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Cucuruchos sin cruz

Redacción República
09 de abril, 2017

Puede sonar extraño, contradictorio y hasta ofensivo para los más tradicionales,   sin embargo existen y van en aumento, son esos seres que bajo una mirada distinta, vestidos de morado o negro (según el cortejo procesional) se apasionan por la semana santa pero que no practican el catolicismo y en casos más extremos no creen en Dios.

En las procesiones se mezclan con el grueso de los devotos cargadores; conocen a profundidad las costumbres y las marchas que la banda ejecuta, saben el orden de los turnos y se impresionan con el diseño que año con año el anda procesional presenta para hacer su tradicional recorrido.

Se definen como cucuruchos, se muestran orgullosos de serlo y esperan con ansias la Semana Mayor para practicar el solemne acto de la conexión, aunque no precisamente con Dios o la religión católica, misma rige la tradición con solemnidad absoluta.

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Se puede ser cucurucho y no practicar la fe católica para participar en los actos religiosos? Conversamos con tres de ellos, dos antigüeños y uno del centro histórico de la ciudad y este fue su argumento.

Identidad Antigüeña

Carlos Gutiérrez es un médico graduado en la Escuela Latinoamericana de Medicina en la Habana, Cuba. Antigüeño de corazón, sus raíces están ligadas tan profundamente a la ciudad colonial, que al llegar semana santa estando en Cuba, regresaba a Guatemala para cumplir con su  tradición más enraizada.

“Uno puede ser aficionado al fútbol,  enamorado o vinculado a  cualquier lugar del mundo, pero cucurucho antigüeño solo aquí, es un sentido de pertenencia que tiene que ver particularmente con la ciudad, con las procesiones que vimos desde pequeños, es único. No tengo que ser católico para sentir mi vinculación con esta ciudad siendo cucurucho”.

Carlos carga en al menos cuatro cortejos procesionales, es un lector apasionado y un viajero regular; aunque su relación con el catolicismo ya no existe, asegura que no es necesaria, pues encuentra en el ambiente de semana santa, el mejor lugar del mundo para estar.

“Es el sentido de pertenencia el que hizo regresar de uno de los paraísos tropicales más importantes del mundo (Cuba), para colocarme la túnica y recorrer las calles empedradas de mi ciudad”.

“Esos días vuelvo a ser niño, a ser feliz, a olvidar un poco la mala jornada”.

El corazón del centro histórico

Nació, creció y recorrió todas las calles del centro histórico. Nunca se identificó como católico pues para él la religión se encuentra en un espectro que no lo definió como ser humano. Lo hace más por cuestiones familiares, contextuales, sociales, pues asegura, que participar en un cortejo procesional es una de las últimas actividades para las que no se necesita convocatoria.

“Mi abuelo, mi padre, siempre han estado en el tema, mis primos del lado materno son iguales y  convivimos mucho en eso. Hacemos alfombra, llegan muchos familiares y desde niños con mis primos nos sentíamos como adultos y nos comportábamos como tal”.

“Conozco mormones, ateos, evangélicos y homosexuales que cargan. Esa gente lo hace porque es un sentimiento imperativo, pero además, nos da (me incluyo) un sentido de comunidad, de pertenencia a este lugar, al centro histórico”.

“Esa semana la ciudad parece otra, las calles que los buses, los autos y los políticos nos arrebataron, vuelven a ser nuestras, de los que habitamos este lugar desde siempre, creo que también es un acto político de reivindicación para los espacios públicos”

Acto poderoso

Rodrigo Batz, no nació pero llego a la Antigua cuanto tenía 10 años; su conexión con la ciudad se dio cuando observó por vez primera la procesión de San Felipe de Jesús. “Históricamente fue el cortejo de los obreros, de los trabajadores y artesanos. Fue algo indescriptible que aun hoy siento con mucha pasión”.

A diferencia de la mayoría de cucuruchos, Rodrigo no carga el anda, pero hace todo el recorrido vestido con la túnica negra que los convierte a todos en uno solo. “Me gusta recorrer las calles con todos ellos, sentir la fuerza de los sentimientos humanos y la pasión de devoción que la mayoría de los cargadores demuestra”.

A veces ha tenido dificultades con los comités de orden de la hermandad, pues al no tener un turno específico la tarea de caminar al lado del cortejo es más compleja. “Me gusta comenzar adelante, ver pasar el anda  y terminar el día siguiente viendo el ingreso desde lejos, es un ritual para mí”.

Se considera una persona atea, pero sin la militancia que esto a veces  exige. Estudió literatura y los múltiples encuentros con las culturas y las costumbres del mundo lo alejaron de la religión como modo de vida.

“No puedo explicar porque lo hago. Es un acto tan poderoso que todos los años encuentro una nueva razón para regresar, para vivir el cortejo con los sentidos abiertos, pues si Dios existe, debe ser uno de los actos más hermosos que los hombres hayan realizado para él”.

Los tres coinciden en el sentido de pertenencia, en el sentido de comunidad y en el vínculo que se llega a tener con algo o alguien, ese, es el argumento que va más allá de la fe.

