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Marx, ese mentiroso (2)

Redacción República
28 de septiembre, 2014

La revisión de Marx y su obra a manos de Paul Johnson tiene la virtud de su aproximación crítica, cosa que no hicieron la mayoría de sus admiradores, y nos confronta con un intelectual que fue un hombre, no un monumento ni un dios. El tema no es baladí, ni mucho menos desfasado, sino un necesario ejercicio de revisión histórica, para confrontarnos a nuestros fantasmas, para que conociendo la historia evitemos repetirla.

Marx, creador de un interesante método para analizar a las sociedades capitalistas, también tenía sus sombras y hablar de ellas no es igual a negar su importancia en la historia del pensamiento de la humanidad. Decir que era un mentiroso me parece que de ninguna manera implica negar su influencia. Es simplemente, decir verdades, y verdades que otros han señalado desde la publicación de El Capital, y que fueron silenciados por el propio Marx y sus fieles discípulos, como Engels. Apunta Johnson: ‘…Primero, utilizo datos des actualizados porque el material reciente no abonaba a su causa. Segundo, selecciono ciertas industrias, cuyas condiciones eran particularmente malas, como típicas del capitalismo…’, es decir que Marx, en su búsqueda de datos para soportar las tesis de su libro fue, cuando menos, tendencioso.

Narra Johnson que Marx tampoco realizó investigación de campo sobre ese mundo capitalista sobre el que profetizaba grandes desgracias. Durante su exilio en Londres, sus relaciones se limitaron al estrechó círculo de exiliados alemanes, que rumiaban sus rencores y predicaban el antisemitismo. Por otra parte, a la hora de escarbar ‘las entrañas del capitalismo’, su búsqueda de datos fue más bien superficial. Solía remitirse a los Libros Azules de comercio que se publicaban de forma oficial en esa época, así como catálogos industriales y otras fuentes de información disponibles en bibliotecas, lo que nos hace presumir que forzosamente contenían datos no del todo actualizados. ‘El tipo de datos que no interesaban a Marx eran aquellos hechos que debían obtenerse examinando el mundo exterior y la gente que lo habitaba, con sus propios ojos y oídos. El era total e incorregiblemente, un ratón de biblioteca… Hasta dónde se sabe, Marx nunca puso un pie en un molino o en una fábrica, mina o cualquier otro establecimiento industrial en que trabajaran obreros en su vida entera.’

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Peor aún, cuando Marx se encontraba con información que contradecían sus afirmaciones, no dudaba en falsearlas. Marx hacia investigación al revés, postulaba sus afirmaciones primero y los datos le servía más bien como relleno. Los datos no los utilizaba para analizarlos, y luego sacar conclusiones, sino más bien como convenientes muletas, contradiciendo el método científico de investigación. No pretendía poner a prueba sus hipótesis, sino que a toda costa buscaba apuntalar sus convicciones. De entré todos los ejemplos que nos cita Johnson este sentido, resalta uno más que evidente, relacionado con una figura pública. El primer ministro británico Gladstone, durante su discurso al Parlamento sobre la ejecución parlamentaria de 1863 hace ciertas afirmaciones que Marx no duda en retorcer para su conveniencia. ‘Marx sabía que Gladstone nunca había dicho tal cosa que el afirmaba, la trampa era completamente deliberada. No era nuevo. Marx había falsificado de la misma forma, varias citas de Adam Smith’. Así qué Marx no sólo no visitaba a sus sujetos de estudio, no buscaba información de fuentes directas sino que además, no dudaba en trastocar los principios de investigación para su conveniencia.

