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Marx, ese mentiroso (I)

Redacción República
19 de septiembre, 2014

Una de las escenas que más recuerdo de Conversación en la Catedral, de Mario
Vargas Llosa es aquella en que Zavalita, el protagonista de la novela, discute
largos pasajes de Marx y Lenin con un grupo de amigos de la Universidad de San
Marcos, y en la que él, para impresionar a una compañera de la que estaba
enamorado, se termina enredando en una discusión dialéctica sobre conceptos que
no entiende del todo, con otro compañero que, previsiblemente, se queda con la
chica. Usted cambie el nombre la Universidad y ubíquela en cualquier parte, de
ciudad de Guatemala a Guayaquil, de Sao Pablo a Bruselas, y el cuadro de Vargas
Llosa se repetiría exactamente durante al menos, tres décadas. ¿Cuántos jóvenes
asumieron como un credo las largas parrafadas de Marx en El Capital o se tomaron en serio las profecías de su Manifiesto Comunista? Si usted fue (o
es, que todo hay) una de esas personas, lo invito a que abandone esta lectura,
porque lo que sigue, no le va a gustar.

Como parte de las actividades académicas
de los alumnos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales
–EPRI-, de la Universidad Francisco Marroquín –UFM-, se ha implementado un
interesante programa de formación intelectual para los alumnos, llamado
Programa Grandes Libros, en el cual se asigna la lectura de un libro por
semestre durante toda la carrera. El libro, se discute en grupo.

Pues uno de los libros incluido en el
programa es el titulado Intelectuales,
del historiador británico Paul Johnson, cuyo monumental Tiempos Modernos, se utiliza en ese instituto como lectura
obligatoria para la historia del siglo XX. En Intelectuales, Johnson ha elegido
a varios pensadores de los siglos XVIII al XX, a los que estudia, analiza y
critica sin asomo de piedad alguna, estando entre ellos Rousseau, Hemingway,
Tolstoi y Marx.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

En el caso de Marx, su estudio de
personalidad es una disección brillante del carácter de un totalitario e
inhumano. Por ejemplo, al abordar el tema de su formación intelectual, Johnson
describe su proceso como: “…una tendencia
a acumular inmensas masas de material medio asimilado y un plan de una obra
enciclopédica que nunca pudo terminar; un desprecio por los no-académicos; y
con una extrema asertividad e ira cuando era obligado a tratar a otros
académicos. Virtualmente todo su trabajo, tiene el sello del estudio del
Talmud: es en esencia un comentario y una crítica sobre el trabajo de otros…”

Lo que no quiere decir que no tuviera ideas originales, pero regularmente las
mezclaba con las de otros, teniendo como resultado textos irregulares. El
ejemplo es su gran obra, El Capital,
el que debido al método de trabajo de Marx, resulta en “…una serie de ensayos pegados juntos sin tener realmente uniformidad…”,
pero que Marx compensaba con el uso de frases agudas, certeras, herencia de su
oficio de periodista que grababan ciertos conceptos en la mente del lector que
persistía en su empeño. Para quien se haya tomado la molestia de leer algunas
páginas de El Capital, estará de
acuerdo conmigo en que el libro es infumable, salvo que uno esté poseído de
verdadera devoción o en busca de iluminación. Pero a riesgo de caer en
categorizaciones absolutas, me atrevería a decir que a El Capital le pasa lo mismo que a El Quijote de la Mancha: todos hablan de él, pero muy pocos lo han
leído.

El texto resulta tan confuso que hasta
uno de sus más fieles seguidores, el filósofo comunista francés, Louis
Althusser recomendaba a los lectores que se remitieran directamente a la Parte
segunda de la obra, capítulo 4, para evitarse los pasajes decididamente
incomprensibles de la obra marxista. Incluso una de las seguidoras de
Althusser, la chilena Marta Harnecker tuvo que escribir un libro para
desenredar a Marx, El Capital: conceptos
fundamentales
, libro que junto a otra obra de ella, Los conceptos elementales del Materialismo Histórico, reporta
Gustavo Porras en sus memorias, fueron las biblias de los jóvenes
revolucionarios guatemaltecos. Pero el método de escritura e integración de su
obra es el problema menor de Marx. Lo que escandaliza realmente es su tendencia
a falsear datos para acomodarlos a sus ideas preconcebidas, y su absoluto
desinterés por conocer realmente las condiciones de los trabajadores de la
Inglaterra del siglo XIX, que supuestamente inspiraron su trabajo. Ese será el
tema de la próxima semana.


