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Dejemos que los niños sean niños

Redacción
07 de febrero, 2016

Con frecuencia vemos niños y jóvenes de edades escolares con días tan cargados como si fueran adultos. Muchos se levantan de madrugada y luego pasan alrededor de una hora u hora y media en el transporte escolar o carro para poder iniciar sus clases entre las 7:00 y las 8:30 horas de cada día. En el colegio pasan de clase en clase, con algún receso de 15 minutos y un nuevo receso de tal vez media hora para almorzar y luego reanudar sus clases. Al terminar su día escolar entre las 14 y 15 horas, toman nuevamente un vehículo – ya sea transporte escolar o vehículo privado – para retornar a sus hogares, pasando otra hora u hora y media y llegando a sus hogares entre 15 y 16:30 horas. A menudo los más pequeños tienen una agenda post escolar cargada: clases de natación, academia de futbol, clases de baile, karate, arte, música, etcétera. Los más grandes llegarán con diversas tareas escolares, tomarán un un pequeño receso para refaccionar y empezarán a estudiar, o más bien, a hacer sus tareas escolares (ambos términos no son necesariamente sinónimos). Quienes tienen clases extracurriculares regresarán a sus casas a las 18 o 18:30 horas (considerando el tráfico), cenarán y poco después deberán irse a acostar para iniciar nuevamente su día en la madrugada siguiente. Quienes tienen tareas terminarán más tarde y luego de cenar, posiblemente verán un poco de televisión y se irán a dormir una hora más tarde, ya cercano a las 10 de la noche.

Muchos se identificarán con el escenario anterior. Muchos otros tendrán escenarios distintos, pero con un resultado similar: los niños y jóvenes gozan de poco tiempo para jugar, hacer deporte, interactuar con sus amigos u otras actividades no estructuradas, libres de responsabilidades que les permitan desarrollar su creatividad, relaciones sociales o el bienestar de su cuerpo. Es cierto que debe haber un momento para todo: momentos para trabajar y momentos para estudiar; momentos para hacer deporte y momentos para relajarse; y entre otros, momentos para no cargar con responsabilidades – sin que implique ser irresponsable o actuar con libertinaje.

Las tareas escolares a menudo pierden su propósito y buscan que los niños y jóvenes aprendan a través de la repetición y memorización. El modelo pedagógico de clase invertida (o “flipped classroom” en Inglés) revierte el rol de las tareas. Los niños aprenden la teoría en casa a través de videos y lecturas y los trabajos que tradicionalmente se consideraban como tareas, son los que se realizan en el aula con la guía y acompañamiento del docente. De esta forma el docente puede profundizar los temas en el aula y crear oportunidades de aprendizaje más significativas, estando disponible para resolver las dudas en el momento en que al alumno le surjan. En una clase invertida los docentes tienen la oportunidad de interactuar más con sus alumnos y estar activamente involucrados en la construcción del conocimiento mientras participan y evalúan su aprendizaje. Un modelo de clase invertida devuelve a los niños y alumnos parte del tiempo que se les priva en realizar sus tareas y el tiempo que deben invertir en aprender la teoría es menor que el que pasarían ejercitando y su aprendizaje será más efectivo.

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Además, un niño necesita tiempo para estar consigo mismo; para jugar con sus juguetes, para pintar sus dibujos o leer sus libros si eso es lo que lo desea. También necesita tiempo para aburrirse. El aburrimiento no es malo; estimula la creatividad para salir del mismo. A menos que esté acostumbrado a que otros lo entretengan, un niño debe poder salir del aburrimiento él solo y encontrar en qué entretenerse. También debe tener responsabilidades acordes a su edad; un niño de 8 años no es capaz de cuidar a su hermanito de 4; y un joven de 13 años no puede ser responsable del presupuesto del hogar, aunque si puede ser responsable de velar por no desperdiciar el agua o la energía eléctrica.

Los niños también necesitan comportarse como niños: necesitan hacer – en el buen sentido de la palabra – lo que los adultos llamamos “travesuras”, pues es de esta forma en que descubren el mundo en el que viven y en que aprenden de sus experiencias. El Diccionario de la Real Academia Española define travesura como “viveza y sutileza de ingenio para conocer las cosas y discurrir en ellas”. Los niños también necesitan ser bulliciosos y estar en movimiento; a veces son impacientes y a veces son necios; y hay veces que no quieren más que jugar. Muchos adultos esperan que los niños “se comporten”; es decir, que estén callados, quietos y atentos; que aguanten sentados el mismo tiempo que los adultos lo hacemos; que sean tan pacientes como un adulto y que no hagan ruido ni berrinches en lugares en que los adultos sabemos que no son propicios para estos. Pero…es que los adultos no somos niños…y los niños no son adultos y mientras se comportan como niños – a veces impacientes aunque otras veces pacientes, a veces bulliciosos aunque otras veces más callados, a veces saltando por todos lados aunque otras veces más quietos – estarán descubriendo y aprendiendo. No implico que no debemos a enseñarles a los niños a que hay lugares en los cuales el silencio debe imperar, tal como en un hospital. Pero si sabemos que los niños necesitan ser bulliciosos, no los llevemos a lugares que requieran de silencio absoluto hasta que ya hayan aprendido a regularse para ser mantener silencio durante un tiempo prudencial.

El recordado escritor y aviador francés, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), autor del famoso libro El Prinicipito expresó: “todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan”. En El Principito – considerada una de las mejores obras literarias del siglo XX, traducida a más de 250 idiomas y dialectos y uno de los libros más vendidos de todos los tiempos – el autor hace observaciones profundas sobre la vida y la naturaleza humana. El narrador de El Principito cuenta que cuando era niño hizo un dibujo de una boa que se alimentaba con un elefante, pero todos los adultos interpretaban el dibujo como un sombrero. Los adultos le recomendaban que en vez de tratar de hacerlos comprender su dibujo, se dedicara a cosas más productivas y el narrador se lamenta entonces de la poca comprensión que los adultos tienen por la creatividad. En esta corta obra de menos de 100 páginas se aprecia la ingenuidad de los niños y la perspectiva tan distinta y sencilla que tienen para ver el mundo. Según Robert Oppenheimer (1904-1967) Físico estadounidense que formó parte del proyecto Manhattan durante la Segunda guerra mundial, siendo él uno de los “padres” de la bomba atómica: “hay niños jugando en la calle que podrían resolver algunos de mis problemas clave en física, debido a que ellos tienen formas de percepción sensitiva que perdí hace mucho tiempo”.

¿Qué esperamos de nuestros niños? ¿Cómo queremos que se comporten? Los niños eventualmente se convertirán en jóvenes y luego en adultos, adaptados a una estructura de vida rígida en donde la espontaneidad no es necesariamente bienvenida. Pero mientras son niños, dejémoslos que se embarren, que se mojen, que digan insensateces y que sean bulliciosos. Los niños que no tienen tiempo de ser niños o a quienes les damos responsabilidades no acordes a su edad corren el riesgo de sufrir de inseguridades, traumas o rencores cuando lleguen a la adolescencia. Démosles el tiempo para jugar, para interactuar con otros y para estimular su propia creatividad. Su actuar les dará las experiencias para que – con la guía de sus padres – aprendan a ser adultos adaptados a su mundo.

“La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras.” Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Filósofo francés.

Dejemos que los niños sean niños

Redacción
07 de febrero, 2016

Con frecuencia vemos niños y jóvenes de edades escolares con días tan cargados como si fueran adultos. Muchos se levantan de madrugada y luego pasan alrededor de una hora u hora y media en el transporte escolar o carro para poder iniciar sus clases entre las 7:00 y las 8:30 horas de cada día. En el colegio pasan de clase en clase, con algún receso de 15 minutos y un nuevo receso de tal vez media hora para almorzar y luego reanudar sus clases. Al terminar su día escolar entre las 14 y 15 horas, toman nuevamente un vehículo – ya sea transporte escolar o vehículo privado – para retornar a sus hogares, pasando otra hora u hora y media y llegando a sus hogares entre 15 y 16:30 horas. A menudo los más pequeños tienen una agenda post escolar cargada: clases de natación, academia de futbol, clases de baile, karate, arte, música, etcétera. Los más grandes llegarán con diversas tareas escolares, tomarán un un pequeño receso para refaccionar y empezarán a estudiar, o más bien, a hacer sus tareas escolares (ambos términos no son necesariamente sinónimos). Quienes tienen clases extracurriculares regresarán a sus casas a las 18 o 18:30 horas (considerando el tráfico), cenarán y poco después deberán irse a acostar para iniciar nuevamente su día en la madrugada siguiente. Quienes tienen tareas terminarán más tarde y luego de cenar, posiblemente verán un poco de televisión y se irán a dormir una hora más tarde, ya cercano a las 10 de la noche.

Muchos se identificarán con el escenario anterior. Muchos otros tendrán escenarios distintos, pero con un resultado similar: los niños y jóvenes gozan de poco tiempo para jugar, hacer deporte, interactuar con sus amigos u otras actividades no estructuradas, libres de responsabilidades que les permitan desarrollar su creatividad, relaciones sociales o el bienestar de su cuerpo. Es cierto que debe haber un momento para todo: momentos para trabajar y momentos para estudiar; momentos para hacer deporte y momentos para relajarse; y entre otros, momentos para no cargar con responsabilidades – sin que implique ser irresponsable o actuar con libertinaje.

Las tareas escolares a menudo pierden su propósito y buscan que los niños y jóvenes aprendan a través de la repetición y memorización. El modelo pedagógico de clase invertida (o “flipped classroom” en Inglés) revierte el rol de las tareas. Los niños aprenden la teoría en casa a través de videos y lecturas y los trabajos que tradicionalmente se consideraban como tareas, son los que se realizan en el aula con la guía y acompañamiento del docente. De esta forma el docente puede profundizar los temas en el aula y crear oportunidades de aprendizaje más significativas, estando disponible para resolver las dudas en el momento en que al alumno le surjan. En una clase invertida los docentes tienen la oportunidad de interactuar más con sus alumnos y estar activamente involucrados en la construcción del conocimiento mientras participan y evalúan su aprendizaje. Un modelo de clase invertida devuelve a los niños y alumnos parte del tiempo que se les priva en realizar sus tareas y el tiempo que deben invertir en aprender la teoría es menor que el que pasarían ejercitando y su aprendizaje será más efectivo.

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Además, un niño necesita tiempo para estar consigo mismo; para jugar con sus juguetes, para pintar sus dibujos o leer sus libros si eso es lo que lo desea. También necesita tiempo para aburrirse. El aburrimiento no es malo; estimula la creatividad para salir del mismo. A menos que esté acostumbrado a que otros lo entretengan, un niño debe poder salir del aburrimiento él solo y encontrar en qué entretenerse. También debe tener responsabilidades acordes a su edad; un niño de 8 años no es capaz de cuidar a su hermanito de 4; y un joven de 13 años no puede ser responsable del presupuesto del hogar, aunque si puede ser responsable de velar por no desperdiciar el agua o la energía eléctrica.

Los niños también necesitan comportarse como niños: necesitan hacer – en el buen sentido de la palabra – lo que los adultos llamamos “travesuras”, pues es de esta forma en que descubren el mundo en el que viven y en que aprenden de sus experiencias. El Diccionario de la Real Academia Española define travesura como “viveza y sutileza de ingenio para conocer las cosas y discurrir en ellas”. Los niños también necesitan ser bulliciosos y estar en movimiento; a veces son impacientes y a veces son necios; y hay veces que no quieren más que jugar. Muchos adultos esperan que los niños “se comporten”; es decir, que estén callados, quietos y atentos; que aguanten sentados el mismo tiempo que los adultos lo hacemos; que sean tan pacientes como un adulto y que no hagan ruido ni berrinches en lugares en que los adultos sabemos que no son propicios para estos. Pero…es que los adultos no somos niños…y los niños no son adultos y mientras se comportan como niños – a veces impacientes aunque otras veces pacientes, a veces bulliciosos aunque otras veces más callados, a veces saltando por todos lados aunque otras veces más quietos – estarán descubriendo y aprendiendo. No implico que no debemos a enseñarles a los niños a que hay lugares en los cuales el silencio debe imperar, tal como en un hospital. Pero si sabemos que los niños necesitan ser bulliciosos, no los llevemos a lugares que requieran de silencio absoluto hasta que ya hayan aprendido a regularse para ser mantener silencio durante un tiempo prudencial.

El recordado escritor y aviador francés, Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), autor del famoso libro El Prinicipito expresó: “todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan”. En El Principito – considerada una de las mejores obras literarias del siglo XX, traducida a más de 250 idiomas y dialectos y uno de los libros más vendidos de todos los tiempos – el autor hace observaciones profundas sobre la vida y la naturaleza humana. El narrador de El Principito cuenta que cuando era niño hizo un dibujo de una boa que se alimentaba con un elefante, pero todos los adultos interpretaban el dibujo como un sombrero. Los adultos le recomendaban que en vez de tratar de hacerlos comprender su dibujo, se dedicara a cosas más productivas y el narrador se lamenta entonces de la poca comprensión que los adultos tienen por la creatividad. En esta corta obra de menos de 100 páginas se aprecia la ingenuidad de los niños y la perspectiva tan distinta y sencilla que tienen para ver el mundo. Según Robert Oppenheimer (1904-1967) Físico estadounidense que formó parte del proyecto Manhattan durante la Segunda guerra mundial, siendo él uno de los “padres” de la bomba atómica: “hay niños jugando en la calle que podrían resolver algunos de mis problemas clave en física, debido a que ellos tienen formas de percepción sensitiva que perdí hace mucho tiempo”.

¿Qué esperamos de nuestros niños? ¿Cómo queremos que se comporten? Los niños eventualmente se convertirán en jóvenes y luego en adultos, adaptados a una estructura de vida rígida en donde la espontaneidad no es necesariamente bienvenida. Pero mientras son niños, dejémoslos que se embarren, que se mojen, que digan insensateces y que sean bulliciosos. Los niños que no tienen tiempo de ser niños o a quienes les damos responsabilidades no acordes a su edad corren el riesgo de sufrir de inseguridades, traumas o rencores cuando lleguen a la adolescencia. Démosles el tiempo para jugar, para interactuar con otros y para estimular su propia creatividad. Su actuar les dará las experiencias para que – con la guía de sus padres – aprendan a ser adultos adaptados a su mundo.

“La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras.” Jean Jacques Rousseau (1712-1778) Filósofo francés.