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A veinte años de la paz

Redacción
19 de julio, 2016

Cuando se habla en términos biológicos una persona, a sus veinte años, tiene ya un considerable desarrollo físico y espiritual, y puede decirse que está justamente en la época de comenzar a producir y desplegar todas sus energías y talentos. Es una época en que la madurez empieza a dar sus primeras luces y tiempo también para que la persona tome grandes decisiones que afectarán el resto de su vida. Ya para entonces los excesos y arrebatos de la juventud comenzarán a ceder frente a las realidades que rodean al individuo, quien comienza a trasladar sus ideales y aspiraciones en concreciones materiales. En fin, una edad muy simbólica y retadora.

Estamos ahora a pocos meses de celebrar los veinte años de la firma de la paz. Ese proceso histórico que transformó al país para siempre. ¿Lo hizo para bien o para mal? Eso depende de a quien se le pregunte. Lo cierto es que no podemos negar dos cosas. La primera, es que nadie debe ni puede sentir nostalgia por un pasado vinculado a la guerra. Nadie puede pensar, en su sano juicio, que en aquél estado de cosas íbamos por mejor camino. Pero también hay que reconocer que el hecho de que hoy hayan versiones distintas de esa paz, que hayan personas que busquen revanchas y vendettas antes que reconciliación y que la agenda de paz para muchos se haya extraviado en el camino, nos indica que aquél proceso tuvo carencias importantes que deben reconocerse e identificarse.

Es curioso que del proceso de paz se hable más y mejor en el extranjero que acá mismo. Algo parece que supimos hacer los guatemaltecos, que ahora estamos llamados al menos a darle un adecuado valor. De mi parte debo decir que hablar de la necesidad de la paz fue ya para entonces un logro. Que los Guatemaltecos de distinta condición y procedencia reconocieran que la democracia y el orden constitucional era el camino para el desarrollo también considero fue un acierto. Identificar prioridades como la educación y la salud en las cuales invertir nuestros recursos antes que consumirlos en insumos bélicos para librar la guerra también me parece que fue de lo más sensato. Haber abierto una agenda en la que más personas y grupos se sintieran escuchados fue siempre mejor que haber dejado un estado de cosas en la que más temprano que tarde se hubiera hablado de nuevo de conflictos por exclusión.

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¿Como deberíamos encarar este cumpleaños? ¿Olvidándolo? Me parece que sería un error terrible, pues todo proceso histórico tiene que ser sujeto a evaluación y análisis, y el ajustar ya dos décadas luce suficientemente apropiado como para hacer una valoración. ¿Darle un sentido absolutamente negativo a todo lo que ha ocurrido desde entonces? me parece más bien miope. Aprender de las lecciones de la historia, reconocer lo que se haya hecho bien, valorar los gestos de acercamiento y aproximación que se hicieron a lo largo de ese delicado proceso, proyectar los éxitos y reenfocar los fracasos me parece más propio de quien ha llegado ya a la madurez de los 20 años.

“Nadie nos quita lo bailado” dice un refrán popular. Regresar el tiempo no es posible, y tampoco creo que echar culpas ayude a aliviar nuestras preocupaciones de hoy. Lo que sí podemos hacer es asegurarnos que el onomástico de la paz no nos lo arrebaten las voces que quieran regresar a un pasado de guerra o a un pasado de paz imperfecta. Tenemos mucho por delante y juntos como para que no hagamos nuestro mejor esfuerzo para aprender y reencausar. De eso se trata la madurez.

A veinte años de la paz

Redacción
19 de julio, 2016

Cuando se habla en términos biológicos una persona, a sus veinte años, tiene ya un considerable desarrollo físico y espiritual, y puede decirse que está justamente en la época de comenzar a producir y desplegar todas sus energías y talentos. Es una época en que la madurez empieza a dar sus primeras luces y tiempo también para que la persona tome grandes decisiones que afectarán el resto de su vida. Ya para entonces los excesos y arrebatos de la juventud comenzarán a ceder frente a las realidades que rodean al individuo, quien comienza a trasladar sus ideales y aspiraciones en concreciones materiales. En fin, una edad muy simbólica y retadora.

Estamos ahora a pocos meses de celebrar los veinte años de la firma de la paz. Ese proceso histórico que transformó al país para siempre. ¿Lo hizo para bien o para mal? Eso depende de a quien se le pregunte. Lo cierto es que no podemos negar dos cosas. La primera, es que nadie debe ni puede sentir nostalgia por un pasado vinculado a la guerra. Nadie puede pensar, en su sano juicio, que en aquél estado de cosas íbamos por mejor camino. Pero también hay que reconocer que el hecho de que hoy hayan versiones distintas de esa paz, que hayan personas que busquen revanchas y vendettas antes que reconciliación y que la agenda de paz para muchos se haya extraviado en el camino, nos indica que aquél proceso tuvo carencias importantes que deben reconocerse e identificarse.

Es curioso que del proceso de paz se hable más y mejor en el extranjero que acá mismo. Algo parece que supimos hacer los guatemaltecos, que ahora estamos llamados al menos a darle un adecuado valor. De mi parte debo decir que hablar de la necesidad de la paz fue ya para entonces un logro. Que los Guatemaltecos de distinta condición y procedencia reconocieran que la democracia y el orden constitucional era el camino para el desarrollo también considero fue un acierto. Identificar prioridades como la educación y la salud en las cuales invertir nuestros recursos antes que consumirlos en insumos bélicos para librar la guerra también me parece que fue de lo más sensato. Haber abierto una agenda en la que más personas y grupos se sintieran escuchados fue siempre mejor que haber dejado un estado de cosas en la que más temprano que tarde se hubiera hablado de nuevo de conflictos por exclusión.

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¿Como deberíamos encarar este cumpleaños? ¿Olvidándolo? Me parece que sería un error terrible, pues todo proceso histórico tiene que ser sujeto a evaluación y análisis, y el ajustar ya dos décadas luce suficientemente apropiado como para hacer una valoración. ¿Darle un sentido absolutamente negativo a todo lo que ha ocurrido desde entonces? me parece más bien miope. Aprender de las lecciones de la historia, reconocer lo que se haya hecho bien, valorar los gestos de acercamiento y aproximación que se hicieron a lo largo de ese delicado proceso, proyectar los éxitos y reenfocar los fracasos me parece más propio de quien ha llegado ya a la madurez de los 20 años.

“Nadie nos quita lo bailado” dice un refrán popular. Regresar el tiempo no es posible, y tampoco creo que echar culpas ayude a aliviar nuestras preocupaciones de hoy. Lo que sí podemos hacer es asegurarnos que el onomástico de la paz no nos lo arrebaten las voces que quieran regresar a un pasado de guerra o a un pasado de paz imperfecta. Tenemos mucho por delante y juntos como para que no hagamos nuestro mejor esfuerzo para aprender y reencausar. De eso se trata la madurez.