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Dos posturas, una Iglesia

Betty Marroquin
13 de marzo, 2016

Hace mucho escribí que la separación entre Iglesia y Estado tenía su razón de ser, y que los médicos de almas no debían meterse en política. Sin embargo, esta vez, finalmente, debo aplaudir la sorprendente declaración del Nuncio Apostólico haciendo un llamado a la comunidad internacional para que deje de interferir en los asuntos internos de éste Estado. Para los europeos, con su mayoría atea lo que diga o deje de decir el Vaticano y sus representantes no es que les quite el sueño, pero tampoco deja de tener su efecto. Para los Estados Unidos el tema es más complejo. Sobre todo, porque por primera vez en muchos años, la injerencia en cuestión es favorable al sector ideológico que tradicionalmente es receptor del apoyo de la curia. Algunos diputados dijeron fuera de cámaras de medios que recibieron presión de la Embajada de los Estados Unidos para elegir a la Magistrada Porras a la Corte de Constitucionalidad, mientras que otros diputados lo negaron frente a las cámaras. Un diputado inclusive dijo que influir no es interferir, y que es sugerir. Influir no es lo mismo que sugerir, ¿o sí? Norma Cruz dijo en Canal Antigua que los Estados Unidos siempre han incidido en la política nacional, que es así y que debemos aceptarlo.

A veces me sorprende la necedad que la gente demuestra de no querer entender que las cosas son como son, no como uno quiere. El tema de la injerencia no es nuevo, y todos lo sabemos, ni es exclusivo de Guatemala como “víctima” de la intromisión de países poderosos. Lo que en estos momentos nos choca es que ha llegado a niveles nunca vistos, a extremos realmente descarados, sin la menor justificación lógica. El que Embajadores asistan a juicios en los que sus países y sus Embajadas no tienen arte ni parte, o se reúnan con diputados para ordenarles cómo deben votar por un candidato a la Corte de Constitucionalidad, o apoyen personajes de reconocida trayectoria divisionista en el país anfitrión son acciones que distan mucho de ser un comportamiento diplomático. En el mundo diplomático, si el país anfitrión solicita apoyo en un área, por ejemplo, defensa nacional contra grupos armados insurgentes, y el país amigo da esa asistencia, no es inferir en los asuntos internos, esa es cooperación.

En el caso de los Estados Unidos, cuyo embajador ha sido objeto de numerosas críticas y de algunas defensas, cabe aclarar un par de puntos, quizás para tener una perspectiva más completa del tema. La diplomacia estadounidense, se define como “el arte y práctica de conducir negociaciones y mantener relaciones entre naciones; el arte de manejar los temas sin crear animosidad”. En un país como Guatemala, que está tratando de salir de la polarización y el enfrentamiento ideológico para crecer y desarrollarse, abordar retos actuales de urgente atención, que está luchando por preservar la paz y construir la unidad nacional, un embajador de una nación amiga que se dedica a apoyar a un bando contra el otro, a presentarse en lugares donde la toma de decisión se verá evidentemente afectada por su mera presencia, a realizar acciones claras que se entrometen en los asuntos internos del Estado en tono de orden, no de sugerencia, no está aplicando el principio de diplomacia establecido por su propio Departamento de Estado porque como bien dijo el Nuncio Apostólico, en lugar de fomentar la unidad ha creado más animosidad, polarización y antagonismo.

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Y mientras el Nuncio Apostólico, quién representa a Su Santidad en Guatemala como Embajador del Estado Vaticano, declara con enorme sensatez y lógica que la Convención de Viena debe ser respetada por todos los diplomáticos, incluyendo quienes se creen los más poderosos del planeta, el Arzobispo Metropolitano critica abiertamente al Señor Presidente por la elección de los 22 gobernadores departamentales, o por el transfuguismo. Así como los diplomáticos debieran dedicarse a fomentar las buenas relaciones bilaterales entre sus Estados de origen y su Estado anfitrión, a entablar puentes de cooperación y a fomentar acuerdos de beneficio mutuo, la curia debiera hablar de concordia, perdón y fraternidad, en lugar de emitir comentarios que sólo logran justo lo que el Nuncio criticó sobre los resultados de las intromisiones de los diplomáticos. Para críticas y propuestas (que ojalá fueran constructivas) están los partidos de oposición, los analistas políticos, los tanques de pensamiento, las ONGs, etc. Zapatero, a tu zapato.

Por tradición, la Iglesia Católica de todos se sabe que se ha dedicado, cuasi como postura formal, a defender y apoyar a la izquierda. Recordemos las estudiantes del Colegio Monte María, de las famosas monjas de Maryknoll, que se unieron a la guerrilla en los 70s, y el equivalente entre los jóvenes que estudiaban en colegios jesuitas, y los sacerdotes que han incentivado las invasiones de tierras, la doctrina de la teología de la liberación etc. Cuando todo eso se decía, quienes hoy critican al Nuncio aplaudían a los representantes de la curia y criticaban a “los gringos” porque apoyaban al Ejército. Los papeles se han invertido, evidentemente, y eso es naturaleza humana. Sin embargo, si lo que se quiere es ser justos y construir país, no se logra apoyando causas jurídicas insultantes al raciocinio (con pruebas inventadas, evidencias manoseadas y de dudosa procedencia, testigos irreconocibles y potencialmente falsos, falsos testimonios, médiums, etc.); verdaderamente atenta contra toda lógica, y debiera terminar de una buena vez.

Finalmente apelo a los guatemaltecos. Siempre repito que debemos hacer un esfuerzo por ser más positivos, por luchar día con día por creer y crear, no destruir y nada más criticar. Es triste leer el poco amor a Guatemala que se percibe en algunos comentarios en redes sociales de que como somos “limosneros” debemos aguantar la injerencia, agachar la cabeza y no quejarnos. Evidentemente, no han hecho la matemática de que lo que recibimos es altamente condicionado y mucho menos de lo que nos están obligando a pagar en resarcimientos ya que hemos quedado endeudados por décadas. Quizás no han comprendido la magnitud del poder que tiene la Corte de Constitucionalidad por lo que era tan importante que ese ente permaneciera lo más libre de inclinaciones ideológicas posible. Y puede ser que no se den cuenta de que para crear y construir país necesitamos terminar con esta tradición de antagonismo. Mucha gente también ignora que existen parámetros claros que rigen las relaciones diplomáticas entre dos Estados soberanos, y que el principio más fundamental es la no injerencia en los asuntos internos del Estado anfitrión.

Un país puede recibir asistencia internacional para programas específicos, sin necesidad de vender o anular su dignidad nacional.

El antagonismo ideológico no nos dará ningún buen resultado, como no lo harán el odio, la venganza y el resentimiento, aunque vengan disfrazados de “justicia”.

Dos posturas, una Iglesia

Betty Marroquin
13 de marzo, 2016

Hace mucho escribí que la separación entre Iglesia y Estado tenía su razón de ser, y que los médicos de almas no debían meterse en política. Sin embargo, esta vez, finalmente, debo aplaudir la sorprendente declaración del Nuncio Apostólico haciendo un llamado a la comunidad internacional para que deje de interferir en los asuntos internos de éste Estado. Para los europeos, con su mayoría atea lo que diga o deje de decir el Vaticano y sus representantes no es que les quite el sueño, pero tampoco deja de tener su efecto. Para los Estados Unidos el tema es más complejo. Sobre todo, porque por primera vez en muchos años, la injerencia en cuestión es favorable al sector ideológico que tradicionalmente es receptor del apoyo de la curia. Algunos diputados dijeron fuera de cámaras de medios que recibieron presión de la Embajada de los Estados Unidos para elegir a la Magistrada Porras a la Corte de Constitucionalidad, mientras que otros diputados lo negaron frente a las cámaras. Un diputado inclusive dijo que influir no es interferir, y que es sugerir. Influir no es lo mismo que sugerir, ¿o sí? Norma Cruz dijo en Canal Antigua que los Estados Unidos siempre han incidido en la política nacional, que es así y que debemos aceptarlo.

A veces me sorprende la necedad que la gente demuestra de no querer entender que las cosas son como son, no como uno quiere. El tema de la injerencia no es nuevo, y todos lo sabemos, ni es exclusivo de Guatemala como “víctima” de la intromisión de países poderosos. Lo que en estos momentos nos choca es que ha llegado a niveles nunca vistos, a extremos realmente descarados, sin la menor justificación lógica. El que Embajadores asistan a juicios en los que sus países y sus Embajadas no tienen arte ni parte, o se reúnan con diputados para ordenarles cómo deben votar por un candidato a la Corte de Constitucionalidad, o apoyen personajes de reconocida trayectoria divisionista en el país anfitrión son acciones que distan mucho de ser un comportamiento diplomático. En el mundo diplomático, si el país anfitrión solicita apoyo en un área, por ejemplo, defensa nacional contra grupos armados insurgentes, y el país amigo da esa asistencia, no es inferir en los asuntos internos, esa es cooperación.

