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Sócrates da consejos para el chat

Redacción República
28 de febrero, 2017

El ser humano ha tenido la capacidad de crear poderosos instrumentos de comunicación en su intento de acercar más y mejor a las personas. Una innovación importante ha sido la de poder crear redes de comunicación al instante, en las que muchas personas, como parte de una especie de comunidad, pueden compartir ideas, pensamientos o simplemente estados de ánimo. Eso es el chat. Sin embargo, como toda creación de la tecnología, cualquier herramienta puede volverse contra su creador de no dar un adecuado manejo a la  misma. Y eso es precisamente lo que ha sucedido con el chat.

El chat, esa especie de  plaza virtual se han convertido en un auténtico ser viviente. Crece, se autoalimenta, se reproduce muchas veces sin control. ¿Por que dedicarle unas letras a este tema? Porque aparejado a la utilidad que tiene como instrumento de comunicación, hay  implicaciones de carácter sociológico y  sicológico que poco se han discutido, y menos aún que se hayan medido. Examinemos algunas de sus aristas. Se ha reflexionado poco, por ejemplo, cuánto se refuerza la identidad de grupo a través de los mensajes que circulan en los chats. A base de emoticones, los grupos aplauden, aúpan o refuerzan prejuicios o disposiciones. A veces se compite incluso para ver quién es el más rudo del grupo. Esto por aquella simple regla de que las pasiones e instintos son mucho más poderosos que la razón y la moderación.    

Las conversaciones de chat  también son una especie de diván de sicólogo. Es un muestrario de personalidades. Nadie se ha percatado por ejemplo que reenviar cualquier información al chat no solo tiene un supuesto “valor informativo” o simplemente por el goce de compartir, sino que lleva implícito una valoración previa e inconsciente de quien la envía. Es decir, hay una especie de validación del emisor de aquello que pone a consideración del grupo. Por ello, enviar tonterías, mentiras o necedades, creo, dice mucho del remitente.

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Otro ámbito,  el de la rumorología, tiene que ser cuidadosamente analizado. Los rumores  corren a gran velocidad a simple toque de tecla. Y una regla universal del rumor es que la intensidad con la que se propaga una mentira es considerablemente mayor a la intensidad con que circula su desmentido, por lo que las injurias, las informaciones falsas o las medias verdades  llegan para quedarse. Esto lo saben muy bien quienes se dedican a las campañas negras. Una foto, una fecha, un par de nombres o lugares y listo para hacer correr la mentira; al fin y al cabo habrán muchos inocentes que se encargarán de reproducirla.

En fin, se puede seguir escribiendo sobre el asunto por muchas horas más. Pero quisiera concluir este artículo con el título de la columna. ¿A qué me refiero? Cuentan que en una ocasión a Sócrates lo abordó un amigo en medio de la plaza para contarle el último chisme de ocasión.  A punto estaba de comenzar a contar el cuento, cuando Sócrates lo detuvo y le pregunto: ¿esto que me vas a contar, te consta que es cierto? El amigo, algo perplejo le que contestó que no sabía si aquello era cierto o no.  Sócrates entonces le lanzó la segunda cuestión: “…si no estás seguro de que sea cierto, al menos debe ser algo bueno. ¿Es bueno lo que vienes a contarme? El amigo, algo contrariado pero aún ansioso por compartir la historia, contestó que aquello no era nada bueno sino todo lo contrario. Finalmente Sócrates le preguntó al amigo si aquello que venía a contarle ¿tenía remedio o no? El amigo, cabizbajo, le dijo que aquello que quería contarle seguramente no tenía remedio. Fue allí cuando Sócrates termino la conversación diciendo: ¿Por qué entonces me haces perder el tiempo con algo que no sabes si es verdad, que no es nada bueno, y que finalmente no tiene remedio…?

Tomando la sabiduría del griego, convendría que en nuestras conversaciones de chat pudiéramos trabajar con un protocolo que nos interrogara cada vez que estamos a punto de compartir una información. ¿Es verídica?  ¿Es algo bueno? Y si no lo es, ¿puedo ponerle remedio? Si la respuesta es sí, entonces ocupemos el tiempo de nuestros amigos o familiares con ello. Si la respuesta es no, simplemente no presionemos el botón. Con ello habremos servido a la verdad, y respetado el tiempo y paciencia de quienes nos rodean. 

República es ajena a la opinión expresada en este articulo

Sócrates da consejos para el chat

Redacción República
28 de febrero, 2017

El ser humano ha tenido la capacidad de crear poderosos instrumentos de comunicación en su intento de acercar más y mejor a las personas. Una innovación importante ha sido la de poder crear redes de comunicación al instante, en las que muchas personas, como parte de una especie de comunidad, pueden compartir ideas, pensamientos o simplemente estados de ánimo. Eso es el chat. Sin embargo, como toda creación de la tecnología, cualquier herramienta puede volverse contra su creador de no dar un adecuado manejo a la  misma. Y eso es precisamente lo que ha sucedido con el chat.

El chat, esa especie de  plaza virtual se han convertido en un auténtico ser viviente. Crece, se autoalimenta, se reproduce muchas veces sin control. ¿Por que dedicarle unas letras a este tema? Porque aparejado a la utilidad que tiene como instrumento de comunicación, hay  implicaciones de carácter sociológico y  sicológico que poco se han discutido, y menos aún que se hayan medido. Examinemos algunas de sus aristas. Se ha reflexionado poco, por ejemplo, cuánto se refuerza la identidad de grupo a través de los mensajes que circulan en los chats. A base de emoticones, los grupos aplauden, aúpan o refuerzan prejuicios o disposiciones. A veces se compite incluso para ver quién es el más rudo del grupo. Esto por aquella simple regla de que las pasiones e instintos son mucho más poderosos que la razón y la moderación.    

Las conversaciones de chat  también son una especie de diván de sicólogo. Es un muestrario de personalidades. Nadie se ha percatado por ejemplo que reenviar cualquier información al chat no solo tiene un supuesto “valor informativo” o simplemente por el goce de compartir, sino que lleva implícito una valoración previa e inconsciente de quien la envía. Es decir, hay una especie de validación del emisor de aquello que pone a consideración del grupo. Por ello, enviar tonterías, mentiras o necedades, creo, dice mucho del remitente.

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Otro ámbito,  el de la rumorología, tiene que ser cuidadosamente analizado. Los rumores  corren a gran velocidad a simple toque de tecla. Y una regla universal del rumor es que la intensidad con la que se propaga una mentira es considerablemente mayor a la intensidad con que circula su desmentido, por lo que las injurias, las informaciones falsas o las medias verdades  llegan para quedarse. Esto lo saben muy bien quienes se dedican a las campañas negras. Una foto, una fecha, un par de nombres o lugares y listo para hacer correr la mentira; al fin y al cabo habrán muchos inocentes que se encargarán de reproducirla.

En fin, se puede seguir escribiendo sobre el asunto por muchas horas más. Pero quisiera concluir este artículo con el título de la columna. ¿A qué me refiero? Cuentan que en una ocasión a Sócrates lo abordó un amigo en medio de la plaza para contarle el último chisme de ocasión.  A punto estaba de comenzar a contar el cuento, cuando Sócrates lo detuvo y le pregunto: ¿esto que me vas a contar, te consta que es cierto? El amigo, algo perplejo le que contestó que no sabía si aquello era cierto o no.  Sócrates entonces le lanzó la segunda cuestión: “…si no estás seguro de que sea cierto, al menos debe ser algo bueno. ¿Es bueno lo que vienes a contarme? El amigo, algo contrariado pero aún ansioso por compartir la historia, contestó que aquello no era nada bueno sino todo lo contrario. Finalmente Sócrates le preguntó al amigo si aquello que venía a contarle ¿tenía remedio o no? El amigo, cabizbajo, le dijo que aquello que quería contarle seguramente no tenía remedio. Fue allí cuando Sócrates termino la conversación diciendo: ¿Por qué entonces me haces perder el tiempo con algo que no sabes si es verdad, que no es nada bueno, y que finalmente no tiene remedio…?

Tomando la sabiduría del griego, convendría que en nuestras conversaciones de chat pudiéramos trabajar con un protocolo que nos interrogara cada vez que estamos a punto de compartir una información. ¿Es verídica?  ¿Es algo bueno? Y si no lo es, ¿puedo ponerle remedio? Si la respuesta es sí, entonces ocupemos el tiempo de nuestros amigos o familiares con ello. Si la respuesta es no, simplemente no presionemos el botón. Con ello habremos servido a la verdad, y respetado el tiempo y paciencia de quienes nos rodean. 

República es ajena a la opinión expresada en este articulo