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La Cuba que conocí (la de Castro)

Redacción
28 de noviembre, 2016

En el transcurso de 12 años tuve la oportunidad de visitar Cuba en tres ocasiones distintas. La primera vez fue en 1996 para asistir a un congreso organizado por la comunidad Judía de Cuba, de la cual hasta ese momento desconocía de su existencia. Estaba emocionado de conocer la isla y curioso de ver la vida en un país comunista, aunque me sentía nervioso por tantas historias que había escuchado y advertencias que me habían hecho.

Al salir del aeropuerto internacional “José Martí” tomé un taxi al Hotel Vedado. Lo que veía camino al hotel era una ciudad que parecía paralizada en los años ‘60: edificios viejos, descuidados, despintados, con vidrios rotos y carros de los años 50s y 60s, además de algunos modelos rusos o checos de los años 80s. Al llegar al hotel fui muy amablemente atendido y hasta me hice “amigo” de la simpática recepcionista. Luego de dejar mis valijas en mi habitación salí a caminar por La Habana. Me impresionó lo amigable que eran todas las personas. Mientras caminaba se me acercaban cubanos para platicar y me acompañaban en parte de mi trayecto.

Una vez en el congreso, conocí una Cuba a la cual no muchos turistas tenían acceso. Asistimos tres extranjeros: un colombiano, un mexicano y yo; los demás eran cubanos. Nos trasladaron a un hotel en las bellas playas de Varadero, el cual estaba dividido en dos: una sección con habitaciones privadas, cómodas con camas regulares y baño dentro de la habitación para los turistas; la otra sección tenía habitaciones en donde dormían hasta seis personas en una habitación y las camas eran colchones colocados sobre planchas de concreto y los baños eran comunales. A los tres extranjeros nos habían colocado en las habitaciones privadas y luego de exigir que no hubiera separación, finalmente nos ubicaron a todos en la sección destinada para los cubanos. Eso me dio la oportunidad de convivir durante tres días seguidos con los cubanos, haciendo amistad y platicando hasta altas horas de la noche.

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Mis compañeros de cuarto eran entre otros, una pareja de cubanos, ambos con profesiones universitarias. Su ingreso mensual era equivalente a $15. Cada uno recibían una tarjeta mensual de racionamiento que incluía entre otras cosas, siete huevos, seis libras de arroz y seis libras de azúcar, unas cuantas onzas de frijol y el equivalente de media barra de un jabón de pésima calidad. La carne y el pollo eran casi desconocidos por sus precios inaccesibles. Para sobrevivir y tener una vida escasamente satisfactoria, los cubanos en general se veían obligados a recurrir a actividades que a menudo caían en una línea gris de lo que para muchos sería aceptable: sin ser invitados, acompañaban a los turistas a cambio de uno o dos dólares; ofrecían sus viejos vehículos como transporte en vez de los taxis estatales: la prostitución y el turismo sexual era rampante; y los taxistas enganchaban a los pasajeros en interesantes conversaciones en espera de ser invitados a almorzar. Algunos complementaban sus ingresos con remesas de $50 a $100 que les envían familiares que vivían en el exterior, principalmente en Miami.

Durante esa visita en 1996 me pareció que los cubanos eran extranjeros en su propia tierra: no tenían acceso a ingresar a muchos lugares que eran destinados solo para turistas. El ingreso a los hoteles y a lugares de recreación les estaba vedado; no podían ir a discotecas, a pesar de la gran cantidad que existían en La Habana, no por prohibición legal, pero por no contar con dinero suficiente: el ingreso a una discoteca costaba como mínimo un par de Dólares (el 15% del sueldo promedio); no podían ingresar a los restaurantes, únicamente tenían acceso a los “paladares”, pequeños comedores de comida casera autorizados por el Estado en los que únicamente podía emplearse a familiares.

Tuve la impresión que la economía cubana tenía un tinte capitalista con una fachada socialista. Existían legalmente dos monedas: el Peso Cubano, usada por los ciudadanos y aceptada únicamente en mercados y lugares en donde los ciudadanos tenían autorizado acceder, y el Peso Convertible, con un tipo de cambio castigado si la divisa era en Dólares, o un mejor tipo de cambio si la divisa era en Euros. Los sueldos eran pagados en Pesos Cubanos, con los que solo podían adquirir artículos de primera necesidad. El flujo de Dólares y Euros proveniente de turistas, cambiados en esa época a la par por Pesos Cubanos, daba acceso a los cubanos a comprar en tiendas que aceptaban sólo divisas o Pesos Convertibles. Esto era una modalidad nueva de los años ‘90s, pues los cubanos decían que estaban viviendo un “período especial” a raíz de la disolución de la Unión Soviética que inició en 1990 y concluyó con la independencia de las 15 Repúblicas soviéticas a finales 1991. El comunismo estaba muriendo (aún no había llegado al poder Hugo Chávez en Venezuela) y a raíz de eso, la economía cubana se veía muy afectada al no contar con los subsidios y apoyo soviético. Según decían, antes de la época de los ’90 los racionamientos eran escasos y obtenían suficiente comida y artículos de primera necesidad.

La delincuencia violenta era casi inexistente. Los cubanos trataban de aparentar la ausencia de cualquier tipo de delincuencia, pero conforme adquirían confianza, empezaban a admitir la existencia de robos y carteristas, aunque rara vez eran violentos. La tasa de criminalidad era baja, algo lógico al considerar la gran cantidad de policías que patrullaban las calles. En cada cuadra de cada ciudad existían los Comité de Defensa de la Revolución – o “CDR” – integrados por los propios vecinos y coordinados por el estado. Los habitantes de cada cuadra debían registrarse ante el CDR, el cual controla los movimientos de todas las personas. El concepto de igualdad no prevalecía en Cuba, pues la equidad se refiere a que todos son iguales ante la ley y eso no sucedía: quienes estaban en contra del gobierno eran encarcelados.

Debido al fácil∫ acceso a la educación y a un sistema de salud que apoyaba a todos, los cubanos se sentían muy agradecidos con el gobierno y con el sistema socialista. Los ciudadanos no pagaban por la educación ni de por servicios de salud (el costo de éstos era la libertad). Cualquiera podía obtener el más alto grado académico a costas del gobierno. La elección de carreras estaba limitada a las necesidades del país. Las consultas médicas rutinarias y las operaciones más complicadas también eran libres de pago. Estos dos factores – salud y educación – contribuían a que muchos cubanos estuvieran agradecidos con Fidel Castro; “es el único Presidente que ha hecho algo por nosotros” fueron las palabras de un cubano. Sin embargo, el 70% de los ciudadanos nacieron dentro del régimen castrista y no tienen puntos de comparación.

A mi regreso en el año 2005, sentí como que si apenas había estado el día anterior en la isla. En esa ocasión mi visita era por motivos de trabajo y la situación era la misma que nueve años antes: seguían expresando que la miseria en la que vivían era a causa del “período especial” y los jineteros, o quienes buscaban vivir a costa de los turistas timándolos por un almuerzo gratis o unos cuantos dólares, continuaban con su forma de vida. Tres años más tarde, en el 2008, visité nuevamente La Habana en una misión comercial. Las excusas por la miseria continuaban y el estilo de vida ya estaba enraizado. En esa ocasión tuve oportunidad de conocer el aspecto comercial y encontré que desarrollar relaciones comerciales con Cuba era sumamente engorroso. El gobierno era dueño de todas las empresas. Aunque ya podían instalarse empresas extranjeras, el gobierno participaba accionariamente con por lo menos el 50%. El empresario pagaba al gobierno una cantidad equivalente a varios cientos de dólares por cada empleado y éste a su vez contrataba a los trabajadores por los mismos $15 mensuales. La garantía de pago era escasa y los trámites para importar productos desestimulaba el desarrollo de relaciones.

En doce años ese país caribeño, a escasos 150 kilómetros de la Florida, no había cambiado en nada. Nunca supe de personas que estuvieran interesadas en mudarse a vivir a Cuba. Con del fallecimiento de Fidel Castro en la noche del viernes pasado me pregunto si ¿tendrán los ciudadanos cubanos finalmente una oportunidad de acceder a las libertades que muchos damos por sentado? Estados Unidos impuso durante 54 años un embargo económico a Cuba, el cual finalmente levantó el año pasado. ¿Será que el levantamiento del embargo y la muerte de Castro proporcionarán suficientes oportunidades para que la isla recupere las décadas de retraso económico? El novelista, poeta, dramaturgo y soldado español, Miguel de Cervantes (1547-1616), autor de la famosa obra literaria “El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” mejor conocida como “Don Quijote” o “Don Quijote de la Mancha”, escribió: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

La Cuba que conocí (la de Castro)

Redacción
28 de noviembre, 2016

En el transcurso de 12 años tuve la oportunidad de visitar Cuba en tres ocasiones distintas. La primera vez fue en 1996 para asistir a un congreso organizado por la comunidad Judía de Cuba, de la cual hasta ese momento desconocía de su existencia. Estaba emocionado de conocer la isla y curioso de ver la vida en un país comunista, aunque me sentía nervioso por tantas historias que había escuchado y advertencias que me habían hecho.

Al salir del aeropuerto internacional “José Martí” tomé un taxi al Hotel Vedado. Lo que veía camino al hotel era una ciudad que parecía paralizada en los años ‘60: edificios viejos, descuidados, despintados, con vidrios rotos y carros de los años 50s y 60s, además de algunos modelos rusos o checos de los años 80s. Al llegar al hotel fui muy amablemente atendido y hasta me hice “amigo” de la simpática recepcionista. Luego de dejar mis valijas en mi habitación salí a caminar por La Habana. Me impresionó lo amigable que eran todas las personas. Mientras caminaba se me acercaban cubanos para platicar y me acompañaban en parte de mi trayecto.

Una vez en el congreso, conocí una Cuba a la cual no muchos turistas tenían acceso. Asistimos tres extranjeros: un colombiano, un mexicano y yo; los demás eran cubanos. Nos trasladaron a un hotel en las bellas playas de Varadero, el cual estaba dividido en dos: una sección con habitaciones privadas, cómodas con camas regulares y baño dentro de la habitación para los turistas; la otra sección tenía habitaciones en donde dormían hasta seis personas en una habitación y las camas eran colchones colocados sobre planchas de concreto y los baños eran comunales. A los tres extranjeros nos habían colocado en las habitaciones privadas y luego de exigir que no hubiera separación, finalmente nos ubicaron a todos en la sección destinada para los cubanos. Eso me dio la oportunidad de convivir durante tres días seguidos con los cubanos, haciendo amistad y platicando hasta altas horas de la noche.

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Mis compañeros de cuarto eran entre otros, una pareja de cubanos, ambos con profesiones universitarias. Su ingreso mensual era equivalente a $15. Cada uno recibían una tarjeta mensual de racionamiento que incluía entre otras cosas, siete huevos, seis libras de arroz y seis libras de azúcar, unas cuantas onzas de frijol y el equivalente de media barra de un jabón de pésima calidad. La carne y el pollo eran casi desconocidos por sus precios inaccesibles. Para sobrevivir y tener una vida escasamente satisfactoria, los cubanos en general se veían obligados a recurrir a actividades que a menudo caían en una línea gris de lo que para muchos sería aceptable: sin ser invitados, acompañaban a los turistas a cambio de uno o dos dólares; ofrecían sus viejos vehículos como transporte en vez de los taxis estatales: la prostitución y el turismo sexual era rampante; y los taxistas enganchaban a los pasajeros en interesantes conversaciones en espera de ser invitados a almorzar. Algunos complementaban sus ingresos con remesas de $50 a $100 que les envían familiares que vivían en el exterior, principalmente en Miami.

Durante esa visita en 1996 me pareció que los cubanos eran extranjeros en su propia tierra: no tenían acceso a ingresar a muchos lugares que eran destinados solo para turistas. El ingreso a los hoteles y a lugares de recreación les estaba vedado; no podían ir a discotecas, a pesar de la gran cantidad que existían en La Habana, no por prohibición legal, pero por no contar con dinero suficiente: el ingreso a una discoteca costaba como mínimo un par de Dólares (el 15% del sueldo promedio); no podían ingresar a los restaurantes, únicamente tenían acceso a los “paladares”, pequeños comedores de comida casera autorizados por el Estado en los que únicamente podía emplearse a familiares.

Tuve la impresión que la economía cubana tenía un tinte capitalista con una fachada socialista. Existían legalmente dos monedas: el Peso Cubano, usada por los ciudadanos y aceptada únicamente en mercados y lugares en donde los ciudadanos tenían autorizado acceder, y el Peso Convertible, con un tipo de cambio castigado si la divisa era en Dólares, o un mejor tipo de cambio si la divisa era en Euros. Los sueldos eran pagados en Pesos Cubanos, con los que solo podían adquirir artículos de primera necesidad. El flujo de Dólares y Euros proveniente de turistas, cambiados en esa época a la par por Pesos Cubanos, daba acceso a los cubanos a comprar en tiendas que aceptaban sólo divisas o Pesos Convertibles. Esto era una modalidad nueva de los años ‘90s, pues los cubanos decían que estaban viviendo un “período especial” a raíz de la disolución de la Unión Soviética que inició en 1990 y concluyó con la independencia de las 15 Repúblicas soviéticas a finales 1991. El comunismo estaba muriendo (aún no había llegado al poder Hugo Chávez en Venezuela) y a raíz de eso, la economía cubana se veía muy afectada al no contar con los subsidios y apoyo soviético. Según decían, antes de la época de los ’90 los racionamientos eran escasos y obtenían suficiente comida y artículos de primera necesidad.

La delincuencia violenta era casi inexistente. Los cubanos trataban de aparentar la ausencia de cualquier tipo de delincuencia, pero conforme adquirían confianza, empezaban a admitir la existencia de robos y carteristas, aunque rara vez eran violentos. La tasa de criminalidad era baja, algo lógico al considerar la gran cantidad de policías que patrullaban las calles. En cada cuadra de cada ciudad existían los Comité de Defensa de la Revolución – o “CDR” – integrados por los propios vecinos y coordinados por el estado. Los habitantes de cada cuadra debían registrarse ante el CDR, el cual controla los movimientos de todas las personas. El concepto de igualdad no prevalecía en Cuba, pues la equidad se refiere a que todos son iguales ante la ley y eso no sucedía: quienes estaban en contra del gobierno eran encarcelados.

Debido al fácil∫ acceso a la educación y a un sistema de salud que apoyaba a todos, los cubanos se sentían muy agradecidos con el gobierno y con el sistema socialista. Los ciudadanos no pagaban por la educación ni de por servicios de salud (el costo de éstos era la libertad). Cualquiera podía obtener el más alto grado académico a costas del gobierno. La elección de carreras estaba limitada a las necesidades del país. Las consultas médicas rutinarias y las operaciones más complicadas también eran libres de pago. Estos dos factores – salud y educación – contribuían a que muchos cubanos estuvieran agradecidos con Fidel Castro; “es el único Presidente que ha hecho algo por nosotros” fueron las palabras de un cubano. Sin embargo, el 70% de los ciudadanos nacieron dentro del régimen castrista y no tienen puntos de comparación.

A mi regreso en el año 2005, sentí como que si apenas había estado el día anterior en la isla. En esa ocasión mi visita era por motivos de trabajo y la situación era la misma que nueve años antes: seguían expresando que la miseria en la que vivían era a causa del “período especial” y los jineteros, o quienes buscaban vivir a costa de los turistas timándolos por un almuerzo gratis o unos cuantos dólares, continuaban con su forma de vida. Tres años más tarde, en el 2008, visité nuevamente La Habana en una misión comercial. Las excusas por la miseria continuaban y el estilo de vida ya estaba enraizado. En esa ocasión tuve oportunidad de conocer el aspecto comercial y encontré que desarrollar relaciones comerciales con Cuba era sumamente engorroso. El gobierno era dueño de todas las empresas. Aunque ya podían instalarse empresas extranjeras, el gobierno participaba accionariamente con por lo menos el 50%. El empresario pagaba al gobierno una cantidad equivalente a varios cientos de dólares por cada empleado y éste a su vez contrataba a los trabajadores por los mismos $15 mensuales. La garantía de pago era escasa y los trámites para importar productos desestimulaba el desarrollo de relaciones.

En doce años ese país caribeño, a escasos 150 kilómetros de la Florida, no había cambiado en nada. Nunca supe de personas que estuvieran interesadas en mudarse a vivir a Cuba. Con del fallecimiento de Fidel Castro en la noche del viernes pasado me pregunto si ¿tendrán los ciudadanos cubanos finalmente una oportunidad de acceder a las libertades que muchos damos por sentado? Estados Unidos impuso durante 54 años un embargo económico a Cuba, el cual finalmente levantó el año pasado. ¿Será que el levantamiento del embargo y la muerte de Castro proporcionarán suficientes oportunidades para que la isla recupere las décadas de retraso económico? El novelista, poeta, dramaturgo y soldado español, Miguel de Cervantes (1547-1616), autor de la famosa obra literaria “El ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha” mejor conocida como “Don Quijote” o “Don Quijote de la Mancha”, escribió: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo