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Conservadores a favor del cambio

Redacción
08 de enero, 2017

Ayer domingo por la mañana, tomé un tiempo para escuchar el viento. Era acelerado y ruidoso. Movía los árboles, sus hojas, levantaba el polvo, creaba en los oídos la sensación de olas del mar. El movimiento de los árboles era como una coreografía perfecta. Se movían a los lados, estremecidos, quizás algunas de sus ramas caían, pero los de raíces fuertes, esos se mantenían erguidos, firmes.  Fue irónico pensar que un árbol, simple, sin mayor ingeniería, tan poco valorado por el hombre, resistiera el embate de los vientos. Mientras tanto, vallas y otras creaciones humanas caían sin mayor oposición.

Al describir esta escena sonora, no pude evitar pensar en lo que ha venido sucediendo en Guatemala en los últimos años. Se escuchan vientos de cambio en nuestro país. Al igual que el viento, el cambio no se puede ver por sí mismo, sino a través del movimiento de los cuerpos impactados por su fuerza. Al igual que el viento, el cambio puede sentirse, percibirse, aunque cerremos los ojos. 

He de reconocer que los vientos de cambio pueden ser incómodos. Al salir a la calle, uno debe hacer más fuerza al caminar. Las puertas abiertas, si se dejan solas, se cierran, y las cerradas necesitan mayor esfuerzo para abrirse. Además, existe el miedo que al derribar un objeto pesado, los vientos puedan cobrar vidas; sin embargo, el fenómeno es inevitable.  

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De la misma manera sucede en la política guatemalteca. El cambio genera incomodidad, no solo a los corruptos, sino también a personas de bien, temerosas de hacia dónde podrían llevarlas los vientos. La incertidumbre es el pan de cada día, reduce inversiones, y genera un clima momentáneo de estancamiento.

En ese sentido, los conservadores, en el ámbito político, quizás hemos cometido el error de no entender cuál es nuestro papel ante los aires de cambio. Quizás en nuestro afán por asegurar la estabilidad, no hemos comunicado correctamente nuestro deseo por ver una transformación de la realidad. Al no hacerlo, se nos ha tachado de protectores del statu quo, defensores de la impunidad y de la corrupción. Ciertamente,  debemos reconocer que habrá entre nosotros algunos aferrados a su zona de comodidad y al sistema antiguo, la vieja política. Sin embargo, no somos todos, en efecto, podrían ser la minoría.

La falta de acción contundente por parte de los conservadores ha permitido que otros grupos, con ideas de estatismo, colectivismo y secularismo—fracasadas en el pasado—tomen la iniciativa y promuevan en nuestra sociedad una visión que alienta la división y la enemistad entre hermanos. Esas ideas han ido poco a poco entrando en la mente de la sociedad, y lo seguirán haciendo a menos que los conservadores asumamos el papel de liderazgo en este proceso.

En efecto, aunque parezca irónico para nuestros detractores, considero que somos los conservadores los llamados a tomar el timón del barco ante los vientos del cambio. Si bien, el viento tiene una fuerza propia, este no provee dirección. Somos nosotros, los humanos, con nuestra creatividad y valentía, los responsables de darle una dirección apropiada a esa fuerza de la naturaleza. En el ámbito político, somos los conservadores, jóvenes y experimentados, los llamados a canalizar, por la vía institucional, las demandas ciudadanas surgidas a partir del 2015.

Nuestro énfasis en asegurar la estabilidad de las instituciones es clave para un cambio que permita su depuración, sin caer en una inestabilidad política y económica que podría incrementar aún más el desempleo y la pobreza. De no hacerlo, los conservadores no tendremos derecho de quejarnos ante la falta de visión del país en el futuro. Esta es nuestra oportunidad de demostrar que favorecemos el cambio, rechazamos la impunidad y al igual que los no conservadores, estamos hartos de la corrupción. 

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

 

 

Conservadores a favor del cambio

Redacción
08 de enero, 2017

Ayer domingo por la mañana, tomé un tiempo para escuchar el viento. Era acelerado y ruidoso. Movía los árboles, sus hojas, levantaba el polvo, creaba en los oídos la sensación de olas del mar. El movimiento de los árboles era como una coreografía perfecta. Se movían a los lados, estremecidos, quizás algunas de sus ramas caían, pero los de raíces fuertes, esos se mantenían erguidos, firmes.  Fue irónico pensar que un árbol, simple, sin mayor ingeniería, tan poco valorado por el hombre, resistiera el embate de los vientos. Mientras tanto, vallas y otras creaciones humanas caían sin mayor oposición.

Al describir esta escena sonora, no pude evitar pensar en lo que ha venido sucediendo en Guatemala en los últimos años. Se escuchan vientos de cambio en nuestro país. Al igual que el viento, el cambio no se puede ver por sí mismo, sino a través del movimiento de los cuerpos impactados por su fuerza. Al igual que el viento, el cambio puede sentirse, percibirse, aunque cerremos los ojos. 

He de reconocer que los vientos de cambio pueden ser incómodos. Al salir a la calle, uno debe hacer más fuerza al caminar. Las puertas abiertas, si se dejan solas, se cierran, y las cerradas necesitan mayor esfuerzo para abrirse. Además, existe el miedo que al derribar un objeto pesado, los vientos puedan cobrar vidas; sin embargo, el fenómeno es inevitable.  

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De la misma manera sucede en la política guatemalteca. El cambio genera incomodidad, no solo a los corruptos, sino también a personas de bien, temerosas de hacia dónde podrían llevarlas los vientos. La incertidumbre es el pan de cada día, reduce inversiones, y genera un clima momentáneo de estancamiento.

En ese sentido, los conservadores, en el ámbito político, quizás hemos cometido el error de no entender cuál es nuestro papel ante los aires de cambio. Quizás en nuestro afán por asegurar la estabilidad, no hemos comunicado correctamente nuestro deseo por ver una transformación de la realidad. Al no hacerlo, se nos ha tachado de protectores del statu quo, defensores de la impunidad y de la corrupción. Ciertamente,  debemos reconocer que habrá entre nosotros algunos aferrados a su zona de comodidad y al sistema antiguo, la vieja política. Sin embargo, no somos todos, en efecto, podrían ser la minoría.

La falta de acción contundente por parte de los conservadores ha permitido que otros grupos, con ideas de estatismo, colectivismo y secularismo—fracasadas en el pasado—tomen la iniciativa y promuevan en nuestra sociedad una visión que alienta la división y la enemistad entre hermanos. Esas ideas han ido poco a poco entrando en la mente de la sociedad, y lo seguirán haciendo a menos que los conservadores asumamos el papel de liderazgo en este proceso.

En efecto, aunque parezca irónico para nuestros detractores, considero que somos los conservadores los llamados a tomar el timón del barco ante los vientos del cambio. Si bien, el viento tiene una fuerza propia, este no provee dirección. Somos nosotros, los humanos, con nuestra creatividad y valentía, los responsables de darle una dirección apropiada a esa fuerza de la naturaleza. En el ámbito político, somos los conservadores, jóvenes y experimentados, los llamados a canalizar, por la vía institucional, las demandas ciudadanas surgidas a partir del 2015.

Nuestro énfasis en asegurar la estabilidad de las instituciones es clave para un cambio que permita su depuración, sin caer en una inestabilidad política y económica que podría incrementar aún más el desempleo y la pobreza. De no hacerlo, los conservadores no tendremos derecho de quejarnos ante la falta de visión del país en el futuro. Esta es nuestra oportunidad de demostrar que favorecemos el cambio, rechazamos la impunidad y al igual que los no conservadores, estamos hartos de la corrupción. 

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo