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Amar a alguien es decirle: tú nunca morirás

Redacción
28 de junio, 2016

“Amar a alguien es decirle: tú nunca morirás”. Este conocido aforismo de Marcel tiene en sí mucho más meollo del que a primera vista pudiera parecer. Una de las intuiciones más claras de Marcel es el papel que tiene la permanencia, el “para siempre” en el amor y en la fidelidad del hombre. Explica que precisamente, el amor penetra de manera tan profunda en el ser que el único problema esencial viene planteado por el conflicto de amor y muerte. Amar es, como apuntaba Pieper, decir: “¡Qué bueno es que existas!” y en este sentido la separación del ser amado que supone la muerte no puede ser aceptada como completa y definitiva.

Decir al ser amado que no morirá es decirle que vivirá para siempre en el amor, como exclama uno de sus personajes en su obra dramática L’Insondable: “Los verdaderos muertos, los omnipresentes muertos, son aquellos a los que no amamos más”. Por tanto, el verdadero amor es inmortal y clama de una manifestación que lo reconozca como tal: la fidelidad. La fidelidad tiene que ver, aunque no se limita a este, con el compromiso. Se pregunta Marcel: ¿Cómo puedo prometer, comprometer, mi porvenir? Es prometer lo que no controlo del todo. Este compromiso se adquiere en un momento concreto, en base a una circunstancia determinada ante la cual yo me posiciono, como por ejemplo, el querer a alguien. Sin embargo, estas circunstancias, el que yo le quiera, pueden cambiar con el fluir del tiempo, ¿cómo puede ser, entonces, que yo me comprometa a algo para toda la vida si no tengo certeza de que las circunstancias no vayan a cambiar? ¿Qué queda de mi “yo prometiente” unos segundos después de la promesa, o unos años después? Es muy posible que las circunstancias hayan cambiado, que ya no sienta el deseo que me motivó a realizar el compromiso o incluso que el ser al que hice la promesa haya cambiado.

Vemos entonces que puede haber (y en el caso de compromisos a largo plazo suele ser así) un salto entre la promesa y el cumplimiento de la promesa, pueden haber desaparecido las condiciones que hicieron surgir la promesa. Cumplirla podría parecer a algunos fingimiento, como cuando dos esposos creen que “ya no sienten lo mismo” o uno siente algo por una tercera persona. Parece que cumplir la promesa de “amor eterno” es una ficción puesto que han desaparecido las condiciones en las que se hizo la promesa, sería dar continuidad y permanencia a algo que ya no lo tiene.

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Pero entonces Marcel nos explica cuál es el verdadero sentido del compromiso y la fidelidad: yo no puedo prometer lo que voy a “sentir” mañana, ni lo que voy a “desear” en unos años, porque todo esto está sujeto a sentimientos y pensamientos variables y cambiantes, que no se pueden comprometer. Solamente puede prometerse en base a algo permanente, y eso permanente es la persona, yo mismo, yo me comprometo porque yo, quien yo soy más íntimamente, no cambio. Mi ser personal está por encima de las circunstancias cambiantes, por tanto no puedo prometer las circunstancias o los sentimientos que se ven afectados por estas, pero sí puedo comprometerme yo mismo.

“El compromiso solo es posible para un ser que no se confunda con su situación del momento y que reconozca esta diferencia entre sí y su situación, que se sitúe por consiguiente como trascendente, en cierto modo, a su propio devenir, que responda de sí”. Ser más que el momento en el que prometo, eso es lo necesario para comprender la fidelidad en Marcel. Es la victoria sobre el tiempo, que todo lo desgasta. Es la continuidad ante el cambio, la posibilidad de permanencia frente a lo desconocido. Para el filósofo esta manera de comprender la fidelidad es la única respuesta adecuada al ser del otro, puesto que a pesar de que “ignoro qué porvenir nos espera, es esa misma ignorancia la que confiere a mi juramento su valor y su peso”. Es firmar un cheque en blanco para la otra persona en virtud del misterio que ella es, es una forma de hacerse frágil y confiar, de la entrega sin reservas que posibilita la única libertad.

Amar a alguien es decirle: tú nunca morirás

Redacción
28 de junio, 2016

“Amar a alguien es decirle: tú nunca morirás”. Este conocido aforismo de Marcel tiene en sí mucho más meollo del que a primera vista pudiera parecer. Una de las intuiciones más claras de Marcel es el papel que tiene la permanencia, el “para siempre” en el amor y en la fidelidad del hombre. Explica que precisamente, el amor penetra de manera tan profunda en el ser que el único problema esencial viene planteado por el conflicto de amor y muerte. Amar es, como apuntaba Pieper, decir: “¡Qué bueno es que existas!” y en este sentido la separación del ser amado que supone la muerte no puede ser aceptada como completa y definitiva.

Decir al ser amado que no morirá es decirle que vivirá para siempre en el amor, como exclama uno de sus personajes en su obra dramática L’Insondable: “Los verdaderos muertos, los omnipresentes muertos, son aquellos a los que no amamos más”. Por tanto, el verdadero amor es inmortal y clama de una manifestación que lo reconozca como tal: la fidelidad. La fidelidad tiene que ver, aunque no se limita a este, con el compromiso. Se pregunta Marcel: ¿Cómo puedo prometer, comprometer, mi porvenir? Es prometer lo que no controlo del todo. Este compromiso se adquiere en un momento concreto, en base a una circunstancia determinada ante la cual yo me posiciono, como por ejemplo, el querer a alguien. Sin embargo, estas circunstancias, el que yo le quiera, pueden cambiar con el fluir del tiempo, ¿cómo puede ser, entonces, que yo me comprometa a algo para toda la vida si no tengo certeza de que las circunstancias no vayan a cambiar? ¿Qué queda de mi “yo prometiente” unos segundos después de la promesa, o unos años después? Es muy posible que las circunstancias hayan cambiado, que ya no sienta el deseo que me motivó a realizar el compromiso o incluso que el ser al que hice la promesa haya cambiado.

Vemos entonces que puede haber (y en el caso de compromisos a largo plazo suele ser así) un salto entre la promesa y el cumplimiento de la promesa, pueden haber desaparecido las condiciones que hicieron surgir la promesa. Cumplirla podría parecer a algunos fingimiento, como cuando dos esposos creen que “ya no sienten lo mismo” o uno siente algo por una tercera persona. Parece que cumplir la promesa de “amor eterno” es una ficción puesto que han desaparecido las condiciones en las que se hizo la promesa, sería dar continuidad y permanencia a algo que ya no lo tiene.

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Pero entonces Marcel nos explica cuál es el verdadero sentido del compromiso y la fidelidad: yo no puedo prometer lo que voy a “sentir” mañana, ni lo que voy a “desear” en unos años, porque todo esto está sujeto a sentimientos y pensamientos variables y cambiantes, que no se pueden comprometer. Solamente puede prometerse en base a algo permanente, y eso permanente es la persona, yo mismo, yo me comprometo porque yo, quien yo soy más íntimamente, no cambio. Mi ser personal está por encima de las circunstancias cambiantes, por tanto no puedo prometer las circunstancias o los sentimientos que se ven afectados por estas, pero sí puedo comprometerme yo mismo.

“El compromiso solo es posible para un ser que no se confunda con su situación del momento y que reconozca esta diferencia entre sí y su situación, que se sitúe por consiguiente como trascendente, en cierto modo, a su propio devenir, que responda de sí”. Ser más que el momento en el que prometo, eso es lo necesario para comprender la fidelidad en Marcel. Es la victoria sobre el tiempo, que todo lo desgasta. Es la continuidad ante el cambio, la posibilidad de permanencia frente a lo desconocido. Para el filósofo esta manera de comprender la fidelidad es la única respuesta adecuada al ser del otro, puesto que a pesar de que “ignoro qué porvenir nos espera, es esa misma ignorancia la que confiere a mi juramento su valor y su peso”. Es firmar un cheque en blanco para la otra persona en virtud del misterio que ella es, es una forma de hacerse frágil y confiar, de la entrega sin reservas que posibilita la única libertad.