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El hambre no es casualidad ni castigo divino

Redacción
01 de octubre, 2016

El Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO), declaró el 2013 como el año internacional de la Quínoa. La quínoa no se produce en Guatemala, pero lo traigo a colación porque ésta decisión no es aleatoria, responde con toda claridad a un diagnóstico claro: en todo el mundo, millones de seres humanos padecen cada día de hambre y Guatemala siendo un país con tanta riqueza hay cientos de familias que padecen desnutrición aguda y crónica (46% de niños menores de 5 años padecen de desnutrición crónica).
Esta realidad se conoce desde los años 50’s cuando expertos y la academia a niveles de Harvard y The Lancet empezaron a vaticinar el futuro, indicando los riesgos de una escases de alimentos frente al crecimiento demográfico en el mundo, los cambios en los hábitos en el consumo o de las prácticas alimenticias erradas de la que se desprenden graves problemas de salud. Ojo que en esos años ni siquiera se tomaban en cuenta los impactos del cambio climático que hoy día representa billones de dólares en pérdidas de cosechas o los efectos del dumping de alimentos en mercados totalmente globalizados.
El hambre no es casual ni “castigo divino”, es el reflejo de una realidad marcada por desigualdades que campean por doquier, mientras unos pocos poseen mucho, muchos poseen poco. Esto no lo digo yo, lo dicen los expertos como Thomas Pikety, y es injustificable, también es el patético reflejo del mal desempeño que tenemos en la producción de alimentos. En Guatemala el avance en la diversificación de la matriz productiva agrícola es de nuevo patético, ya que seguimos estancados sembrando maíz y frijol, porque la gente del campo no sabe qué otra cosa sembrar o no le alcanza para invertir en otros cultivos más intensivos en capital.
No es solo un asunto de la alta concentración de la tierra en pocas manos como suelen insistir algunos que jamás han sembrado algo a falta de mejores explicaciones, tampoco ayuda retroceder 500 años a la época de la conquista y la colonia, que si la tierra les fue robada y negada, el problema es mucho más complejo que el acceso a tierra.
Me consta que muchos campesinos tienen tierra en extensiones respetables. Quienes trabajamos y vivimos de la agricultura sabemos que sembrar maíz y frijol dejó de ser un buen negocio hace más de veinticinco años. La globalización, los subsidios a los grandes productores de granos en Estados Unidos y Canadá, y los costos implícitos como parte de la producción agrícola por la importación de insumos, hacen inviable sembrar granos básicos y muy costoso sembrar productos de mayor valor económico. A la vez hay mella por la escasez de agua que caracteriza –y se amplía– a extensas regiones del mundo, haciendo improductiva la tierra. El cambio climático, cada día más evidente, agrava esta realidad.
No veo posible separar la cultura del maíz de la economía. Nuestros campesinos seguirán sembrando maíz y frijol así sea que no ganen un centavo. Lo que sea que producen les sirve para comer, es algo de vital importancia, y hay que entenderlo así de manera intrínseca en el ADN. Por lo tanto, hay que propiciar que estos nuevos planes de “prosperidad que prescriben los del norte” podamos como país hacer las cosas mejor y que nuestras autoridades hagan su trabajo sin robar y sin lucrar del hambre de la gente (Ej. Caso el Bodegón compra de maíz no apto para el consumo de narco contrabandistas de Huehuetenango-Mexico).
De esta manera, el Gobierno de Guatemala y el Plan de Prosperidad, aunque con paños de agua tibia, tienen que hablar más que de infraestructura y obra gris, que sin duda es básica para las economías de escala y cadenas de valor, hay que entrarle en serio a explotar el potencial productivo de las distintas micro regiones del país, pensando en la agricultura como un negocio rentable y no de subsistencia.
Guatemala no tiene excusas, puede ser el país de Centroamérica que produce excedentes en alimentos, accesibles para todos en calidad y precio, y exportar a los demás países. No aspiro o sueño en grande porque no se le puede pedir mucho al actual gobierno, pero en lo mínimo y básico, también a la cooperación internacional y ONG’s que tienen presencia a lo largo y ancho del país, les insto que dejemos de hablar de la solidaridad, de compartir y regalar, y que en lugar de eso hablemos en función de hacer rentable cada metro y vara cuadrada de tierra, agua y mano de obra de la gente, para ser verdaderamente prósperos. Negar nuestra vocación agrícola y satanizar el cultivo del maíz no nos ha llevado a ningún lado. Hablemos de prosperidad y progreso social.
Así como el hambre no es casualidad y castigo de Dios, tampoco lo es ser próspero y exitoso en nuestros emprendimientos, requiere trabajar y trabajar sin parar, generar una cultura de empresarios exitosos y no de pobres esperando la mal lograda solidaridad.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo

El hambre no es casualidad ni castigo divino

Redacción
01 de octubre, 2016

El Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura (FAO), declaró el 2013 como el año internacional de la Quínoa. La quínoa no se produce en Guatemala, pero lo traigo a colación porque ésta decisión no es aleatoria, responde con toda claridad a un diagnóstico claro: en todo el mundo, millones de seres humanos padecen cada día de hambre y Guatemala siendo un país con tanta riqueza hay cientos de familias que padecen desnutrición aguda y crónica (46% de niños menores de 5 años padecen de desnutrición crónica).
Esta realidad se conoce desde los años 50’s cuando expertos y la academia a niveles de Harvard y The Lancet empezaron a vaticinar el futuro, indicando los riesgos de una escases de alimentos frente al crecimiento demográfico en el mundo, los cambios en los hábitos en el consumo o de las prácticas alimenticias erradas de la que se desprenden graves problemas de salud. Ojo que en esos años ni siquiera se tomaban en cuenta los impactos del cambio climático que hoy día representa billones de dólares en pérdidas de cosechas o los efectos del dumping de alimentos en mercados totalmente globalizados.
El hambre no es casual ni “castigo divino”, es el reflejo de una realidad marcada por desigualdades que campean por doquier, mientras unos pocos poseen mucho, muchos poseen poco. Esto no lo digo yo, lo dicen los expertos como Thomas Pikety, y es injustificable, también es el patético reflejo del mal desempeño que tenemos en la producción de alimentos. En Guatemala el avance en la diversificación de la matriz productiva agrícola es de nuevo patético, ya que seguimos estancados sembrando maíz y frijol, porque la gente del campo no sabe qué otra cosa sembrar o no le alcanza para invertir en otros cultivos más intensivos en capital.
No es solo un asunto de la alta concentración de la tierra en pocas manos como suelen insistir algunos que jamás han sembrado algo a falta de mejores explicaciones, tampoco ayuda retroceder 500 años a la época de la conquista y la colonia, que si la tierra les fue robada y negada, el problema es mucho más complejo que el acceso a tierra.
Me consta que muchos campesinos tienen tierra en extensiones respetables. Quienes trabajamos y vivimos de la agricultura sabemos que sembrar maíz y frijol dejó de ser un buen negocio hace más de veinticinco años. La globalización, los subsidios a los grandes productores de granos en Estados Unidos y Canadá, y los costos implícitos como parte de la producción agrícola por la importación de insumos, hacen inviable sembrar granos básicos y muy costoso sembrar productos de mayor valor económico. A la vez hay mella por la escasez de agua que caracteriza –y se amplía– a extensas regiones del mundo, haciendo improductiva la tierra. El cambio climático, cada día más evidente, agrava esta realidad.
No veo posible separar la cultura del maíz de la economía. Nuestros campesinos seguirán sembrando maíz y frijol así sea que no ganen un centavo. Lo que sea que producen les sirve para comer, es algo de vital importancia, y hay que entenderlo así de manera intrínseca en el ADN. Por lo tanto, hay que propiciar que estos nuevos planes de “prosperidad que prescriben los del norte” podamos como país hacer las cosas mejor y que nuestras autoridades hagan su trabajo sin robar y sin lucrar del hambre de la gente (Ej. Caso el Bodegón compra de maíz no apto para el consumo de narco contrabandistas de Huehuetenango-Mexico).
De esta manera, el Gobierno de Guatemala y el Plan de Prosperidad, aunque con paños de agua tibia, tienen que hablar más que de infraestructura y obra gris, que sin duda es básica para las economías de escala y cadenas de valor, hay que entrarle en serio a explotar el potencial productivo de las distintas micro regiones del país, pensando en la agricultura como un negocio rentable y no de subsistencia.
Guatemala no tiene excusas, puede ser el país de Centroamérica que produce excedentes en alimentos, accesibles para todos en calidad y precio, y exportar a los demás países. No aspiro o sueño en grande porque no se le puede pedir mucho al actual gobierno, pero en lo mínimo y básico, también a la cooperación internacional y ONG’s que tienen presencia a lo largo y ancho del país, les insto que dejemos de hablar de la solidaridad, de compartir y regalar, y que en lugar de eso hablemos en función de hacer rentable cada metro y vara cuadrada de tierra, agua y mano de obra de la gente, para ser verdaderamente prósperos. Negar nuestra vocación agrícola y satanizar el cultivo del maíz no nos ha llevado a ningún lado. Hablemos de prosperidad y progreso social.
Así como el hambre no es casualidad y castigo de Dios, tampoco lo es ser próspero y exitoso en nuestros emprendimientos, requiere trabajar y trabajar sin parar, generar una cultura de empresarios exitosos y no de pobres esperando la mal lograda solidaridad.

República.gt es ajena a la opinión expresada en este artículo