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Momentos clásicos de un bar clásico

Redacción
06 de diciembre, 2016

Un puñado de gente salía del bar. Algunos ya enfilaban hacia su auto, otros solo lo hacían para echarse un cigarrillo. Desde que en España se prohibió fumar en espacios públicos cerrados, el típico olor a Winston o Marlboro de bares y pubs se mudó a las terrazas y aceras. Eran algo más de las 6 pm y aunque muchos sonreían, pocos celebraban.

Dos gigantes del fútbol mundial se enfrentaban en la Ciudad Condal, pero los jefes de la Civilización de los medios de Mario Vargas Llosa se han encargado de complicarle la vida a los aficionados de la zona de dos maneras distintas; primero vendiendo los derechos de transmisión a televisoras de paga muy costosas y luego fijando horarios Beijing friendly, o lo que es lo mismo, para que los chinos lo puedan ver sin desvelarse demasiado.

A las 4 pm en plena Meseta castellana el ambiente ya estaba frío, aunque una buena chumpa, una cazadora, era más que suficiente para aguantarlos. Bueno, eso y una camiseta de fútbol por debajo. La mía llevaba el 20 y tenía escrito S. Roberto.

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El sol se estaba despidiendo entre una masa de nubes que esa tarde se había fijado sobre la tierra en la que nació el Parlamentarismo. Como en casa de mis abuelos no iban a pasar el partido (claro, no tienen un plan costoso de tele por cable) nos fuimos a un pueblo a 10 km de ahí. No sé qué tan viejo sea realmente el bar al que entramos, aunque sé que está ahí desde que tengo memoria. Bar Deportivo es su nombre, y aunque hace mucho que quitaron la decoración deportiva que tenían, hay una buena afición (de tendencia muy clara) que se reúne semana a semana para ver el fútbol.

Cuando entramos ya había pasado la parte protocolaria. El árbitro central pitó y presto se alinearon los distintos grupos dentro del bar. En una banda los verdaderos aficionados con botellas y cortos de cerveza como acompañamiento, en la otra, los verdaderos cerveceros con el partido de fútbol como acompañamiento; por el centro, los que no llegamos con antelación y nos tuvimos que quedar de pie, eso sí, con buena vista hacia las dos teles; y al fondo, la pandilla más curiosa, la de los jubilados juega-cartas sin interés por el deporte de origen británico. Comenzaba la fiesta.

De comentaristas invitados tenían a dos estrellas retiradas, Raúl González y Jorge Valdano, además del típico equipo de narradores que añaden sabor a las transmisiones; sin embargo, eso en un bar da igual, porque cada espectador es un analista y narrador.

A falta de micrófono bueno es el galillo natural, el cual aumenta de volumen según aumenta el volumen de la ingesta de cerveza (eso sí, nadie iba más pasado de lo normal). Cuando, poco después de empezar, hubo un jugada polémica con posible penal no marcado, todos empezaron a opinar con el del lado. -“¡Que sí ha sido, no me fastidies!” -“¿Cómo va a ser eso falta, hombre? Solo eso faltaba…”.

El gol no llegaba, así que los nervios crecían a partes iguales en ambas hinchadas. Como hubo pocos tiros y muchas faltas, escasos fueron los suspiros y lamentos y varios los insultos y alegatos. La tensión se notaba en la gran cantidad de cáscaras de pipa (semilla de girasol) que había por el suelo y el sudor en el sobaco de la gente.

El descanso solo lo fue para los futbolistas, porque los dependientes tuvieron que multiplicar sus brazos cual pulpos. Platos para picotear y calmar los nervios volaban de la barra a las mesas junto a jarras para refrescar unas gargantas que aún no habían gritado la palabra más bonita de este deporte (¿Hace falta decir cuál es?).

La segunda parte fue más de lo mismo, hasta que a un uruguayo se le ocurrió poner de su parte para que el marcador no se quedara con el 0-0 que tan feo suena. El júbilo hizo que los brazos se levantaran tensos de alegría y las gargantas se rasparan (algo bueno para los dueños del bar), y la sonrisa de muchos era contagiada a los peatones que se acercaban a la ventana para ver la repetición.

