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Objetivismo: la respuesta moral del racionalismo

Redacción
09 de septiembre, 2015

La respuesta del Racionalismo, del cual el pensador paradigmático es el filósofo del siglo XVIII, Immanuel Kant, es que debemos ser morales porque lo requiere la racionalidad. La moral y la razón van de la mano, dice. Hacer lo que es correcto es hacer lo que es racional. Kant dice en su Fundamentos de la Metafísica de la Moral, que “todo concepto moral tiene su base y origen enteramente en la razón a priori.” Las leyes morales, nos dice, son para todo ser racional como tal. Las obligaciones morales aplican sólo a agentes racionales.

Sin embargo, la razón, según Kant, no nos sirve al crear prosperidad, para gozar la vida y cultivar la felicidad, sino que:

“Pues como la razón no es bastante apta para dirigir seguramente a la voluntad, en lo que se refiere a los objetos de ésta y a la satisfacción de nuestras necesidades -que en parte la razón misma multiplica-, a cuyo fin nos hubiera conducido mucho mejor un instinto natural ingénito; como, sin embargo, por otra parte, nos ha sido concedida la razón como facultad práctica, es decir, como una facultad que debe tener influjo sobre la voluntad, resulta que el destino verdadero de la razón tiene que ser el de producir una voluntad buena, no en tal o cual respecto, como medio, sino buena en sí misma, cosa para lo cual era la razón necesaria absolutamente, si es así que la naturaleza en la distribución de las disposiciones ha procedido por doquiera con un sentido de finalidad.” [Kant. Fundamentos]

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El concepto central kantiano del deber expresa que hay ciertas cosas que una persona simplemente debe hacer. Las debe hacer en cuanto ser racional. Dicho de otro modo, es nuestra racionalidad la que nos obliga:

“Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser estimada por sí misma, de una voluntad buena sin ningún propósito ulterior, tal como ya se encuentra en el sano entendimiento natural, sin que necesite ser enseñado, sino, más bien explicado, para desenvolver ese concepto que se halla siempre en la cúspide de toda la estimación que hacemos de condición de todo lo demás, vamos a considerar el concepto del deber, que contiene el de una voluntad buena, si bien bajo ciertas restricciones y obstáculos subjetivos, los cuales, sin embargo, lejos de ocultarlo y hacerlo incognoscible, más bien por contraste lo hacen resaltar y aparecer con mayor claridad. Prescindo aquí de todas aquellas acciones conocidas ya como contrarias al deber, aunque en este o aquel sentido puedan ser útiles; en efecto, en ellas ni siquiera se plantea la cuestión de si pueden suceder por deber, puesto que ocurren en contra de éste. También dejaré a un lado las acciones que, siendo realmente conformes al deber, no son de aquellas hacia las cuales el hombre siente inclinación inmediatamente; pero, sin embargo, las lleva a cabo porque otra inclinación le empuja a ello. En efecto; en estos casos puede distinguirse muy fácilmente si la acción conforme al deber ha sucedido por deber o por una intención egoísta.” [Kant. Fundamentos]

Y continúa: “Por ejemplo: es, desde luego, conforme al deber que el mercader no cobre más caro a un comprador inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio fijo para todos en general, de suerte que un niño puede comprar en su casa tan bien como otro cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente. Mas esto no es ni mucho menos suficiente para creer que el mercader haya obrado así por deber, por principios de honradez: su provecho lo exigía; mas no es posible admitir además que el comerciante tenga una inclinación inmediata hacia los compradores, de suerte que por amor a ellos, por decirlo así, no haga diferencias a ninguno en el precio. Así, pues, la acción no ha sucedido ni por deber ni por inclinación inmediata, sino simplemente con una intención egoísta. .” [Kant. Fundamentos]

Según Kant, la ley moral se da en todos los seres racionales y volitivos a manera de un imperativo, es decir, en una necesidad de actuar por mera razón, en un deber. Este imperativo es categórico porque manda incondicionalmente. Presenta una acción como objetivamente necesaria por sí misma. En cambio todos los demás imperativos son hipotéticos, por resultar del enlace entre fin y medio.

Es propio del imperativo categórico el ser meramente formal: no se refiere al objeto (materia) de la acción, sino a la forma solamente. La autoridad del imperativo categórico kantiano se supone válida y confiable, no porque los deseos o preferencias del agente anticipan las consecuencias de distintos cursos de acción, sino porque la razón sanciona la acción de uso universal. El imperativo categórico es una obligación incondicional. La prueba de cualquier acción es si la razón puede sancionar su aplicación universal. Si la máxima o principio o regla de conducta no puede convertirse en ley universal, ésta debe rechazarse. Como dice Kant:

“debe rechazarse, no porque causa alguna desventaja para mí o aún a otros, sino porque no puede ser un principio en una posible promulgación de ley universal, y la razón exige de mi inmediato respeto para tal legislación… La renuncia a todo interés es la marca específica del imperativo categórico, que lo distingue de lo hipotético.”   [Kant. Fundamentos]

Kant presenta el imperativo categórico en tres fórmulas:

  1. La fórmula de la universalidad de la ley.
  2. La fórmula de la humanidad como un fin en sí misma.
  3. La fórmula de la voluntad general legisladora.

La primera fórmula, de la universalidad de la ley, dice: «Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda a la vez ser en todo tiempo principio de una legislación universal.» La máxima del agente es su “principio subjetivo de acción humana”, lo que considera su razón para actuar. Para establecer la universalidad de la máxima hay que cumplir con 5 pasos:

  1. Encontrar la máxima del agente. Por ejemplo: “Voy a mentir porque me beneficia.” Mentir es la acción; la motivación es satisfacer el deseo de beneficio propio. Juntos forman la máxima.
  2. Imaginar un mundo posible en donde todos se comportaran según la máxima del agente del mundo real. Sin excepción alguna, ni uno mismo. Esto es para atar a los demás al mismo principio requerido para uno mismo.
  3. Decidir si surgen contradicciones o irracionalidades en el mundo posible como consecuencia de seguir la máxima.
  4. Si surgen contradicciones o irracionalidades en el mundo posible como consecuencia de seguir la máxima, actuar en base a esa máxima en el mundo real no es permitido.
  5. Si no surgen contradicciones o irracionalidades en el mundo posible como consecuencia de seguir la máxima, actuar en base a esa máxima en el mundo real es permitido y a veces requerido.

La segunda fórmula, de la humanidad como un fin en sí misma, sostiene que el ser racional, es por su naturaleza un fin y por tanto un fin en sí mismo, debe servir en cada máxima como condición que restringe los fines relativos y arbitrarios. El principio dicta que uno actúe con referencia a todo ser racional (ya sea uno mismo u otro), de tal manera que sea un fin en sí mismo en la máxima, lo que quiere decir, que el ser racional es la base de toda máxima de acción, y nunca debe ser tratado como un medio, sino como un fin en sí mismo.

La tercera fórmula, de autonomía o de la voluntad general legisladora, es una síntesis de las dos primeras y la base para la determinación completa de todas las máximas. Dice: «Actúa de tal manera como si tus máximas debieran servir al mismo tiempo como la ley universal de todos los seres racionales».

Continuará.

Objetivismo: la respuesta moral del racionalismo

Redacción
09 de septiembre, 2015

La respuesta del Racionalismo, del cual el pensador paradigmático es el filósofo del siglo XVIII, Immanuel Kant, es que debemos ser morales porque lo requiere la racionalidad. La moral y la razón van de la mano, dice. Hacer lo que es correcto es hacer lo que es racional. Kant dice en su Fundamentos de la Metafísica de la Moral, que “todo concepto moral tiene su base y origen enteramente en la razón a priori.” Las leyes morales, nos dice, son para todo ser racional como tal. Las obligaciones morales aplican sólo a agentes racionales.

Sin embargo, la razón, según Kant, no nos sirve al crear prosperidad, para gozar la vida y cultivar la felicidad, sino que:

“Pues como la razón no es bastante apta para dirigir seguramente a la voluntad, en lo que se refiere a los objetos de ésta y a la satisfacción de nuestras necesidades -que en parte la razón misma multiplica-, a cuyo fin nos hubiera conducido mucho mejor un instinto natural ingénito; como, sin embargo, por otra parte, nos ha sido concedida la razón como facultad práctica, es decir, como una facultad que debe tener influjo sobre la voluntad, resulta que el destino verdadero de la razón tiene que ser el de producir una voluntad buena, no en tal o cual respecto, como medio, sino buena en sí misma, cosa para lo cual era la razón necesaria absolutamente, si es así que la naturaleza en la distribución de las disposiciones ha procedido por doquiera con un sentido de finalidad.” [Kant. Fundamentos]

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El concepto central kantiano del deber expresa que hay ciertas cosas que una persona simplemente debe hacer. Las debe hacer en cuanto ser racional. Dicho de otro modo, es nuestra racionalidad la que nos obliga:

“Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser estimada por sí misma, de una voluntad buena sin ningún propósito ulterior, tal como ya se encuentra en el sano entendimiento natural, sin que necesite ser enseñado, sino, más bien explicado, para desenvolver ese concepto que se halla siempre en la cúspide de toda la estimación que hacemos de condición de todo lo demás, vamos a considerar el concepto del deber, que contiene el de una voluntad buena, si bien bajo ciertas restricciones y obstáculos subjetivos, los cuales, sin embargo, lejos de ocultarlo y hacerlo incognoscible, más bien por contraste lo hacen resaltar y aparecer con mayor claridad. Prescindo aquí de todas aquellas acciones conocidas ya como contrarias al deber, aunque en este o aquel sentido puedan ser útiles; en efecto, en ellas ni siquiera se plantea la cuestión de si pueden suceder por deber, puesto que ocurren en contra de éste. También dejaré a un lado las acciones que, siendo realmente conformes al deber, no son de aquellas hacia las cuales el hombre siente inclinación inmediatamente; pero, sin embargo, las lleva a cabo porque otra inclinación le empuja a ello. En efecto; en estos casos puede distinguirse muy fácilmente si la acción conforme al deber ha sucedido por deber o por una intención egoísta.” [Kant. Fundamentos]

Y continúa: “Por ejemplo: es, desde luego, conforme al deber que el mercader no cobre más caro a un comprador inexperto; y en los sitios donde hay mucho comercio, el comerciante avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que mantiene un precio fijo para todos en general, de suerte que un niño puede comprar en su casa tan bien como otro cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente. Mas esto no es ni mucho menos suficiente para creer que el mercader haya obrado así por deber, por principios de honradez: su provecho lo exigía; mas no es posible admitir además que el comerciante tenga una inclinación inmediata hacia los compradores, de suerte que por amor a ellos, por decirlo así, no haga diferencias a ninguno en el precio. Así, pues, la acción no ha sucedido ni por deber ni por inclinación inmediata, sino simplemente con una intención egoísta. .” [Kant. Fundamentos]

Según Kant, la ley moral se da en todos los seres racionales y volitivos a manera de un imperativo, es decir, en una necesidad de actuar por mera razón, en un deber. Este imperativo es categórico porque manda incondicionalmente. Presenta una acción como objetivamente necesaria por sí misma. En cambio todos los demás imperativos son hipotéticos, por resultar del enlace entre fin y medio.

Es propio del imperativo categórico el ser meramente formal: no se refiere al objeto (materia) de la acción, sino a la forma solamente. La autoridad del imperativo categórico kantiano se supone válida y confiable, no porque los deseos o preferencias del agente anticipan las consecuencias de distintos cursos de acción, sino porque la razón sanciona la acción de uso universal. El imperativo categórico es una obligación incondicional. La prueba de cualquier acción es si la razón puede sancionar su aplicación universal. Si la máxima o principio o regla de conducta no puede convertirse en ley universal, ésta debe rechazarse. Como dice Kant:

“debe rechazarse, no porque causa alguna desventaja para mí o aún a otros, sino porque no puede ser un principio en una posible promulgación de ley universal, y la razón exige de mi inmediato respeto para tal legislación… La renuncia a todo interés es la marca específica del imperativo categórico, que lo distingue de lo hipotético.”   [Kant. Fundamentos]

Kant presenta el imperativo categórico en tres fórmulas:

  1. La fórmula de la universalidad de la ley.
  2. La fórmula de la humanidad como un fin en sí misma.
  3. La fórmula de la voluntad general legisladora.

La primera fórmula, de la universalidad de la ley, dice: «Obra de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda a la vez ser en todo tiempo principio de una legislación universal.» La máxima del agente es su “principio subjetivo de acción humana”, lo que considera su razón para actuar. Para establecer la universalidad de la máxima hay que cumplir con 5 pasos:

  1. Encontrar la máxima del agente. Por ejemplo: “Voy a mentir porque me beneficia.” Mentir es la acción; la motivación es satisfacer el deseo de beneficio propio. Juntos forman la máxima.
  2. Imaginar un mundo posible en donde todos se comportaran según la máxima del agente del mundo real. Sin excepción alguna, ni uno mismo. Esto es para atar a los demás al mismo principio requerido para uno mismo.
  3. Decidir si surgen contradicciones o irracionalidades en el mundo posible como consecuencia de seguir la máxima.
  4. Si surgen contradicciones o irracionalidades en el mundo posible como consecuencia de seguir la máxima, actuar en base a esa máxima en el mundo real no es permitido.
  5. Si no surgen contradicciones o irracionalidades en el mundo posible como consecuencia de seguir la máxima, actuar en base a esa máxima en el mundo real es permitido y a veces requerido.

La segunda fórmula, de la humanidad como un fin en sí misma, sostiene que el ser racional, es por su naturaleza un fin y por tanto un fin en sí mismo, debe servir en cada máxima como condición que restringe los fines relativos y arbitrarios. El principio dicta que uno actúe con referencia a todo ser racional (ya sea uno mismo u otro), de tal manera que sea un fin en sí mismo en la máxima, lo que quiere decir, que el ser racional es la base de toda máxima de acción, y nunca debe ser tratado como un medio, sino como un fin en sí mismo.

La tercera fórmula, de autonomía o de la voluntad general legisladora, es una síntesis de las dos primeras y la base para la determinación completa de todas las máximas. Dice: «Actúa de tal manera como si tus máximas debieran servir al mismo tiempo como la ley universal de todos los seres racionales».

Continuará.