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Agenda Empresarial
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¿Competencia salvaje o cooperación salvaje?

Redacción República
21 de octubre, 2014

Uno de los
mayores ataques que se suele hacer al sistema económico capitalista es que se
basa en relaciones de competencia. La excesiva competencia lleva incluso a
deshumanizar las relaciones que establecemos con nuestros congéneres, el ansia
por ganar, por conseguir el puesto de trabajo o por conseguir clientes reina en
todas las facetas donde el mercado aparece. La competencia salvaje que se ha
impuesto hace necesaria una revisión de este modelo, los seres humanos
deberíamos volver a establecer unas relaciones basadas en la cooperación, más
inclusivas y comprensivas, y es que, al fin y al cabo, la unión hace la fuerza.

Todo el
planteamiento está viciado desde el principio, en las economías de mercado, por
paradójico que parezca. Las relaciones que preponderan no son las de
sustituibilidad (con la consecuente competencia a que da lugar), sino las de
complementariedad (con la consecuente cooperación resultante). Los potenciales
competidores son muy restringidos, mientras que los potenciales cooperantes son
todos los seres humanos.

En un entorno
donde prima la división del trabajo los seres humanos nos convertimos en
productores especializados y en consumidores generalistas, esto es, producimos
algo muy concreto y consumimos todo tipo de bienes. Pues bien, como productores
especializados tan solo competimos con la pequeña capa de la población que se
ha especializado exactamente en desarrollar el mismo tipo de actividad que
nosotros. Como consumidores generalistas cooperamos con todos aquellos
productores que se han especializado en producir algo que nos agrada y, por
tanto, cambiamos el fruto de nuestra actividad productiva (bien sea mediante
trueque o dinero) por el fruto de la actividad productiva ajena. Es decir, el
panadero coopera con el carnicero cuando intercambian sus bienes, el primero no
tiene que producir la carne que va a comer y el segundo no tiene que producir
el pan que consumirá.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Pero incluso,
y gracias a la enorme profundización en la división del trabajo de las
economías modernas, cooperamos en gran medida también con todos aquellos que se
dedican a la misma actividad productiva que nosotros pero cuya especialización
se encuentra en una fase del proceso productivo diferente, por ejemplo el
productor de harina coopera con el panadero. Y podemos ir más allá: muchas
veces nos encontramos cooperando con aquellos que tienen exactamente la misma
especialización que nosotros si la empresa a realizar sobrepasa nuestra
capacidad individual. Por ejemplo, en la construcción de un edificio es normal
que un grupo de varios electricistas se encargue de la instalación eléctrica, o
en los la construcción de infraestructuras cooperan varias compañías que en
principio se catalogan como competidoras.

Por lo tanto,
la relación que prima en las economías de mercado no son las relaciones de
competencia sino que es mucho más extendida la cooperación, incluso en aquellos
casos en los que es involuntaria y ni siquiera seamos capaces de percibirla. Desde
hace siglos la enorme división global del trabajo hace que no conozcamos a la
mayoría de personas con las que estamos cooperando y sin embargo no dejamos de
hacerlo.

Por todo ello
podemos afirmar que el capitalismo promueve la cooperación salvaje.


¿Competencia salvaje o cooperación salvaje?

Redacción República
21 de octubre, 2014

Uno de los
mayores ataques que se suele hacer al sistema económico capitalista es que se
basa en relaciones de competencia. La excesiva competencia lleva incluso a
deshumanizar las relaciones que establecemos con nuestros congéneres, el ansia
por ganar, por conseguir el puesto de trabajo o por conseguir clientes reina en
todas las facetas donde el mercado aparece. La competencia salvaje que se ha
impuesto hace necesaria una revisión de este modelo, los seres humanos
deberíamos volver a establecer unas relaciones basadas en la cooperación, más
inclusivas y comprensivas, y es que, al fin y al cabo, la unión hace la fuerza.

Todo el
planteamiento está viciado desde el principio, en las economías de mercado, por
paradójico que parezca. Las relaciones que preponderan no son las de
sustituibilidad (con la consecuente competencia a que da lugar), sino las de
complementariedad (con la consecuente cooperación resultante). Los potenciales
competidores son muy restringidos, mientras que los potenciales cooperantes son
todos los seres humanos.

En un entorno
donde prima la división del trabajo los seres humanos nos convertimos en
productores especializados y en consumidores generalistas, esto es, producimos
algo muy concreto y consumimos todo tipo de bienes. Pues bien, como productores
especializados tan solo competimos con la pequeña capa de la población que se
ha especializado exactamente en desarrollar el mismo tipo de actividad que
nosotros. Como consumidores generalistas cooperamos con todos aquellos
productores que se han especializado en producir algo que nos agrada y, por
tanto, cambiamos el fruto de nuestra actividad productiva (bien sea mediante
trueque o dinero) por el fruto de la actividad productiva ajena. Es decir, el
panadero coopera con el carnicero cuando intercambian sus bienes, el primero no
tiene que producir la carne que va a comer y el segundo no tiene que producir
el pan que consumirá.

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Pero incluso,
y gracias a la enorme profundización en la división del trabajo de las
economías modernas, cooperamos en gran medida también con todos aquellos que se
dedican a la misma actividad productiva que nosotros pero cuya especialización
se encuentra en una fase del proceso productivo diferente, por ejemplo el
productor de harina coopera con el panadero. Y podemos ir más allá: muchas
veces nos encontramos cooperando con aquellos que tienen exactamente la misma
especialización que nosotros si la empresa a realizar sobrepasa nuestra
capacidad individual. Por ejemplo, en la construcción de un edificio es normal
que un grupo de varios electricistas se encargue de la instalación eléctrica, o
en los la construcción de infraestructuras cooperan varias compañías que en
principio se catalogan como competidoras.

Por lo tanto,
la relación que prima en las economías de mercado no son las relaciones de
competencia sino que es mucho más extendida la cooperación, incluso en aquellos
casos en los que es involuntaria y ni siquiera seamos capaces de percibirla. Desde
hace siglos la enorme división global del trabajo hace que no conozcamos a la
mayoría de personas con las que estamos cooperando y sin embargo no dejamos de
hacerlo.

Por todo ello
podemos afirmar que el capitalismo promueve la cooperación salvaje.