Política
Política
Empresa
Empresa
Investigación y Análisis
Investigación y Análisis
Internacional
Internacional
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial

Si me van a admirar, háganlo bien

Adriana Lopez
11 de junio, 2016

Recuerdo la primera vez que tomé conciencia de mi cuerpo: uno promedio, robusto y de baja estatura. Le dije a mi mamá: ¿me puedo poner short para ir al mercado? Y me dijo: “si te vas a sentir cómoda, sí.” Y no entendí su respuesta hasta media hora después, cuando le estaba rogando que por favor nos regresáramos a la casa.

¿Cuántos años habré tenido? ¿13? Creo que ni siquiera me había bajado la primera menstruación. Caminé en el pasillo de las carnicerías y dijeron tantas cosas que en ese momento me intimidaron. Hoy ya no me sorprenden. Como dice mi mamá, me volví cueruda.

Con todo el tema del acoso callejero, yo creo que el problema no es que los hombres nos vean. Si hablamos las cosas como son, somos muy machas y todo pero siempre guardamos a la diva interna que quiere provocar admiración. El clavo está en la manera en que nos admiran. A mi me gusta que me vean, que le encuentren figura a los cuatro puntos cardinales de mi cuerpo. Me gusta que el tipo con el que me crucé en la esquina me vea como lo que soy, una mujer divina; pero más que eso, una mujer completa.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Se arruina todo cuando lo que buscan los ojitos de los muchachos y señores es too mainstream. pechos y trasero, jamás van más allá. A mi me pasa, en vez de descubrirme las pecas me encuentran los pechos. Y no sé que me asombra más… el pequeño y deforme tamaño de mis pechos o el hecho de que los hombres de verdad no se den cuenta de los brasieres push-up que son los que hacen todo el trabajo.

De cualquier manera, a mi me gustan mis ojos, mi pelo y mi nariz. Me gusta cuando Isaias me dice: “tus labios tienen doble color, uno oscuro en la orilla y uno suave que resalta cuando sonreís.” Me gusta, me gusta más que cuando Javier me grita a media clase: “Qué provocador tu escote de hoy vos”, porque las dos cosas están pasando el mismo día y cada uno vio lo que quería ver.

Yo creo que el acoso callejero existe y que las personas que se niegan a defender ésta causa lo hacen porque jamás han tenido que caminar empujando sus piernas hacia adelante por temor a que una mano desconocida les pinche el trasero. Seguramente tampoco saben que es ir manejando con el vidrio abajo y que justo en el semáforo se detenga tremendo personaje al lado mencionándoles todos y cada uno de sus deseos sexuales. Y que decir el terror de caminar por la noche en alguna calle con poca gente y saber que en cualquier momento alguien nos jala, nos lleva y nos quita hasta el nombre.

No es que seamos incapaces recibir cumplidos, es que la mayoría de tipos están haciendo los cumplidos incorrectos en el tiempo menos adecuado. Dígannos que nuestra ropa combina bien, que el pelo nos queda mejor suelto. Hablen del tatuaje que llevamos en el brazo o el libro que resalta en la cartera. Digan que estamos lindas, que olemos bien, que nuestros ojos se ven profundos. Encuentren una sola cosa que nos resalte aparte de lo obvio. Láncenle piropos a nuestro cerebro y a nuestros gustos musicales.

Ya dejen de intimidarnos por la calle, nos hacen presas de nuestros propios cuerpos. “Ultimamente, huelo a miedo”, escribió Vania Vargas. Últimamente, todas lo hacemos. Y no se vale. Necesitamos cambiar algo en Guatemala, necesitamos detener el acoso callejero.

Si me van a admirar, háganlo bien

Adriana Lopez
11 de junio, 2016

Recuerdo la primera vez que tomé conciencia de mi cuerpo: uno promedio, robusto y de baja estatura. Le dije a mi mamá: ¿me puedo poner short para ir al mercado? Y me dijo: “si te vas a sentir cómoda, sí.” Y no entendí su respuesta hasta media hora después, cuando le estaba rogando que por favor nos regresáramos a la casa.

¿Cuántos años habré tenido? ¿13? Creo que ni siquiera me había bajado la primera menstruación. Caminé en el pasillo de las carnicerías y dijeron tantas cosas que en ese momento me intimidaron. Hoy ya no me sorprenden. Como dice mi mamá, me volví cueruda.

Con todo el tema del acoso callejero, yo creo que el problema no es que los hombres nos vean. Si hablamos las cosas como son, somos muy machas y todo pero siempre guardamos a la diva interna que quiere provocar admiración. El clavo está en la manera en que nos admiran. A mi me gusta que me vean, que le encuentren figura a los cuatro puntos cardinales de mi cuerpo. Me gusta que el tipo con el que me crucé en la esquina me vea como lo que soy, una mujer divina; pero más que eso, una mujer completa.

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

Se arruina todo cuando lo que buscan los ojitos de los muchachos y señores es too mainstream. pechos y trasero, jamás van más allá. A mi me pasa, en vez de descubrirme las pecas me encuentran los pechos. Y no sé que me asombra más… el pequeño y deforme tamaño de mis pechos o el hecho de que los hombres de verdad no se den cuenta de los brasieres push-up que son los que hacen todo el trabajo.

De cualquier manera, a mi me gustan mis ojos, mi pelo y mi nariz. Me gusta cuando Isaias me dice: “tus labios tienen doble color, uno oscuro en la orilla y uno suave que resalta cuando sonreís.” Me gusta, me gusta más que cuando Javier me grita a media clase: “Qué provocador tu escote de hoy vos”, porque las dos cosas están pasando el mismo día y cada uno vio lo que quería ver.

Yo creo que el acoso callejero existe y que las personas que se niegan a defender ésta causa lo hacen porque jamás han tenido que caminar empujando sus piernas hacia adelante por temor a que una mano desconocida les pinche el trasero. Seguramente tampoco saben que es ir manejando con el vidrio abajo y que justo en el semáforo se detenga tremendo personaje al lado mencionándoles todos y cada uno de sus deseos sexuales. Y que decir el terror de caminar por la noche en alguna calle con poca gente y saber que en cualquier momento alguien nos jala, nos lleva y nos quita hasta el nombre.

No es que seamos incapaces recibir cumplidos, es que la mayoría de tipos están haciendo los cumplidos incorrectos en el tiempo menos adecuado. Dígannos que nuestra ropa combina bien, que el pelo nos queda mejor suelto. Hablen del tatuaje que llevamos en el brazo o el libro que resalta en la cartera. Digan que estamos lindas, que olemos bien, que nuestros ojos se ven profundos. Encuentren una sola cosa que nos resalte aparte de lo obvio. Láncenle piropos a nuestro cerebro y a nuestros gustos musicales.

Ya dejen de intimidarnos por la calle, nos hacen presas de nuestros propios cuerpos. “Ultimamente, huelo a miedo”, escribió Vania Vargas. Últimamente, todas lo hacemos. Y no se vale. Necesitamos cambiar algo en Guatemala, necesitamos detener el acoso callejero.