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¿Herejía o Experimento?

Redacción
06 de enero, 2016

En primer lugar, es importante que hagamos una reflexión sobre lo que es el salario mínimo y su historia. La fijación de un salario mínimo data desde el año 1300, cuando la monarquía de Inglaterra fijó leyes de salario máximo. Estas leyes fueron evolucionando hasta la creación de leyes de fijación de salario mínimo. Sin embargo fue hasta la década de 1890, con el surgimiento de los movimientos sindicalistas, que los trabajadores comenzaron a buscar la forma para que los gobiernos desarrollaran programas de salarios mínimos. La OIT definió al salario mínimo como “el nivel de salario suficiente para cubrir las necesidades básicas de una familia promedio en una economía específica”.

Desde un punto de vista teórico, el establecimiento de un salario mínimo produce una reducción en la oferta laboral (empleos disponibles) y un incremento en la demanda laboral (personas en búsqueda de empleo). Cuán grande es ese desbalance depende de la elasticidad de cada una de las curvas de demanda y oferta en el nivel al cual se sitúe ese salario mínimo. En otras palabras, el fijar un salario mínimo satisface un interés genuino de elevar los salarios de las personas de más escasos recursos pero genera un desbalance en el mercado laboral. En ese sentido, la política de salario mínimo se convierte en una especie de cuña, una herramienta valiosa para nivelar una mesa de cuatro patas. Sin embargo, no podemos pretender elevar la altura de la mesa completa usando múltiples cuñas por pata. El resultado sería la ilusión de una mesa más alta pero mucho más inestable que la mesa original. Elevar la altura salarial en forma sostenible y equitativa requiere elevar el punto de equilibrio incrementando la productividad del trabajador marginal. Eso implica hacernos valer de otras herramientas como la educación, la capacitación técnica, la tecnología, inversiones en infraestructura, la facilitación del clima de negocios, etc.

Guatemala es un país de trabajadores. Sin embargo, en el interior del país, 8 de cada 10 personas no encuentra un empleo formal y digno. Para mejorar las condiciones de vida de los guatemaltecos datos de la Primera Encuesta Nacional de Juventud en Guatemala (2011), revelan que la mayoría de los jóvenes encuestados (33.6%) opinan que “tener un buen trabajo o profesión” es lo más importante para ser feliz. Es innegable que nuestros connacionales quieren tener trabajo. Pero, cuando nos detenemos a ver las estadísticas sobre productividad, vemos que hay una brecha muy grande entre la productividad de guatemaltecos en la capital y aquellos en el interior del país. Por ejemplo, en departamentos como Quiché, Alta Verapaz y Totonicapán, las personas tardan tres años en equiparar la producción anual de un habitante de la capital. En los departamentos donde se aplicará el salario diferenciado, son entre 23 y 24 meses los que se necesitan para igualar la productividad de la capital.

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La fijación de un salario mínimo muy por encima de los niveles de productividad de una región es una intervención al mercado que puede llegar a dejar a mucha gente en el desempleo o subempleo. Por consiguiente, la discusión y el debate de fondo que debemos tener debe de girar alrededor de la productividad y no el salario mínimo. Hoy, nuestra productividad laboral es la misma que en 1980. ¿Cómo podemos aspirar a mejores condiciones salariales con la misma productividad de hace 35 años? CEPAL nos dice que la productividad de un empleo informal es tan solo el 20% de la del sector formal. La evidencia señala que un joven en su primer empleo dentro del sector formal, duplica su ingreso en 20 meses, mientras que en la informalidad se duplica su ingreso en 43 meses. Hoy estos jóvenes tienen vedado el acceso a los trabajos formales a los que aspiran y que, a la vez, los harían más productivos. Trabajemos entonces para estimular un incremento en los salarios mucho más allá del actual salario mínimo a través de mejoras en productividad. Es decir, el salario crecerá conforme haya especialización, inversiones de capital en mejores herramientas de trabajo, capacidad de aprovechamiento tecnológico, etc.

Démonos licencia para experimentar. Otros países en la región han aplicado políticas similares dentro del marco de los acuerdos internacionales. Si estas cuatro comunidades creen que pueden generar el empleo que tanto necesitan ajustando su nivel salarial a la realidad de dicha zona, ¿por qué les vedaríamos esa posibilidad? Eso si, creo que debemos de definir esto como un experimento científico y medir cuidadosamente variables tales como: la atracción de nuevas inversiones, la generación de empleos formales en el sector de manufactura (actualmente cero), la recaudación tributaria, la actividad económica de estos municipios, entre otros. Aportemos argumentos para enriquecer el experimento de tal suerte que nos ofrezca la agudeza y sabiduría necesarias para guiar futuras políticas públicas de generación de empleo formal en nuestro país.

La aplicación del salario mínimo sin duda es una política pública bien intencionada que vela por los más pobres. Sin embargo, es innegable que existen grandes diferencias entre la capital y el interior del país tales como el costo de vida, la facilidad de hacer negocios y la productividad laboral, diferencias que no pueden ser ajenas al diseñar políticas de salario mínimo. Me parece que el interés de todos es el mismo: queremos mejorar las condiciones de vida de muchos connacionales, ¿pero a costa de qué? Guatemaltecos, podemos seguir soñando con el desarrollo o podemos trabajar para lograrlo. Somos un país de trabajadores y no podemos vedar la voluntad de superación.

www.salvadorpaiz.com
@salva_paiz

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06 de enero, 2016

En primer lugar, es importante que hagamos una reflexión sobre lo que es el salario mínimo y su historia. La fijación de un salario mínimo data desde el año 1300, cuando la monarquía de Inglaterra fijó leyes de salario máximo. Estas leyes fueron evolucionando hasta la creación de leyes de fijación de salario mínimo. Sin embargo fue hasta la década de 1890, con el surgimiento de los movimientos sindicalistas, que los trabajadores comenzaron a buscar la forma para que los gobiernos desarrollaran programas de salarios mínimos. La OIT definió al salario mínimo como “el nivel de salario suficiente para cubrir las necesidades básicas de una familia promedio en una economía específica”.

Desde un punto de vista teórico, el establecimiento de un salario mínimo produce una reducción en la oferta laboral (empleos disponibles) y un incremento en la demanda laboral (personas en búsqueda de empleo). Cuán grande es ese desbalance depende de la elasticidad de cada una de las curvas de demanda y oferta en el nivel al cual se sitúe ese salario mínimo. En otras palabras, el fijar un salario mínimo satisface un interés genuino de elevar los salarios de las personas de más escasos recursos pero genera un desbalance en el mercado laboral. En ese sentido, la política de salario mínimo se convierte en una especie de cuña, una herramienta valiosa para nivelar una mesa de cuatro patas. Sin embargo, no podemos pretender elevar la altura de la mesa completa usando múltiples cuñas por pata. El resultado sería la ilusión de una mesa más alta pero mucho más inestable que la mesa original. Elevar la altura salarial en forma sostenible y equitativa requiere elevar el punto de equilibrio incrementando la productividad del trabajador marginal. Eso implica hacernos valer de otras herramientas como la educación, la capacitación técnica, la tecnología, inversiones en infraestructura, la facilitación del clima de negocios, etc.

Guatemala es un país de trabajadores. Sin embargo, en el interior del país, 8 de cada 10 personas no encuentra un empleo formal y digno. Para mejorar las condiciones de vida de los guatemaltecos datos de la Primera Encuesta Nacional de Juventud en Guatemala (2011), revelan que la mayoría de los jóvenes encuestados (33.6%) opinan que “tener un buen trabajo o profesión” es lo más importante para ser feliz. Es innegable que nuestros connacionales quieren tener trabajo. Pero, cuando nos detenemos a ver las estadísticas sobre productividad, vemos que hay una brecha muy grande entre la productividad de guatemaltecos en la capital y aquellos en el interior del país. Por ejemplo, en departamentos como Quiché, Alta Verapaz y Totonicapán, las personas tardan tres años en equiparar la producción anual de un habitante de la capital. En los departamentos donde se aplicará el salario diferenciado, son entre 23 y 24 meses los que se necesitan para igualar la productividad de la capital.

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Démonos licencia para experimentar. Otros países en la región han aplicado políticas similares dentro del marco de los acuerdos internacionales. Si estas cuatro comunidades creen que pueden generar el empleo que tanto necesitan ajustando su nivel salarial a la realidad de dicha zona, ¿por qué les vedaríamos esa posibilidad? Eso si, creo que debemos de definir esto como un experimento científico y medir cuidadosamente variables tales como: la atracción de nuevas inversiones, la generación de empleos formales en el sector de manufactura (actualmente cero), la recaudación tributaria, la actividad económica de estos municipios, entre otros. Aportemos argumentos para enriquecer el experimento de tal suerte que nos ofrezca la agudeza y sabiduría necesarias para guiar futuras políticas públicas de generación de empleo formal en nuestro país.

La aplicación del salario mínimo sin duda es una política pública bien intencionada que vela por los más pobres. Sin embargo, es innegable que existen grandes diferencias entre la capital y el interior del país tales como el costo de vida, la facilidad de hacer negocios y la productividad laboral, diferencias que no pueden ser ajenas al diseñar políticas de salario mínimo. Me parece que el interés de todos es el mismo: queremos mejorar las condiciones de vida de muchos connacionales, ¿pero a costa de qué? Guatemaltecos, podemos seguir soñando con el desarrollo o podemos trabajar para lograrlo. Somos un país de trabajadores y no podemos vedar la voluntad de superación.

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