Más lejos aún de los sitios de trabajo de esa clase a la que decía defender, Marx difería totalmente de la forma de vida del obrero. Mal administrador de dinero, siempre vivió por encima de sus posibilidades, prestando dinero y escapando de sus acreedores, que solían ser sus amigos. Su vida económica se soluciono cuando al fin obtuvo una entrada fija, no producto de un empleo en algún sitio proletario, sino cuando se aseguró una renta fija de su amigo incondicional Engels, en 1869, cuando este, heredero de establecimientos industriales a los que ambos criticaban, recibió una importante suma con su venta y le instituyo una asignación mensual. Esto dice más de Engels como amigo, que de Marx como hombre comprometido con las clases desamparadas.

Releer a Marx, bajándolo del pedestal en que se le colocó desde casi el momento de publicación del Manifiesto Comunista en 1848, nos permitirá hacer un ejercicio crítico más acorde con los tiempos que corren, tiempos en que van surgiendo nuevas obras basadas en sus enunciados, como la de Thomas Piketty, ‘El Capitalismo del siglo XXI’, cuya edición en español espero con ansiedad a que lance muy pronto el Fondo de Cultura Económica de México. O bien para eviternos el sabor amargo de momentos de sinceramiento intelectual como el que tuvo Eduardo Galeano hace unos meses, cuando critico su propia obra ‘Las venas abiertas de América Latina’, diciendo que nunca la volvió a leer por considerarlo un libro flojo, exagerado y desinformado. Confeso que cuando lo escribió no contaba con los conocimientos necesarios, ni las herramientas de análisis que le permitieran poner a prueba las contundentes afirmaciones que pontificaba a cada fin de párrafo.

Que se lo diga a los cientos de estudiantes que durante décadas se vieron obligados a leer esa paparrucha pseudo intelectual, y que inspirados por sus exageraciones y desinformaciones se lanzaron a la lucha revolucionaria, perdiendo la juventud los afortunados y la vida los desventurados, en la vorágine de violencia que azoto a nuestros países. Criticar a Marx, Engels, Smith y Hayek es el ejercicio más responsable de honestidad intelectual que cualquier maestro puede inspirar en sus alumnos, de forma que se formen como hombres y mujeres de reflexión, y no como una generación de borregos.

Marx, ese mentiroso (2)

Redacción República
28 de septiembre, 2014

La revisión de Marx y su obra a manos de Paul Johnson tiene la virtud de su aproximación crítica, cosa que no hicieron la mayoría de sus admiradores, y nos confronta con un intelectual que fue un hombre, no un monumento ni un dios. El tema no es baladí, ni mucho menos desfasado, sino un necesario ejercicio de revisión histórica, para confrontarnos a nuestros fantasmas, para que conociendo la historia evitemos repetirla.

Marx, creador de un interesante método para analizar a las sociedades capitalistas, también tenía sus sombras y hablar de ellas no es igual a negar su importancia en la historia del pensamiento de la humanidad. Decir que era un mentiroso me parece que de ninguna manera implica negar su influencia. Es simplemente, decir verdades, y verdades que otros han señalado desde la publicación de El Capital, y que fueron silenciados por el propio Marx y sus fieles discípulos, como Engels. Apunta Johnson: ‘…Primero, utilizo datos des actualizados porque el material reciente no abonaba a su causa. Segundo, selecciono ciertas industrias, cuyas condiciones eran particularmente malas, como típicas del capitalismo…’, es decir que Marx, en su búsqueda de datos para soportar las tesis de su libro fue, cuando menos, tendencioso.

Narra Johnson que Marx tampoco realizó investigación de campo sobre ese mundo capitalista sobre el que profetizaba grandes desgracias. Durante su exilio en Londres, sus relaciones se limitaron al estrechó círculo de exiliados alemanes, que rumiaban sus rencores y predicaban el antisemitismo. Por otra parte, a la hora de escarbar ‘las entrañas del capitalismo’, su búsqueda de datos fue más bien superficial. Solía remitirse a los Libros Azules de comercio que se publicaban de forma oficial en esa época, así como catálogos industriales y otras fuentes de información disponibles en bibliotecas, lo que nos hace presumir que forzosamente contenían datos no del todo actualizados. ‘El tipo de datos que no interesaban a Marx eran aquellos hechos que debían obtenerse examinando el mundo exterior y la gente que lo habitaba, con sus propios ojos y oídos. El era total e incorregiblemente, un ratón de biblioteca… Hasta dónde se sabe, Marx nunca puso un pie en un molino o en una fábrica, mina o cualquier otro establecimiento industrial en que trabajaran obreros en su vida entera.’