Marx, ese mentiroso (I)

Redacción República
19 de septiembre, 2014

Una de las escenas que más recuerdo de Conversación en la Catedral, de Mario
Vargas Llosa es aquella en que Zavalita, el protagonista de la novela, discute
largos pasajes de Marx y Lenin con un grupo de amigos de la Universidad de San
Marcos, y en la que él, para impresionar a una compañera de la que estaba
enamorado, se termina enredando en una discusión dialéctica sobre conceptos que
no entiende del todo, con otro compañero que, previsiblemente, se queda con la
chica. Usted cambie el nombre la Universidad y ubíquela en cualquier parte, de
ciudad de Guatemala a Guayaquil, de Sao Pablo a Bruselas, y el cuadro de Vargas
Llosa se repetiría exactamente durante al menos, tres décadas. ¿Cuántos jóvenes
asumieron como un credo las largas parrafadas de Marx en El Capital o se tomaron en serio las profecías de su Manifiesto Comunista? Si usted fue (o
es, que todo hay) una de esas personas, lo invito a que abandone esta lectura,
porque lo que sigue, no le va a gustar.

Como parte de las actividades académicas
de los alumnos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales
–EPRI-, de la Universidad Francisco Marroquín –UFM-, se ha implementado un
interesante programa de formación intelectual para los alumnos, llamado
Programa Grandes Libros, en el cual se asigna la lectura de un libro por
semestre durante toda la carrera. El libro, se discute en grupo.

Pues uno de los libros incluido en el
programa es el titulado Intelectuales,
del historiador británico Paul Johnson, cuyo monumental Tiempos Modernos, se utiliza en ese instituto como lectura
obligatoria para la historia del siglo XX. En Intelectuales, Johnson ha elegido
a varios pensadores de los siglos XVIII al XX, a los que estudia, analiza y
critica sin asomo de piedad alguna, estando entre ellos Rousseau, Hemingway,
Tolstoi y Marx.

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En el caso de Marx, su estudio de
personalidad es una disección brillante del carácter de un totalitario e
inhumano. Por ejemplo, al abordar el tema de su formación intelectual, Johnson
describe su proceso como: “…una tendencia
a acumular inmensas masas de material medio asimilado y un plan de una obra
enciclopédica que nunca pudo terminar; un desprecio por los no-académicos; y
con una extrema asertividad e ira cuando era obligado a tratar a otros
académicos. Virtualmente todo su trabajo, tiene el sello del estudio del
Talmud: es en esencia un comentario y una crítica sobre el trabajo de otros…”

Lo que no quiere decir que no tuviera ideas originales, pero regularmente las
mezclaba con las de otros, teniendo como resultado textos irregulares. El
ejemplo es su gran obra, El Capital,
el que debido al método de trabajo de Marx, resulta en “…una serie de ensayos pegados juntos sin tener realmente uniformidad…”,
pero que Marx compensaba con el uso de frases agudas, certeras, herencia de su
oficio de periodista que grababan ciertos conceptos en la mente del lector que
persistía en su empeño. Para quien se haya tomado la molestia de leer algunas
páginas de El Capital, estará de
acuerdo conmigo en que el libro es infumable, salvo que uno esté poseído de
verdadera devoción o en busca de iluminación. Pero a riesgo de caer en
categorizaciones absolutas, me atrevería a decir que a El Capital le pasa lo mismo que a El Quijote de la Mancha: todos hablan de él, pero muy pocos lo han
leído.

El texto resulta tan confuso que hasta
uno de sus más fieles seguidores, el filósofo comunista francés, Louis
Althusser recomendaba a los lectores que se remitieran directamente a la Parte
segunda de la obra, capítulo 4, para evitarse los pasajes decididamente
incomprensibles de la obra marxista. Incluso una de las seguidoras de
Althusser, la chilena Marta Harnecker tuvo que escribir un libro para
desenredar a Marx, El Capital: conceptos
fundamentales
, libro que junto a otra obra de ella, Los conceptos elementales del Materialismo Histórico, reporta
Gustavo Porras en sus memorias, fueron las biblias de los jóvenes
revolucionarios guatemaltecos. Pero el método de escritura e integración de su
obra es el problema menor de Marx. Lo que escandaliza realmente es su tendencia
a falsear datos para acomodarlos a sus ideas preconcebidas, y su absoluto
desinterés por conocer realmente las condiciones de los trabajadores de la
Inglaterra del siglo XIX, que supuestamente inspiraron su trabajo. Ese será el
tema de la próxima semana.