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Sobre las campañas de desprestigio en Guatemala

Jorge Alvarado
23 de marzo, 2017

Las campañas negras en Guatemala son un claro ejemplo de la importancia del manejo de las estrategias de comunicación, herramienta que existe para bien y para mal. Un claro ejemplo es que en Guatemala estamos viviendo una especie de guerra fría, en la que grupos de poder buscan desprestigiar, sabotear y destruir la reputación de ciertas instituciones o de alguna Imagen Pública, ya sea porque goza de una exposición mediática envidiable o porque tiene un perfil bajo y su trabajo es de suma importancia. Cualquiera que sea la razón, genera envidia, rechazo y surge la necesidad de restarle credibilidad y popularidad. En otras palabras, el objetivo de una campaña negra es generar un desgaste continuo y sistemático con dos propósitos: el primero busca que el atacado reaccione de forma errónea y cometa un error, es decir que sea reactivo: el segundo implanta la idea en la opinión pública de que se trata de un enemigo y que hay que luchar contra esa Imagen Pública o Institución, esto lo convierte en un objetivo político. Esta táctica genera un antagonismo, es decir divide a la opinión pública en una guerra de “buenos y malos”.

Un caso de estudio fue el del Comisionado Contra la Impunidad en Guatemala, el señor Iván Velásquez, quien sufrió una serie de embates que lejos de obtener resultados positivos, dejaron en evidencia a sus enemigos confesos que abiertamente lo señalan y lo critican. Ahora bien, ¿señalar a la Cicig es malo? No, no es negativo cuando se hace con argumentos sólidos, con evidencias que respalden los señalamientos, ya que es un derecho ciudadano que la misma Constitución de la República garantiza, sin embargo cuando se instrumentaliza la información para convertirla en desinformación, y el ataque es personal y no institucional, cuando se le tilda como culpable de todos nuestros males, evidentemente enciende una alerta, pues las críticas siempre deberían hacerse hacia las instituciones y no hacia las personas, porque solamente desempeñan su trabajo de buena o de mala forma.

En el caso del señor Iván Velásquez, la campaña de desprestigio en su contra reconfiguró el mapeo de sus antagonistas. Los señalamientos vinieron desde el organismo legislativo, desde donde se le acusaba de presionar e intimidar a diputados para que se aprobarán las reformas constitucionales al sector Justicia. En ese orden, el presidente Jimmy Morales hizo una desafortunada declaración en una conferencia de prensa: “Sí no defendí a mi hijo, porqué iba a defender a Iván Velásquez”, a modo de respuesta cuando los periodistas le preguntaron por qué no mostraba su apoyo al jefe de Cicig por la rampante campaña de desprestigio.

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Por el contrario, Velásquez salió fortalecido, pues la comunidad internacional acreditada en Guatemala, el Ministerio Público y el grupo Garante (G4), entre otros muchos sectores públicos y privados mostraron su apoyo institucional e incondicional al jefe de Cicig, por si fuera poco, las muestras de solidaridad vinieron desde la misma ONU, del Parlamento Europeo, desde el Senado de los Estados Unidos, y desde funcionarios al más alto nivel, como el jefe del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Kelly, entre muchos otros. En la sumatoria final, la campaña de desprestigio se revirtió y potencializó su índice de popularidad al consolidarlo como un actor clave en la agenda mediática.

Su nivel de exposición ante los medios aumenta cada día, como un fenómeno interesante de estudio, pues desde su ámbito de trabajo presenta resultados. Si estamos o no estamos de acuerdo con lo que hace, eso depende del criterio de cada quien, pero el señor Velásquez comprendió que la mejor forma de mitigar los señalamientos era trabajando y no caer en la tentación de ser reactivo o salirse de control, sino más bien conservar la calma. La diferencia radica en que puso el tablero a su favor, pues la idea de rechazar las reformas constitucionales porque representan una violación a la soberanía es falsa. Las reformas pueden ser buenas o malas, depende del criterio propio o postura institucional, pero hay que decir las cosas como son.

Un ejercicio importante es dejar de culpar a la Cicig de nuestros males y asumir la responsabilidad de un Estado fallido, no buscar un enemigo sino aceptar que le hemos fallado a nuestro país, que la violencia es incontrolable, porque somos los únicos culpables de no atender la crisis institucional de un estado que está colapsado y al que no podemos pedir resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo. Obviamente necesitamos cambiar, porque la corrupción es el reflejo de lo que somos como sociedad en la que usurpamos identidades, abusamos de la autoridad, nos enriquecemos ilícitamente, nos servimos del sistema para hacer nuestra voluntad y actuar como si fuéramos dueños de lo público para convertirlo en patrimonio privado.

