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Su reflejo

Redacción
25 de septiembre, 2016

La actividad más preciada del pueblo eran las fiestas en el salón ubicado justo detrás de la cancha. Para ellas, las mujeres sacaban a lucir sus mejores vestidos, los hombres sacaban a pasear sus mejores trajes. Las tardes pasaban volando entre peinados y curiosidades.
En las noches de danza no importaba ya la ubicación del pueblo, ni el tamaño, ni la cantidad de habitantes. Todos buscaban una pizca de cariño, una mano para decorar con un anillo, una sonrisa, aunque sea un “sí” para bailar.
Al principio podría observarse la división en la pista: mujeres de un lado, hombres del otro. Cual mar y arena, se notaba la mezcla justo en las orillas. El primer atrevido fue tu padre, cuando me sacó a bailar. La primera atrevida fui yo, cuando acepté. Sonará apresurado, pero desde ese día decidimos que íbamos a bailar juntos por siempre.
Tu padre era un estratega, conquistó a tu abuelo demostrándole ser trabajador, ser honesto y dedicado. Le contó que tenía sueños de ciudad, que quería casarse con una mujer bonita y “arrecha”. Meses después le pidió mi mano, mi padre dijo que sí sin pensarlo dos veces. Era un hijo más para él.
El día de nuestra boda alquilamos el salón, susurraban por las calles que iba a ser la mejor fiesta del año, que digo del año, de los años. Y así lo fue. Ese día -aunque por protocolo- nosotros iniciamos el baile otra vez. Todos nos veían, sabían que nos amábamos, no podíamos ocultarlo.
Meses después naciste tú, eras la cosa más chiquita que había tenido en mis brazos. Naciste idéntica a él, con sus ojos, su sonrisa y su tono de piel. Igual de guapa, pero en diminuto.
Ay querida, como te amó. Te cuidó con sus cinco sentidos, te presumió en todo el pueblo, te cuidó por las noches.
La última vez que le viste, él llevaba fuera mucho tiempo. Saliste a la puerta y al verlo llegar, corriste a sus brazos.
Tres años tenías cuando él tuvo que partir. No fue un deseo divino, pero así fue, así pasa a veces.
Y ahora, deja de llorar; aquí -señalando el corazón- lo tendrás toda la vida. Y por favor, querida mía, no me vuelvas a preguntar por sus huesos. Porque no puedo soportar haberle perdido, ni verte llorar. Tienes los ojos igual que él, la misma boca, las mismas cejas. Ni vuelvas a preguntarme por qué no puedo verte a los ojos, si ya sabes que le extraño, que eres su reflejo.

@nojuzgo

Su reflejo

Redacción
25 de septiembre, 2016

La actividad más preciada del pueblo eran las fiestas en el salón ubicado justo detrás de la cancha. Para ellas, las mujeres sacaban a lucir sus mejores vestidos, los hombres sacaban a pasear sus mejores trajes. Las tardes pasaban volando entre peinados y curiosidades.
En las noches de danza no importaba ya la ubicación del pueblo, ni el tamaño, ni la cantidad de habitantes. Todos buscaban una pizca de cariño, una mano para decorar con un anillo, una sonrisa, aunque sea un “sí” para bailar.
Al principio podría observarse la división en la pista: mujeres de un lado, hombres del otro. Cual mar y arena, se notaba la mezcla justo en las orillas. El primer atrevido fue tu padre, cuando me sacó a bailar. La primera atrevida fui yo, cuando acepté. Sonará apresurado, pero desde ese día decidimos que íbamos a bailar juntos por siempre.
Tu padre era un estratega, conquistó a tu abuelo demostrándole ser trabajador, ser honesto y dedicado. Le contó que tenía sueños de ciudad, que quería casarse con una mujer bonita y “arrecha”. Meses después le pidió mi mano, mi padre dijo que sí sin pensarlo dos veces. Era un hijo más para él.
El día de nuestra boda alquilamos el salón, susurraban por las calles que iba a ser la mejor fiesta del año, que digo del año, de los años. Y así lo fue. Ese día -aunque por protocolo- nosotros iniciamos el baile otra vez. Todos nos veían, sabían que nos amábamos, no podíamos ocultarlo.
Meses después naciste tú, eras la cosa más chiquita que había tenido en mis brazos. Naciste idéntica a él, con sus ojos, su sonrisa y su tono de piel. Igual de guapa, pero en diminuto.
Ay querida, como te amó. Te cuidó con sus cinco sentidos, te presumió en todo el pueblo, te cuidó por las noches.
La última vez que le viste, él llevaba fuera mucho tiempo. Saliste a la puerta y al verlo llegar, corriste a sus brazos.
Tres años tenías cuando él tuvo que partir. No fue un deseo divino, pero así fue, así pasa a veces.
Y ahora, deja de llorar; aquí -señalando el corazón- lo tendrás toda la vida. Y por favor, querida mía, no me vuelvas a preguntar por sus huesos. Porque no puedo soportar haberle perdido, ni verte llorar. Tienes los ojos igual que él, la misma boca, las mismas cejas. Ni vuelvas a preguntarme por qué no puedo verte a los ojos, si ya sabes que le extraño, que eres su reflejo.

@nojuzgo