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La caída del Muro de Berlín

Nicholas Virzi
14 de noviembre, 2014

Se acaba de celebrar el aniversario de 25 años de la caída del Muro de Berlín. Lo que más llamó la atención de esta alegre y Digna celebración fue la falta de reconocimiento y participación de los hechos y de quienes más importaron e incidieron en la caída de dicho muro.

Se habla de que la caída del muro era el segundo milagro alemán cuando milagro no fue, ni mucho menos alemán. La caída del Muro de Berlín se dio por una única razón. La política de estado constante y perdurable de contención al comunismo de parte del gobierno de Estados Unidos. Cabe mencionar que esta política de estado fue ejecutada de manera consensuada y bipartidaria por parte de gobiernos republicanos y demócratas.

Es bueno recordarlo porque si el mismo tipo de amenaza surgiera hoy, Estados Unidos, ni mucho menos Occidente no tendría el mismo coraje moral para siquiera identificar el mal que afronta, mucho menos combatirlo.

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El caso de la ciudad de Berlín en cápsula y simboliza todo lo que estaba en juego durante la Guerra Fría. Una ciudad dividida, en medio de un país dividido. La parte occidental defendida por tropas aliadas, mientras la parte oriental ocupada por fuerzas de opresión. Berlín se encontraba dentro de la zona de ocupación soviética, lo que permitió que los soviéticos bloquearon el paso de acceso terrestre al a la ciudad.

Occidente no se detuvo. Por un año entero suministró a Berlín Occidental por la vía aérea, con todas las necesidades de una ciudad moderna.   Lejos de mostrar su propio poder con el bloqueo, la Unión Soviética sólo dejó ver la superioridad moral de las fuerzas liberales de Occidente, y sobretodo la superioridad productiva del capitalismo sobre el comunismo.

Ha sido de moda por décadas lamentar y llorar sangre por las acciones de occidente durante la Guerra Fría, como si esta guerra fría no hubiese sido una guerra justificada. Por supuesto, no todas las acciones fueron buenas, y nadie sabe eso mejor que los centroamericanos.   Sin embargo se pierde perspectiva cuando se hace la equivalencia moral entre las fuerzas totalitarias las fuerzas del liberalismo. Ronald Reagan lo dijo perfectamente cuando clasificó la Guerra Fría como la guerra entre el bien y el mal e identificó además a Occidente como los buenos de la película.

Nadie se recuerda como los intelectuales se burlaban de Reagan por su oposición intensificada al comunismo. Su plan de desarrollar un sistema tecnológico antimisil se dominó despectivamente como Star Wars, o Guerra de las Galaxias. Esa tecnología hoy es lo que protege exitosamente a Israel contra el lanzamiento de misiles por parte de terroristas islámicos. Cuando Reagan intensificó la guerra armamentística bajo la premisa que los soviéticos no iban a poder dedicar más del 50% su Producto Interno Bruto a la producción de armas, tenía muy poco respaldo de la comunidad intelectual y de científicos y politólogos. Ningún politólogo o intelectual de las mejores universidades de Occidente previó la caída de la Unión Soviética. Convencido de las bondades de la libertad, Reagan, y Hayek, por cierto, si lo hicieron.

En los años 80 Reagan recibía las críticas de parte de los medios y los intelectuales presuntamente interesados en la paz. El líder soviético, Gorbachev, recibía los elogios. Si se hubiese accedido a sus reformas parciales desde un inicio, el Muro de Berlín jamás hubiese caído. Fue la intransigencia y obstinación del Presidente Americano que llevó a los soviéticos hacer cambios más profundos que finalmente desataron cambios que no pudieron controlar y que resultaron en que los pueblos orientales oprimidos clamasen por su libertad. La superioridad moral de la democracia capitalista se resumió en el breve dicho “Señor Gorbachev, bote este Muro!”.

Esos liderazgos ya no existen. El Presidente de Estados Unidos hoy se agacha ante reyes sauditas, mientras devuelve el busto de Winston Churchill a Inglaterra. La clase intelectual progresista se identifica con las fuerzas extremas de la barbaridad en contra del régimen más progresista de todo el Medio Oriente, Israel. Hemos quitado toda mención del Cristianismo de la vida y la educación pública, pero abrimos cada vez más espacios y talleres para enseñar que religiones no occidentales son tan buenas como las viejas nuestras. La corrección política ha impuesto una equivalencia moral nefasta que nos hace dudar de todo lo bueno y bello de la Civilización Occidental. En fin, hemos perdido el carácter y coraje moral que se necesita para liderar en el mundo durante tiempos peligrosos.

