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Verdades que arden

Betty Marroquin
03 de abril, 2016

Como escribí antes, en un mundo ideal, no debiéramos de siquiera considerar esta medida tan drástica, pero la situación es realmente desesperante. El otro día agarraron finalmente al monstruo que violó y embarazó a una niña de 10 años. Qué clase de individuo, puede infligir semejante grado de brutalidad en un ser tan indefenso como una niña de 10 años (y hemos visto lo mismo en niñas y niños aún menores de esa edad). La pedofilia es una aberración que el mundo del políticamente correcto quiere hoy día hacer pasar por aceptable. En los Estados Unidos y en Europa, por no hablar de los hipócritas en países como Tailandia, paraíso de los pedófilos, que se hacen pasar por sociedades donde el respeto a la familia es importante, la discusión sobre esta práctica sexual asquerosa y deplorable se ha elevado al nivel de la discusión sobre la homosexualidad. Aquí me arriesgo a los ataques de quienes condenan la homosexualidad, si bien no pienso siquiera discutir ese punto. Lo que hagan dos adultos consensuales en su intimidad no es asunto mío. Pero léase que me refiero a los adultos. Los pedófilos, como los secuestradores, los asesinos en serie, los sicarios y los narcos debieran ser condenados a muerte. Es el único modo que paren de hacer daño. No es pues un tema de que la pena de muerte sea un disuasorio, es un tema de que la pena de muerte salvará vidas que de seguir vivo el criminal, terminarían.

Sabemos que los pedófilos si no toman el medicamento de castración vuelven a las andadas. En todo el mundo civilizado existen estadísticas que demuestran que la castración química no es efectiva ya que el impulso de hacer daño sexual a un niño es más fuerte y buscan el modo de satisfacerlo aunque sea sin llegar al culmen del acto sexual. O sea, sólo muertos dejan de hacer daño.

Los narcos, mareros, sicarios y demás sabemos que continúan haciendo el mal desde la cárcel. Sea que les pasan celulares clandestinamente, o que mandan las órdenes con sus devotas visitas, el punto es que continúan dirigiendo sus operaciones estando tras las rejas. Entonces, ¿cómo podemos defender a esta gente, defender los derechos humanos de seres que de humano ya no tienen más que la apariencia?

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Es inaudito que tantos medios y defensores de los Derechos Humanos, al igual que nuestra Premio Nóbel de la Paz, continúen desmintiendo al Embajador Máximo Cajal, representante español en Guatemala durante el ataque a la Embajada de España en 1980, quien desde el hospital en el que se recuperaba de las quemaduras que recibiera durante el ataque a la Embajada declaró en entrevista del 1 de febrero de 1980 al diario El País “A pesar de mis intentos de dialogar, la Policía comenzó a destrozar con hachas la puerta. En ese momento se produjo una gran confusión, sonaron algunos disparos —no puedo precisar de quién— y uno de los ocupantes lanzó un cóctel molotov contra la puerta. Yo estaba muy cerca de la salida y salté afuera, con las ropas ardiendo, como los leones en los circos”. Esta, como otras, son verdades que de no aclararlas de una buena vez continuarán persiguiéndonos cual maldición gitana. Traigo esto a colación porque quienes defienden la tesis del incendio que inició por la policía y que lograran la condena de los oficiales de la Policía Nacional de entonces, son las mismas personas que hoy luchan contra la implementación de la pena de muerte y promueven la eliminación de la misma de nuestra Constitución Política. Cicerón tiene razón “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.

Los mismos que ahora trajeron al flamante jurista español que se hiciera famoso por su juicio contra el General Augusto Pinochet y que buscó enjuiciar al General Ríos Montt en España, me refiero al famoso Baltasar Garzón, para apoyarlos en su lucha contra la pena capital. De Garzón, que para mí es un fraude, le achacan el éxito de su gestión en la lucha contra el narcotráfico en España, mientras que ha salido a relucir que por ejemplo, en una de las dos grandes operaciones de las que se jacta, denominada Nécora, al final de cuentos salieron absueltos por falta de pruebas el 90% de los imputados y no incautaron ni un gramo de droga. Que alguien me diga por favor si eso es una gestión magistral. Otro ejemplo de la brillante gestión de Garzón: el Tribunal de Estrasburgo (un ente de reconocido prestigio en el mundo legal, lejos de ser un tribunal sesgado de pacotilla) censuró la actuación de Garzón en el caso Marey, al faltar al artículo 6 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que exige imparcialidad. Ese tribunal declaró que “la imparcialidad del juez de Instrucción nº 5 (de la Audiencia Nacional española) podría estar en entredicho por las relaciones personales conflictivas y la enemistad manifiesta entre el demandante y el magistrado. Garzón pertenece al Partido Socialista Español que ataca inclusive las tácticas anti terrorismo que el España y el mundo libre usan para combatir el terrorismo. El magistrado Josep Casadevall, presidente de la sala de dicho Tribunal, declaró que “estimó que la actuación de Garzón supuso “una violación flagrante” del artículo 6, ya que su “falta de imparcialidad objetiva (…) ha contaminado toda la instrucción”. Y ¿a este señor es al que traen Helen Mack y su gente a que nos diga que la pena de muerte es inconstitucional?

No sé por qué me viene en mente la frase de Einstein: Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro. Mientras no defendamos nuestro derecho a salir del disco rayado de la guerra fría, de las batallas ideológicas y trabajemos viendo hacia adelante, pero sin pasar facturas sacadas de la manga y sin resentimientos, Guatemala jamás saldrá del agujero en que se encuentra, y no es culpa del Presidente de turno, ni de la corrupción. Esto es culpa de la dejadez de unos y de la saña de otros.

Verdades que arden

Betty Marroquin
03 de abril, 2016

Como escribí antes, en un mundo ideal, no debiéramos de siquiera considerar esta medida tan drástica, pero la situación es realmente desesperante. El otro día agarraron finalmente al monstruo que violó y embarazó a una niña de 10 años. Qué clase de individuo, puede infligir semejante grado de brutalidad en un ser tan indefenso como una niña de 10 años (y hemos visto lo mismo en niñas y niños aún menores de esa edad). La pedofilia es una aberración que el mundo del políticamente correcto quiere hoy día hacer pasar por aceptable. En los Estados Unidos y en Europa, por no hablar de los hipócritas en países como Tailandia, paraíso de los pedófilos, que se hacen pasar por sociedades donde el respeto a la familia es importante, la discusión sobre esta práctica sexual asquerosa y deplorable se ha elevado al nivel de la discusión sobre la homosexualidad. Aquí me arriesgo a los ataques de quienes condenan la homosexualidad, si bien no pienso siquiera discutir ese punto. Lo que hagan dos adultos consensuales en su intimidad no es asunto mío. Pero léase que me refiero a los adultos. Los pedófilos, como los secuestradores, los asesinos en serie, los sicarios y los narcos debieran ser condenados a muerte. Es el único modo que paren de hacer daño. No es pues un tema de que la pena de muerte sea un disuasorio, es un tema de que la pena de muerte salvará vidas que de seguir vivo el criminal, terminarían.

Sabemos que los pedófilos si no toman el medicamento de castración vuelven a las andadas. En todo el mundo civilizado existen estadísticas que demuestran que la castración química no es efectiva ya que el impulso de hacer daño sexual a un niño es más fuerte y buscan el modo de satisfacerlo aunque sea sin llegar al culmen del acto sexual. O sea, sólo muertos dejan de hacer daño.

Los narcos, mareros, sicarios y demás sabemos que continúan haciendo el mal desde la cárcel. Sea que les pasan celulares clandestinamente, o que mandan las órdenes con sus devotas visitas, el punto es que continúan dirigiendo sus operaciones estando tras las rejas. Entonces, ¿cómo podemos defender a esta gente, defender los derechos humanos de seres que de humano ya no tienen más que la apariencia?

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Es inaudito que tantos medios y defensores de los Derechos Humanos, al igual que nuestra Premio Nóbel de la Paz, continúen desmintiendo al Embajador Máximo Cajal, representante español en Guatemala durante el ataque a la Embajada de España en 1980, quien desde el hospital en el que se recuperaba de las quemaduras que recibiera durante el ataque a la Embajada declaró en entrevista del 1 de febrero de 1980 al diario El País “A pesar de mis intentos de dialogar, la Policía comenzó a destrozar con hachas la puerta. En ese momento se produjo una gran confusión, sonaron algunos disparos —no puedo precisar de quién— y uno de los ocupantes lanzó un cóctel molotov contra la puerta. Yo estaba muy cerca de la salida y salté afuera, con las ropas ardiendo, como los leones en los circos”. Esta, como otras, son verdades que de no aclararlas de una buena vez continuarán persiguiéndonos cual maldición gitana. Traigo esto a colación porque quienes defienden la tesis del incendio que inició por la policía y que lograran la condena de los oficiales de la Policía Nacional de entonces, son las mismas personas que hoy luchan contra la implementación de la pena de muerte y promueven la eliminación de la misma de nuestra Constitución Política. Cicerón tiene razón “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.

Los mismos que ahora trajeron al flamante jurista español que se hiciera famoso por su juicio contra el General Augusto Pinochet y que buscó enjuiciar al General Ríos Montt en España, me refiero al famoso Baltasar Garzón, para apoyarlos en su lucha contra la pena capital. De Garzón, que para mí es un fraude, le achacan el éxito de su gestión en la lucha contra el narcotráfico en España, mientras que ha salido a relucir que por ejemplo, en una de las dos grandes operaciones de las que se jacta, denominada Nécora, al final de cuentos salieron absueltos por falta de pruebas el 90% de los imputados y no incautaron ni un gramo de droga. Que alguien me diga por favor si eso es una gestión magistral. Otro ejemplo de la brillante gestión de Garzón: el Tribunal de Estrasburgo (un ente de reconocido prestigio en el mundo legal, lejos de ser un tribunal sesgado de pacotilla) censuró la actuación de Garzón en el caso Marey, al faltar al artículo 6 del Convenio Europeo de Derechos Humanos, que exige imparcialidad. Ese tribunal declaró que “la imparcialidad del juez de Instrucción nº 5 (de la Audiencia Nacional española) podría estar en entredicho por las relaciones personales conflictivas y la enemistad manifiesta entre el demandante y el magistrado. Garzón pertenece al Partido Socialista Español que ataca inclusive las tácticas anti terrorismo que el España y el mundo libre usan para combatir el terrorismo. El magistrado Josep Casadevall, presidente de la sala de dicho Tribunal, declaró que “estimó que la actuación de Garzón supuso “una violación flagrante” del artículo 6, ya que su “falta de imparcialidad objetiva (…) ha contaminado toda la instrucción”. Y ¿a este señor es al que traen Helen Mack y su gente a que nos diga que la pena de muerte es inconstitucional?

No sé por qué me viene en mente la frase de Einstein: Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro. Mientras no defendamos nuestro derecho a salir del disco rayado de la guerra fría, de las batallas ideológicas y trabajemos viendo hacia adelante, pero sin pasar facturas sacadas de la manga y sin resentimientos, Guatemala jamás saldrá del agujero en que se encuentra, y no es culpa del Presidente de turno, ni de la corrupción. Esto es culpa de la dejadez de unos y de la saña de otros.