En el caso de los Estados Unidos, cuyo embajador ha sido objeto de numerosas críticas y de algunas defensas, cabe aclarar un par de puntos, quizás para tener una perspectiva más completa del tema. La diplomacia estadounidense, se define como “el arte y práctica de conducir negociaciones y mantener relaciones entre naciones; el arte de manejar los temas sin crear animosidad”. En un país como Guatemala, que está tratando de salir de la polarización y el enfrentamiento ideológico para crecer y desarrollarse, abordar retos actuales de urgente atención, que está luchando por preservar la paz y construir la unidad nacional, un embajador de una nación amiga que se dedica a apoyar a un bando contra el otro, a presentarse en lugares donde la toma de decisión se verá evidentemente afectada por su mera presencia, a realizar acciones claras que se entrometen en los asuntos internos del Estado en tono de orden, no de sugerencia, no está aplicando el principio de diplomacia establecido por su propio Departamento de Estado porque como bien dijo el Nuncio Apostólico, en lugar de fomentar la unidad ha creado más animosidad, polarización y antagonismo.

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Y mientras el Nuncio Apostólico, quién representa a Su Santidad en Guatemala como Embajador del Estado Vaticano, declara con enorme sensatez y lógica que la Convención de Viena debe ser respetada por todos los diplomáticos, incluyendo quienes se creen los más poderosos del planeta, el Arzobispo Metropolitano critica abiertamente al Señor Presidente por la elección de los 22 gobernadores departamentales, o por el transfuguismo. Así como los diplomáticos debieran dedicarse a fomentar las buenas relaciones bilaterales entre sus Estados de origen y su Estado anfitrión, a entablar puentes de cooperación y a fomentar acuerdos de beneficio mutuo, la curia debiera hablar de concordia, perdón y fraternidad, en lugar de emitir comentarios que sólo logran justo lo que el Nuncio criticó sobre los resultados de las intromisiones de los diplomáticos. Para críticas y propuestas (que ojalá fueran constructivas) están los partidos de oposición, los analistas políticos, los tanques de pensamiento, las ONGs, etc. Zapatero, a tu zapato.

Por tradición, la Iglesia Católica de todos se sabe que se ha dedicado, cuasi como postura formal, a defender y apoyar a la izquierda. Recordemos las estudiantes del Colegio Monte María, de las famosas monjas de Maryknoll, que se unieron a la guerrilla en los 70s, y el equivalente entre los jóvenes que estudiaban en colegios jesuitas, y los sacerdotes que han incentivado las invasiones de tierras, la doctrina de la teología de la liberación etc. Cuando todo eso se decía, quienes hoy critican al Nuncio aplaudían a los representantes de la curia y criticaban a “los gringos” porque apoyaban al Ejército. Los papeles se han invertido, evidentemente, y eso es naturaleza humana. Sin embargo, si lo que se quiere es ser justos y construir país, no se logra apoyando causas jurídicas insultantes al raciocinio (con pruebas inventadas, evidencias manoseadas y de dudosa procedencia, testigos irreconocibles y potencialmente falsos, falsos testimonios, médiums, etc.); verdaderamente atenta contra toda lógica, y debiera terminar de una buena vez.

Finalmente apelo a los guatemaltecos. Siempre repito que debemos hacer un esfuerzo por ser más positivos, por luchar día con día por creer y crear, no destruir y nada más criticar. Es triste leer el poco amor a Guatemala que se percibe en algunos comentarios en redes sociales de que como somos “limosneros” debemos aguantar la injerencia, agachar la cabeza y no quejarnos. Evidentemente, no han hecho la matemática de que lo que recibimos es altamente condicionado y mucho menos de lo que nos están obligando a pagar en resarcimientos ya que hemos quedado endeudados por décadas. Quizás no han comprendido la magnitud del poder que tiene la Corte de Constitucionalidad por lo que era tan importante que ese ente permaneciera lo más libre de inclinaciones ideológicas posible. Y puede ser que no se den cuenta de que para crear y construir país necesitamos terminar con esta tradición de antagonismo. Mucha gente también ignora que existen parámetros claros que rigen las relaciones diplomáticas entre dos Estados soberanos, y que el principio más fundamental es la no injerencia en los asuntos internos del Estado anfitrión.

Un país puede recibir asistencia internacional para programas específicos, sin necesidad de vender o anular su dignidad nacional.

El antagonismo ideológico no nos dará ningún buen resultado, como no lo harán el odio, la venganza y el resentimiento, aunque vengan disfrazados de “justicia”.