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Ahí, donde está la Navidad.

Redacción
18 de diciembre, 2015

Platicando, bailando y riendo con ancianas que jamás había visto, en un asilo de la zona 7 que es atendido por los corazones generosos de las Hermanas Misioneras de la Caridad, no era como había pensado pasar mi tarde del lunes. Pero fue la mejor forma de hacerlo.

Llegué al asilo con la mentalidad de que iba a hacer “labor social”, a donar un poco de mi “preciado” tiempo y “ofrecer” mi tarde del lunes para estar con esas personas que, según yo, tenían menos y estaban tristes. Pero me equivoqué rotundamente. De haber sabido lo que vendría a continuación, hubiera estado dispuesto a pagar por el tiempo que estuve allí y a regalar, sin dudarlo, mi tarde del lunes porque esa “labor social” que pretendía hacer a aquellas personas, la hicieron ellas conmigo. Me jugaron la vuelta, y agradezco que pasara eso.

Bastó con solo gozar de su compañía, hacer unas cuantas bromas, cantar un par de villancicos, participar en las conversaciones, bailar con unos cuantos, cargar a otro par y reírme con todos para darme cuenta de que la realidad y la felicidad genuina era otra y estaba fuera de mi “burbuja navideña” que por tantos años me había empeñado en inflar. ¡Y que bueno que aquel lunes, explotó!

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Por eso cuando me fui, lo hice con una sonrisa de oreja a oreja, sorprendido de la jovialidad de cada uno de los internos, con las piernas cansadas de tanto bailar (porque aunque usted no lo crea, las ancianas de ese lugar bailan canción tras canción sin parar), con la cabeza en el aire de tantas lecciones de vida absorbidas y con el corazón lleno.

Me fui sin encontrar las palabras para agradecerles a los ancianos por lo que, en cuestión de tres horas, habían hecho por mí. Me fui sintiendo que más que yo haber hecho algo bueno por aquellos ancianos, eran ellos los que habían hecho algo mejor por mí. Me fui asombrado, me fui contento; esta experiencia me cambió por completo la perspectiva que tenía del mes de Diciembre.

Dibujada en una sonrisa graciosa a la que le faltan un par de dientes, plasmada en un rostro lleno de tantas arrugas como de alegrías, observada por unos ojos que ya no ven todo, sino solo lo más importante, y contenida en un corazón que, aunque los años dicten que está viejo, se mantiene joven y vivaz con cada segundo que suma, ¡allí está la Navidad!

Ahí, en desear el bien por el bien está el significado de esta época. Ahí está la humanidad y la caridad; la fe y la esperanza. Ahí, en el dar lo que tienes y recibir lo que no esperabas. Yo allí, en el asilo, encontré la Navidad, y a partir de ese momento, será distinta, en el mejor de los sentidos.

Ahora la pregunta es ¿ha encontrado usted la Navidad? Si no es así, le recomiendo buscarla ahí, donde menos se lo espera.

Ahí, donde está la Navidad.

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18 de diciembre, 2015

Platicando, bailando y riendo con ancianas que jamás había visto, en un asilo de la zona 7 que es atendido por los corazones generosos de las Hermanas Misioneras de la Caridad, no era como había pensado pasar mi tarde del lunes. Pero fue la mejor forma de hacerlo.

Llegué al asilo con la mentalidad de que iba a hacer “labor social”, a donar un poco de mi “preciado” tiempo y “ofrecer” mi tarde del lunes para estar con esas personas que, según yo, tenían menos y estaban tristes. Pero me equivoqué rotundamente. De haber sabido lo que vendría a continuación, hubiera estado dispuesto a pagar por el tiempo que estuve allí y a regalar, sin dudarlo, mi tarde del lunes porque esa “labor social” que pretendía hacer a aquellas personas, la hicieron ellas conmigo. Me jugaron la vuelta, y agradezco que pasara eso.

Bastó con solo gozar de su compañía, hacer unas cuantas bromas, cantar un par de villancicos, participar en las conversaciones, bailar con unos cuantos, cargar a otro par y reírme con todos para darme cuenta de que la realidad y la felicidad genuina era otra y estaba fuera de mi “burbuja navideña” que por tantos años me había empeñado en inflar. ¡Y que bueno que aquel lunes, explotó!

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Por eso cuando me fui, lo hice con una sonrisa de oreja a oreja, sorprendido de la jovialidad de cada uno de los internos, con las piernas cansadas de tanto bailar (porque aunque usted no lo crea, las ancianas de ese lugar bailan canción tras canción sin parar), con la cabeza en el aire de tantas lecciones de vida absorbidas y con el corazón lleno.

Me fui sin encontrar las palabras para agradecerles a los ancianos por lo que, en cuestión de tres horas, habían hecho por mí. Me fui sintiendo que más que yo haber hecho algo bueno por aquellos ancianos, eran ellos los que habían hecho algo mejor por mí. Me fui asombrado, me fui contento; esta experiencia me cambió por completo la perspectiva que tenía del mes de Diciembre.

Dibujada en una sonrisa graciosa a la que le faltan un par de dientes, plasmada en un rostro lleno de tantas arrugas como de alegrías, observada por unos ojos que ya no ven todo, sino solo lo más importante, y contenida en un corazón que, aunque los años dicten que está viejo, se mantiene joven y vivaz con cada segundo que suma, ¡allí está la Navidad!

Ahí, en desear el bien por el bien está el significado de esta época. Ahí está la humanidad y la caridad; la fe y la esperanza. Ahí, en el dar lo que tienes y recibir lo que no esperabas. Yo allí, en el asilo, encontré la Navidad, y a partir de ese momento, será distinta, en el mejor de los sentidos.

Ahora la pregunta es ¿ha encontrado usted la Navidad? Si no es así, le recomiendo buscarla ahí, donde menos se lo espera.