La caída del Muro de Berlín

Nicholas Virzi
14 de noviembre, 2014

Se acaba de celebrar el aniversario de 25 años de la caída del Muro de Berlín. Lo que más llamó la atención de esta alegre y Digna celebración fue la falta de reconocimiento y participación de los hechos y de quienes más importaron e incidieron en la caída de dicho muro.

Se habla de que la caída del muro era el segundo milagro alemán cuando milagro no fue, ni mucho menos alemán. La caída del Muro de Berlín se dio por una única razón. La política de estado constante y perdurable de contención al comunismo de parte del gobierno de Estados Unidos. Cabe mencionar que esta política de estado fue ejecutada de manera consensuada y bipartidaria por parte de gobiernos republicanos y demócratas.

Es bueno recordarlo porque si el mismo tipo de amenaza surgiera hoy, Estados Unidos, ni mucho menos Occidente no tendría el mismo coraje moral para siquiera identificar el mal que afronta, mucho menos combatirlo.

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El caso de la ciudad de Berlín en cápsula y simboliza todo lo que estaba en juego durante la Guerra Fría. Una ciudad dividida, en medio de un país dividido. La parte occidental defendida por tropas aliadas, mientras la parte oriental ocupada por fuerzas de opresión. Berlín se encontraba dentro de la zona de ocupación soviética, lo que permitió que los soviéticos bloquearon el paso de acceso terrestre al a la ciudad.

Occidente no se detuvo. Por un año entero suministró a Berlín Occidental por la vía aérea, con todas las necesidades de una ciudad moderna.   Lejos de mostrar su propio poder con el bloqueo, la Unión Soviética sólo dejó ver la superioridad moral de las fuerzas liberales de Occidente, y sobretodo la superioridad productiva del capitalismo sobre el comunismo.

Ha sido de moda por décadas lamentar y llorar sangre por las acciones de occidente durante la Guerra Fría, como si esta guerra fría no hubiese sido una guerra justificada. Por supuesto, no todas las acciones fueron buenas, y nadie sabe eso mejor que los centroamericanos.   Sin embargo se pierde perspectiva cuando se hace la equivalencia moral entre las fuerzas totalitarias las fuerzas del liberalismo. Ronald Reagan lo dijo perfectamente cuando clasificó la Guerra Fría como la guerra entre el bien y el mal e identificó además a Occidente como los buenos de la película.

Nadie se recuerda como los intelectuales se burlaban de Reagan por su oposición intensificada al comunismo. Su plan de desarrollar un sistema tecnológico antimisil se dominó despectivamente como Star Wars, o Guerra de las Galaxias. Esa tecnología hoy es lo que protege exitosamente a Israel contra el lanzamiento de misiles por parte de terroristas islámicos. Cuando Reagan intensificó la guerra armamentística bajo la premisa que los soviéticos no iban a poder dedicar más del 50% su Producto Interno Bruto a la producción de armas, tenía muy poco respaldo de la comunidad intelectual y de científicos y politólogos. Ningún politólogo o intelectual de las mejores universidades de Occidente previó la caída de la Unión Soviética. Convencido de las bondades de la libertad, Reagan, y Hayek, por cierto, si lo hicieron.

En los años 80 Reagan recibía las críticas de parte de los medios y los intelectuales presuntamente interesados en la paz. El líder soviético, Gorbachev, recibía los elogios. Si se hubiese accedido a sus reformas parciales desde un inicio, el Muro de Berlín jamás hubiese caído. Fue la intransigencia y obstinación del Presidente Americano que llevó a los soviéticos hacer cambios más profundos que finalmente desataron cambios que no pudieron controlar y que resultaron en que los pueblos orientales oprimidos clamasen por su libertad. La superioridad moral de la democracia capitalista se resumió en el breve dicho “Señor Gorbachev, bote este Muro!”.

Esos liderazgos ya no existen. El Presidente de Estados Unidos hoy se agacha ante reyes sauditas, mientras devuelve el busto de Winston Churchill a Inglaterra. La clase intelectual progresista se identifica con las fuerzas extremas de la barbaridad en contra del régimen más progresista de todo el Medio Oriente, Israel. Hemos quitado toda mención del Cristianismo de la vida y la educación pública, pero abrimos cada vez más espacios y talleres para enseñar que religiones no occidentales son tan buenas como las viejas nuestras. La corrección política ha impuesto una equivalencia moral nefasta que nos hace dudar de todo lo bueno y bello de la Civilización Occidental. En fin, hemos perdido el carácter y coraje moral que se necesita para liderar en el mundo durante tiempos peligrosos.