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¿Insensibilidad, ignorancia o irresponsabilidad?

Redacción
31 de julio, 2016

Sentí una tremenda indignación al leer una columna de opinión publicada el 29 de julio que terminaba con la siguiente frase: “lo que menos necesita el mundo es el estorbo de una parvada de autistas robando oxígeno y consumiendo electricidad para recargar sus baterías de litio”. Aparentemente, el autor trataba de comunicar que la tecnología ha desensibilizado a muchas personas quienes se han alejado del contacto con otras personas para enfocarse en sus aparatos que los sumergen en un mundo con una realidad ficticia y ajena al mundo en el que vivimos. Este alejamiento de la realidad puede ser porque están buscando Pokemones, escuchando música en sus iPods o teléfonos celulares, viendo televisión, o simplemente, alejados del mundo tangible en el que vivimos. Esa irresponsable comparación con personas con Trastornos del Espectro Autista (TEA) fue inoportuna y ofensiva para muchos.

La frase final que utilizó ese autor de la columna – por cierto, acertadamente titulada “El bobo de la caja” – implica que una persona con TEA no tiene derecho a vivir pues roba el oxígeno de aquellos que no tienen dicho trastorno. La frase “parvada de autistas” la interpreto que fue escrita en desprecio a las personas con TEA.

Luego de tratar de comprender por qué una persona haría una comparación de actividades de elección humana (como abstraerse de la realidad para jugar juegos de video o atrapar Pokemones) con personas que viven su vida de una forma distinta – no por elección sino por trastornos neurológicos que no eligieron – comprendí que no pudo haber sido más que por ignorancia y falta de empatía. El autismo es un trastorno del neurodesarrollo en aproximadamente una de cada 88 personas. Esto quiere decir que en nuestra población guatemalteca, pueden haber unas 180,000 personas con Trastornos del Espectro Autista y a nivel mundial, unos 80 millones de personas estarían dentro del espectro autista.

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La palabra “autista” es de origen griego y su etimología viene de “auto” que significa “qué actúa por sí mismo” y de “ismo” que significa “proceso patológico”. La palabra “autismo” fue utilizada por primera vez en 1912 por Eugene Bleuler, un psiquiatra suizo y la clasificación médica ocurrió en 1943 por medio de un estudio del Dr. Leo Kranner. La evidencia sugiere que es un desorden neurológico heredable y uno de los que mayor influencia genética tienen. Contrario a lo que muchos puedan creer, no es una enfermedad: no se sufre ni se padece; es un trastorno del desarrollo caracterizado por la alteración de la interacción social, de la comunicación y por comportamientos restringidos y repetitivos. El autismo altera cómo las células nerviosas se conectan entre sí y cómo el cerebro procesa la información. No es sinónimo de retraso mental, ni tampoco de mentes superdotadas.

La liviana comparación del autor de la columna “El bobo de la caja” me hizo pensar en algunas de las personas que han dejado un legado a la humanidad, tales como el físico Alberto Einstein, el músico Wolfgang Amadeus Mozart, la cantante escocesa Susan Boyle, la actriz Daryl Hannah, el director de cine Stanley Kubrick y el artista Andy Warhol. Para aquellos que vivieron en épocas antes que el autismo fuera clasificado como tal en 1943, si se hubieran diagnosticado en la época actual, sus comportamientos sugerirían que estaban dentro del espectro autista. ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin la música de Mozart o de la teoría de la relatividad (y muchas otras) de Einstein si efectivamente se hubiera creído que no tenían derecho a vivir porque robaban el oxígeno del resto de la humanidad? ¿Quién se considera tan “normal” como para decidir qué es normal o no? Jim Sinclair, un activista a favor de los derechos del autista dijo “tener autismo no significa no ser humano, sino ser diferente” (1992).

Desconozco al autor de la columna “El bobo de la caja”, pero me atrevo a pensar que utilizó un término del cual no conoce y que descalificó lo que de otra manera hubiera sido un buen artículo. Desafortunadamente la ignorancia estimula conductas clasistas, racistas, demagógicas o de superioridad. El poder que tiene quien escribe es que las palabras pueden causar reflexión, daño o indignación; pueden estimular el pensamiento o dirigir a las personas a actos impensables. Un papel aguanta todo, y cuando el papel se arruga, no hay plancha que lo pueda revertir a su estado original. Para aquellas personas que están en el espectro autista o que tienen familiares con TEA, las palabras del autor de la columna “El bobo en la caja” fueron insensibles y ofensivas. Ojalá el autor tenga la sensatez y madurez de reconocerlo y con el poder de su pluma, buscar sanar a quienes – seguramente sin quererlo – ofendió.

¿Insensibilidad, ignorancia o irresponsabilidad?

Redacción
31 de julio, 2016

Sentí una tremenda indignación al leer una columna de opinión publicada el 29 de julio que terminaba con la siguiente frase: “lo que menos necesita el mundo es el estorbo de una parvada de autistas robando oxígeno y consumiendo electricidad para recargar sus baterías de litio”. Aparentemente, el autor trataba de comunicar que la tecnología ha desensibilizado a muchas personas quienes se han alejado del contacto con otras personas para enfocarse en sus aparatos que los sumergen en un mundo con una realidad ficticia y ajena al mundo en el que vivimos. Este alejamiento de la realidad puede ser porque están buscando Pokemones, escuchando música en sus iPods o teléfonos celulares, viendo televisión, o simplemente, alejados del mundo tangible en el que vivimos. Esa irresponsable comparación con personas con Trastornos del Espectro Autista (TEA) fue inoportuna y ofensiva para muchos.

La frase final que utilizó ese autor de la columna – por cierto, acertadamente titulada “El bobo de la caja” – implica que una persona con TEA no tiene derecho a vivir pues roba el oxígeno de aquellos que no tienen dicho trastorno. La frase “parvada de autistas” la interpreto que fue escrita en desprecio a las personas con TEA.

Luego de tratar de comprender por qué una persona haría una comparación de actividades de elección humana (como abstraerse de la realidad para jugar juegos de video o atrapar Pokemones) con personas que viven su vida de una forma distinta – no por elección sino por trastornos neurológicos que no eligieron – comprendí que no pudo haber sido más que por ignorancia y falta de empatía. El autismo es un trastorno del neurodesarrollo en aproximadamente una de cada 88 personas. Esto quiere decir que en nuestra población guatemalteca, pueden haber unas 180,000 personas con Trastornos del Espectro Autista y a nivel mundial, unos 80 millones de personas estarían dentro del espectro autista.

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La palabra “autista” es de origen griego y su etimología viene de “auto” que significa “qué actúa por sí mismo” y de “ismo” que significa “proceso patológico”. La palabra “autismo” fue utilizada por primera vez en 1912 por Eugene Bleuler, un psiquiatra suizo y la clasificación médica ocurrió en 1943 por medio de un estudio del Dr. Leo Kranner. La evidencia sugiere que es un desorden neurológico heredable y uno de los que mayor influencia genética tienen. Contrario a lo que muchos puedan creer, no es una enfermedad: no se sufre ni se padece; es un trastorno del desarrollo caracterizado por la alteración de la interacción social, de la comunicación y por comportamientos restringidos y repetitivos. El autismo altera cómo las células nerviosas se conectan entre sí y cómo el cerebro procesa la información. No es sinónimo de retraso mental, ni tampoco de mentes superdotadas.

La liviana comparación del autor de la columna “El bobo de la caja” me hizo pensar en algunas de las personas que han dejado un legado a la humanidad, tales como el físico Alberto Einstein, el músico Wolfgang Amadeus Mozart, la cantante escocesa Susan Boyle, la actriz Daryl Hannah, el director de cine Stanley Kubrick y el artista Andy Warhol. Para aquellos que vivieron en épocas antes que el autismo fuera clasificado como tal en 1943, si se hubieran diagnosticado en la época actual, sus comportamientos sugerirían que estaban dentro del espectro autista. ¿Qué hubiera sido de la humanidad sin la música de Mozart o de la teoría de la relatividad (y muchas otras) de Einstein si efectivamente se hubiera creído que no tenían derecho a vivir porque robaban el oxígeno del resto de la humanidad? ¿Quién se considera tan “normal” como para decidir qué es normal o no? Jim Sinclair, un activista a favor de los derechos del autista dijo “tener autismo no significa no ser humano, sino ser diferente” (1992).

Desconozco al autor de la columna “El bobo de la caja”, pero me atrevo a pensar que utilizó un término del cual no conoce y que descalificó lo que de otra manera hubiera sido un buen artículo. Desafortunadamente la ignorancia estimula conductas clasistas, racistas, demagógicas o de superioridad. El poder que tiene quien escribe es que las palabras pueden causar reflexión, daño o indignación; pueden estimular el pensamiento o dirigir a las personas a actos impensables. Un papel aguanta todo, y cuando el papel se arruga, no hay plancha que lo pueda revertir a su estado original. Para aquellas personas que están en el espectro autista o que tienen familiares con TEA, las palabras del autor de la columna “El bobo en la caja” fueron insensibles y ofensivas. Ojalá el autor tenga la sensatez y madurez de reconocerlo y con el poder de su pluma, buscar sanar a quienes – seguramente sin quererlo – ofendió.