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Paquito Pitoki

Redacción
01 de noviembre, 2016

Los héroes de la niñez nos enseñan a enfrentar retos de la vida utilizando las fortalezas y virtudes de los personajes. Sus historias generalmente nos demuestran que, para obtener grandes logros, debemos estar abiertos al apoyo de otros. Los niños y adolescentes necesitan héroes que les sirvan de referencia para inspirarlos, vivir sus valores, desarrollar empatía, ayudar a otros y sobreponer obstáculos. Una fascinación con súper héroes beneficia a un niño de muchas maneras, desde elevar su autoconfianza y ser personas positivas hasta reconocer sus limitaciones y propia mortalidad. Pueden ayudarles en situaciones adversas, como tener la fortaleza para evitar el acoso (bullying) o sirven de inspiración para hacer cosas que de otra manera no se hubieran atrevido a hacer.

Cuando yo era niño mi padre me contaba historias de un personaje llamado “Paquito Pitoki” – o simplemente “Pitoki”. Pitoki era un niño de unos 12 años que vivía en la imaginación de mi padre. Cuando yo tenía unos seis o siete años él me contaba unos cuentos fascinantes de Pitoki en los cuales este maravilloso personaje, con el uso de una navaja, lograba vencer la más temible de las situaciones. Las historias eran tan interesantes que claramente recuerdo a un amigo de mi padre escuchándolo mientras me contaba alguna aventura de Paquito Pitoki, e impacientemente le pedía que le contara que iba a suceder. Aunque algunas situaciones le causaban temor a Pitoki, no se dejaba vencer por ellas y siempre las enfrentaba valientemente y usando su creatividad y las herramientas a su disposición, buscaba vencerlas.

Paquito Pitoki vivía con sus padres en una cabaña de madera, frente a una bella planicie verde la cual terminaba en la entrada de un bosque en el que habían grandes ríos, cataratas y en el cual vivían animales salvajes. Era un niño obediente, caballeroso y aventurero. En una de sus historias, Pitoki recién había regresado de la escuela y como acostumbraba cada tarde, salió a caminar por el bosque. Guardó en la bolsa de su pantalón su navaja – una navaja suiza color rojo que además de la cuchilla tenía sierra, sacacorchos, pinzas tijeras, lupa y otras útiles herramientas – se despidió de su mamá con un beso en la mejilla, tomó una manzana y se adentró en el bosque.

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Comía su manzana mientras penetraba en el bosque y éste se volvía más oscuro por lo tupido de los árboles. Pitoki sabía que debía caminar con cuidado para no molestar a las abejas que trabajaban en sus enjambres ni pararse sobre hormigueros. Caminaba seguro y sin temor, pero observando su alrededor. Conocía la selva como la palma de su mano y estaba consciente que había peligros a los que tenía que estar alerta. De pronto llegó a un caudaloso río de aguas rápidas. Pitoki quería cruzarlo pues iba camino a visitar a su amiga que vivía del otro lado del bosque. Las piedras en el río eran muy resbalosas y no eran aptas para caminar sobre ellas. La corriente era muy rápida y fácilmente podía arrastrarlo y ahogarlo. Pero para Pitoki el río no era problema; tenía que cruzarlo. Además, en la ribera del otro lado había un área en donde se habían caído varios árboles y los rayos del sol penetraban fuertemente y quería calentarse bajo el sol.

Giró su cabeza hacia la copa de los árboles y vio que estos tenían grandes lianas, pero estaban fuera de su alcance. Sacó la navaja de su bolsillo y con ella empezó a cortar la corteza del tronco de un árbol a la orilla del río para hacer una escalera que le permitiera escalar el árbol y alcanzar las lianas. Subió por la escalera que había hecho y una vez llegó a la altura deseada, saltó hasta alcanzar una larga liana de unos 20 metros de largo que colgaba a metro y medio del tronco del árbol. Agarró la liana con su mano derecha y con el impulso empezó a columpiarse. Se columpió lo suficiente hasta que su cuerpo sobrevolaba el torrentoso río y cuando sintió que podía caer del otro lado, soltó la liana y voló por pocos segundos hasta aterrizar. Sabía que para no lastimarse debía doblar las rodillas y tan pronto cayó, rodó sobre sí mismo, protegiendo su cuerpo. Se levantó victoriosamente de su aterrizaje y al levantar la mirada vio a un gran felino observándolo.

Pitoki sabía que el animal no lo atacaría si era cuidadoso, pero también sabía que, si algo incitaba al animal, seguro él se convertiría en su cena. Vio a su alrededor buscando alguna rama seca. Cuando la tomó, sacó la lupa de su navaja y la colocó encima de la rama. Los rayos del sol atravesaron la lupa sobre la rama, hasta que humo empezó a salir de ésta. Cuando la rama empezó a arder con una buena llama, Pitoki la tomó en sus manos y empezó a caminar. Respetaba la naturaleza y no quería dañar al animal; sabía que los felinos temen al fuego y que mientras tuviera la rama en sus manos, el animal no se le acercaría. Antorcha en mano, Pitoki siguió su camino hasta que llegó victorios a la casa de su amiga, a quien le contó sus aventuras mientras devoraba un delicioso pastel de chocolate con un vaso de leche

Paquito Pitoki era mi héroe. Aunque yo también admiraba a Batman y disfrutaba el programa en la televisión, el cual, creciendo en los años 70s, era muy primitivo para lo que vemos en ésta época, ningún episodio de Batman era tan bueno como los cuentos de Paquito Pitoki, en donde las imágenes se convertían en escenas vividas en mi mente. Pitoki me enseñó a luchar por mis creencias hasta obtener los resultados deseados. Despertó mi imaginación y de él aprendí que las herramientas para superar cualquier obstáculo no son necesariamente físicas – como la navaja – sino que están en nuestra mente, en nuestra creatividad. De su trato hacia los demás aprendí a respetar a otros y sentir empatía por otros. De niño desarrollé un gusto por las navajas, las cuales coleccionaba, gusto que ahora he fomentado en mis hijos. Pitoki es un personaje que, aún más de 40 años después de escuchar sus historias, sigue vivo en mi mente y en mi corazón y me sigue inspirando.

Los héroes de la niñez impactan a los adultos del futuro. No necesitan ser los súper héroes de Marvel para ser admirados. El historiador y escritor inglés, Thomas Carlyle (1795-1881) en algún momento dijo: “un héroe lo es en todos sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma”.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Paquito Pitoki

Redacción
01 de noviembre, 2016

Los héroes de la niñez nos enseñan a enfrentar retos de la vida utilizando las fortalezas y virtudes de los personajes. Sus historias generalmente nos demuestran que, para obtener grandes logros, debemos estar abiertos al apoyo de otros. Los niños y adolescentes necesitan héroes que les sirvan de referencia para inspirarlos, vivir sus valores, desarrollar empatía, ayudar a otros y sobreponer obstáculos. Una fascinación con súper héroes beneficia a un niño de muchas maneras, desde elevar su autoconfianza y ser personas positivas hasta reconocer sus limitaciones y propia mortalidad. Pueden ayudarles en situaciones adversas, como tener la fortaleza para evitar el acoso (bullying) o sirven de inspiración para hacer cosas que de otra manera no se hubieran atrevido a hacer.

Cuando yo era niño mi padre me contaba historias de un personaje llamado “Paquito Pitoki” – o simplemente “Pitoki”. Pitoki era un niño de unos 12 años que vivía en la imaginación de mi padre. Cuando yo tenía unos seis o siete años él me contaba unos cuentos fascinantes de Pitoki en los cuales este maravilloso personaje, con el uso de una navaja, lograba vencer la más temible de las situaciones. Las historias eran tan interesantes que claramente recuerdo a un amigo de mi padre escuchándolo mientras me contaba alguna aventura de Paquito Pitoki, e impacientemente le pedía que le contara que iba a suceder. Aunque algunas situaciones le causaban temor a Pitoki, no se dejaba vencer por ellas y siempre las enfrentaba valientemente y usando su creatividad y las herramientas a su disposición, buscaba vencerlas.

Paquito Pitoki vivía con sus padres en una cabaña de madera, frente a una bella planicie verde la cual terminaba en la entrada de un bosque en el que habían grandes ríos, cataratas y en el cual vivían animales salvajes. Era un niño obediente, caballeroso y aventurero. En una de sus historias, Pitoki recién había regresado de la escuela y como acostumbraba cada tarde, salió a caminar por el bosque. Guardó en la bolsa de su pantalón su navaja – una navaja suiza color rojo que además de la cuchilla tenía sierra, sacacorchos, pinzas tijeras, lupa y otras útiles herramientas – se despidió de su mamá con un beso en la mejilla, tomó una manzana y se adentró en el bosque.

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Comía su manzana mientras penetraba en el bosque y éste se volvía más oscuro por lo tupido de los árboles. Pitoki sabía que debía caminar con cuidado para no molestar a las abejas que trabajaban en sus enjambres ni pararse sobre hormigueros. Caminaba seguro y sin temor, pero observando su alrededor. Conocía la selva como la palma de su mano y estaba consciente que había peligros a los que tenía que estar alerta. De pronto llegó a un caudaloso río de aguas rápidas. Pitoki quería cruzarlo pues iba camino a visitar a su amiga que vivía del otro lado del bosque. Las piedras en el río eran muy resbalosas y no eran aptas para caminar sobre ellas. La corriente era muy rápida y fácilmente podía arrastrarlo y ahogarlo. Pero para Pitoki el río no era problema; tenía que cruzarlo. Además, en la ribera del otro lado había un área en donde se habían caído varios árboles y los rayos del sol penetraban fuertemente y quería calentarse bajo el sol.

Giró su cabeza hacia la copa de los árboles y vio que estos tenían grandes lianas, pero estaban fuera de su alcance. Sacó la navaja de su bolsillo y con ella empezó a cortar la corteza del tronco de un árbol a la orilla del río para hacer una escalera que le permitiera escalar el árbol y alcanzar las lianas. Subió por la escalera que había hecho y una vez llegó a la altura deseada, saltó hasta alcanzar una larga liana de unos 20 metros de largo que colgaba a metro y medio del tronco del árbol. Agarró la liana con su mano derecha y con el impulso empezó a columpiarse. Se columpió lo suficiente hasta que su cuerpo sobrevolaba el torrentoso río y cuando sintió que podía caer del otro lado, soltó la liana y voló por pocos segundos hasta aterrizar. Sabía que para no lastimarse debía doblar las rodillas y tan pronto cayó, rodó sobre sí mismo, protegiendo su cuerpo. Se levantó victoriosamente de su aterrizaje y al levantar la mirada vio a un gran felino observándolo.

Pitoki sabía que el animal no lo atacaría si era cuidadoso, pero también sabía que, si algo incitaba al animal, seguro él se convertiría en su cena. Vio a su alrededor buscando alguna rama seca. Cuando la tomó, sacó la lupa de su navaja y la colocó encima de la rama. Los rayos del sol atravesaron la lupa sobre la rama, hasta que humo empezó a salir de ésta. Cuando la rama empezó a arder con una buena llama, Pitoki la tomó en sus manos y empezó a caminar. Respetaba la naturaleza y no quería dañar al animal; sabía que los felinos temen al fuego y que mientras tuviera la rama en sus manos, el animal no se le acercaría. Antorcha en mano, Pitoki siguió su camino hasta que llegó victorios a la casa de su amiga, a quien le contó sus aventuras mientras devoraba un delicioso pastel de chocolate con un vaso de leche

Paquito Pitoki era mi héroe. Aunque yo también admiraba a Batman y disfrutaba el programa en la televisión, el cual, creciendo en los años 70s, era muy primitivo para lo que vemos en ésta época, ningún episodio de Batman era tan bueno como los cuentos de Paquito Pitoki, en donde las imágenes se convertían en escenas vividas en mi mente. Pitoki me enseñó a luchar por mis creencias hasta obtener los resultados deseados. Despertó mi imaginación y de él aprendí que las herramientas para superar cualquier obstáculo no son necesariamente físicas – como la navaja – sino que están en nuestra mente, en nuestra creatividad. De su trato hacia los demás aprendí a respetar a otros y sentir empatía por otros. De niño desarrollé un gusto por las navajas, las cuales coleccionaba, gusto que ahora he fomentado en mis hijos. Pitoki es un personaje que, aún más de 40 años después de escuchar sus historias, sigue vivo en mi mente y en mi corazón y me sigue inspirando.

Los héroes de la niñez impactan a los adultos del futuro. No necesitan ser los súper héroes de Marvel para ser admirados. El historiador y escritor inglés, Thomas Carlyle (1795-1881) en algún momento dijo: “un héroe lo es en todos sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma”.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo