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Objetivismo: la virtud del orgullo, segunda parte

Redacción
23 de febrero, 2016

Vimos en mi artículo anterior que el orgullo es comprometerse a buscar ser moralmente perfecto, y como la esencia de la moralidad es la racionalidad, buscar la perfección moral consiste en tratar de guiar uno su vida por medio de una inviolable racionalidad. La razón es el instrumento del que uno dispone para identificar la realidad y así valorar objetivamente aquello que le es beneficioso. Y uno mismo no escapa al propio juicio de valor, al juicio de si uno es competente para vivir, a si uno ejercita apropiadamente su facultad racional. De ese juicio depende nuestra autoestima.

La persona no puede librarse del ámbito de los valores y de los juicios de valor. Ya sea que los valores por los que se juzga a sí mismo sean conscientes o subconscientes, razonables o irrazonables, consistentes o contradictorios, pro vida o anti vida, toda persona se juzga a sí mismo según algún estándar; y en tanto falle en satisfacer ese estándar, su sensación de valía personal, su respeto por sí misma, sufre. El humano necesita respetarse a sí mismo porque tiene que actuar para conseguir valores, y para actuar, necesita valorar al beneficiario de su acción. Para buscar valores debe considerarse digno de poder disfrutarlos. Para poder luchar por alcanzar su felicidad, debe considerarse a sí mismo merecedor de ser feliz. Los dos aspectos de la autoestima –la confianza en sí mismo y el respeto por sí mismo –se pueden aislar conceptualmente, pero son inseparables en la psicología humana. El humano se hace digno de vivir haciéndose competente para vivir.

El humano se hace digno de vivir haciéndose competente para vivir, al dedicar su mente a la tarea de descubrir lo que es verdadero y lo que es correcto, y dirigiendo así sus acciones de acuerdo a sus conclusiones, es decir, al ejercitar la virtud de la racionalidad, la de la honestidad, la de independencia, la de integridad, la de justicia y la de productividad. Si el humano falla en la responsabilidad de pensar y razonar, menoscabando su competencia para vivir, no retendrá su sensación de valía. Se sentirá, por el contrario, como una persona que vale poco o nada. Si traiciona sus convicciones morales, menoscabando su sentido de valía, evadiendo y traicionando su propio juicio, correcto o no, no retendrá su sentido de competencia. Se sentirá incompetente, un bueno para nada.

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La autoestima es una apreciación moral, y la moral comprende sólo a los actos voluntarios, a aquellos que están sujetos a las elecciones humanas. La autoestima debe adquirirse por medio de las elecciones y acciones personales. Somos lo que hacemos. Como elegimos nuestras acciones, lo que elegimos hacer forja nuestro carácter individual. La autoestima es pues, estimación de la mente.

Rand insiste en que uno debe ganarse su autoestima formando su carácter en la imagen de su ideal moral. Una persona va a desarrollar una autoevaluación positiva al aferrarse a los principios morales apropiados para florecer. Consistentemente, la acción virtuosa es el camino a la autoestima. Al elegir adecuadamente bajo el precepto de ser racional, sabe que está siendo racional. Tal conocimiento es la plataforma a la autoestima.

Como dice Peikoff:

“Un ser volitivo no puede aceptar como su propósito la auto preservación a menos que, al hacer un inventario moral, concluya que está calificado para la tarea; calificado en términos de habilidad y valor.” [Peikoff, Objectivism, p. 306]

El orgullo es la virtud necesaria para adquirir autoestima.

Como toda virtud es una forma de racionalidad, la perfección moral, en esencia, consiste en una norma única: el compromiso de seguir a la razón.

Rand lo explica así:

“Una persona alcanza la perfección moral al nunca aceptar ningún código de virtudes irracionales imposibles de practicar y al nunca dejar de practicar las virtudes que uno sabe son racionales –al nunca aceptar una culpa inmerecida y nunca ganarse una, o, si uno se la ha ganado, nunca dejarla sin corrección – al nunca resignarse pasivamente a los defectos de carácter…” [OE, p. 29]

La razón de por qué Rand considera que la perfección moral no sólo es alcanzable sino que obligatoria reside en el tipo de acción que la persona debe hacer lo mejor posible:

“El hombre tiene una elección básica: pensar o no, y esa es la medida de su virtud. La perfección moral es una inviolable racionalidad –no el grado de tu inteligencia, sino que el uso completo e incesante de tu mente, no la extensión de tu conocimiento, sino que la aceptación de la razón como un absoluto.” [Rand, Atlas Shrugged, p. 1059]

Además de la exigencia del orgullo a comprometerse con ejercitar la racionalidad y sus derivados, la honestidad, la independencia, la integridad, la justicia, la productividad, también exige la sinceridad que es el hábito de hablar según se piensa y no valerse de engaños perjudiciales; la confiabilidad que es el hábito de actuar de manera tal que se es digno de confianza; la honradez que es el hábito de actuar con rectitud; la responsabilidad que es el hábito de honrar la obligación elegida; la limpieza que es el hábito de no tolerar la suciedad en el cuerpo, las ropas, ni en ninguna cosa o lugar; el fortalecimiento que es el hábito de ejercitar y cuidar el cuerpo para hacerlo fuerte y saludable.

El ser perfectamente moral es el camino esencial para vivir una vida humana. Es el camino personal hacia los valores y la felicidad.

El orgullo es la aplicación de la virtud de la racionalidad a adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer.

Objetivismo: la virtud del orgullo, segunda parte

Redacción
23 de febrero, 2016

Vimos en mi artículo anterior que el orgullo es comprometerse a buscar ser moralmente perfecto, y como la esencia de la moralidad es la racionalidad, buscar la perfección moral consiste en tratar de guiar uno su vida por medio de una inviolable racionalidad. La razón es el instrumento del que uno dispone para identificar la realidad y así valorar objetivamente aquello que le es beneficioso. Y uno mismo no escapa al propio juicio de valor, al juicio de si uno es competente para vivir, a si uno ejercita apropiadamente su facultad racional. De ese juicio depende nuestra autoestima.

La persona no puede librarse del ámbito de los valores y de los juicios de valor. Ya sea que los valores por los que se juzga a sí mismo sean conscientes o subconscientes, razonables o irrazonables, consistentes o contradictorios, pro vida o anti vida, toda persona se juzga a sí mismo según algún estándar; y en tanto falle en satisfacer ese estándar, su sensación de valía personal, su respeto por sí misma, sufre. El humano necesita respetarse a sí mismo porque tiene que actuar para conseguir valores, y para actuar, necesita valorar al beneficiario de su acción. Para buscar valores debe considerarse digno de poder disfrutarlos. Para poder luchar por alcanzar su felicidad, debe considerarse a sí mismo merecedor de ser feliz. Los dos aspectos de la autoestima –la confianza en sí mismo y el respeto por sí mismo –se pueden aislar conceptualmente, pero son inseparables en la psicología humana. El humano se hace digno de vivir haciéndose competente para vivir.

El humano se hace digno de vivir haciéndose competente para vivir, al dedicar su mente a la tarea de descubrir lo que es verdadero y lo que es correcto, y dirigiendo así sus acciones de acuerdo a sus conclusiones, es decir, al ejercitar la virtud de la racionalidad, la de la honestidad, la de independencia, la de integridad, la de justicia y la de productividad. Si el humano falla en la responsabilidad de pensar y razonar, menoscabando su competencia para vivir, no retendrá su sensación de valía. Se sentirá, por el contrario, como una persona que vale poco o nada. Si traiciona sus convicciones morales, menoscabando su sentido de valía, evadiendo y traicionando su propio juicio, correcto o no, no retendrá su sentido de competencia. Se sentirá incompetente, un bueno para nada.

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La autoestima es una apreciación moral, y la moral comprende sólo a los actos voluntarios, a aquellos que están sujetos a las elecciones humanas. La autoestima debe adquirirse por medio de las elecciones y acciones personales. Somos lo que hacemos. Como elegimos nuestras acciones, lo que elegimos hacer forja nuestro carácter individual. La autoestima es pues, estimación de la mente.

Rand insiste en que uno debe ganarse su autoestima formando su carácter en la imagen de su ideal moral. Una persona va a desarrollar una autoevaluación positiva al aferrarse a los principios morales apropiados para florecer. Consistentemente, la acción virtuosa es el camino a la autoestima. Al elegir adecuadamente bajo el precepto de ser racional, sabe que está siendo racional. Tal conocimiento es la plataforma a la autoestima.

Como dice Peikoff:

“Un ser volitivo no puede aceptar como su propósito la auto preservación a menos que, al hacer un inventario moral, concluya que está calificado para la tarea; calificado en términos de habilidad y valor.” [Peikoff, Objectivism, p. 306]

El orgullo es la virtud necesaria para adquirir autoestima.

Como toda virtud es una forma de racionalidad, la perfección moral, en esencia, consiste en una norma única: el compromiso de seguir a la razón.

Rand lo explica así:

“Una persona alcanza la perfección moral al nunca aceptar ningún código de virtudes irracionales imposibles de practicar y al nunca dejar de practicar las virtudes que uno sabe son racionales –al nunca aceptar una culpa inmerecida y nunca ganarse una, o, si uno se la ha ganado, nunca dejarla sin corrección – al nunca resignarse pasivamente a los defectos de carácter…” [OE, p. 29]

La razón de por qué Rand considera que la perfección moral no sólo es alcanzable sino que obligatoria reside en el tipo de acción que la persona debe hacer lo mejor posible:

“El hombre tiene una elección básica: pensar o no, y esa es la medida de su virtud. La perfección moral es una inviolable racionalidad –no el grado de tu inteligencia, sino que el uso completo e incesante de tu mente, no la extensión de tu conocimiento, sino que la aceptación de la razón como un absoluto.” [Rand, Atlas Shrugged, p. 1059]

Además de la exigencia del orgullo a comprometerse con ejercitar la racionalidad y sus derivados, la honestidad, la independencia, la integridad, la justicia, la productividad, también exige la sinceridad que es el hábito de hablar según se piensa y no valerse de engaños perjudiciales; la confiabilidad que es el hábito de actuar de manera tal que se es digno de confianza; la honradez que es el hábito de actuar con rectitud; la responsabilidad que es el hábito de honrar la obligación elegida; la limpieza que es el hábito de no tolerar la suciedad en el cuerpo, las ropas, ni en ninguna cosa o lugar; el fortalecimiento que es el hábito de ejercitar y cuidar el cuerpo para hacerlo fuerte y saludable.

El ser perfectamente moral es el camino esencial para vivir una vida humana. Es el camino personal hacia los valores y la felicidad.

El orgullo es la aplicación de la virtud de la racionalidad a adquirir y crear los valores de carácter que lo hacen a uno merecedor de florecer.