha ido reduciendo considerablemente, sino también el poder enterarse por qué razón esos trozos de territorio se nos fueron cercenando paulatinamente. Allí está la historia de la migración política de Chiapas y Soconusco a México, las disputas limítrofes entre Guatemala y nuestro vecino del norte – motivada por el interés de los afluentes y que normalmente terminaron en nuevos cortes a nuestro territorio- y finalmente el tan sonado caso de Belice, que concluyó con una negociación torpe, un reconocimiento de gobierno y una cicatriz más a la geografía nacional. 

De la presentación uno puede extraer dos conclusiones; la primera y quizá más evidente, es que los países chicos terminan cediendo ante las presiones de las grandes potencias y más aún si estas son vecinas. Esto que no nos extrañe; América latina está llena de estas historias. Pero luego también se puede concluir que con gran ligereza y para satisfacer las necesidades militares e históricas del momento, los territorios nacionales se han entregado por poco más que un apretón de manos y una botella de champagne. Es esta última característica la que nos tiene que llamar a estar atentos, pues estos procesos de desterritorialización no han terminado, sino que presentan ahora nuevas formas y modalidades. 
Preocupa de sobremanera, por ejemplo, lo poroso de nuestras fronteras. No solamente el faro cultural mexicano ejerce una gran fascinación sobre nuestros pueblos fronterizos, sino también ya no es posible en algunos lugares determinar dónde termina la presencia de un Estado y donde comienza el otro. El corrimiento, para efectos prácticos y de negocio, de la frontera norte unos cuantos metros más para acá, es un fenómeno muy llamativo en algunos departamentos del occidente del país. Sumado a ello, la inexistente infraestructura fronteriza, la desaparición de la Guardia de Hacienda cuyo objetivo era precisamente regular y controlar la circulación de bienes entre países, la multiplicidad de pasos ciegos y una presencia de Estado intermitente, refuerzan esa sensación de estar de súbito en otro país, estando aún en el nuestro. Ni que decir de lo que esto representa y significa a todos aquellos que aprovechan esta franja gris, para comerciar con lo ilícito, sea esto drogas, armas, trata de personas, etc. 
Debemos estar también muy atentos a procesos políticos que buscan extraer de esta indefinición geográfica sus propios beneficios. Siendo una zona muy rica en recursos y en historia, hay algunos grupos que pretender crear una gran zona de esfera de influencia cuyo denominador común sean, por partida inicial las comunidades indígenas de lado y lado, y luego la de aquellos que querrán sacar partido de este “espacio geo cultural” negociando y extrayendo a su gusto los recursos del área. En este esfuerzo incluso hay comprometidos recursos internacionales, que constituyen una especie de política exterior neocolonialista, que busca acomodar y rearreglar el panorama de los bienes estratégicos, para sus propios fines. 
Toca hacer en esto varias cosas. Retomar una estrategia muy activa de presencia territorial del Estado; Retomar una política de reculturación de zonas colindantes; Reactivar una nueva modalidad civil de Guardia de Frontera, estrechar los lazos de cooperación y seguridad con las autoridades a ambos lados, para determinar la presencia de grupos locales y extranjero s en este empeño de redibujar mapas; Activar el comercio regional, de suerte que sean los lazos económicos y de inversión, y nos los del crimen organizado, los que se conviertan en autoridad, fuente de empleo y autopista de dos sentidos para los ilícitos que transitan en ella. Quizá debemos ir más allá que esto; debemos retomar conciencia de estado, y acometer la tarea de evitar que nuevos cortes, hechos con la cirugía de la política, nos mutile lo que como país nos corresponde.