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Peor aún, cuando Marx se encontraba con información que contradecían sus afirmaciones, no dudaba en falsearlas. Marx hacia investigación al revés, postulaba sus afirmaciones primero y los datos le servía más bien como relleno. Los datos no los utilizaba para analizarlos, y luego sacar conclusiones, sino más bien como convenientes muletas, contradiciendo el método científico de investigación. No pretendía poner a prueba sus hipótesis, sino que a toda costa buscaba apuntalar sus convicciones. De entré todos los ejemplos que nos cita Johnson este sentido, resalta uno más que evidente, relacionado con una figura pública. El primer ministro británico Gladstone, durante su discurso al Parlamento sobre la ejecución parlamentaria de 1863 hace ciertas afirmaciones que Marx no duda en retorcer para su conveniencia. ‘Marx sabía que Gladstone nunca había dicho tal cosa que el afirmaba, la trampa era completamente deliberada. No era nuevo. Marx había falsificado de la misma forma, varias citas de Adam Smith’. Así qué Marx no sólo no visitaba a sus sujetos de estudio, no buscaba información de fuentes directas sino que además, no dudaba en trastocar los principios de investigación para su conveniencia.

Más lejos aún de los sitios de trabajo de esa clase a la que decía defender, Marx difería totalmente de la forma de vida del obrero. Mal administrador de dinero, siempre vivió por encima de sus posibilidades, prestando dinero y escapando de sus acreedores, que solían ser sus amigos. Su vida económica se soluciono cuando al fin obtuvo una entrada fija, no producto de un empleo en algún sitio proletario, sino cuando se aseguró una renta fija de su amigo incondicional Engels, en 1869, cuando este, heredero de establecimientos industriales a los que ambos criticaban, recibió una importante suma con su venta y le instituyo una asignación mensual. Esto dice más de Engels como amigo, que de Marx como hombre comprometido con las clases desamparadas.

Releer a Marx, bajándolo del pedestal en que se le colocó desde casi el momento de publicación del Manifiesto Comunista en 1848, nos permitirá hacer un ejercicio crítico más acorde con los tiempos que corren, tiempos en que van surgiendo nuevas obras basadas en sus enunciados, como la de Thomas Piketty, ‘El Capitalismo del siglo XXI’, cuya edición en español espero con ansiedad a que lance muy pronto el Fondo de Cultura Económica de México. O bien para eviternos el sabor amargo de momentos de sinceramiento intelectual como el que tuvo Eduardo Galeano hace unos meses, cuando critico su propia obra ‘Las venas abiertas de América Latina’, diciendo que nunca la volvió a leer por considerarlo un libro flojo, exagerado y desinformado. Confeso que cuando lo escribió no contaba con los conocimientos necesarios, ni las herramientas de análisis que le permitieran poner a prueba las contundentes afirmaciones que pontificaba a cada fin de párrafo.

Que se lo diga a los cientos de estudiantes que durante décadas se vieron obligados a leer esa paparrucha pseudo intelectual, y que inspirados por sus exageraciones y desinformaciones se lanzaron a la lucha revolucionaria, perdiendo la juventud los afortunados y la vida los desventurados, en la vorágine de violencia que azoto a nuestros países. Criticar a Marx, Engels, Smith y Hayek es el ejercicio más responsable de honestidad intelectual que cualquier maestro puede inspirar en sus alumnos, de forma que se formen como hombres y mujeres de reflexión, y no como una generación de borregos.