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Entropía Nacional

Redacción
16 de septiembre, 2016

Según la Constitución Política de Guatemala, es decir, el armazón del Estado de Guatemala, el fin supremo de que este exista es la realización del bien común. Pero, ese no es un fin, es un principio, ¿no? Los Estados Unidos de América velan por el bien común de sus ciudadanos a través de la Libertad. Los países europeos apuestan por el “bienestar”. ¿Y nosotros? ¿A qué le apostamos?
La convergencia de culturas se convirtió en desorden. La convergencia de ideologías se convirtió en desorden. La convergencia de intereses se convirtió en desorden. Todo se convirtió en desorden. Llevamos una luz tan débil en este caminar dentro de un túnel oscuro, que no vemos más allá de un par de metros.
Llevamos 195 años así, preguntándonos por qué hay partes de la historia por las que ya pasamos y volvemos a pasar. Al final, no hay un ideal. Ni libertad, ni bienestar. Sólo legalismo. Reformamos y creamos leyes que no son más que baches con los que intentamos cubrir eso que nos molesta, pero no buscamos un fin que las una y haga crecer como las ramas de un mismo árbol.
¿Será muy tarde ya? Si así fuera, ya sabemos eso que nos encanta decir cuando (casi siempre) vamos tarde: “más vale tarde que nunca.” Y es que nos desordenamos porque olvidamos eso tan básico que dijo una vez Ayn Rand y que yo he repetido miles: “La minoría más pequeña del mundo es el individuo.” Y así, organizados en grupos más por odios comunes que por afinidad, intentamos avanzar por esos 195 años.
Partiendo de ahí, deberíamos poder afirmar todos que no hay ciudadanía, ni patrio ardimiento (si es que hay), sin fines para los que estos sirvan. A nadie le importa el bien común. ¿O sí? Importa que voy tarde al trabajo, que hoy tuve un mal día, pero el bien común… no, eso es cosa “del Gobierno”. Al final, no habría Gobierno sin un país, un país no existiría sin su población, ni esta sin el individuo.
No es que haya que intentar botar todo nuestro sistema, como si fuera un presidente más. Es que hay que empezar a hacer las cosas diferentes. Podemos. Debemos. La facultad radica en el “deber ser”, lo que la metafísica llamaría potencia. Pues eso, Guatemala, como ente, es en potencia desarrollo, justicia, libertad. Pues para la misma metafísica, que ahora mismo mira de soslayo nuestro ser en acto, no somos más que un momento en el tiempo. Sin embargo, ser en acto, en cierto modo, es no ser en potencia. No somos ni siquiera bien común. Y ese, como ya dijimos, es sólo el principio.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

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16 de septiembre, 2016

Según la Constitución Política de Guatemala, es decir, el armazón del Estado de Guatemala, el fin supremo de que este exista es la realización del bien común. Pero, ese no es un fin, es un principio, ¿no? Los Estados Unidos de América velan por el bien común de sus ciudadanos a través de la Libertad. Los países europeos apuestan por el “bienestar”. ¿Y nosotros? ¿A qué le apostamos?
La convergencia de culturas se convirtió en desorden. La convergencia de ideologías se convirtió en desorden. La convergencia de intereses se convirtió en desorden. Todo se convirtió en desorden. Llevamos una luz tan débil en este caminar dentro de un túnel oscuro, que no vemos más allá de un par de metros.
Llevamos 195 años así, preguntándonos por qué hay partes de la historia por las que ya pasamos y volvemos a pasar. Al final, no hay un ideal. Ni libertad, ni bienestar. Sólo legalismo. Reformamos y creamos leyes que no son más que baches con los que intentamos cubrir eso que nos molesta, pero no buscamos un fin que las una y haga crecer como las ramas de un mismo árbol.
¿Será muy tarde ya? Si así fuera, ya sabemos eso que nos encanta decir cuando (casi siempre) vamos tarde: “más vale tarde que nunca.” Y es que nos desordenamos porque olvidamos eso tan básico que dijo una vez Ayn Rand y que yo he repetido miles: “La minoría más pequeña del mundo es el individuo.” Y así, organizados en grupos más por odios comunes que por afinidad, intentamos avanzar por esos 195 años.
Partiendo de ahí, deberíamos poder afirmar todos que no hay ciudadanía, ni patrio ardimiento (si es que hay), sin fines para los que estos sirvan. A nadie le importa el bien común. ¿O sí? Importa que voy tarde al trabajo, que hoy tuve un mal día, pero el bien común… no, eso es cosa “del Gobierno”. Al final, no habría Gobierno sin un país, un país no existiría sin su población, ni esta sin el individuo.
No es que haya que intentar botar todo nuestro sistema, como si fuera un presidente más. Es que hay que empezar a hacer las cosas diferentes. Podemos. Debemos. La facultad radica en el “deber ser”, lo que la metafísica llamaría potencia. Pues eso, Guatemala, como ente, es en potencia desarrollo, justicia, libertad. Pues para la misma metafísica, que ahora mismo mira de soslayo nuestro ser en acto, no somos más que un momento en el tiempo. Sin embargo, ser en acto, en cierto modo, es no ser en potencia. No somos ni siquiera bien común. Y ese, como ya dijimos, es sólo el principio.

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