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Más Allá de Los Números: Dos Rostros Detrás De El Cambray II

Redacción
08 de octubre, 2015

Personalmente me fue imposible tratar otro tema que no sea sobre la tragedia ocurrida en El Cambray II, localizada en Santa Catarina Pinula. Los números cambian constantemente. A esta hora que escribo, son 172 las personas fallecidas, 300 las desaparecidas y 356 las albergadas en esta catástrofe a la cual me rehúso llamar desastre natural, ya que si bien fue ocasionado por una serie de fenómenos naturales, las pérdidas irreparables de vidas humanas y otros serios daños materiales pudieron ser prevenidas y fueron, en su origen, causados por negligencias e irresponsabilidades institucionales (tanto públicas como privadas), falencias de protocolo y otros factores sistémicos más profundos como la migración interna y la falta de planificación urbana.

La famosa frase del entonces presidente Gral. Kjell Laugerud luego del terremoto del 4 de febrero de 1976, “Guatemala está herida, ¡pero no de muerte!”, es aplicable en estos días, pero visto solamente como un todo. Hay comunidades, familias, padres, hijos, hermanos y cónyuges que han sufrido pérdidas irremediables y que, si bien no están heridas de muerte, es lo más parecido a ello. Hoy, en este espacio me permito ir más allá de las consideraciones técnicas y los números para reflexionar sobre los casos de dos jóvenes, dos buenos guatemaltecos, cuyas vidas se vieron interrumpidas de una manera trágica y, lo que más duele, que pudo haber sido prevenido.

El primer caso, quizás de los más sonados, es el de Qaini Wilfredo Bonilla Sandoval, de 18 años. Seleccionado nacional de Squash que soñaba con representarnos en el próximo Ciclo Olímpico en dicha disciplina y cuyo amor por el deporte lo acompañó hasta su último aliento: murió portando su uniforme. Qaini, más allá de una promesa, era una realidad del deporte nacional que logró subir al podio en el Campeonato Panamericano Juvenil de Squash, celebrado hace poco más de un mes en la ciudad de Resistencia, en la provincia de Chaco, Argentina. Sus hermanos Winifer y Bryan, sobrevivientes de esta tragedia, también son seleccionados nacionales. Este sacrificio, determinación y tenacidad que requieren los atletas de alto nivel siempre les fue transmitido por su padre, don Fridolino Bonilla –actualmente herido. Diversos medios, quienes entrevistaron a allegados de Qaini, hablan de su carisma, compañerismo, amor por la vida y entrega por el deporte, entre otras cualidades.

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El segundo caso, cercano a mi persona al ser parte de la comunidad Marista, es el de Martín Josué García García, joven de 17 años a punto de graduarse del colegio Liceo Guatemala, quien perdió su vida junto a la de sus padres, Luis Rolando García de León y María Elena García Caal. Un ávido aficionado del fútbol y del F.C. Barcelona, Martín es descrito por sus amigos como un muchacho solidario, humilde, alegre y con una sonrisa contagiosa que iluminaba a todos, especialmente a su novia, María del Rosario. Nunca se rendía en lo que se proponía. El ingreso de Martín a la familia liceísta supuso la realización del sueño de don Luis Rolando, su padre, quien pasaba desde pequeño por las instalaciones del colegio y se propuso que sus hijos estudiasen y se graduasen de dicho establecimiento. El siguiente paso en la vida de Martín era estudiar Auditoría en la Universidad Rafael Landívar, en donde planeaba dejar en alto el nombre y los valores inculcados en el colegio de su vida, el Liceo Guatemala.

Dos jóvenes virtuosos. Un futuro atleta olímpico y un futuro auditor. Dos historias que nos unen y nos hacen reflexionar sobre lo efímero de la vida y que detrás de cada dígito que avanza en el recuento oficial de pérdidas, existe un testimonio, miles de experiencias, un plan de vida, risas que se quedaron atrapadas en el tiempo y muchos sueños frustrados.

Las causas de esta catástrofe contienen aún muchos cabos sueltos que no deben permanecer de esa manera. Se debe perseguir a los responsables. Claro está que lo inminente es la labor de rescatar y encontrar soterrados, proveer albergue y auxilio tanto físico (cubriendo así necesidades básicas) como psicológico a los damnificados, y dar consuelo a quienes lo han perdido todo. En esto, un pueblo guatemalteco empoderado ha demostrado nuevamente de manera admirable lo que puede lograr y los alcances de la unidad y la solidaridad (una genuina, no impuesta ni politiquera). Sin embargo, como ciudadanía, no debemos dejar que la tragedia de El Cambray II quede impune, ni que quede en el olvido en medio del bombardeo mediático en donde nuestra capacidad de atención es sumamente reducida. Espero que estas dos historias, así como las otras 170, puedan aportar a lo anterior y que sean los rostros, aspiraciones y testimonios de todas las vidas que se perdieron lo que nos provea la fuerza y motivación para lograrlo.