Los insultos a los jugadores propios quedaron en el olvido por un rato, hasta que dos de los mejores jugadores de la plantilla local fallaron goles de forma imperdonable. Un hombre sentado detrás de mi abuelo empezó a mandar recuerdos a madres y esposas en Barcelona, Argentina, Brasil y Croacia, y no paraba de pedir el ingreso de un jugador que más creo yo que lo hacía porque le había hecho gracia su nombre y se lo aprendió que por las exigencias del encuentro.

El cronómetro ya estaba más cerca del 90 que del 80. Me imaginaba qué titulares pondrían en el As y el Marca mientras decidía cuál sería el mejor sitio del bar para sacar una foto que iría directamente a Instagram, posiblemente con algún hashtag haciendo alusión al resultado o a mi equipo. Un gallego, no mucho mayor que yo, que iba un pelín pasado de copas se me acercó y me dijo “Les estamos f*&ando (expresión muy típica de aquí que no creo necesario traducir; sáquenla por contexto e imaginación), por lo bajito, pero hasta el fondo” justo mientras un defensa central subía a rematar un centro que acabó en gol. 1-1. Manos a la cabeza, alegría de unos pocos, silencio sepulcral de la mayoría. Lo que había estado tan cerca se marchó con un cabezazo.

Sonó el pitazo final, y mientras jugadores y entrenador se disponían a rendir cuentas ante la prensa, a nosotros nos tocaba pagarle la cuenta al barman. La caldera en que ese recinto se había convertido pronto se desaforó. Unos salieron con un cigarrillo (a pesar del frío de diciembre), otros se fueron pronto a sus autos o casas. Nosotros, caminamos hacia otro bar, curiosamente, peña oficial del equipo rival.

Ambos escenarios, el partido y los momentos dentro del bar, han perdido algo de clásico; el segundo, el humo de tabaco que todo lo cubría, el primero, el interés puramente deportivo, ahora cubierto por el humo comercial y mediático. En fin… los aficionados son los que debemos mantener la esencia.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Momentos clásicos de un bar clásico

Redacción
06 de diciembre, 2016

Un puñado de gente salía del bar. Algunos ya enfilaban hacia su auto, otros solo lo hacían para echarse un cigarrillo. Desde que en España se prohibió fumar en espacios públicos cerrados, el típico olor a Winston o Marlboro de bares y pubs se mudó a las terrazas y aceras. Eran algo más de las 6 pm y aunque muchos sonreían, pocos celebraban.

Dos gigantes del fútbol mundial se enfrentaban en la Ciudad Condal, pero los jefes de la Civilización de los medios de Mario Vargas Llosa se han encargado de complicarle la vida a los aficionados de la zona de dos maneras distintas; primero vendiendo los derechos de transmisión a televisoras de paga muy costosas y luego fijando horarios Beijing friendly, o lo que es lo mismo, para que los chinos lo puedan ver sin desvelarse demasiado.

A las 4 pm en plena Meseta castellana el ambiente ya estaba frío, aunque una buena chumpa, una cazadora, era más que suficiente para aguantarlos. Bueno, eso y una camiseta de fútbol por debajo. La mía llevaba el 20 y tenía escrito S. Roberto.

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El sol se estaba despidiendo entre una masa de nubes que esa tarde se había fijado sobre la tierra en la que nació el Parlamentarismo. Como en casa de mis abuelos no iban a pasar el partido (claro, no tienen un plan costoso de tele por cable) nos fuimos a un pueblo a 10 km de ahí. No sé qué tan viejo sea realmente el bar al que entramos, aunque sé que está ahí desde que tengo memoria. Bar Deportivo es su nombre, y aunque hace mucho que quitaron la decoración deportiva que tenían, hay una buena afición (de tendencia muy clara) que se reúne semana a semana para ver el fútbol.

