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De la eternidad y de los bloqueos de carreteras

Redacción República
21 de febrero, 2017

Tiempo. Flaubert en su diccionario de lugares comunes lo define como: “Tema eterno de conversación. Causa universal de todas las enfermedades. Hay que quejarse siempre de él”. Tema trillado donde los haya, no he podido resistirme a la tentación de dirigirme a esta realidad tan compleja y tan cotidiana. Y específicamente, de perderlo. No sé de muchas cosas, pero si en algo me puedo considerar una experta renombrada es en la, no siempre sencilla, tarea de perder el tiempo. Lo digo mientras me he dejado 4 minutos de mi vida, irrecuperables, en un test de Buzzfeed que me pide elegir entre mi modo favorito de comer papas para saber cuál es mi mejor cualidad (mi inteligencia, por cierto. Lo habrán descubierto en la pregunta en la que elegí papas fritas por encima de asadas).

El tiempo nos configura y a la vez nos otorga un marco de acción para hacernos a nosotros mismos, nos dirige a la muerte pero a la vez nos recuerda que aún vivimos, finitud y eternidad se dan a la vez en esta realidad que no se detiene ante nuestras conceptualizaciones. Se nos escapa y nos preocupa perderlo, aunque no sepamos muy bien qué queremos decir con eso. Y es que, ¿qué es perder el tiempo? Resulta que, una vez ya han pasado, los minutos son exactamente iguales, los hayamos invertido en descubrir cuál aparato doméstico describe mi personalidad (otra vez, gracias, Buzzfeed) o en descubrir la cura del cáncer. Una vez acabados, lo mismo da uno que el otro, los dos son lo mismo: nada.

Eso significa que hay algo de nosotros que de alguna manera está por encima del tiempo y que puede juzgarlo desde lo alto, hay algo en nosotros que de alguna manera es atemporal, y que nos permite permanecer mientras el tiempo pasa. Somos los únicos seres capaces de condicionar los “despueses” y los “antes” en relación a un algo que nos permite medirlo, criticarlo y atraparlo en un reloj (y en un calendario, y en un horario de trabajo, y en lo que dura una conversación). También por eso podemos juzgar cuándo lo hemos invertido en cosas que hacen que el tiempo pase y deje de sí (cuando aprendemos algo nuevo o vivimos grandes experiencias), y no solo pase y pese (como cuando soy capaz de mirarme una temporada y media de cualquier serie de Netflix en un fin de semana). Seguramente todos quienes estuvieron  atrapados en el tráfico y en las carreteras por culpa de los bloqueos de los 48 cantones de Sololá habrán tenido tiempo de sobra para estas reflexiones, y para despotricar contra aquellos quienes les hicieron perder, desperdiciar, su valioso tiempo.

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República es ajena a la opinión expresada en este artículo

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21 de febrero, 2017

Tiempo. Flaubert en su diccionario de lugares comunes lo define como: “Tema eterno de conversación. Causa universal de todas las enfermedades. Hay que quejarse siempre de él”. Tema trillado donde los haya, no he podido resistirme a la tentación de dirigirme a esta realidad tan compleja y tan cotidiana. Y específicamente, de perderlo. No sé de muchas cosas, pero si en algo me puedo considerar una experta renombrada es en la, no siempre sencilla, tarea de perder el tiempo. Lo digo mientras me he dejado 4 minutos de mi vida, irrecuperables, en un test de Buzzfeed que me pide elegir entre mi modo favorito de comer papas para saber cuál es mi mejor cualidad (mi inteligencia, por cierto. Lo habrán descubierto en la pregunta en la que elegí papas fritas por encima de asadas).

El tiempo nos configura y a la vez nos otorga un marco de acción para hacernos a nosotros mismos, nos dirige a la muerte pero a la vez nos recuerda que aún vivimos, finitud y eternidad se dan a la vez en esta realidad que no se detiene ante nuestras conceptualizaciones. Se nos escapa y nos preocupa perderlo, aunque no sepamos muy bien qué queremos decir con eso. Y es que, ¿qué es perder el tiempo? Resulta que, una vez ya han pasado, los minutos son exactamente iguales, los hayamos invertido en descubrir cuál aparato doméstico describe mi personalidad (otra vez, gracias, Buzzfeed) o en descubrir la cura del cáncer. Una vez acabados, lo mismo da uno que el otro, los dos son lo mismo: nada.

Eso significa que hay algo de nosotros que de alguna manera está por encima del tiempo y que puede juzgarlo desde lo alto, hay algo en nosotros que de alguna manera es atemporal, y que nos permite permanecer mientras el tiempo pasa. Somos los únicos seres capaces de condicionar los “despueses” y los “antes” en relación a un algo que nos permite medirlo, criticarlo y atraparlo en un reloj (y en un calendario, y en un horario de trabajo, y en lo que dura una conversación). También por eso podemos juzgar cuándo lo hemos invertido en cosas que hacen que el tiempo pase y deje de sí (cuando aprendemos algo nuevo o vivimos grandes experiencias), y no solo pase y pese (como cuando soy capaz de mirarme una temporada y media de cualquier serie de Netflix en un fin de semana). Seguramente todos quienes estuvieron  atrapados en el tráfico y en las carreteras por culpa de los bloqueos de los 48 cantones de Sololá habrán tenido tiempo de sobra para estas reflexiones, y para despotricar contra aquellos quienes les hicieron perder, desperdiciar, su valioso tiempo.

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