Jorge V. Ávila Prera

@JorgeAvilaPrera

Más Allá de Los Números: Dos Rostros Detrás De El Cambray II

Redacción
08 de octubre, 2015

Personalmente me fue imposible tratar otro tema que no sea sobre la tragedia ocurrida en El Cambray II, localizada en Santa Catarina Pinula. Los números cambian constantemente. A esta hora que escribo, son 172 las personas fallecidas, 300 las desaparecidas y 356 las albergadas en esta catástrofe a la cual me rehúso llamar desastre natural, ya que si bien fue ocasionado por una serie de fenómenos naturales, las pérdidas irreparables de vidas humanas y otros serios daños materiales pudieron ser prevenidas y fueron, en su origen, causados por negligencias e irresponsabilidades institucionales (tanto públicas como privadas), falencias de protocolo y otros factores sistémicos más profundos como la migración interna y la falta de planificación urbana.

La famosa frase del entonces presidente Gral. Kjell Laugerud luego del terremoto del 4 de febrero de 1976, “Guatemala está herida, ¡pero no de muerte!”, es aplicable en estos días, pero visto solamente como un todo. Hay comunidades, familias, padres, hijos, hermanos y cónyuges que han sufrido pérdidas irremediables y que, si bien no están heridas de muerte, es lo más parecido a ello. Hoy, en este espacio me permito ir más allá de las consideraciones técnicas y los números para reflexionar sobre los casos de dos jóvenes, dos buenos guatemaltecos, cuyas vidas se vieron interrumpidas de una manera trágica y, lo que más duele, que pudo haber sido prevenido.

El primer caso, quizás de los más sonados, es el de Qaini Wilfredo Bonilla Sandoval, de 18 años. Seleccionado nacional de Squash que soñaba con representarnos en el próximo Ciclo Olímpico en dicha disciplina y cuyo amor por el deporte lo acompañó hasta su último aliento: murió portando su uniforme. Qaini, más allá de una promesa, era una realidad del deporte nacional que logró subir al podio en el Campeonato Panamericano Juvenil de Squash, celebrado hace poco más de un mes en la ciudad de Resistencia, en la provincia de Chaco, Argentina. Sus hermanos Winifer y Bryan, sobrevivientes de esta tragedia, también son seleccionados nacionales. Este sacrificio, determinación y tenacidad que requieren los atletas de alto nivel siempre les fue transmitido por su padre, don Fridolino Bonilla –actualmente herido. Diversos medios, quienes entrevistaron a allegados de Qaini, hablan de su carisma, compañerismo, amor por la vida y entrega por el deporte, entre otras cualidades.

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El segundo caso, cercano a mi persona al ser parte de la comunidad Marista, es el de Martín Josué García García, joven de 17 años a punto de graduarse del colegio Liceo Guatemala, quien perdió su vida junto a la de sus padres, Luis Rolando García de León y María Elena García Caal. Un ávido aficionado del fútbol y del F.C. Barcelona, Martín es descrito por sus amigos como un muchacho solidario, humilde, alegre y con una sonrisa contagiosa que iluminaba a todos, especialmente a su novia, María del Rosario. Nunca se rendía en lo que se proponía. El ingreso de Martín a la familia liceísta supuso la realización del sueño de don Luis Rolando, su padre, quien pasaba desde pequeño por las instalaciones del colegio y se propuso que sus hijos estudiasen y se graduasen de dicho establecimiento. El siguiente paso en la vida de Martín era estudiar Auditoría en la Universidad Rafael Landívar, en donde planeaba dejar en alto el nombre y los valores inculcados en el colegio de su vida, el Liceo Guatemala.

Dos jóvenes virtuosos. Un futuro atleta olímpico y un futuro auditor. Dos historias que nos unen y nos hacen reflexionar sobre lo efímero de la vida y que detrás de cada dígito que avanza en el recuento oficial de pérdidas, existe un testimonio, miles de experiencias, un plan de vida, risas que se quedaron atrapadas en el tiempo y muchos sueños frustrados.

Las causas de esta catástrofe contienen aún muchos cabos sueltos que no deben permanecer de esa manera. Se debe perseguir a los responsables. Claro está que lo inminente es la labor de rescatar y encontrar soterrados, proveer albergue y auxilio tanto físico (cubriendo así necesidades básicas) como psicológico a los damnificados, y dar consuelo a quienes lo han perdido todo. En esto, un pueblo guatemalteco empoderado ha demostrado nuevamente de manera admirable lo que puede lograr y los alcances de la unidad y la solidaridad (una genuina, no impuesta ni politiquera). Sin embargo, como ciudadanía, no debemos dejar que la tragedia de El Cambray II quede impune, ni que quede en el olvido en medio del bombardeo mediático en donde nuestra capacidad de atención es sumamente reducida. Espero que estas dos historias, así como las otras 170, puedan aportar a lo anterior y que sean los rostros, aspiraciones y testimonios de todas las vidas que se perdieron lo que nos provea la fuerza y motivación para lograrlo.

Jorge V. Ávila Prera

@JorgeAvilaPrera