Cuando entramos ya había pasado la parte protocolaria. El árbitro central pitó y presto se alinearon los distintos grupos dentro del bar. En una banda los verdaderos aficionados con botellas y cortos de cerveza como acompañamiento, en la otra, los verdaderos cerveceros con el partido de fútbol como acompañamiento; por el centro, los que no llegamos con antelación y nos tuvimos que quedar de pie, eso sí, con buena vista hacia las dos teles; y al fondo, la pandilla más curiosa, la de los jubilados juega-cartas sin interés por el deporte de origen británico. Comenzaba la fiesta.

De comentaristas invitados tenían a dos estrellas retiradas, Raúl González y Jorge Valdano, además del típico equipo de narradores que añaden sabor a las transmisiones; sin embargo, eso en un bar da igual, porque cada espectador es un analista y narrador.

A falta de micrófono bueno es el galillo natural, el cual aumenta de volumen según aumenta el volumen de la ingesta de cerveza (eso sí, nadie iba más pasado de lo normal). Cuando, poco después de empezar, hubo un jugada polémica con posible penal no marcado, todos empezaron a opinar con el del lado. -“¡Que sí ha sido, no me fastidies!” -“¿Cómo va a ser eso falta, hombre? Solo eso faltaba…”.

El gol no llegaba, así que los nervios crecían a partes iguales en ambas hinchadas. Como hubo pocos tiros y muchas faltas, escasos fueron los suspiros y lamentos y varios los insultos y alegatos. La tensión se notaba en la gran cantidad de cáscaras de pipa (semilla de girasol) que había por el suelo y el sudor en el sobaco de la gente.

El descanso solo lo fue para los futbolistas, porque los dependientes tuvieron que multiplicar sus brazos cual pulpos. Platos para picotear y calmar los nervios volaban de la barra a las mesas junto a jarras para refrescar unas gargantas que aún no habían gritado la palabra más bonita de este deporte (¿Hace falta decir cuál es?).

La segunda parte fue más de lo mismo, hasta que a un uruguayo se le ocurrió poner de su parte para que el marcador no se quedara con el 0-0 que tan feo suena. El júbilo hizo que los brazos se levantaran tensos de alegría y las gargantas se rasparan (algo bueno para los dueños del bar), y la sonrisa de muchos era contagiada a los peatones que se acercaban a la ventana para ver la repetición.

Los insultos a los jugadores propios quedaron en el olvido por un rato, hasta que dos de los mejores jugadores de la plantilla local fallaron goles de forma imperdonable. Un hombre sentado detrás de mi abuelo empezó a mandar recuerdos a madres y esposas en Barcelona, Argentina, Brasil y Croacia, y no paraba de pedir el ingreso de un jugador que más creo yo que lo hacía porque le había hecho gracia su nombre y se lo aprendió que por las exigencias del encuentro.

El cronómetro ya estaba más cerca del 90 que del 80. Me imaginaba qué titulares pondrían en el As y el Marca mientras decidía cuál sería el mejor sitio del bar para sacar una foto que iría directamente a Instagram, posiblemente con algún hashtag haciendo alusión al resultado o a mi equipo. Un gallego, no mucho mayor que yo, que iba un pelín pasado de copas se me acercó y me dijo “Les estamos f*&ando (expresión muy típica de aquí que no creo necesario traducir; sáquenla por contexto e imaginación), por lo bajito, pero hasta el fondo” justo mientras un defensa central subía a rematar un centro que acabó en gol. 1-1. Manos a la cabeza, alegría de unos pocos, silencio sepulcral de la mayoría. Lo que había estado tan cerca se marchó con un cabezazo.

Sonó el pitazo final, y mientras jugadores y entrenador se disponían a rendir cuentas ante la prensa, a nosotros nos tocaba pagarle la cuenta al barman. La caldera en que ese recinto se había convertido pronto se desaforó. Unos salieron con un cigarrillo (a pesar del frío de diciembre), otros se fueron pronto a sus autos o casas. Nosotros, caminamos hacia otro bar, curiosamente, peña oficial del equipo rival.

Ambos escenarios, el partido y los momentos dentro del bar, han perdido algo de clásico; el segundo, el humo de tabaco que todo lo cubría, el primero, el interés puramente deportivo, ahora cubierto por el humo comercial y mediático. En fin… los aficionados son los que debemos mantener la esencia.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo