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De discusiones callejeras a debates presidenciales

Redacción
17 de octubre, 2015

El debate. Una de las palabras menos comprendidas por los guatemaltecos. La confundimos con foro, con pelea o con discusión callejera. “Debatimos” por los partido de fútbol que vemos, “debatimos” por la comida que comemos, “debatimos” por la música que escuchamos y “debatimos” con el conductor imprudente. Por todo “debatimos”. Y lo pongo entre comillas porque, en realidad, lo que menos hacemos es debatir. Nosotros discutimos, chocamos y atacamos las opiniones distintas pero no las debatimos puesto que no sabemos cómo.

Para poder debatir, primero hay que entender el significado de la palabra. La Real Academia Española (RAE) define el “debate” como la discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas y lo categoriza como sinónimo de controversia. Quiero hacer énfasis en una palabra clave de esta definición: “discusión”. Discutir es, según la RAE, contender y alegar razones contra el parecer de alguien. Y aquí está la clave: discutir no es sinónimo de debatir. Si bien dentro del debate se ve inmersa la discusión, la idea trascendental de un debate es que se dé ese paso más allá de la discusión y el error más común radica en no hacerlo. Se da el paso más cuando esta “discusión de opiniones” (que es necesario sean antagónicas) son fundamentadas en hechos y pruebas que inciten a refutar los argumentos del contrincante. Cuando la batalla se libra con argumentos pertinentes y se desmenuza la postura del contrincante a tal punto que se demuestre al público que lo que piensa el oponente es “incorrecto”, es cuando verdaderamente hay un debate.

Todo esto lo escribo luego de haber visto el “Debate” Presidencial organizado por la Asociación de Gerentes de Guatemala (AGG) el miércoles 14.

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Los alegatos (porque eso fueron) que ambos candidatos sostuvieron en la mayoría del “debate” (por ejemplo cuando discutieron del Plan De Gobierno o el Sistema Penitenciario) le restaron valor al debate en sí. Todos pudimos observar a una Sandra Torres conflictiva, dispuesta a atacar por atacar, y a un Jimmy Morales que se victimizaba con cada asalto. Ambos protagonizaron una discusión que más allá de tratar a profundidad temas de interés nacional y defender posturas, se basó en un ataque personal directo, cuyos argumentos de apoyaban en “chismes” (como el rumor de la relación de Morales y Byron Lima) y resentimientos.

En ese escenario de la AGG hubo discusión más que todo. Aunque cabe mencionar que en algunos temas (como los Programas Sociales) si se propició una especie de debate, hubiera sido estupendo que todo el evento hubiese sido un debate profesional; un debate digno. Nadie dice que no fue entretenido, pero considero que los votantes nos merecemos debates de verdad, porque entretenimiento (como ese abrazo forzado de novela que ambos candidatos se dieron al final) ya tenemos, ¡y bastante! (¿ya vio usted al nuevo “novio” de Baldetti? Se lo dejo de tarea…para que se entretenga).

De discusiones callejeras a debates presidenciales

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17 de octubre, 2015

El debate. Una de las palabras menos comprendidas por los guatemaltecos. La confundimos con foro, con pelea o con discusión callejera. “Debatimos” por los partido de fútbol que vemos, “debatimos” por la comida que comemos, “debatimos” por la música que escuchamos y “debatimos” con el conductor imprudente. Por todo “debatimos”. Y lo pongo entre comillas porque, en realidad, lo que menos hacemos es debatir. Nosotros discutimos, chocamos y atacamos las opiniones distintas pero no las debatimos puesto que no sabemos cómo.

Para poder debatir, primero hay que entender el significado de la palabra. La Real Academia Española (RAE) define el “debate” como la discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas y lo categoriza como sinónimo de controversia. Quiero hacer énfasis en una palabra clave de esta definición: “discusión”. Discutir es, según la RAE, contender y alegar razones contra el parecer de alguien. Y aquí está la clave: discutir no es sinónimo de debatir. Si bien dentro del debate se ve inmersa la discusión, la idea trascendental de un debate es que se dé ese paso más allá de la discusión y el error más común radica en no hacerlo. Se da el paso más cuando esta “discusión de opiniones” (que es necesario sean antagónicas) son fundamentadas en hechos y pruebas que inciten a refutar los argumentos del contrincante. Cuando la batalla se libra con argumentos pertinentes y se desmenuza la postura del contrincante a tal punto que se demuestre al público que lo que piensa el oponente es “incorrecto”, es cuando verdaderamente hay un debate.

Todo esto lo escribo luego de haber visto el “Debate” Presidencial organizado por la Asociación de Gerentes de Guatemala (AGG) el miércoles 14.

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Los alegatos (porque eso fueron) que ambos candidatos sostuvieron en la mayoría del “debate” (por ejemplo cuando discutieron del Plan De Gobierno o el Sistema Penitenciario) le restaron valor al debate en sí. Todos pudimos observar a una Sandra Torres conflictiva, dispuesta a atacar por atacar, y a un Jimmy Morales que se victimizaba con cada asalto. Ambos protagonizaron una discusión que más allá de tratar a profundidad temas de interés nacional y defender posturas, se basó en un ataque personal directo, cuyos argumentos de apoyaban en “chismes” (como el rumor de la relación de Morales y Byron Lima) y resentimientos.

En ese escenario de la AGG hubo discusión más que todo. Aunque cabe mencionar que en algunos temas (como los Programas Sociales) si se propició una especie de debate, hubiera sido estupendo que todo el evento hubiese sido un debate profesional; un debate digno. Nadie dice que no fue entretenido, pero considero que los votantes nos merecemos debates de verdad, porque entretenimiento (como ese abrazo forzado de novela que ambos candidatos se dieron al final) ya tenemos, ¡y bastante! (¿ya vio usted al nuevo “novio” de Baldetti? Se lo dejo de tarea…para que se entretenga).