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Max y Julio

Redacción
08 de noviembre, 2016

Conocí a Max Quirín y a Julio Suárez por razón de mi trabajo. De eso ya hace más de 20 años. A Max Quirín tuve la oportunidad de verlo actuar en su calidad de dirigente empresarial en el mundo del café, en donde tuvo responsabilidades gremiales no solo en Guatemala sino en importantes espacios internacionales. También lo vi actuar como un ciudadano comprometido cuando en las tragedias ocurridas con ocasión de catástrofes naturales, él puso sus capacidades como piloto al servicio de los convoyes aéreos que se organizaron en apoyo a las familias afectadas por aquellas tormentas tropicales.   Y tuve la oportunidad de conocerle en sus actividades empresariales, siempre conduciendo sus negocios con firmeza y ética, a pesar de las adversidades personales que le ha tocado vivir. A Julio Suárez le he conocido menos. Pero he tenido la ocasión de percatarme de su actitud profesional en las responsabilidades que ha asumido a lo largo de su reconocida vida pública y con las que me tocó interactuar con él por razón de los temas económicos. El es un ejemplo de uno de los más prestigiosos servicios civiles del país, el de la banca pública. Con una carrera prolongada, siempre en ascenso, llegué a escuchar de él en términos de una persona trabajadora, responsable y comedida.    

Escribo esta columna porque he sentido la necesidad de solidarizarme con ellos en público.  He sido testigo de la gran prueba personal que enfrentan en su vida hoy, estando sujetos a un lento y complicado proceso. He visto como fueron tratados en los inicios del caso por una opinión pública indignada y con razón por todo lo que ha sucedido, pero también sedienta de cobrar estos abusos y excesos sobre cualquiera. He acompañando su actitud estoica por llevar su caso lejos de la esfera pública y litigar conforme debido proceso. Pero también he asistido a su reiterado y frustrado intento de acceder a las garantías procesales  que nuestra Constitución establece para quienes enfrentan cargos penales.

Debo confesar que no ejerzo la práctica del litigio en muchos años. Pero tuve la oportunidad de asistir a las audiencias iniciales en las que se conoció el caso y en algunas otras en las que los Jueces han resuelto en forma negativa las múltiples solicitudes que la defensa ha planteado. Lo que he visto allí me ha dejado perplejo. Aun cuando los jueces han argumentado razones por las cuales se han negado persistentemente a otorgar las medidas sustitutivas a ambos -para que puedan al menos enfrentar su caso en compañía de sus familias-, no entiendo la razón que separa a estas personas de arraigo con aquellos criminales probados que entran al sistema y salen de él a las pocas semanas.   Sólo espero que esa razón no sea la de “dar una lección” o la de mandar un mensaje político porque entonces flaco favor hacemos a la justicia. 

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Cuando he tenido ocasión de hablar el tema con algunos formadores de opinión he recibido de vuelta duras reprimendas, como queriendo probarme el punto de que la justicia llega a todos por parejo. Eso así debería ser y no lo cuestiono en lo absoluto, pero lo que me asombra es la falta de conocimiento del caso, la actitud gobernada por titulares de prensa o por las ignominiosas redes sociales o simplemente por el prejuicio. Cómo quisiera que por un momento ellos se tomaran el tiempo de entender la naturaleza del caso, las circunstancias de la acusación, las pruebas que se han ofrecido o aquellas que nunca llegaron y la cronología del calvario procesal que han sufrido no solo las personas a las que me refiero hoy sino también, y quizá eso sea aun más doloroso, aquellas  enfermeras que hoy continúan presas, a pesar de  ser las únicas fuentes de ingresos para sus familias.   

No soy juez de esta causa, ni tampoco soy el asesor legal de ninguno de ambos. No me corresponde repartir absoluciones ni condenas. Pero como amigo, como ciudadano y como abogado espero que en este caso se haga justicia. No escribo estas líneas con el ánimo de hacer una defensa oficiosa ni pesa en mi ánimo el intento de hacer una presión innecesaria sobre quienes deben decidir. Simplemente tomo la voz propia y la de tantas personas que no tienen el espacio o probablemente la osadía de decir abiertamente lo mucho que nos ha afectado este caso y en particular la situación personal de aquellos que conocemos.

Alguna vez se me disuadió, con cierta razón hay que decirlo, de escribir y opinar en público sobre este tema. Pero no puedo silenciar mi conciencia. Si con ello me genero hoy crítica, estoy dispuesto a tomarla. Lo considero poco precio por testimoniar mi amistad a quienes hoy pasan por un momento difícil. Vaya un sentimiento de aprecio y solidaridad para quienes hoy no tienen la libertad de hacer y decir lo que otros sí podemos.  

Repúblicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Max y Julio

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08 de noviembre, 2016

Conocí a Max Quirín y a Julio Suárez por razón de mi trabajo. De eso ya hace más de 20 años. A Max Quirín tuve la oportunidad de verlo actuar en su calidad de dirigente empresarial en el mundo del café, en donde tuvo responsabilidades gremiales no solo en Guatemala sino en importantes espacios internacionales. También lo vi actuar como un ciudadano comprometido cuando en las tragedias ocurridas con ocasión de catástrofes naturales, él puso sus capacidades como piloto al servicio de los convoyes aéreos que se organizaron en apoyo a las familias afectadas por aquellas tormentas tropicales.   Y tuve la oportunidad de conocerle en sus actividades empresariales, siempre conduciendo sus negocios con firmeza y ética, a pesar de las adversidades personales que le ha tocado vivir. A Julio Suárez le he conocido menos. Pero he tenido la ocasión de percatarme de su actitud profesional en las responsabilidades que ha asumido a lo largo de su reconocida vida pública y con las que me tocó interactuar con él por razón de los temas económicos. El es un ejemplo de uno de los más prestigiosos servicios civiles del país, el de la banca pública. Con una carrera prolongada, siempre en ascenso, llegué a escuchar de él en términos de una persona trabajadora, responsable y comedida.    

Escribo esta columna porque he sentido la necesidad de solidarizarme con ellos en público.  He sido testigo de la gran prueba personal que enfrentan en su vida hoy, estando sujetos a un lento y complicado proceso. He visto como fueron tratados en los inicios del caso por una opinión pública indignada y con razón por todo lo que ha sucedido, pero también sedienta de cobrar estos abusos y excesos sobre cualquiera. He acompañando su actitud estoica por llevar su caso lejos de la esfera pública y litigar conforme debido proceso. Pero también he asistido a su reiterado y frustrado intento de acceder a las garantías procesales  que nuestra Constitución establece para quienes enfrentan cargos penales.

Debo confesar que no ejerzo la práctica del litigio en muchos años. Pero tuve la oportunidad de asistir a las audiencias iniciales en las que se conoció el caso y en algunas otras en las que los Jueces han resuelto en forma negativa las múltiples solicitudes que la defensa ha planteado. Lo que he visto allí me ha dejado perplejo. Aun cuando los jueces han argumentado razones por las cuales se han negado persistentemente a otorgar las medidas sustitutivas a ambos -para que puedan al menos enfrentar su caso en compañía de sus familias-, no entiendo la razón que separa a estas personas de arraigo con aquellos criminales probados que entran al sistema y salen de él a las pocas semanas.   Sólo espero que esa razón no sea la de “dar una lección” o la de mandar un mensaje político porque entonces flaco favor hacemos a la justicia. 

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Cuando he tenido ocasión de hablar el tema con algunos formadores de opinión he recibido de vuelta duras reprimendas, como queriendo probarme el punto de que la justicia llega a todos por parejo. Eso así debería ser y no lo cuestiono en lo absoluto, pero lo que me asombra es la falta de conocimiento del caso, la actitud gobernada por titulares de prensa o por las ignominiosas redes sociales o simplemente por el prejuicio. Cómo quisiera que por un momento ellos se tomaran el tiempo de entender la naturaleza del caso, las circunstancias de la acusación, las pruebas que se han ofrecido o aquellas que nunca llegaron y la cronología del calvario procesal que han sufrido no solo las personas a las que me refiero hoy sino también, y quizá eso sea aun más doloroso, aquellas  enfermeras que hoy continúan presas, a pesar de  ser las únicas fuentes de ingresos para sus familias.   

No soy juez de esta causa, ni tampoco soy el asesor legal de ninguno de ambos. No me corresponde repartir absoluciones ni condenas. Pero como amigo, como ciudadano y como abogado espero que en este caso se haga justicia. No escribo estas líneas con el ánimo de hacer una defensa oficiosa ni pesa en mi ánimo el intento de hacer una presión innecesaria sobre quienes deben decidir. Simplemente tomo la voz propia y la de tantas personas que no tienen el espacio o probablemente la osadía de decir abiertamente lo mucho que nos ha afectado este caso y en particular la situación personal de aquellos que conocemos.

Alguna vez se me disuadió, con cierta razón hay que decirlo, de escribir y opinar en público sobre este tema. Pero no puedo silenciar mi conciencia. Si con ello me genero hoy crítica, estoy dispuesto a tomarla. Lo considero poco precio por testimoniar mi amistad a quienes hoy pasan por un momento difícil. Vaya un sentimiento de aprecio y solidaridad para quienes hoy no tienen la libertad de hacer y decir lo que otros sí podemos.  

Repúblicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo