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Dos fórmulas contrapuestas

Redacción
18 de julio, 2014
«…Se debe comenzar eliminando el ISR. Se debe seguir con una apertura comercial sin ninguna traba ni arancelaria ni barreras no arancelarias, para aprovechar verdaderamente las ventajas comparativas del mundo entero. Se tiene forzosamente que reducir el tamaño del Gobierno, enfocándose en Seguridad y Justicia nada más, y simplificar el sistema tributario. ¿Por qué nuestros políticos no apuestan a este crecimiento?». 
A decir verdad, estoy en todo de acuerdo. Y no es mayor mérito el estarlo. Con tan sólo tener dos dedos de frente y unas cuantas neuronas en funcionamiento normal, alcanzaría para ello. Porque la reflexión de Ramón apunta, en pocas palabras pero con certeza quirúrgica, hacia el mismo epicentro de un nudo gordiano de problemas monstruosos que no sólo afligen a Guatemala, sino que, extendidos a lo largo de todo este caótico subcontinente denominado habitualmente «América Latina» o «Latinoamérica», se constituyen en un lastre devastador, cuya presencia secular impide que todos estos países despeguen hacia el desarrollo, la estabilidad y la prosperidad. 
A través de ese mundo posmoderno y globalizado, del cual no sabemos ya si será más ancho que ajeno o viceversa, están girando como peonzas dos fórmulas contrapuestas. Y que lo hagan hoy mismo, no quiere decir que no lo vengan haciendo desde mucho tiempo a esta parte. La aplicación exacta y sostenida de una de tales fórmulas conlleva, de manera bastante acelerada y segura, hacia la prosperidad y el desarrollo. Ella es, en buena medida, la fórmula que se expresaba en el pensamiento de Ramón Parellada: reglas claras, decencia en el manejo de la cosa pública, desarrollo de una alta competitividad, educación, bajos impuestos, Estado reducido a sus fines primordiales, reducción de la burocracia y exilio de la politiquería con su sagrado clero: los politiqueros. Con esa fórmula han conseguido resultados extraordinarios países entre los cuales destacan Irlanda, Islandia, Nueva Zelanda, los llamados Dragones Asiáticos y, por estas latitudes latinoamericanas, únicamente Chile. 
La otra fórmula no necesita mayor presentación. Se basa en el perfecto opuesto de la anterior. Y sus nefastos resultados, harto conocidos a lo largo de los últimos casi 97 años (comenzó a ponerse en práctica a partir de octubre de 1917, en la recién formada URSS), tienen hoy en día como sus ejemplos más perfectos a la Venezuela de Maduro, la Cuba de los hermanos Castro y la Corea del Norte de ese personaje caricaturesco con nombre difícil. Dadas su popularidad incansable, su persistencia pandémica y su incesante puesta en práctica, bien pudiera decirse a estas alturas que más que fórmula es liturgia, y más que ideología es religión. Leyendo estas breves líneas, cualquiera podría pedir que se describiera las características de esa religión. Pero la respuesta sería una redundancia, pues todo el mundo conoce tales características. Por lo tanto, preferiría definir más que nada a los acólitos. Y para ello basta con unos pocos adjetivos: parásitos, resentidos, incapaces, perdedores.

Dos fórmulas contrapuestas

Redacción
18 de julio, 2014
«…Se debe comenzar eliminando el ISR. Se debe seguir con una apertura comercial sin ninguna traba ni arancelaria ni barreras no arancelarias, para aprovechar verdaderamente las ventajas comparativas del mundo entero. Se tiene forzosamente que reducir el tamaño del Gobierno, enfocándose en Seguridad y Justicia nada más, y simplificar el sistema tributario. ¿Por qué nuestros políticos no apuestan a este crecimiento?». 
A decir verdad, estoy en todo de acuerdo. Y no es mayor mérito el estarlo. Con tan sólo tener dos dedos de frente y unas cuantas neuronas en funcionamiento normal, alcanzaría para ello. Porque la reflexión de Ramón apunta, en pocas palabras pero con certeza quirúrgica, hacia el mismo epicentro de un nudo gordiano de problemas monstruosos que no sólo afligen a Guatemala, sino que, extendidos a lo largo de todo este caótico subcontinente denominado habitualmente «América Latina» o «Latinoamérica», se constituyen en un lastre devastador, cuya presencia secular impide que todos estos países despeguen hacia el desarrollo, la estabilidad y la prosperidad. 
A través de ese mundo posmoderno y globalizado, del cual no sabemos ya si será más ancho que ajeno o viceversa, están girando como peonzas dos fórmulas contrapuestas. Y que lo hagan hoy mismo, no quiere decir que no lo vengan haciendo desde mucho tiempo a esta parte. La aplicación exacta y sostenida de una de tales fórmulas conlleva, de manera bastante acelerada y segura, hacia la prosperidad y el desarrollo. Ella es, en buena medida, la fórmula que se expresaba en el pensamiento de Ramón Parellada: reglas claras, decencia en el manejo de la cosa pública, desarrollo de una alta competitividad, educación, bajos impuestos, Estado reducido a sus fines primordiales, reducción de la burocracia y exilio de la politiquería con su sagrado clero: los politiqueros. Con esa fórmula han conseguido resultados extraordinarios países entre los cuales destacan Irlanda, Islandia, Nueva Zelanda, los llamados Dragones Asiáticos y, por estas latitudes latinoamericanas, únicamente Chile. 
La otra fórmula no necesita mayor presentación. Se basa en el perfecto opuesto de la anterior. Y sus nefastos resultados, harto conocidos a lo largo de los últimos casi 97 años (comenzó a ponerse en práctica a partir de octubre de 1917, en la recién formada URSS), tienen hoy en día como sus ejemplos más perfectos a la Venezuela de Maduro, la Cuba de los hermanos Castro y la Corea del Norte de ese personaje caricaturesco con nombre difícil. Dadas su popularidad incansable, su persistencia pandémica y su incesante puesta en práctica, bien pudiera decirse a estas alturas que más que fórmula es liturgia, y más que ideología es religión. Leyendo estas breves líneas, cualquiera podría pedir que se describiera las características de esa religión. Pero la respuesta sería una redundancia, pues todo el mundo conoce tales características. Por lo tanto, preferiría definir más que nada a los acólitos. Y para ello basta con unos pocos adjetivos: parásitos, resentidos, incapaces, perdedores.