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Cementerio de elefantes

Redacción
03 de enero, 2017

Cuando la autodenominada “Revolución libertadora” triunfó, el sueño argentino, iniciado con el senador Alfredo Palacios y continuado con el presidente Juan Domingo Perón, de tener en Villa Lugano (Buenos Aires) el mayor hospital de Latinoamérica se vio truncado. Eduardo Lonardi se desentendió del proyecto y lo cedió a la Liga Argentina contra la Tuberculosis (hoy disuelta). Los lógicos estragos subsecuentes a un golpe de Estado (y al inicio de una dictadura) imposibilitaron que el “Elefante blanco” (que es como llamaron popularmente al centro médico a falta de un nombre oficial) y sus doce pisos, que bien pudieron ser catorce, se convirtiera en el coloso que estaba llamado a ser.
La villa bonaerense en la que se encuentra se llama Ciudad Oculta (también conocida como Villa 15; se ubica en Lugano); hay quienes dicen que se debe a que durante la Copa del Mundo del ’78 se levantó una tapia a su alrededor para que los extranjeros no pudieran ver la cruda realidad de los barrios bajos de la capital argentina (cuándo no, la imagen es lo más importante). Para mí, la historia del hospital también estuvo oculta hasta que hace unos días, en un avión, vi la película “Elefante blanco” de Pablo Trapero (protagonizada por Ricardo Darín). Supuse que dentro de la sociedad argentina este sería un tema de dominio general, sin embargo, según he leído en diversos artículos de periódicos locales, fue precisamente ese largometraje el que puso el asunto en boca de todos los argentinos.
A finales de 2015, Prensa Libre publicaba un reportaje titulado “El entonces resplandeciente hospital Roosevelt”. 300 camas y atención gratuita para los ciudadanos de Guatemala. Aquella era la oferta del que debía ser uno de los mayores y mejores hospitales de Centroamérica; proyecto en el que el gobierno desembolsó más de Q7 millones. Partos modernos y simposios internacionales tuvieron sitio en aquel hospital comenzado a edificar en 1944. Poco resta de aquello.
El otro coloso de la capital guatemalteca es el Hospital General San Juan de Dios. Cuando la Orden que comparte nombre con el centro de atención médica se instaló en la actual capital guatemalteca, no se imaginaron que el mayor hospital del país se declararía en algún momento (2015, para ser más específicos) en alerta amarilla por falta de medicamentos, alimentos e instrumentos, y que el déficit presupuestario alcanzaría el 54% (o más). Las mafias descubiertas por la CICIG y el MP resultaron ser de auténticos matones, al puro estilo de Al Capone; solo que en lugar de cobrar vidas en balaceras en pleno centro de Chicago, lo hacían en los pasillos y las salas de los hospitales nacionales.
De todos los titulares que leí para intentar resumir la situación hospitalaria del país, el más inverosímil reza: “Mujer habría muerto por falla en ascensor de hospital”. La falta de mantenimiento (quién sabe desde hace cuánto) de los elevadores del sitio retuvo a una mujer, quien precisaba recibir un tratamiento de hemodiálisis en una planta distinta a la que se encontraba, y a dos enfermeras durante cuatro horas dentro de tres paredes y una puerta que tras cerrarse no parecía volverse a abrir. Días después, el servicio de elevadores del hospital se suspendió. “Justo a tiempo”.
El costo de obras para beneficio público suele ser muy elevado, pero el valor que estas adquieren dentro de un estilo de vida de bienestar general es todavía más significativo. El problema llega cuando estas obras, más que hospitales o escuelas, resultan ser un afiche propagandístico de grandes dimensiones, o cuando clausurarlas o impedir su progreso se convierte en la mejor forma de desacreditar a gobiernos anteriores.
El “Elefante blanco” de Argentina se reencarnará en una institución muy distinta de su propósito inicial, el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat (en el sistema hindú de castas, ¿esto sería una mejora o un retroceso?) con lo que la clase política al fin le dará sentido al gran edificio.
¿Qué pasa en Guatemala entre la clase política y los hospitales públicos? Pues en 2015, seis meses después de renunciar a la vicepresidencia de la República, Roxana Baldetti, acusada como responsable, en forma indirecta, de la crisis de los hospitales del sistema público, debía ser atendida por problemas gastrointestinales y cardíacos. ¿Dónde? En el Hospital General San Juan de Dios. ¿Qué pasó? Al igual que miles de guatemaltecos, no pudo ser atendida. Como diría mi prima, “tenía el karma muy sucio”.
A los “Elefantes grises” de Guatemala (de ahora en adelante llamaré así a los hospitales públicos) hay que reconducirlos hacia aquel rumbo que tenían cuando la República no llegaba a los 150 años de edad. De lo contrario, se empezará a formar un cementerio de elefantes, y bien es sabido que cuando un paquidermo muere, sus familiares buscan la manera de fenecer junto a él. Ojo.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo

Cementerio de elefantes

Redacción
03 de enero, 2017

Cuando la autodenominada “Revolución libertadora” triunfó, el sueño argentino, iniciado con el senador Alfredo Palacios y continuado con el presidente Juan Domingo Perón, de tener en Villa Lugano (Buenos Aires) el mayor hospital de Latinoamérica se vio truncado. Eduardo Lonardi se desentendió del proyecto y lo cedió a la Liga Argentina contra la Tuberculosis (hoy disuelta). Los lógicos estragos subsecuentes a un golpe de Estado (y al inicio de una dictadura) imposibilitaron que el “Elefante blanco” (que es como llamaron popularmente al centro médico a falta de un nombre oficial) y sus doce pisos, que bien pudieron ser catorce, se convirtiera en el coloso que estaba llamado a ser.
La villa bonaerense en la que se encuentra se llama Ciudad Oculta (también conocida como Villa 15; se ubica en Lugano); hay quienes dicen que se debe a que durante la Copa del Mundo del ’78 se levantó una tapia a su alrededor para que los extranjeros no pudieran ver la cruda realidad de los barrios bajos de la capital argentina (cuándo no, la imagen es lo más importante). Para mí, la historia del hospital también estuvo oculta hasta que hace unos días, en un avión, vi la película “Elefante blanco” de Pablo Trapero (protagonizada por Ricardo Darín). Supuse que dentro de la sociedad argentina este sería un tema de dominio general, sin embargo, según he leído en diversos artículos de periódicos locales, fue precisamente ese largometraje el que puso el asunto en boca de todos los argentinos.
A finales de 2015, Prensa Libre publicaba un reportaje titulado “El entonces resplandeciente hospital Roosevelt”. 300 camas y atención gratuita para los ciudadanos de Guatemala. Aquella era la oferta del que debía ser uno de los mayores y mejores hospitales de Centroamérica; proyecto en el que el gobierno desembolsó más de Q7 millones. Partos modernos y simposios internacionales tuvieron sitio en aquel hospital comenzado a edificar en 1944. Poco resta de aquello.
El otro coloso de la capital guatemalteca es el Hospital General San Juan de Dios. Cuando la Orden que comparte nombre con el centro de atención médica se instaló en la actual capital guatemalteca, no se imaginaron que el mayor hospital del país se declararía en algún momento (2015, para ser más específicos) en alerta amarilla por falta de medicamentos, alimentos e instrumentos, y que el déficit presupuestario alcanzaría el 54% (o más). Las mafias descubiertas por la CICIG y el MP resultaron ser de auténticos matones, al puro estilo de Al Capone; solo que en lugar de cobrar vidas en balaceras en pleno centro de Chicago, lo hacían en los pasillos y las salas de los hospitales nacionales.
De todos los titulares que leí para intentar resumir la situación hospitalaria del país, el más inverosímil reza: “Mujer habría muerto por falla en ascensor de hospital”. La falta de mantenimiento (quién sabe desde hace cuánto) de los elevadores del sitio retuvo a una mujer, quien precisaba recibir un tratamiento de hemodiálisis en una planta distinta a la que se encontraba, y a dos enfermeras durante cuatro horas dentro de tres paredes y una puerta que tras cerrarse no parecía volverse a abrir. Días después, el servicio de elevadores del hospital se suspendió. “Justo a tiempo”.
El costo de obras para beneficio público suele ser muy elevado, pero el valor que estas adquieren dentro de un estilo de vida de bienestar general es todavía más significativo. El problema llega cuando estas obras, más que hospitales o escuelas, resultan ser un afiche propagandístico de grandes dimensiones, o cuando clausurarlas o impedir su progreso se convierte en la mejor forma de desacreditar a gobiernos anteriores.
El “Elefante blanco” de Argentina se reencarnará en una institución muy distinta de su propósito inicial, el Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat (en el sistema hindú de castas, ¿esto sería una mejora o un retroceso?) con lo que la clase política al fin le dará sentido al gran edificio.
¿Qué pasa en Guatemala entre la clase política y los hospitales públicos? Pues en 2015, seis meses después de renunciar a la vicepresidencia de la República, Roxana Baldetti, acusada como responsable, en forma indirecta, de la crisis de los hospitales del sistema público, debía ser atendida por problemas gastrointestinales y cardíacos. ¿Dónde? En el Hospital General San Juan de Dios. ¿Qué pasó? Al igual que miles de guatemaltecos, no pudo ser atendida. Como diría mi prima, “tenía el karma muy sucio”.
A los “Elefantes grises” de Guatemala (de ahora en adelante llamaré así a los hospitales públicos) hay que reconducirlos hacia aquel rumbo que tenían cuando la República no llegaba a los 150 años de edad. De lo contrario, se empezará a formar un cementerio de elefantes, y bien es sabido que cuando un paquidermo muere, sus familiares buscan la manera de fenecer junto a él. Ojo.

Republicagt es ajena a la opinión expresada en este artículo