Cucuruchos sin cruz

Redacción República
09 de abril, 2017

Puede sonar extraño, contradictorio y hasta ofensivo para los más tradicionales,   sin embargo existen y van en aumento, son esos seres que bajo una mirada distinta, vestidos de morado o negro (según el cortejo procesional) se apasionan por la semana santa pero que no practican el catolicismo y en casos más extremos no creen en Dios.

En las procesiones se mezclan con el grueso de los devotos cargadores; conocen a profundidad las costumbres y las marchas que la banda ejecuta, saben el orden de los turnos y se impresionan con el diseño que año con año el anda procesional presenta para hacer su tradicional recorrido.

Se definen como cucuruchos, se muestran orgullosos de serlo y esperan con ansias la Semana Mayor para practicar el solemne acto de la conexión, aunque no precisamente con Dios o la religión católica, misma rige la tradición con solemnidad absoluta.

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Se puede ser cucurucho y no practicar la fe católica para participar en los actos religiosos? Conversamos con tres de ellos, dos antigüeños y uno del centro histórico de la ciudad y este fue su argumento.

Identidad Antigüeña

Carlos Gutiérrez es un médico graduado en la Escuela Latinoamericana de Medicina en la Habana, Cuba. Antigüeño de corazón, sus raíces están ligadas tan profundamente a la ciudad colonial, que al llegar semana santa estando en Cuba, regresaba a Guatemala para cumplir con su  tradición más enraizada.

“Uno puede ser aficionado al fútbol,  enamorado o vinculado a  cualquier lugar del mundo, pero cucurucho antigüeño solo aquí, es un sentido de pertenencia que tiene que ver particularmente con la ciudad, con las procesiones que vimos desde pequeños, es único. No tengo que ser católico para sentir mi vinculación con esta ciudad siendo cucurucho”.

Carlos carga en al menos cuatro cortejos procesionales, es un lector apasionado y un viajero regular; aunque su relación con el catolicismo ya no existe, asegura que no es necesaria, pues encuentra en el ambiente de semana santa, el mejor lugar del mundo para estar.

“Es el sentido de pertenencia el que hizo regresar de uno de los paraísos tropicales más importantes del mundo (Cuba), para colocarme la túnica y recorrer las calles empedradas de mi ciudad”.

“Esos días vuelvo a ser niño, a ser feliz, a olvidar un poco la mala jornada”.

El corazón del centro histórico

Nació, creció y recorrió todas las calles del centro histórico. Nunca se identificó como católico pues para él la religión se encuentra en un espectro que no lo definió como ser humano. Lo hace más por cuestiones familiares, contextuales, sociales, pues asegura, que participar en un cortejo procesional es una de las últimas actividades para las que no se necesita convocatoria.

“Mi abuelo, mi padre, siempre han estado en el tema, mis primos del lado materno son iguales y  convivimos mucho en eso. Hacemos alfombra, llegan muchos familiares y desde niños con mis primos nos sentíamos como adultos y nos comportábamos como tal”.

“Conozco mormones, ateos, evangélicos y homosexuales que cargan. Esa gente lo hace porque es un sentimiento imperativo, pero además, nos da (me incluyo) un sentido de comunidad, de pertenencia a este lugar, al centro histórico”.

“Esa semana la ciudad parece otra, las calles que los buses, los autos y los políticos nos arrebataron, vuelven a ser nuestras, de los que habitamos este lugar desde siempre, creo que también es un acto político de reivindicación para los espacios públicos”

Acto poderoso

Rodrigo Batz, no nació pero llego a la Antigua cuanto tenía 10 años; su conexión con la ciudad se dio cuando observó por vez primera la procesión de San Felipe de Jesús. “Históricamente fue el cortejo de los obreros, de los trabajadores y artesanos. Fue algo indescriptible que aun hoy siento con mucha pasión”.

A diferencia de la mayoría de cucuruchos, Rodrigo no carga el anda, pero hace todo el recorrido vestido con la túnica negra que los convierte a todos en uno solo. “Me gusta recorrer las calles con todos ellos, sentir la fuerza de los sentimientos humanos y la pasión de devoción que la mayoría de los cargadores demuestra”.

A veces ha tenido dificultades con los comités de orden de la hermandad, pues al no tener un turno específico la tarea de caminar al lado del cortejo es más compleja. “Me gusta comenzar adelante, ver pasar el anda  y terminar el día siguiente viendo el ingreso desde lejos, es un ritual para mí”.

Se considera una persona atea, pero sin la militancia que esto a veces  exige. Estudió literatura y los múltiples encuentros con las culturas y las costumbres del mundo lo alejaron de la religión como modo de vida.

“No puedo explicar porque lo hago. Es un acto tan poderoso que todos los años encuentro una nueva razón para regresar, para vivir el cortejo con los sentidos abiertos, pues si Dios existe, debe ser uno de los actos más hermosos que los hombres hayan realizado para él”.

Los tres coinciden en el sentido de pertenencia, en el sentido de comunidad y en el vínculo que se llega a tener con algo o alguien, ese, es el argumento que va más allá de la fe.