Las campañas de desprestigio son un arma poderosa en las que la difamación, calumnia, ventaja y alevosía se prestan para implantar ideas en una mente colectiva que se deja llevar por lo negativo que se dice de una Imagen Pública o de una institución, pero sin razonamiento profundo y sin un criterio definido para depurar la saturación de información. Necesitamos evaluar qué es información y qué desinformación.

Finalmente, una campaña de desprestigio tiene algunas características claves, como la activación de líderes de opinión, la instrumentalización de algunos géneros periodísticos para trasladar una idea a fuerza negativa, la instrumentalización de las redes sociales de forma anónima o con apariencia noticiosa, suspicacia para generar un efecto devastador en la comunicación como el rumor, que modifica o altera la realidad, es decir, plantea medias verdades o verdades a medias, además de intensificar cada día los mensajes negativos de toda índole.

En Guatemala las campañas de desprestigio o campañas negras llegan a su cúspide durante la época electoral, cuando son utilizadas para generar antagonismos, desacreditar al que tienen la mayor intención de voto y conducir a la opinión pública a los extremos para generar una sensación de peligro o amenaza absoluta y producir rechazo hacia quien es objeto de estas campañas negativas.

En suma, palabras como desgaste, daño a la imagen e implantación de ideas falsas en la audiencia son algunas claves para identificar las campañas de desprestigio que buscan crear una fractura comunicacional, jugar con la percepción de la audiencia y que además en base a esas percepciones se pueda sensibilizar, desinformar o incluso movilizar a esta audiencia aparentando la lucha de una causa justa que en realidad no lo es.

En conclusión las campañas de desprestigio también son utilizadas para generar dudas y limitar el potencial de una Imagen Pública o Institucional, a este tipo de comunicación también se le llama comunicación de contraste, es decir que se trata de tener dos versiones sobre un tema, como dice el adagio popular “presentar las dos caras de la moneda” se trata de manipular a la mente colectiva para establecer una matriz de opinión contraria a la dominante.

En definitiva las campañas de desprestigio son lideradas por una infraestructura, como los call center o net center que buscan impactar la percepción sobre una Imagen Pública o institución, pero lo que no saben es que estas campañas negras cada vez son menos eficientes, por ser obvias y no ser capaces de trasladar mensajes, sino ataques sistemáticos que buscan liquidar el prestigio y reputación  con todo, menos con la verdad.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Sobre las campañas de desprestigio en Guatemala

Jorge Alvarado
23 de marzo, 2017

Las campañas negras en Guatemala son un claro ejemplo de la importancia del manejo de las estrategias de comunicación, herramienta que existe para bien y para mal. Un claro ejemplo es que en Guatemala estamos viviendo una especie de guerra fría, en la que grupos de poder buscan desprestigiar, sabotear y destruir la reputación de ciertas instituciones o de alguna Imagen Pública, ya sea porque goza de una exposición mediática envidiable o porque tiene un perfil bajo y su trabajo es de suma importancia. Cualquiera que sea la razón, genera envidia, rechazo y surge la necesidad de restarle credibilidad y popularidad. En otras palabras, el objetivo de una campaña negra es generar un desgaste continuo y sistemático con dos propósitos: el primero busca que el atacado reaccione de forma errónea y cometa un error, es decir que sea reactivo: el segundo implanta la idea en la opinión pública de que se trata de un enemigo y que hay que luchar contra esa Imagen Pública o Institución, esto lo convierte en un objetivo político. Esta táctica genera un antagonismo, es decir divide a la opinión pública en una guerra de “buenos y malos”.

Un caso de estudio fue el del Comisionado Contra la Impunidad en Guatemala, el señor Iván Velásquez, quien sufrió una serie de embates que lejos de obtener resultados positivos, dejaron en evidencia a sus enemigos confesos que abiertamente lo señalan y lo critican. Ahora bien, ¿señalar a la Cicig es malo? No, no es negativo cuando se hace con argumentos sólidos, con evidencias que respalden los señalamientos, ya que es un derecho ciudadano que la misma Constitución de la República garantiza, sin embargo cuando se instrumentaliza la información para convertirla en desinformación, y el ataque es personal y no institucional, cuando se le tilda como culpable de todos nuestros males, evidentemente enciende una alerta, pues las críticas siempre deberían hacerse hacia las instituciones y no hacia las personas, porque solamente desempeñan su trabajo de buena o de mala forma.

En el caso del señor Iván Velásquez, la campaña de desprestigio en su contra reconfiguró el mapeo de sus antagonistas. Los señalamientos vinieron desde el organismo legislativo, desde donde se le acusaba de presionar e intimidar a diputados para que se aprobarán las reformas constitucionales al sector Justicia. En ese orden, el presidente Jimmy Morales hizo una desafortunada declaración en una conferencia de prensa: “Sí no defendí a mi hijo, porqué iba a defender a Iván Velásquez”, a modo de respuesta cuando los periodistas le preguntaron por qué no mostraba su apoyo al jefe de Cicig por la rampante campaña de desprestigio.

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Por el contrario, Velásquez salió fortalecido, pues la comunidad internacional acreditada en Guatemala, el Ministerio Público y el grupo Garante (G4), entre otros muchos sectores públicos y privados mostraron su apoyo institucional e incondicional al jefe de Cicig, por si fuera poco, las muestras de solidaridad vinieron desde la misma ONU, del Parlamento Europeo, desde el Senado de los Estados Unidos, y desde funcionarios al más alto nivel, como el jefe del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Kelly, entre muchos otros. En la sumatoria final, la campaña de desprestigio se revirtió y potencializó su índice de popularidad al consolidarlo como un actor clave en la agenda mediática.

Su nivel de exposición ante los medios aumenta cada día, como un fenómeno interesante de estudio, pues desde su ámbito de trabajo presenta resultados. Si estamos o no estamos de acuerdo con lo que hace, eso depende del criterio de cada quien, pero el señor Velásquez comprendió que la mejor forma de mitigar los señalamientos era trabajando y no caer en la tentación de ser reactivo o salirse de control, sino más bien conservar la calma. La diferencia radica en que puso el tablero a su favor, pues la idea de rechazar las reformas constitucionales porque representan una violación a la soberanía es falsa. Las reformas pueden ser buenas o malas, depende del criterio propio o postura institucional, pero hay que decir las cosas como son.

Un ejercicio importante es dejar de culpar a la Cicig de nuestros males y asumir la responsabilidad de un Estado fallido, no buscar un enemigo sino aceptar que le hemos fallado a nuestro país, que la violencia es incontrolable, porque somos los únicos culpables de no atender la crisis institucional de un estado que está colapsado y al que no podemos pedir resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo. Obviamente necesitamos cambiar, porque la corrupción es el reflejo de lo que somos como sociedad en la que usurpamos identidades, abusamos de la autoridad, nos enriquecemos ilícitamente, nos servimos del sistema para hacer nuestra voluntad y actuar como si fuéramos dueños de lo público para convertirlo en patrimonio privado.

Las campañas de desprestigio son un arma poderosa en las que la difamación, calumnia, ventaja y alevosía se prestan para implantar ideas en una mente colectiva que se deja llevar por lo negativo que se dice de una Imagen Pública o de una institución, pero sin razonamiento profundo y sin un criterio definido para depurar la saturación de información. Necesitamos evaluar qué es información y qué desinformación.

Finalmente, una campaña de desprestigio tiene algunas características claves, como la activación de líderes de opinión, la instrumentalización de algunos géneros periodísticos para trasladar una idea a fuerza negativa, la instrumentalización de las redes sociales de forma anónima o con apariencia noticiosa, suspicacia para generar un efecto devastador en la comunicación como el rumor, que modifica o altera la realidad, es decir, plantea medias verdades o verdades a medias, además de intensificar cada día los mensajes negativos de toda índole.

En Guatemala las campañas de desprestigio o campañas negras llegan a su cúspide durante la época electoral, cuando son utilizadas para generar antagonismos, desacreditar al que tienen la mayor intención de voto y conducir a la opinión pública a los extremos para generar una sensación de peligro o amenaza absoluta y producir rechazo hacia quien es objeto de estas campañas negativas.

En suma, palabras como desgaste, daño a la imagen e implantación de ideas falsas en la audiencia son algunas claves para identificar las campañas de desprestigio que buscan crear una fractura comunicacional, jugar con la percepción de la audiencia y que además en base a esas percepciones se pueda sensibilizar, desinformar o incluso movilizar a esta audiencia aparentando la lucha de una causa justa que en realidad no lo es.

En conclusión las campañas de desprestigio también son utilizadas para generar dudas y limitar el potencial de una Imagen Pública o Institucional, a este tipo de comunicación también se le llama comunicación de contraste, es decir que se trata de tener dos versiones sobre un tema, como dice el adagio popular “presentar las dos caras de la moneda” se trata de manipular a la mente colectiva para establecer una matriz de opinión contraria a la dominante.

En definitiva las campañas de desprestigio son lideradas por una infraestructura, como los call center o net center que buscan impactar la percepción sobre una Imagen Pública o institución, pero lo que no saben es que estas campañas negras cada vez son menos eficientes, por ser obvias y no ser capaces de trasladar mensajes, sino ataques sistemáticos que buscan liquidar el prestigio y reputación  con todo, menos con la verdad.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo