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Si no le gusta, se aguanta

María Dolores Arias
08 de agosto, 2016

Hace algunos años, un amigo me contó la historia de un famoso restaurantero en La Antigua que tenía fama por su buena sazón y mal genio. Creo que este último superaba al primero, al grado que se contaban historias de que al llegar a su negocio y pedir algún plato del menú del día, era común que te sirvieran otra cosa. Si preguntabas porqué no te habían servido lo que habías pedido, el dueño te decía: “es lo que hay”.

Por lo que ante esta situación, si no te gustaba, te aguantabas o te ibas. Te aguantabas si considerabas que el plato servido sabía bien, si no querías seguir buscando o por la razón que fuera decidías quedarte. En caso contrario, te ibas y hablabas pestes del lugar con tus amigos y jurabas jamás regresar. A fin de cuentas, habían muchas más opciones para elegir libremente.

Pues bien, este no es el caso para los que cotizan en el sistema de seguridad social en Guatemala –IGSS-. Los trabajadores no tienen la opción de decidir dónde quieren invertir su dinero para el retiro, ya que están obligados por Ley a hacerlo en el sistema del Estado. Tampoco pueden decidir qué médico los atiende mejor ya que el sistema de seguridad social les asigna el médico de la clínica que le corresponda.

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Y si no le gusta, se aguanta. Si lo atienden mal, se aguanta. Si no hay medicinas, se aguanta. Si no le alcanza la pensión, a pesar de que aportó toda su vida, se aguanta. Si cree tener derecho a saber cuánto recibirá cuando se retire, no se lo dirán y se aguanta. O ¿acaso puede hacer algo? Tampoco se puede quejar del mal servicio, ya que existe una normativa que faculta a los trabajadores del IGSS a negar el servicio si considera alguna falta de respeto, y, si no le parece…

Entonces, ¿qué le queda? Aguantarse en muchos casos o, en los menos, hacer el esfuerzo de pagar el doble al comprar un seguro médico, o en el aún menor de los casos, también hacer un ahorro para el retiro. Es decir, se aguanta o paga el doble hasta donde le alcance.

La controversia que ha generado la propuesta de darle la libertad a los trabajadores de decidir dónde invertir su dinero en materia de salud y de retiro refleja, en buena medida, las ideas colectivistas que imperan en nuestra sociedad. Los demás disponiendo, como si tuvieran el derecho a hacerlo, de una parte del fruto de su trabajo en el sistema que ellos consideran adecuado para usted, sin su consentimiento.

Utilizan la fuerza de la Ley y del gobierno para disponer de su dinero. Se niegan a hacer el esfuerzo de persuadirlo para que usted, libre y voluntariamente, se asocie al sistema que ellos proponen y que usted considera es el mejor para sus fines personales. ¿O será acaso que lo consideran incapaz, moral y psicológicamente, para tomar decisiones sobre su futuro?

Algunos opositores aducen el principio de solidaridad, pero ¿acaso nos tragamos el lenguaje atolitario de que la solidaridad es impuesta? ¿Será que el gobierno de Torres-Colom logró su cometido de cambiar el significado de la palabra solidaridad al convertirla en impuesto? ¿Ahora la utilizan para disfrazar la obligatoriedad que conlleva el actual sistema del IGSS?

Quienes defienden el servicio del IGSS deberían ser los primeros interesados en ponerlo a competir por la preferencia del usuario, sólo así mejoraría la calidad del servicio. Mientras no haya opción para el trabajador que cotiza en el IGSS, no mejorará el servicio que este último brinda ya que la obligatoriedad de pagarles, elimina las consecuencias de sus actos.

También debe existir un libre mercado en los seguros, sin barreras legales a la competencia para que el usuario tenga una diversidad de opciones y compitan para darle el mejor servicio. Así cada trabajador decidiría y quién esté contento con la atención en el IGSS se queda con el mismo servicio.

Más allá de las implicaciones económicas, le aconsejo que revise el fundamento moral de los argumentos. Identifique cuál lo trata como un ser humano con sus fines personales y cuál como un ser con la obligación de sacrificarse para los demás.

Caso contrario al del restaurantero de La Antigua que el comensal decidía si se aguantaba o no. En el IGSS si no le gusta, se aguanta. O más claro y gráfico aún, si no le gusta, le toca la Ley de Herodes.

@Md30
Facebook.com/Mda30

Si no le gusta, se aguanta

María Dolores Arias
08 de agosto, 2016

Hace algunos años, un amigo me contó la historia de un famoso restaurantero en La Antigua que tenía fama por su buena sazón y mal genio. Creo que este último superaba al primero, al grado que se contaban historias de que al llegar a su negocio y pedir algún plato del menú del día, era común que te sirvieran otra cosa. Si preguntabas porqué no te habían servido lo que habías pedido, el dueño te decía: “es lo que hay”.

Por lo que ante esta situación, si no te gustaba, te aguantabas o te ibas. Te aguantabas si considerabas que el plato servido sabía bien, si no querías seguir buscando o por la razón que fuera decidías quedarte. En caso contrario, te ibas y hablabas pestes del lugar con tus amigos y jurabas jamás regresar. A fin de cuentas, habían muchas más opciones para elegir libremente.

Pues bien, este no es el caso para los que cotizan en el sistema de seguridad social en Guatemala –IGSS-. Los trabajadores no tienen la opción de decidir dónde quieren invertir su dinero para el retiro, ya que están obligados por Ley a hacerlo en el sistema del Estado. Tampoco pueden decidir qué médico los atiende mejor ya que el sistema de seguridad social les asigna el médico de la clínica que le corresponda.

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Y si no le gusta, se aguanta. Si lo atienden mal, se aguanta. Si no hay medicinas, se aguanta. Si no le alcanza la pensión, a pesar de que aportó toda su vida, se aguanta. Si cree tener derecho a saber cuánto recibirá cuando se retire, no se lo dirán y se aguanta. O ¿acaso puede hacer algo? Tampoco se puede quejar del mal servicio, ya que existe una normativa que faculta a los trabajadores del IGSS a negar el servicio si considera alguna falta de respeto, y, si no le parece…

Entonces, ¿qué le queda? Aguantarse en muchos casos o, en los menos, hacer el esfuerzo de pagar el doble al comprar un seguro médico, o en el aún menor de los casos, también hacer un ahorro para el retiro. Es decir, se aguanta o paga el doble hasta donde le alcance.

La controversia que ha generado la propuesta de darle la libertad a los trabajadores de decidir dónde invertir su dinero en materia de salud y de retiro refleja, en buena medida, las ideas colectivistas que imperan en nuestra sociedad. Los demás disponiendo, como si tuvieran el derecho a hacerlo, de una parte del fruto de su trabajo en el sistema que ellos consideran adecuado para usted, sin su consentimiento.

Utilizan la fuerza de la Ley y del gobierno para disponer de su dinero. Se niegan a hacer el esfuerzo de persuadirlo para que usted, libre y voluntariamente, se asocie al sistema que ellos proponen y que usted considera es el mejor para sus fines personales. ¿O será acaso que lo consideran incapaz, moral y psicológicamente, para tomar decisiones sobre su futuro?

Algunos opositores aducen el principio de solidaridad, pero ¿acaso nos tragamos el lenguaje atolitario de que la solidaridad es impuesta? ¿Será que el gobierno de Torres-Colom logró su cometido de cambiar el significado de la palabra solidaridad al convertirla en impuesto? ¿Ahora la utilizan para disfrazar la obligatoriedad que conlleva el actual sistema del IGSS?

Quienes defienden el servicio del IGSS deberían ser los primeros interesados en ponerlo a competir por la preferencia del usuario, sólo así mejoraría la calidad del servicio. Mientras no haya opción para el trabajador que cotiza en el IGSS, no mejorará el servicio que este último brinda ya que la obligatoriedad de pagarles, elimina las consecuencias de sus actos.

También debe existir un libre mercado en los seguros, sin barreras legales a la competencia para que el usuario tenga una diversidad de opciones y compitan para darle el mejor servicio. Así cada trabajador decidiría y quién esté contento con la atención en el IGSS se queda con el mismo servicio.

Más allá de las implicaciones económicas, le aconsejo que revise el fundamento moral de los argumentos. Identifique cuál lo trata como un ser humano con sus fines personales y cuál como un ser con la obligación de sacrificarse para los demás.

Caso contrario al del restaurantero de La Antigua que el comensal decidía si se aguantaba o no. En el IGSS si no le gusta, se aguanta. O más claro y gráfico aún, si no le gusta, le toca la Ley de Herodes.

@Md30
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