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Fe y libertad: ¿Quién debe sanar la pobreza?

Nicholas Virzi
25 de junio, 2015

Acabo de participar en un Coloquio del Instituto Fe y Libertad, en el que se discutió el tema ¿Quién debe sanar la pobreza? con nuevos y viejos amigos. Fue una profunda discusión sobre no solo si se debe ayudar a los pobres, sino como sería la mejor manera de hacerlo.

Esta es una conversación escasa en nuestras sociedades “modernas”, donde todas las soluciones supuestamente ya se conocen, y se siguen recetando sin éxito alguno.   Como dijo el emprendedor de Ghana Herman Chinery-Hesse (en el material asignado para la discusión: “Nunca he oído de un solo país que recibió tanta ayuda extranjera que se convirtió en un país rico. Si sabes de uno, avísame. Pero si se muchos países que se volvieron ricos por medio de negocios y comercio.” Pese que se han identificado los caminos correctos e incorrectos, seguimos recetando paseos por los caminos incorrectos, condenando a los pobres a más pobreza, por más tiempo, y para mientras, más dependencia también.

Nuestras sociedades occidentales están repletas de individuos que se jactan de ser moralmente superiores a los demás porque están más dispuestos a dar más a los más necesitados … del dinero ajeno. Dar con dinero ajeno solo es factible por medio de la coerción, por lo que se lo encargan al Estado. A quienes temen el crecimiento del Estado, se les tilda de egoístas, y peor. Esto es un fenómeno generalizado. Cuando lo que se pretende es hacer bien, pero disponiendo de bienes de otros, se le suele llamar solidaridad. Dicho de otra manera, cuando uno da lo tuyo, eso es solidaridad; cuando uno da lo suyo, eso es caridad. La exhortación Católica correcta es orientada a la caridad, según el Padre Ángel Roncero, quien dirigió el Coloquio. Sin embargo, incluso en los casos de caridad, se debe de proceder con cautela. Todo tiene costos de oportunidad, y todo tiene consecuencias no intencionadas, malas y buenas, incluso actos aparentemente benévolos como el acto de regalar algo a quienes están necesitados.

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El soberbio y necedad de los Do-Gooders, en el mejor de los casos, puede tener consecuencias no intencionadas negativas. Por ejemplo, donaciones de ropa, que caen repentinamente en comunidades de países pobres, pueden desplazar y acabar con el negocio de emprendedores e inversionistas locales, y de la peor forma, ex post. Subsidios a la agricultura en países ricos incentivan la sobre producción, que luego es donada en forma de alimentos a muchos países pobres, destruyendo los incentivos de producción y distribución en los países pobres, haciéndolos más dependientes. Sin producción y distribución local, no habrá desarrollo nunca, y eso solo ocurrirá con los incentivos microeconómicos correctos, propios de la economía de mercado.

Hasta ahora no se ha cuestionado los motivos de los agentes solidarios de la “ayuda internacional”. Sin embargo, vale la pregunta ¿y, si les conviene a ellos fomentar la dependencia? Reflexionemos. La cantidad de volovanes que se pueden comer los cooperantes internacionales en los mejores hoteles del Tercer Mundo donde se mantienen mientras se auto congratulan por su solidaridad con la gente pobre de color está directamente relacionado con cuanto “apoyo” dispensan. No obstante, ningún país se va a desarrollar a volovanasos. Ojo, el “apoyo” no está necesariamente medido ligado a resultados lógicos, como por ejemplo, cuanta gente se sacó de la pobreza, cosa que ningún programa asistencia hace, sino cuanta gente se reunieron en capacitaciones, la publicación de los consultores (liderados por consultores de los países donantes, obvio) destinada a acumular polvo con las demás que la antecedieron. Mucho de lo que pasa por ayuda internacional son poco mas que proyectos de empleo para expertos y proveedores de productos y servicios de los países ricos, que ya no encuentran empleo en sus países de origen.

Fe y libertad: ¿Quién debe sanar la pobreza?

Nicholas Virzi
25 de junio, 2015

Acabo de participar en un Coloquio del Instituto Fe y Libertad, en el que se discutió el tema ¿Quién debe sanar la pobreza? con nuevos y viejos amigos. Fue una profunda discusión sobre no solo si se debe ayudar a los pobres, sino como sería la mejor manera de hacerlo.

Esta es una conversación escasa en nuestras sociedades “modernas”, donde todas las soluciones supuestamente ya se conocen, y se siguen recetando sin éxito alguno.   Como dijo el emprendedor de Ghana Herman Chinery-Hesse (en el material asignado para la discusión: “Nunca he oído de un solo país que recibió tanta ayuda extranjera que se convirtió en un país rico. Si sabes de uno, avísame. Pero si se muchos países que se volvieron ricos por medio de negocios y comercio.” Pese que se han identificado los caminos correctos e incorrectos, seguimos recetando paseos por los caminos incorrectos, condenando a los pobres a más pobreza, por más tiempo, y para mientras, más dependencia también.

Nuestras sociedades occidentales están repletas de individuos que se jactan de ser moralmente superiores a los demás porque están más dispuestos a dar más a los más necesitados … del dinero ajeno. Dar con dinero ajeno solo es factible por medio de la coerción, por lo que se lo encargan al Estado. A quienes temen el crecimiento del Estado, se les tilda de egoístas, y peor. Esto es un fenómeno generalizado. Cuando lo que se pretende es hacer bien, pero disponiendo de bienes de otros, se le suele llamar solidaridad. Dicho de otra manera, cuando uno da lo tuyo, eso es solidaridad; cuando uno da lo suyo, eso es caridad. La exhortación Católica correcta es orientada a la caridad, según el Padre Ángel Roncero, quien dirigió el Coloquio. Sin embargo, incluso en los casos de caridad, se debe de proceder con cautela. Todo tiene costos de oportunidad, y todo tiene consecuencias no intencionadas, malas y buenas, incluso actos aparentemente benévolos como el acto de regalar algo a quienes están necesitados.

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Hasta ahora no se ha cuestionado los motivos de los agentes solidarios de la “ayuda internacional”. Sin embargo, vale la pregunta ¿y, si les conviene a ellos fomentar la dependencia? Reflexionemos. La cantidad de volovanes que se pueden comer los cooperantes internacionales en los mejores hoteles del Tercer Mundo donde se mantienen mientras se auto congratulan por su solidaridad con la gente pobre de color está directamente relacionado con cuanto “apoyo” dispensan. No obstante, ningún país se va a desarrollar a volovanasos. Ojo, el “apoyo” no está necesariamente medido ligado a resultados lógicos, como por ejemplo, cuanta gente se sacó de la pobreza, cosa que ningún programa asistencia hace, sino cuanta gente se reunieron en capacitaciones, la publicación de los consultores (liderados por consultores de los países donantes, obvio) destinada a acumular polvo con las demás que la antecedieron. Mucho de lo que pasa por ayuda internacional son poco mas que proyectos de empleo para expertos y proveedores de productos y servicios de los países ricos, que ya no encuentran empleo en sus países de origen.