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Para que no pierda la indignación

Redacción
01 de mayo, 2015

¿Salió a manifestar el sábado pasado? Perfecto, usted está indignado. ¡Ya era hora! Pero una manifestación no tribula en lo más mínimo la humanidad de nuestros políticos. A ellos nada los puede avergonzar, es gente que nació sin moral, hacen semejantes barbaridades y por las noches duermen tranquilos.

Nuevas manifestaciones son necesarias, activismo sano también. Y que la juventud mejor se prepare, porque la papa caliente llamada Guatemala pronto caerá en sus manos. Tamaña tarea la que nos han dejado nuestros padres, y los padres de nuestros padres, pero ahora ya no es momento de echar culpas, sino de arremangarse las mangas y rajar ocote.

Pero si su efervescencia cívica, aquella de patriota guatemalteco, está perdiendo impulso, permítame recordarle algunos momentos de nuestra política que espero lo mantengan enojado lo suficiente como para empezar a cambiar las cosas en este polvoriento país.

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A Vinicio Cerezo la historia le dio una oportunidad como pocas. Él pudo haber sido recordado como el estadista que sentó las bases de la institucionalidad y la democracia de un país que apenas estaba saliendo de un conflicto amargo y largo. Pero no, prefirió dirigir a Guatemala hacía una enorme inflación, a abrir las puertas a la vulgar corrupción que hoy no conoce límites. La gente lo recuerda como un hombre cínico, mentiroso y que pasó gran parte de su presidencia en fiestas. Con razón recibió abucheos durante el acto de transición presidencial.

Luego vino Jorge Serrano Elías. Su legado fue haber introducido en el lenguaje del guatemalteco una nueva palabra: el Serranazo. ¿En qué mente cabe pensar que la corrupción se puede parar destruyendo la incipiente institucionalidad de un país? En la de él, y por eso mandó a disolver el Congreso, la Corte Suprema de Justicia y la Corte de Constitucionalidad. Sus bravuconerías de dictadorzuelo le merecieron una patada que lo mandó hasta Panamá, y ahora desde allí nos envía lecciones de política y moral para que nosotros, los guatemaltecos tontos, tomemos nota y aprendamos cómo son las cosas.

En la época de Arzú se da el primer gran crimen de la era democrática: el asesinato a Juan Gerardi. Al día de hoy no se sabe a ciencia cierta lo que pasó en la parroquia de San Sebastián, pero muchas de las versiones involucran a miembros de la entonces familia presidencial. El juicio y su sentencia sólo causó alegría a nuestra izquierda tercermundista y eso ya dice mucho de la justicia de un fallo que dio vida a uno de los convictos más poderosos de Guatemala: Byron Lima. Además, la prepotencia de Arzú y su pelea con los medios fue una de las razones que impidió la continuidad del PAN en el gobierno, partido que con todos sus defectos, ha sido el más decente que hemos tenido (si eso nos sirve de consuelo).

Después de Arzú vino la estrella de rock de la política nacional: Alfonso Portillo, un asesino confeso, carismático como pocos, mentiroso, un ayudante de la guerrilla que hizo carrera en un partido político encabezado por un anticomunista. Guatemala ignoraba qué tan bajo podía caer hasta que el FRG llegó al poder. Literalmente nos gobernó una banda de ladrones de poca escuela. Y no se nos olvide que en estos años sucedió el Jueves Negro y Viernes de Luto.

Oscar Berger fue un hombre que nunca quiso ser presidente. No tomó acción en nada y Guatemala degeneró en una de sus épocas más violentas. Aquí sucedieron los asesinatos a los diputados salvadoreños del Parlacén y luego la masacre ¡en una cárcel de máxima seguridad! de los cuatro policías imputados del crimen.

Si creíamos que para manejar el poder se necesitaba carácter, Álvaro Colom nos probó lo contrario. Su gobierno en realidad fue el gobierno de Sandra Torres, el cual terminó con un burlón divorció que no tenía otra intención más que evadir una prohibición constitucional. Además, Colom es el padre del clientelismo político más grande que Guatemala ha tenido: la bolsa solidaria, bolsa que ahora es imposible erradicar de nuestra política.

¿Lo enojé? Pues qué bueno.

Para que no pierda la indignación

Redacción
01 de mayo, 2015

¿Salió a manifestar el sábado pasado? Perfecto, usted está indignado. ¡Ya era hora! Pero una manifestación no tribula en lo más mínimo la humanidad de nuestros políticos. A ellos nada los puede avergonzar, es gente que nació sin moral, hacen semejantes barbaridades y por las noches duermen tranquilos.

Nuevas manifestaciones son necesarias, activismo sano también. Y que la juventud mejor se prepare, porque la papa caliente llamada Guatemala pronto caerá en sus manos. Tamaña tarea la que nos han dejado nuestros padres, y los padres de nuestros padres, pero ahora ya no es momento de echar culpas, sino de arremangarse las mangas y rajar ocote.

Pero si su efervescencia cívica, aquella de patriota guatemalteco, está perdiendo impulso, permítame recordarle algunos momentos de nuestra política que espero lo mantengan enojado lo suficiente como para empezar a cambiar las cosas en este polvoriento país.

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A Vinicio Cerezo la historia le dio una oportunidad como pocas. Él pudo haber sido recordado como el estadista que sentó las bases de la institucionalidad y la democracia de un país que apenas estaba saliendo de un conflicto amargo y largo. Pero no, prefirió dirigir a Guatemala hacía una enorme inflación, a abrir las puertas a la vulgar corrupción que hoy no conoce límites. La gente lo recuerda como un hombre cínico, mentiroso y que pasó gran parte de su presidencia en fiestas. Con razón recibió abucheos durante el acto de transición presidencial.

Luego vino Jorge Serrano Elías. Su legado fue haber introducido en el lenguaje del guatemalteco una nueva palabra: el Serranazo. ¿En qué mente cabe pensar que la corrupción se puede parar destruyendo la incipiente institucionalidad de un país? En la de él, y por eso mandó a disolver el Congreso, la Corte Suprema de Justicia y la Corte de Constitucionalidad. Sus bravuconerías de dictadorzuelo le merecieron una patada que lo mandó hasta Panamá, y ahora desde allí nos envía lecciones de política y moral para que nosotros, los guatemaltecos tontos, tomemos nota y aprendamos cómo son las cosas.

En la época de Arzú se da el primer gran crimen de la era democrática: el asesinato a Juan Gerardi. Al día de hoy no se sabe a ciencia cierta lo que pasó en la parroquia de San Sebastián, pero muchas de las versiones involucran a miembros de la entonces familia presidencial. El juicio y su sentencia sólo causó alegría a nuestra izquierda tercermundista y eso ya dice mucho de la justicia de un fallo que dio vida a uno de los convictos más poderosos de Guatemala: Byron Lima. Además, la prepotencia de Arzú y su pelea con los medios fue una de las razones que impidió la continuidad del PAN en el gobierno, partido que con todos sus defectos, ha sido el más decente que hemos tenido (si eso nos sirve de consuelo).

Después de Arzú vino la estrella de rock de la política nacional: Alfonso Portillo, un asesino confeso, carismático como pocos, mentiroso, un ayudante de la guerrilla que hizo carrera en un partido político encabezado por un anticomunista. Guatemala ignoraba qué tan bajo podía caer hasta que el FRG llegó al poder. Literalmente nos gobernó una banda de ladrones de poca escuela. Y no se nos olvide que en estos años sucedió el Jueves Negro y Viernes de Luto.

Oscar Berger fue un hombre que nunca quiso ser presidente. No tomó acción en nada y Guatemala degeneró en una de sus épocas más violentas. Aquí sucedieron los asesinatos a los diputados salvadoreños del Parlacén y luego la masacre ¡en una cárcel de máxima seguridad! de los cuatro policías imputados del crimen.

Si creíamos que para manejar el poder se necesitaba carácter, Álvaro Colom nos probó lo contrario. Su gobierno en realidad fue el gobierno de Sandra Torres, el cual terminó con un burlón divorció que no tenía otra intención más que evadir una prohibición constitucional. Además, Colom es el padre del clientelismo político más grande que Guatemala ha tenido: la bolsa solidaria, bolsa que ahora es imposible erradicar de nuestra política.

¿Lo enojé? Pues qué bueno.