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Para delante

Redacción
13 de diciembre, 2016

Estos días, con el fallecimiento de un para mi muy querido Mons. Javier Echevarría, sumado al ambiente revisionista al que me expone Facebook con sus videos (¿Soy yo la única o alguien más considera que las animaciones son horribles? ¿Qué pensaban los diseñadores de Silicon Valley cuando decidieron hacer esas chibolas en colores degradé y esa especie de estética de Univisión en los años 90s? ¿Y la lógica de los colores? Ese rosado pálido mezclado con el amarillo de los emoticonos resulta, cuando menos, insultante para la vista) me han dispuesto a reflexionar sobre la vida y la muerte. El paso del tiempo, EL tema: la finitud de la vida y la eternidad. Pocos temas hay en los que se haya gastado más tinta, y en nuestro caso, ¿bytes?, que en este.

Unido al final del año va la añoranza de tiempos pasados, que siempre parecen mejores, aunque de hecho no lo sean. Pero también tengo la suficiente objetividad para ver unas cuantas ilusiones frustradas y alguno que otro lugar seguro que terminó en “a tu suerte”. Más con todo y estas cosas, el balance siempre es positivo, porque no tenemos la capacidad de que sea negativo. Cuando digo capacidad me refiero a que el corazón nos explotaría de pena si el balance fuera negativo, y no uso la palabra “verdaderamente” porque resulta que como no podemos saber cómo es “verdaderamente”, no nos queda más que decirnos a nosotros mismos que seguramente ha sido positivo, porque ha sido y con eso ya tenemos bastante. Este año ha sido la primera vez que he sido consciente de que ya llevo años de hacer balance, más o menos conscientemente. Supongo que a partir de los 17 o 18 años uno empieza a evaluar porque empieza a ser consciente de que ya tiene cosas detrás. Antes de eso parece que solo existe el delante, pero de pronto nos damos cuenta de que hay un detrás y de que no es un detrás puramente inocente, no es una víctima destinada, sino que de alguna manera hemos tenido algo que ver con aquello.

Ver para adelante va unido a una reflexión sobre lo que dejamos atrás. Y cada vez más, para delante aparece embadurnado de ilusiones, proyectos, cosas nuevas y un poco de muerte. Un poco de posibilidad de que todo esto, lo de atrás y lo de delante, se acabe de manera súbita. Y esa palabra con la que a ninguno nos gusta juguetear pasa a tener una cierta presencia oculta, ¿y si fuera hoy mismo? Y antes de que alguien se llene la boca con palabras del hoy y de bebamos y comamos que mañana moriremos, un segundo antes de esto, pensamos: y si fuera hoy, ¿qué? ¿Qué? Ni en ese momento crítico, ni en ese momento último, podemos dejar de pensar en hacia atrás y hacia delante. De lo que haya por delante de ese Rest in peace (si es que acaso hay descanso) depende totalmente todo lo que hay detrás, detrás de ella y delante del momento en el que somos conscientes de esta revelación. Perdón si tantas idas y venidas los empiezan a marear.

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La muerte es el don que se nos ha concedido para ver siempre más allá. Con el paso del tiempo hasta el dichoso árbol que es apenas sensitivo y la piedra que ya ni siente habrán de envidiarlo. Nuestro destino no está ligado al de este mundo. Sin embargo, no podemos desentendernos de él pues es entre los azares mundanos en donde tenemos que moldear nuestras vidas, en medio de las alarmas rutinariamente aplazadas y de los tráficos de media tarde. Poco poético, pero real y palpable.

Pero a veces, solo a veces, las leyes físicas tan estrictas por las que se rige el mundo se doblan un poco para dejarnos entrever un poco del “delante” que ya no acaba. Miradas que se arruinan con las palabras o una palabra que no necesita miradas, momentos llenos de eternidad. Momentos en los que, y ahora lo sé, vemos al otro y lo sabemos nuestro, fidelidad que no podemos exigir y en algún momento la notamos regalada. Aunque solo sea un segundo, un momento de conexión verdadera. Dice una amiga que en realidad este es el tema, no el tiempo ni la vida ni la muerte, sino la fidelidad, el tema que debe ocuparnos. Creo que tiene razón. Postdata. Estoy viva y todo está bien.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

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13 de diciembre, 2016

Estos días, con el fallecimiento de un para mi muy querido Mons. Javier Echevarría, sumado al ambiente revisionista al que me expone Facebook con sus videos (¿Soy yo la única o alguien más considera que las animaciones son horribles? ¿Qué pensaban los diseñadores de Silicon Valley cuando decidieron hacer esas chibolas en colores degradé y esa especie de estética de Univisión en los años 90s? ¿Y la lógica de los colores? Ese rosado pálido mezclado con el amarillo de los emoticonos resulta, cuando menos, insultante para la vista) me han dispuesto a reflexionar sobre la vida y la muerte. El paso del tiempo, EL tema: la finitud de la vida y la eternidad. Pocos temas hay en los que se haya gastado más tinta, y en nuestro caso, ¿bytes?, que en este.

Unido al final del año va la añoranza de tiempos pasados, que siempre parecen mejores, aunque de hecho no lo sean. Pero también tengo la suficiente objetividad para ver unas cuantas ilusiones frustradas y alguno que otro lugar seguro que terminó en “a tu suerte”. Más con todo y estas cosas, el balance siempre es positivo, porque no tenemos la capacidad de que sea negativo. Cuando digo capacidad me refiero a que el corazón nos explotaría de pena si el balance fuera negativo, y no uso la palabra “verdaderamente” porque resulta que como no podemos saber cómo es “verdaderamente”, no nos queda más que decirnos a nosotros mismos que seguramente ha sido positivo, porque ha sido y con eso ya tenemos bastante. Este año ha sido la primera vez que he sido consciente de que ya llevo años de hacer balance, más o menos conscientemente. Supongo que a partir de los 17 o 18 años uno empieza a evaluar porque empieza a ser consciente de que ya tiene cosas detrás. Antes de eso parece que solo existe el delante, pero de pronto nos damos cuenta de que hay un detrás y de que no es un detrás puramente inocente, no es una víctima destinada, sino que de alguna manera hemos tenido algo que ver con aquello.

Ver para adelante va unido a una reflexión sobre lo que dejamos atrás. Y cada vez más, para delante aparece embadurnado de ilusiones, proyectos, cosas nuevas y un poco de muerte. Un poco de posibilidad de que todo esto, lo de atrás y lo de delante, se acabe de manera súbita. Y esa palabra con la que a ninguno nos gusta juguetear pasa a tener una cierta presencia oculta, ¿y si fuera hoy mismo? Y antes de que alguien se llene la boca con palabras del hoy y de bebamos y comamos que mañana moriremos, un segundo antes de esto, pensamos: y si fuera hoy, ¿qué? ¿Qué? Ni en ese momento crítico, ni en ese momento último, podemos dejar de pensar en hacia atrás y hacia delante. De lo que haya por delante de ese Rest in peace (si es que acaso hay descanso) depende totalmente todo lo que hay detrás, detrás de ella y delante del momento en el que somos conscientes de esta revelación. Perdón si tantas idas y venidas los empiezan a marear.

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La muerte es el don que se nos ha concedido para ver siempre más allá. Con el paso del tiempo hasta el dichoso árbol que es apenas sensitivo y la piedra que ya ni siente habrán de envidiarlo. Nuestro destino no está ligado al de este mundo. Sin embargo, no podemos desentendernos de él pues es entre los azares mundanos en donde tenemos que moldear nuestras vidas, en medio de las alarmas rutinariamente aplazadas y de los tráficos de media tarde. Poco poético, pero real y palpable.

Pero a veces, solo a veces, las leyes físicas tan estrictas por las que se rige el mundo se doblan un poco para dejarnos entrever un poco del “delante” que ya no acaba. Miradas que se arruinan con las palabras o una palabra que no necesita miradas, momentos llenos de eternidad. Momentos en los que, y ahora lo sé, vemos al otro y lo sabemos nuestro, fidelidad que no podemos exigir y en algún momento la notamos regalada. Aunque solo sea un segundo, un momento de conexión verdadera. Dice una amiga que en realidad este es el tema, no el tiempo ni la vida ni la muerte, sino la fidelidad, el tema que debe ocuparnos. Creo que tiene razón. Postdata. Estoy viva y todo está bien.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo