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Reconsiderando a Aristóteles 1ra Parte

Redacción
23 de agosto, 2016

En el libro V de la Ética Nicomáquea, Aristóteles medita sobre la función del dinero y la actividad comercial en general, corrigiendo su teoría anterior descrita en la Política, de redacción bastante temprana, y llegando a conclusiones similares a las de la Escuela Austriaca. Teniendo en cuenta que fue el primer autor que se ocupó de analizar, por someramente que fuera, los hechos económicos, resulta interesante conocer lo que escribió al respecto: su concepción sobre el origen del dinero y su función, la demanda y oferta, y la cataláctica como condición sin la cual no se daría la polis.
Aristóteles nos dice en la Política, que la comunidad más elemental se origina por la unión entre personas que no pueden existir los unos sin los otros: primero, el hombre y la mujer con el propósito de la reproducción, y segundo, el que manda o administra y el que es mandado con el propósito de la preservación. Esta es la comunidad doméstica, cuyo fin más elemental es la satisfacción de las necesidades cotidianas. Está compuesta de elementos heterogéneos, de humanos de diversidad de sexos, de edad, y condición. La función de cada elemento está subordinada a la del conjunto, y por eso tiene un elemento rector. El elemento rector o administrador de la comunidad doméstica es el hombre libre adulto (eleutheros), el dueño de la casa (oikos). Los elementos regidos son la mujer de la casa, los infantes y los esclavos. La relación de dominio del dueño de la casa con cada uno de estos es natural y distinta: es el marido de su mujer, padre de sus hijos y amo de sus esclavos.
Ahora, las posesiones son parte de la comunidad doméstica, y la adquisición de posesiones es parte de la administración doméstica (porque sin las cosas necesarias es imposible vivir o vivir bien); y así como las artes especializadas deben necesariamente tener sus instrumentos apropiados, así el administrador doméstico (oikonomos) debe también tener los instrumentos adecuados. El saber práctico que tiene la comunidad doméstica como objeto es la oikonomía (economía).
El dueño de casa o administrador doméstico (oikonomos), quien tiene la responsabilidad de que la comunidad doméstica alcance su fin, – que en definitiva es la vida y el bienestar – necesita de instrumentos, – para cumplir su función- que son inanimados y animados. Los instrumentos de producción inanimados son las herramientas – como la lanzadera, que sirve para tejer telas – los de uso o posesiones – como el vestido que uno usa, o la casa que habita. Los instrumentos animados de los que dispone el oikonomos o dueño de casa para la acción son los esclavos y animales domésticos.
Aristóteles pensó en la posibilidad de prescindir de los esclavos si se pudieran sustituir por máquinas:
“Si todos los instrumentos inanimados pudieran cumplir su cometido obedeciendo las ordenes de otro o anticipándose a ellas, como se dice hacían los de Daedalos, o los autómatas de Hefestos […], si las lanzaderas tejieran solas […], los amos no necesitarían esclavos.” POLÍTICA, LIBRO I, CAP. 3, 1253b 33.
El arte de administrar la casa o saber práctico económico (oikonomike) se refiere a la utilización de los bienes domésticos. Pero estos bienes o posesiones hay que producirlos y adquirirlos de algún modo. El saber práctico de la adquisición de recursos (khrēmata) se llama crematística (khrēmatistikē). Aristóteles distingue dos tipos: crematística doméstica y crematística comercial.
La crematística doméstica tiene por objeto la adquisición de recursos necesarios, como alimentos, vestido, etcétera, para la vida en la comunidad doméstica, que es la unidad natural de producción. Una casa bien llevada tiene siempre lo que necesita – que es limitado -, pero no se dedica a la acumulación de riqueza.
La crematística comercial o de cambio (katallasso) tiene por objeto el dinero. El hombre de negocios o comerciante, quien es un hombre libre, se dedica al cambio de unos productos por otros. El comercio o intercambio de bienes y servicios entre hombres libres, elutheros que a la vez son oikonomos, genera otro tipo de asociación: la polis. Pero la asociación para el intercambio se forma por participantes que son diferentes y no iguales, – un doctor con un campesino, o un arquitecto con un zapatero, por ejemplo – pero que sin embargo deben ser equiparados.
Ahora, surge la pregunta de ¿por qué trata Aristóteles este tema en la Ética? Aristóteles afirma que el bien de cada cosa consiste en su función propia (érgon). Por ejemplo, el bien del ojo consiste en ver, la del estómago en digerir, la de las piernas en correr, el del cuchillo en cortar, etc. De la misma manera, el bien del humano consiste en la realización de su función propia. Y, ¿cuál es la función propia del humano? La función del humano es muy compleja, por ser este un cuerpo animado. La función del organismo vivo es mantenerse vivo. Para eso, en el caso del humano, tiene las funciones propias de las ánimas nutritiva, sensitiva y racional. Las primeras son sus funciones de nutrición, crecimiento y reproducción, comunes a todos los seres vivos, incluidas las plantas. Las segundas son las funciones de sensación y apetitos, comunes a todo animal. Y las terceras, las funciones de pensamiento, que sólo tienen los animales superiores.
La parte sensitiva y apetitiva del humano está influida en alguna cantidad por la parte pensante. La parte apetitiva del ánima es la sede de las tendencias y deseos, y Aristóteles la llama éthos o carácter. La parte pensante la llama diánoia o pensamiento. Cada una de estas dos tiene su función propia, que puede ejecutar bien o mal. A cada una de estas funciones corresponderá una virtud o areté, que consistirá en la eficiencia o excelencia en su ejecución. El areté o virtud se entiende aquí como eficiencia o excelencia, como cuando hablamos de un virtuoso del piano, es decir, de alguien que toca muy bien el piano. De tal manera un buen pianista será aquel que toca bien el piano, que tiene la excelencia o eficiencia propia del pianista. La bondad es la eficiencia o excelencia en la funcionalidad. Un buen cuchillo es aquel que corta bien, el que tiene la excelencia o eficiencia propia del cuchillo. Un buen médico es el que cura bien, el que tiene la excelencia o eficiencia propia del médico. Así pues, las virtudes correspondientes al carácter o éthos son las virtudes éticas o morales. Las virtudes correspondientes al pensamiento o diánoia son las virtudes dianoéticas o intelectuales.
Aristóteles nos indica que el ánima humana es un todo orgánicamente estructurado, en el que la parte apetitiva y volitiva está naturalmente subordinada a la parte pensante o racional. Si el humano funciona bien, como un todo, sus deseos serán controlados y dirigidos por su pensamiento. Si funciona mal, sus deseos se descontrolarán y escaparán a la dirección de su pensamiento. La virtud moral consiste, básicamente, en el control por parte del pensamiento del humano, de su parte volitiva. Aristóteles distingue en la acción humana, entre la elección (boúlēsis), que señala los fines; la deliberación (boúleusis), que sopesa los medios; y la decisión (proaíresis), que conduce a la acción.
Continuará.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Reconsiderando a Aristóteles 1ra Parte

Redacción
23 de agosto, 2016

En el libro V de la Ética Nicomáquea, Aristóteles medita sobre la función del dinero y la actividad comercial en general, corrigiendo su teoría anterior descrita en la Política, de redacción bastante temprana, y llegando a conclusiones similares a las de la Escuela Austriaca. Teniendo en cuenta que fue el primer autor que se ocupó de analizar, por someramente que fuera, los hechos económicos, resulta interesante conocer lo que escribió al respecto: su concepción sobre el origen del dinero y su función, la demanda y oferta, y la cataláctica como condición sin la cual no se daría la polis.
Aristóteles nos dice en la Política, que la comunidad más elemental se origina por la unión entre personas que no pueden existir los unos sin los otros: primero, el hombre y la mujer con el propósito de la reproducción, y segundo, el que manda o administra y el que es mandado con el propósito de la preservación. Esta es la comunidad doméstica, cuyo fin más elemental es la satisfacción de las necesidades cotidianas. Está compuesta de elementos heterogéneos, de humanos de diversidad de sexos, de edad, y condición. La función de cada elemento está subordinada a la del conjunto, y por eso tiene un elemento rector. El elemento rector o administrador de la comunidad doméstica es el hombre libre adulto (eleutheros), el dueño de la casa (oikos). Los elementos regidos son la mujer de la casa, los infantes y los esclavos. La relación de dominio del dueño de la casa con cada uno de estos es natural y distinta: es el marido de su mujer, padre de sus hijos y amo de sus esclavos.
Ahora, las posesiones son parte de la comunidad doméstica, y la adquisición de posesiones es parte de la administración doméstica (porque sin las cosas necesarias es imposible vivir o vivir bien); y así como las artes especializadas deben necesariamente tener sus instrumentos apropiados, así el administrador doméstico (oikonomos) debe también tener los instrumentos adecuados. El saber práctico que tiene la comunidad doméstica como objeto es la oikonomía (economía).
El dueño de casa o administrador doméstico (oikonomos), quien tiene la responsabilidad de que la comunidad doméstica alcance su fin, – que en definitiva es la vida y el bienestar – necesita de instrumentos, – para cumplir su función- que son inanimados y animados. Los instrumentos de producción inanimados son las herramientas – como la lanzadera, que sirve para tejer telas – los de uso o posesiones – como el vestido que uno usa, o la casa que habita. Los instrumentos animados de los que dispone el oikonomos o dueño de casa para la acción son los esclavos y animales domésticos.
Aristóteles pensó en la posibilidad de prescindir de los esclavos si se pudieran sustituir por máquinas:
“Si todos los instrumentos inanimados pudieran cumplir su cometido obedeciendo las ordenes de otro o anticipándose a ellas, como se dice hacían los de Daedalos, o los autómatas de Hefestos […], si las lanzaderas tejieran solas […], los amos no necesitarían esclavos.” POLÍTICA, LIBRO I, CAP. 3, 1253b 33.
El arte de administrar la casa o saber práctico económico (oikonomike) se refiere a la utilización de los bienes domésticos. Pero estos bienes o posesiones hay que producirlos y adquirirlos de algún modo. El saber práctico de la adquisición de recursos (khrēmata) se llama crematística (khrēmatistikē). Aristóteles distingue dos tipos: crematística doméstica y crematística comercial.
La crematística doméstica tiene por objeto la adquisición de recursos necesarios, como alimentos, vestido, etcétera, para la vida en la comunidad doméstica, que es la unidad natural de producción. Una casa bien llevada tiene siempre lo que necesita – que es limitado -, pero no se dedica a la acumulación de riqueza.
La crematística comercial o de cambio (katallasso) tiene por objeto el dinero. El hombre de negocios o comerciante, quien es un hombre libre, se dedica al cambio de unos productos por otros. El comercio o intercambio de bienes y servicios entre hombres libres, elutheros que a la vez son oikonomos, genera otro tipo de asociación: la polis. Pero la asociación para el intercambio se forma por participantes que son diferentes y no iguales, – un doctor con un campesino, o un arquitecto con un zapatero, por ejemplo – pero que sin embargo deben ser equiparados.
Ahora, surge la pregunta de ¿por qué trata Aristóteles este tema en la Ética? Aristóteles afirma que el bien de cada cosa consiste en su función propia (érgon). Por ejemplo, el bien del ojo consiste en ver, la del estómago en digerir, la de las piernas en correr, el del cuchillo en cortar, etc. De la misma manera, el bien del humano consiste en la realización de su función propia. Y, ¿cuál es la función propia del humano? La función del humano es muy compleja, por ser este un cuerpo animado. La función del organismo vivo es mantenerse vivo. Para eso, en el caso del humano, tiene las funciones propias de las ánimas nutritiva, sensitiva y racional. Las primeras son sus funciones de nutrición, crecimiento y reproducción, comunes a todos los seres vivos, incluidas las plantas. Las segundas son las funciones de sensación y apetitos, comunes a todo animal. Y las terceras, las funciones de pensamiento, que sólo tienen los animales superiores.
La parte sensitiva y apetitiva del humano está influida en alguna cantidad por la parte pensante. La parte apetitiva del ánima es la sede de las tendencias y deseos, y Aristóteles la llama éthos o carácter. La parte pensante la llama diánoia o pensamiento. Cada una de estas dos tiene su función propia, que puede ejecutar bien o mal. A cada una de estas funciones corresponderá una virtud o areté, que consistirá en la eficiencia o excelencia en su ejecución. El areté o virtud se entiende aquí como eficiencia o excelencia, como cuando hablamos de un virtuoso del piano, es decir, de alguien que toca muy bien el piano. De tal manera un buen pianista será aquel que toca bien el piano, que tiene la excelencia o eficiencia propia del pianista. La bondad es la eficiencia o excelencia en la funcionalidad. Un buen cuchillo es aquel que corta bien, el que tiene la excelencia o eficiencia propia del cuchillo. Un buen médico es el que cura bien, el que tiene la excelencia o eficiencia propia del médico. Así pues, las virtudes correspondientes al carácter o éthos son las virtudes éticas o morales. Las virtudes correspondientes al pensamiento o diánoia son las virtudes dianoéticas o intelectuales.
Aristóteles nos indica que el ánima humana es un todo orgánicamente estructurado, en el que la parte apetitiva y volitiva está naturalmente subordinada a la parte pensante o racional. Si el humano funciona bien, como un todo, sus deseos serán controlados y dirigidos por su pensamiento. Si funciona mal, sus deseos se descontrolarán y escaparán a la dirección de su pensamiento. La virtud moral consiste, básicamente, en el control por parte del pensamiento del humano, de su parte volitiva. Aristóteles distingue en la acción humana, entre la elección (boúlēsis), que señala los fines; la deliberación (boúleusis), que sopesa los medios; y la decisión (proaíresis), que conduce a la acción.
Continuará.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo