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La lucha contra la corrupción es de todos

Betty Marroquin
24 de agosto, 2016

He repetido y seguiré repitiendo hasta la saciedad que la cultura de la corrupción es una cultura aprendida desde el medio en el que el niño crezca.  Si crece viendo a su madre mentirle a su padre sobre lo que compra, o al padre negarse al teléfono o pagar mordida, crecerá que ese ese el modo correcto de comportarse.  Si un niño crece huérfano y desamparado, sometido a los abusos del entorno en que se mueve, es lógico pensar que tienda más a ser un delincuente que una persona de bien porque aprenderá a defenderse a la brava.  Si los padres perdonan que su hijo mienta en la escuela, use su chivo para salir del examen, pague para que le escriban su tesis o haga trampa en cualquier forma, está enseñando a ese hijo a ser precisamente eso: corrupto y tramposo.

La integridad es algo que algunos aprendemos desde la cuna y otros adquieren con el tiempo, como consecuencia de errores y lecciones aprendidas.  Como quiera que sea, lo importante es asimilarla, hacerla nuestra.  Quizás mi columna no guste mucho porque entiendo que corro el riesgo de que suene a regaño, pero la realidad es que estoy tratando de que hagamos conciencia de que el epicentro de todo somos todos y cada uno de nosotros. Está en nosotros mismos proceder de un modo u otro, y está en nosotros mismos construir no destruir.

Deseamos un gobierno íntegro, justo y ecuánime, debemos serlo nosotros mismos para que eso se refleje en nuestras autoridades.  Tirarse al agua y trabajar por el país no es fácil, y menos en esta coyuntura.  Se mil veces más cómodo quedarse en casa y nada más criticar.  Exponerse a las críticas requiere valor y mucha entereza.

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El Ministro de Economía decía el martes en la presentación de la política económica del 2016 al 2021, enfocada en el crecimiento económico incluyente y sostenible, que el esfuerzo es de todos, en conjunto, como un equipo.  Si logramos ver más allá de nuestra nariz y detenernos a pensar en las consecuencias de nuestros actos, antes de hacerlos, otro gallo nos cantará.  Piénselo.  Si los congresistas, antes de aprobar una ley analizan a todos y cada uno de los sectores que podrían verse afectados directa e indirectamente, los escucha, y hacen un esfuerzo por entender el panorama completo poniendo el bien común por encima de todo, que distinto sería nuestro Congreso. 

Si todos los funcionarios antes de proceder incorrectamente nos detenemos a pensar en las consecuencias de nuestros actos, que gobierno ejemplar el que tendríamos.  Si los empresarios se detienen a pensar en el efecto que sus acciones tendrán en todos los potenciales afectados, sería el imperio de la integridad y la consideración, obvio no me refiero a la sana y limpia competencia, que es vital para que una sociedad progrese.

La realidad es que proceder con integridad es mucho más difícil que proceder equivocadamente.  Sin embargo, si los delincuentes, ladrones y criminales tuvieran dos dedos de frente entenderían que primero, entre cielo y tierra no existe nada oculto y todo se sabe.  Siempre habrá un “yo lo vi”, y si analizaran a los grandes criminales de la historia verían que han terminado muertos horrendamente o pudriéndose en una cárcel, un bunquer (que viene siendo lo mismo) o escondidos cual ratas de cloaca en algún agujero.  Eso no es vida, señores delincuentes, corruptos y criminales.  De que les sirve robar si no pueden salir a dar la cara al mundo como la gente decente y sin tacha.  El que mal anda, mal acaba, decía mi abuelita.  ¡Qué razón tenía!

Guatemala, les decía la otra noche a unos amigos, es como un ser que ha sido diagnosticado con un mal que lo puede llevar a la muerte, al que de pronto le llega la esperanza de un nuevo remedio que puede salvarlo de ese final tan triste, pero al administrarlo, resulta que le da unos efectos secundarios terribles.  Ese remedio es un aparato de justicia mucho más estricto del que tenemos, y sobre todo, ecuánime y justo.  Los efectos secundarios es pararnos frente al espejo y vernos todas y cada una de las arrugas que tenemos… nuestros males sociales, nuestro egoísmo, nuestro egocentrismo, nuestra ceguera, nuestra cobardía, nuestra miopía, y sobre todo, nuestra falta de integridad. 

¿Qué Guatemala queremos?  Está en usted y está en mí trabajar para obtenerla.  La elección es nuestra.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este

La lucha contra la corrupción es de todos

Betty Marroquin
24 de agosto, 2016

He repetido y seguiré repitiendo hasta la saciedad que la cultura de la corrupción es una cultura aprendida desde el medio en el que el niño crezca.  Si crece viendo a su madre mentirle a su padre sobre lo que compra, o al padre negarse al teléfono o pagar mordida, crecerá que ese ese el modo correcto de comportarse.  Si un niño crece huérfano y desamparado, sometido a los abusos del entorno en que se mueve, es lógico pensar que tienda más a ser un delincuente que una persona de bien porque aprenderá a defenderse a la brava.  Si los padres perdonan que su hijo mienta en la escuela, use su chivo para salir del examen, pague para que le escriban su tesis o haga trampa en cualquier forma, está enseñando a ese hijo a ser precisamente eso: corrupto y tramposo.

La integridad es algo que algunos aprendemos desde la cuna y otros adquieren con el tiempo, como consecuencia de errores y lecciones aprendidas.  Como quiera que sea, lo importante es asimilarla, hacerla nuestra.  Quizás mi columna no guste mucho porque entiendo que corro el riesgo de que suene a regaño, pero la realidad es que estoy tratando de que hagamos conciencia de que el epicentro de todo somos todos y cada uno de nosotros. Está en nosotros mismos proceder de un modo u otro, y está en nosotros mismos construir no destruir.

Deseamos un gobierno íntegro, justo y ecuánime, debemos serlo nosotros mismos para que eso se refleje en nuestras autoridades.  Tirarse al agua y trabajar por el país no es fácil, y menos en esta coyuntura.  Se mil veces más cómodo quedarse en casa y nada más criticar.  Exponerse a las críticas requiere valor y mucha entereza.

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El Ministro de Economía decía el martes en la presentación de la política económica del 2016 al 2021, enfocada en el crecimiento económico incluyente y sostenible, que el esfuerzo es de todos, en conjunto, como un equipo.  Si logramos ver más allá de nuestra nariz y detenernos a pensar en las consecuencias de nuestros actos, antes de hacerlos, otro gallo nos cantará.  Piénselo.  Si los congresistas, antes de aprobar una ley analizan a todos y cada uno de los sectores que podrían verse afectados directa e indirectamente, los escucha, y hacen un esfuerzo por entender el panorama completo poniendo el bien común por encima de todo, que distinto sería nuestro Congreso. 

Si todos los funcionarios antes de proceder incorrectamente nos detenemos a pensar en las consecuencias de nuestros actos, que gobierno ejemplar el que tendríamos.  Si los empresarios se detienen a pensar en el efecto que sus acciones tendrán en todos los potenciales afectados, sería el imperio de la integridad y la consideración, obvio no me refiero a la sana y limpia competencia, que es vital para que una sociedad progrese.

La realidad es que proceder con integridad es mucho más difícil que proceder equivocadamente.  Sin embargo, si los delincuentes, ladrones y criminales tuvieran dos dedos de frente entenderían que primero, entre cielo y tierra no existe nada oculto y todo se sabe.  Siempre habrá un “yo lo vi”, y si analizaran a los grandes criminales de la historia verían que han terminado muertos horrendamente o pudriéndose en una cárcel, un bunquer (que viene siendo lo mismo) o escondidos cual ratas de cloaca en algún agujero.  Eso no es vida, señores delincuentes, corruptos y criminales.  De que les sirve robar si no pueden salir a dar la cara al mundo como la gente decente y sin tacha.  El que mal anda, mal acaba, decía mi abuelita.  ¡Qué razón tenía!

Guatemala, les decía la otra noche a unos amigos, es como un ser que ha sido diagnosticado con un mal que lo puede llevar a la muerte, al que de pronto le llega la esperanza de un nuevo remedio que puede salvarlo de ese final tan triste, pero al administrarlo, resulta que le da unos efectos secundarios terribles.  Ese remedio es un aparato de justicia mucho más estricto del que tenemos, y sobre todo, ecuánime y justo.  Los efectos secundarios es pararnos frente al espejo y vernos todas y cada una de las arrugas que tenemos… nuestros males sociales, nuestro egoísmo, nuestro egocentrismo, nuestra ceguera, nuestra cobardía, nuestra miopía, y sobre todo, nuestra falta de integridad. 

¿Qué Guatemala queremos?  Está en usted y está en mí trabajar para obtenerla.  La elección es nuestra.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este