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Legado nefasto

Betty Marroquin
17 de agosto, 2016

Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el Che Guevara, por su origen argentino, es uno de los personajes más nefastos de finales del siglo XX, que hasta el sol de hoy, sigue contaminando la mente de idealistas e ilusos que lo creen un héroe.  Originario de Rosario, en esos tiempos, era una zona poco desarrollada al norte de Buenos Aires. Proveniente de una familia acomodada, le apodaron el Che o “el chancho” por su poca afición a la higiene personal. Asmático crónico, fue rechazado por el ejército. Si bien al inicio experimentó una aparentemente fuerte sensibilidad social, desarrollada durante su famoso viaje por Suramérica en moto. Vuelve a Buenos Aires a graduarse como Médico y poco después se entera, para nuestra desgracia, de la “revolución” en Guatemala.  De camino a Guatemala, se detiene en Costa Rica y conoce a Rómulo Betancourt, marxista venezolano que llegó a ser Presidente de Venezuela, y Juan Bosch, pensador y político dominicano que luchó contra la dictadura de Trujillo y llegó a ocupar la Presidencia de su país.  Es en esa etapa que profundiza su formación marxista gracias a su amistad con los líderes del Movimiento 26 de Julio (movimiento marxista contra Fulgencio Batista, el entonces Dictador de Cuba).

Carlos Castillo Armas entra al poder en Guatemala y tienen al Che en la lista de revolucionarios, ya que él se había sumado al movimiento marxista en Guatemala.  Lo salva el Embajador argentino en Guatemala, Sánchez Toniuzo, asilándolo en la embajada mientras lo ayuda a obtener un salvoconducto que lo lleva a México.  Allí, por medio de su esposa, la peruana Hilda Gadea, conoce a Raúl Castro y acto seguido, a Fidel. El resto de la historia, es historia, cae Cuba y sabemos cómo termina.  Después de su ruptura con Fidel se va al Congo, a ayudar en la formación del grupo guerrillero para luchar contra el gobierno de ese país, y luego de siete meses de pelear una guerra ajena, queda como legado que llega al poder el monstruo de Mobutu al formarse Zaire.  Un ladrón que nacionalizó todo lo que pudo, lanzó una campaña anti-europeos y anti-occidentales, y se robó aproximadamente US$5,000 millones (como reporta el Wall Street Journal el 13 de abril de 2009 en su artículo “Porqué la ayuda internacional hace más daño que bien a África”.

Finalmente aterriza en Bolivia en 1966, gracias a una credencial como Observador de la OEA, calvo y afeitado, escondido tras un par de anteojos, y con el nombre de Ramón Benítez. Como era de esperarse, se alinea con los grupos guerrilleros bolivianos.  Fue apresado por un escuadrón de la CIA, ejecutado el 9 de octubre de 1967 por el gobierno boliviano y enterrado sin manos para evitar ser identificado por las dactilares.  El que a hierro mata, sin duda, a hierro muere. En una carta que le escribió a su padre después de haber mandado fusilar a un prisionero en Cuba le dice: “tengo que confesarte papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”.  Si esa no es la afirmación propia de un psicópata, que alguien me diga si es digna de un ángel de la caridad del cobre.

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La ironía del tema es que este idealista se convierte entonces en un símbolo de libertad y lucha contra la opresión, gracias a una foto del fotógrafo cubano Alberto Korda, del 5 de marzo de 1960.  Según varios artículos disponibles en Internet, era un sociópata racista.  En su diario del viaje en motocicleta dice: en este tipo de trenes hay una tercera clase destinada a los indios de la región… es mucho más agradable el olor a excremento de vaca que el de su similar humano… la grey hedionda y piojosa… nos lanzaba un tufo potente pero calentito”.  Describió a los indígenas bolivianos “como animalitos”.  Ni su mujer, Hilda Gadea, se salvó de sus humillaciones “Hilda Gadea me declaró su amor en forma epistolar y en forma práctica. Yo estaba con bastante asma, si no tal vez la hubiese cogido…lástima que sea tan fea”.  Para imponer su filosofía era necesario derramar sangre, como lo pensaban todos los marxistas y leninistas de la época. Que no me vengan los socialistas ahora a decirme que en Cuba no hubo y hay opresión porque por algo los cubanos enfrentan tiburones y demás por llegar a Miami.

En enero de 1959, tiene lugar uno de los episodios más obscuros de la vida del Che. Estaba a cargo de la guarnición de La Cabaña, donde eran juzgados los funcionarios de Batista, los torturadores, policías, espías, militares y colaboradores del dictador depuesto, además de empresarios, religiosos católicos y demócrata-liberales opositores a la revolución. El Che, que pensaba que el error de Arbenz había sido no implementar la ejecución preventiva, decidió que “…si no matas primero te matan a ti” (Jon Lee Anderson: “Che Guevara. Una vida revolucionaria” (Anagrama, 2006) julio de 1960, p. 452).  Anderson, historiador y periodista infatuado del Che, atribuye más de 2.000 sentencias de muerte al Che ya que le atribuye un tono de legalidad a las mismas.

Claras fue el discurso del Che en el Primer Congreso de Juventudes latinoamericanas en La Habana (24-7-1960): “Y ese pueblo (el cubano) que hoy está ante ustedes, les dice que, aun cuando debiera desaparecer de la faz de la tierra porque se desatara a causa de él una contienda atómica…, se consideraría completamente feliz y completamente logrado” reiterando lo dicho antes públicamente “la sangre del pueblo es nuestro tesoro más sagrado, pero hay que derramarla para ahorrar más sangre en el futuro”.  En su discurso en la ONU el 11 de diciembre de 1964 afirmó claro y tondo que: “Si hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”, ¡y aun así los soñadores lo aman!

Lo triste del tema es que para muchos, y especialmente jóvenes, vestir algo con la cara del Che es como hacer una declaración de estar parado del lado “justo” de la historia. Preservar el mito del guerrero a la Robín Hood les encanta, en un mundo en el que se sienten frustrados por tanta diferencia y por tanta indiferencia, por tanta escasez, tanta miseria y tanta injusticia. Esa parte es comprensible, por cualquier ser con algo de humanidad, ya que es natural en el ser humano buscar aferrarse a algo que represente un gramo de esperanza.  Sin embargo, el problema radica en las soluciones que esa imagen implica. Vienen los oenegeros a venderle a la gente que todo debe ser gratis, como si se pudiera comprar todo con dinero de Monopoly, imprimiendo moneda a las años 70s, o expropiando a la Chávez. No se crea más riqueza quitando a unos para distribuirla, no se crea más riqueza coartando la libertad del individuo, no se crea prosperidad impidiendo a la creatividad del individuo florecer, no se genera prosperidad matándose, secuestrando, y robando.  El impuesto de guerra que cobraba la guerrilla hoy día se llama extorsión, y eso era el maldito impuesto. ¿Cuántos murieron por él y mueren hoy día por su nueva versión? ¿Hasta cuándo seguiremos alabando el mito de un tipo que quizás inició bien intencionado, pero enfermo de mente y alma?

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Legado nefasto

Betty Marroquin
17 de agosto, 2016

Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el Che Guevara, por su origen argentino, es uno de los personajes más nefastos de finales del siglo XX, que hasta el sol de hoy, sigue contaminando la mente de idealistas e ilusos que lo creen un héroe.  Originario de Rosario, en esos tiempos, era una zona poco desarrollada al norte de Buenos Aires. Proveniente de una familia acomodada, le apodaron el Che o “el chancho” por su poca afición a la higiene personal. Asmático crónico, fue rechazado por el ejército. Si bien al inicio experimentó una aparentemente fuerte sensibilidad social, desarrollada durante su famoso viaje por Suramérica en moto. Vuelve a Buenos Aires a graduarse como Médico y poco después se entera, para nuestra desgracia, de la “revolución” en Guatemala.  De camino a Guatemala, se detiene en Costa Rica y conoce a Rómulo Betancourt, marxista venezolano que llegó a ser Presidente de Venezuela, y Juan Bosch, pensador y político dominicano que luchó contra la dictadura de Trujillo y llegó a ocupar la Presidencia de su país.  Es en esa etapa que profundiza su formación marxista gracias a su amistad con los líderes del Movimiento 26 de Julio (movimiento marxista contra Fulgencio Batista, el entonces Dictador de Cuba).

Carlos Castillo Armas entra al poder en Guatemala y tienen al Che en la lista de revolucionarios, ya que él se había sumado al movimiento marxista en Guatemala.  Lo salva el Embajador argentino en Guatemala, Sánchez Toniuzo, asilándolo en la embajada mientras lo ayuda a obtener un salvoconducto que lo lleva a México.  Allí, por medio de su esposa, la peruana Hilda Gadea, conoce a Raúl Castro y acto seguido, a Fidel. El resto de la historia, es historia, cae Cuba y sabemos cómo termina.  Después de su ruptura con Fidel se va al Congo, a ayudar en la formación del grupo guerrillero para luchar contra el gobierno de ese país, y luego de siete meses de pelear una guerra ajena, queda como legado que llega al poder el monstruo de Mobutu al formarse Zaire.  Un ladrón que nacionalizó todo lo que pudo, lanzó una campaña anti-europeos y anti-occidentales, y se robó aproximadamente US$5,000 millones (como reporta el Wall Street Journal el 13 de abril de 2009 en su artículo “Porqué la ayuda internacional hace más daño que bien a África”.

Finalmente aterriza en Bolivia en 1966, gracias a una credencial como Observador de la OEA, calvo y afeitado, escondido tras un par de anteojos, y con el nombre de Ramón Benítez. Como era de esperarse, se alinea con los grupos guerrilleros bolivianos.  Fue apresado por un escuadrón de la CIA, ejecutado el 9 de octubre de 1967 por el gobierno boliviano y enterrado sin manos para evitar ser identificado por las dactilares.  El que a hierro mata, sin duda, a hierro muere. En una carta que le escribió a su padre después de haber mandado fusilar a un prisionero en Cuba le dice: “tengo que confesarte papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”.  Si esa no es la afirmación propia de un psicópata, que alguien me diga si es digna de un ángel de la caridad del cobre.

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En enero de 1959, tiene lugar uno de los episodios más obscuros de la vida del Che. Estaba a cargo de la guarnición de La Cabaña, donde eran juzgados los funcionarios de Batista, los torturadores, policías, espías, militares y colaboradores del dictador depuesto, además de empresarios, religiosos católicos y demócrata-liberales opositores a la revolución. El Che, que pensaba que el error de Arbenz había sido no implementar la ejecución preventiva, decidió que “…si no matas primero te matan a ti” (Jon Lee Anderson: “Che Guevara. Una vida revolucionaria” (Anagrama, 2006) julio de 1960, p. 452).  Anderson, historiador y periodista infatuado del Che, atribuye más de 2.000 sentencias de muerte al Che ya que le atribuye un tono de legalidad a las mismas.

Claras fue el discurso del Che en el Primer Congreso de Juventudes latinoamericanas en La Habana (24-7-1960): “Y ese pueblo (el cubano) que hoy está ante ustedes, les dice que, aun cuando debiera desaparecer de la faz de la tierra porque se desatara a causa de él una contienda atómica…, se consideraría completamente feliz y completamente logrado” reiterando lo dicho antes públicamente “la sangre del pueblo es nuestro tesoro más sagrado, pero hay que derramarla para ahorrar más sangre en el futuro”.  En su discurso en la ONU el 11 de diciembre de 1964 afirmó claro y tondo que: “Si hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”, ¡y aun así los soñadores lo aman!

Lo triste del tema es que para muchos, y especialmente jóvenes, vestir algo con la cara del Che es como hacer una declaración de estar parado del lado “justo” de la historia. Preservar el mito del guerrero a la Robín Hood les encanta, en un mundo en el que se sienten frustrados por tanta diferencia y por tanta indiferencia, por tanta escasez, tanta miseria y tanta injusticia. Esa parte es comprensible, por cualquier ser con algo de humanidad, ya que es natural en el ser humano buscar aferrarse a algo que represente un gramo de esperanza.  Sin embargo, el problema radica en las soluciones que esa imagen implica. Vienen los oenegeros a venderle a la gente que todo debe ser gratis, como si se pudiera comprar todo con dinero de Monopoly, imprimiendo moneda a las años 70s, o expropiando a la Chávez. No se crea más riqueza quitando a unos para distribuirla, no se crea más riqueza coartando la libertad del individuo, no se crea prosperidad impidiendo a la creatividad del individuo florecer, no se genera prosperidad matándose, secuestrando, y robando.  El impuesto de guerra que cobraba la guerrilla hoy día se llama extorsión, y eso era el maldito impuesto. ¿Cuántos murieron por él y mueren hoy día por su nueva versión? ¿Hasta cuándo seguiremos alabando el mito de un tipo que quizás inició bien intencionado, pero enfermo de mente y alma?

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo