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Filosofía del “¿qué hay de lo mío?”

Redacción
14 de enero, 2015

Esta “filosofía” podría traducirse como: “¿y mi parte del pastel?” Se ha producido riqueza en la sociedad y realmente su distribución me parece injusta, por lo tanto sería deseable redistribuir renta desde aquellos que mejor parados han salido en el reparto hacia aquellos que más se lo merecen (y que sospechosamente coincide con el grupo social desde el que se lanza la petición).

La base de esta “filosofía” se encuentra en la creencia de que la distribución del ingreso es independiente de su creación. Este primer error tiene su origen en el (por otra parte brillante) economista inglés del siglo XIX John Stuart Mill. El mismo rompe con la tradición de los economistas clásicos que afirmaban la completa interrelación entre estos elementos. Según este postulado podríamos repartir la riqueza obtenida de la manera que quisiéramos sin afectar ni un ápice a la creación futura de esa misma riqueza, serían circuitos independientes en la estructura económica.

Sin embargo este planteamiento olvida las expectativas que se forman los agentes económicos ante los incentivos que provoca la redistribución del ingreso. Por un lado los productores se verán marginalmente empujados a dejar de producir ante la amenaza de no ser capaces de apropiarse del fruto de su trabajo. Esta disminución de la actividad económica es tanto mayor cuanto mayor sea la redistribución del ingreso, al fin y al cabo nadie produciría ni trabajaría si se conoce de antemano que no se tendrá una compensación de algún tipo por el esfuerzo realizado.

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Por otro lado aumentan los potenciales buscadores de esa redistribución. Se introduce el incentivo a los agentes a cambiar la actividad productiva por la actividad política (entendida como presión para recibir redistribución). Es la clásica distinción entre medios políticos y medios económicos. Ante la posibilidad de conseguir riqueza mediante la redistribución los individuos lanzan todo su esfuerzo y creatividad a conseguir esta redistribución. Así cambiamos marginalmente el esfuerzo de los ciudadanos desde producir para satisfacer necesidades de terceros a presionar para conseguir una parte de los bienes producidos sin necesidad de dar algo a cambio, es decir desde creación de riqueza a parasitismo.

Otra importante pata es de la citada filosofía es que los incrementos de la producción son independientes de los métodos y técnicas empleadas para lograrlos. Consecuentemente la pregunta sería, si la economía el año que viene crecerá un 4%, ¿cómo nos lo repartimos? Una vez más el planteamiento es falaz. Si aumenta la cantidad de bienes y servicios disponibles (o su valor) con una cantidad de factores constante esto es sinónimo de aumentos de productividad y estos mismos suelen ser el reflejo de un mejor aprovechamiento de recursos como nuevos procesos industriales que permiten hacer más producto con menos esfuerzo o investigación en desarrollo de nuevos productos con gran capacidad de satisfacer nuevas necesidades. La recompensa a los iniciadores de este proceso es una temporal renta extra que consiguen con unos mejores términos de intercambio. Es temporal debido a que la competencia tiende a volver más productivos a sus potenciales competidores (por imitación) y en el corto plazo desaparecen las ganancias derivadas de estos aumentos en la productividad por lo que la economía en su conjunto se encuentra en una posición mejor que la anterior al aumentar productividad y extenderse el ingreso derivada de la misma.

Este proceso se repite una y otra vez constantemente en múltiples industrias, pero si redistribuimos esas rentas temporales a las que estamos haciendo referencia estaremos eliminando el incentivo a que aumente dicha productividad. Ninguna economía puede permitirse tener impuestos a la productividad, pero las economías más pobres con mucha mayor razón, a no ser que el objetivo sea perpetuar la pobreza.

En definitiva la filosofía del “¿qué hay de lo mío?” fomenta actitudes egoístas al fomentar participar en las rentas que no se han creado y provoca pobreza al disminuir los incentivos a producir y a mejorar los procesos productivos. La respuesta es entonces clara: no a la redistribución.

