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Laudato si, desde la mirada de un escéptico (I)

Redacción
13 de julio, 2015

Laudato si – Sobre el cuidado de la casa común, es una carta encíclica que merece un lectura cuidadosa, obviamente no sólo de lo que ella recoge como postura eclesial frente al problemática ambiental, sino de lo que ha rodeado su redacción y principalmente de quién asesora a Francisco en este tema. Como en dos o tres columnas tampoco lograré sintetizar todo lo que para bien o para mal puede extraerse de la encíclica, recomiendo Estimado lector visite el sitio de la Red de Amigos de la Naturaleza y explore las reacciones, digamos liberales, que ha sucitado la encíclica del Papa Francisco sobre el medio ambiente.

Aunque la encíclica comporta tres aspectos: el teológico, el científico y el económico, mi primera observación es de orden general: al cabo de algunos pasajes tuve la sensación de estar leyendo un documento de consultoría de la ONU…o de cualquier otra de esas instancias supranacionales que gustan de escribir documentos inútiles. De una redacción poco profunda y hasta corriente he percibido la carta, al menos en comparación con Centesimus Annus, la Encíclica de la Doctrina Social de la Iglesia escrita por Juan Pablo II. Entre estas encíclicas observo un abismo en términos de profundidad teológica, riqueza y detalle intelectual; quizás sea la personalidad de los Papas lo que finalmente permee sus escritos, lo cual haría mucho sentido en este caso. Pero dejemos esas discusiones más finas para expertos en la materia (e.g. Padre Robert Sirico y el Acton Institute).

Francisco alude en los primeros pasajes al modelo de vida de San Francisco de Asís (10), de quien a propósito toma su nombre papal. San Francisco, en efecto, fue un hombre contemplativo, que se maravillaba de la naturaleza y creo que de ello ciertamente debemos aprender. Poco tiempo en el diario trajín tenemos para admirar la naturaleza y buscar en ese silencio reflexivo la forma de ser mejores seres humanos. Invito pues a retomar ese hábito sin dejar de admirar también el producto de la mente humana, que también a mi juicio merecen el asombro cotidiano.

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“Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobreidad y el cuidado brotarán de modo espontáneo” (11). Debemos advertir al respecto que el cuidado brota espontáneamente cuando tanto cuerpo como espíritu son movidos por los incentivos correctos. Esto es ineludible desde una perspectiva racional o material, por supuesto. Mientras los incentivos sean los producidos por una visión de bienes comunes o públicos no creo que sea posible tal espontaneidad sobre el cuidado del medio ambiente. Hay prioridades materiales que no podemos eludir como seres humanos y los pobres pueden dar fe de ello, aún cuando en espíritu permanezcan cerca de Dios (permítaseme semejante cuestionamiento).

La sobriedad emerge generalmente cuando las necesidades básicas están satisfechas y, más concretamente, cuando el hombre reconoce como propio algo de lo cual puede sacar provecho, presente o futuro, ya lo confirmaba el mismo Santo Tomás de Aquino luego de plantearlo Aristóteles. La sobriedad, en cuanto responsabilidad, es consecuencia natural e inmediata de la práctica de un egoísmo racional (permítaseme semejante abrupto), que sólo puede ofrecer sus frutos al prójimo en la medida que exista una libertad guiada por los incentivos correctos: la propiedad privada y un código moral basado en la ética, cristiana o no.

En tal sentido, el planeta puede ser considerado nuestra casa común, pero esa acepción no implica que debamos considerar los bosques, el subsuelo o el agua, por ejemplo, como bienes de gestión pública o tutelados únicamente por el Estado. Cuando otorgamos el carácter de bien-público a esos bienes naturales les sometemos a un conjunto de incentivos perversos que sólo conducen a su deterioro y explotación irracional (Tragedia de los comunes).

“El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” (12) dice Francisco y proteger nuestra casa común es un “desafío urgente” (13) pero debemos reconocer las verdaderas causas estructurales de los problemas ambientales, las cuales, desde mi punto de vista, no son precisamente las que advierte Francisco. Continuaré.

Laudato si, desde la mirada de un escéptico (I)

Redacción
13 de julio, 2015

Laudato si – Sobre el cuidado de la casa común, es una carta encíclica que merece un lectura cuidadosa, obviamente no sólo de lo que ella recoge como postura eclesial frente al problemática ambiental, sino de lo que ha rodeado su redacción y principalmente de quién asesora a Francisco en este tema. Como en dos o tres columnas tampoco lograré sintetizar todo lo que para bien o para mal puede extraerse de la encíclica, recomiendo Estimado lector visite el sitio de la Red de Amigos de la Naturaleza y explore las reacciones, digamos liberales, que ha sucitado la encíclica del Papa Francisco sobre el medio ambiente.

Aunque la encíclica comporta tres aspectos: el teológico, el científico y el económico, mi primera observación es de orden general: al cabo de algunos pasajes tuve la sensación de estar leyendo un documento de consultoría de la ONU…o de cualquier otra de esas instancias supranacionales que gustan de escribir documentos inútiles. De una redacción poco profunda y hasta corriente he percibido la carta, al menos en comparación con Centesimus Annus, la Encíclica de la Doctrina Social de la Iglesia escrita por Juan Pablo II. Entre estas encíclicas observo un abismo en términos de profundidad teológica, riqueza y detalle intelectual; quizás sea la personalidad de los Papas lo que finalmente permee sus escritos, lo cual haría mucho sentido en este caso. Pero dejemos esas discusiones más finas para expertos en la materia (e.g. Padre Robert Sirico y el Acton Institute).

Francisco alude en los primeros pasajes al modelo de vida de San Francisco de Asís (10), de quien a propósito toma su nombre papal. San Francisco, en efecto, fue un hombre contemplativo, que se maravillaba de la naturaleza y creo que de ello ciertamente debemos aprender. Poco tiempo en el diario trajín tenemos para admirar la naturaleza y buscar en ese silencio reflexivo la forma de ser mejores seres humanos. Invito pues a retomar ese hábito sin dejar de admirar también el producto de la mente humana, que también a mi juicio merecen el asombro cotidiano.

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“Si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobreidad y el cuidado brotarán de modo espontáneo” (11). Debemos advertir al respecto que el cuidado brota espontáneamente cuando tanto cuerpo como espíritu son movidos por los incentivos correctos. Esto es ineludible desde una perspectiva racional o material, por supuesto. Mientras los incentivos sean los producidos por una visión de bienes comunes o públicos no creo que sea posible tal espontaneidad sobre el cuidado del medio ambiente. Hay prioridades materiales que no podemos eludir como seres humanos y los pobres pueden dar fe de ello, aún cuando en espíritu permanezcan cerca de Dios (permítaseme semejante cuestionamiento).

La sobriedad emerge generalmente cuando las necesidades básicas están satisfechas y, más concretamente, cuando el hombre reconoce como propio algo de lo cual puede sacar provecho, presente o futuro, ya lo confirmaba el mismo Santo Tomás de Aquino luego de plantearlo Aristóteles. La sobriedad, en cuanto responsabilidad, es consecuencia natural e inmediata de la práctica de un egoísmo racional (permítaseme semejante abrupto), que sólo puede ofrecer sus frutos al prójimo en la medida que exista una libertad guiada por los incentivos correctos: la propiedad privada y un código moral basado en la ética, cristiana o no.

En tal sentido, el planeta puede ser considerado nuestra casa común, pero esa acepción no implica que debamos considerar los bosques, el subsuelo o el agua, por ejemplo, como bienes de gestión pública o tutelados únicamente por el Estado. Cuando otorgamos el carácter de bien-público a esos bienes naturales les sometemos a un conjunto de incentivos perversos que sólo conducen a su deterioro y explotación irracional (Tragedia de los comunes).

“El mundo es algo más que un problema a resolver, es un misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza” (12) dice Francisco y proteger nuestra casa común es un “desafío urgente” (13) pero debemos reconocer las verdaderas causas estructurales de los problemas ambientales, las cuales, desde mi punto de vista, no son precisamente las que advierte Francisco. Continuaré.