Filosofía del “¿qué hay de lo mío?”

Redacción
14 de enero, 2015

Esta “filosofía” podría traducirse como: “¿y mi parte del pastel?” Se ha producido riqueza en la sociedad y realmente su distribución me parece injusta, por lo tanto sería deseable redistribuir renta desde aquellos que mejor parados han salido en el reparto hacia aquellos que más se lo merecen (y que sospechosamente coincide con el grupo social desde el que se lanza la petición).

La base de esta “filosofía” se encuentra en la creencia de que la distribución del ingreso es independiente de su creación. Este primer error tiene su origen en el (por otra parte brillante) economista inglés del siglo XIX John Stuart Mill. El mismo rompe con la tradición de los economistas clásicos que afirmaban la completa interrelación entre estos elementos. Según este postulado podríamos repartir la riqueza obtenida de la manera que quisiéramos sin afectar ni un ápice a la creación futura de esa misma riqueza, serían circuitos independientes en la estructura económica.

Sin embargo este planteamiento olvida las expectativas que se forman los agentes económicos ante los incentivos que provoca la redistribución del ingreso. Por un lado los productores se verán marginalmente empujados a dejar de producir ante la amenaza de no ser capaces de apropiarse del fruto de su trabajo. Esta disminución de la actividad económica es tanto mayor cuanto mayor sea la redistribución del ingreso, al fin y al cabo nadie produciría ni trabajaría si se conoce de antemano que no se tendrá una compensación de algún tipo por el esfuerzo realizado.

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Por otro lado aumentan los potenciales buscadores de esa redistribución. Se introduce el incentivo a los agentes a cambiar la actividad productiva por la actividad política (entendida como presión para recibir redistribución). Es la clásica distinción entre medios políticos y medios económicos. Ante la posibilidad de conseguir riqueza mediante la redistribución los individuos lanzan todo su esfuerzo y creatividad a conseguir esta redistribución. Así cambiamos marginalmente el esfuerzo de los ciudadanos desde producir para satisfacer necesidades de terceros a presionar para conseguir una parte de los bienes producidos sin necesidad de dar algo a cambio, es decir desde creación de riqueza a parasitismo.

Otra importante pata es de la citada filosofía es que los incrementos de la producción son independientes de los métodos y técnicas empleadas para lograrlos. Consecuentemente la pregunta sería, si la economía el año que viene crecerá un 4%, ¿cómo nos lo repartimos? Una vez más el planteamiento es falaz. Si aumenta la cantidad de bienes y servicios disponibles (o su valor) con una cantidad de factores constante esto es sinónimo de aumentos de productividad y estos mismos suelen ser el reflejo de un mejor aprovechamiento de recursos como nuevos procesos industriales que permiten hacer más producto con menos esfuerzo o investigación en desarrollo de nuevos productos con gran capacidad de satisfacer nuevas necesidades. La recompensa a los iniciadores de este proceso es una temporal renta extra que consiguen con unos mejores términos de intercambio. Es temporal debido a que la competencia tiende a volver más productivos a sus potenciales competidores (por imitación) y en el corto plazo desaparecen las ganancias derivadas de estos aumentos en la productividad por lo que la economía en su conjunto se encuentra en una posición mejor que la anterior al aumentar productividad y extenderse el ingreso derivada de la misma.

Este proceso se repite una y otra vez constantemente en múltiples industrias, pero si redistribuimos esas rentas temporales a las que estamos haciendo referencia estaremos eliminando el incentivo a que aumente dicha productividad. Ninguna economía puede permitirse tener impuestos a la productividad, pero las economías más pobres con mucha mayor razón, a no ser que el objetivo sea perpetuar la pobreza.

En definitiva la filosofía del “¿qué hay de lo mío?” fomenta actitudes egoístas al fomentar participar en las rentas que no se han creado y provoca pobreza al disminuir los incentivos a producir y a mejorar los procesos productivos. La respuesta es entonces clara: no a la redistribución.