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Cabezas de turcos

Carmen Camey
19 de abril, 2017

La semana pasada miles de guatemaltecos fueron testigos de las impresionantes manifestaciones de fe en Semana Santa, procesiones donde cientos de personas llevaban a hombros las andas mientras otros miles de personas les seguían por las calles de las ciudades, congregaciones vibrantes y fraternas que tienen más efecto spillover que todas las marchas y manifestaciones de Joviel Acevedo y Bernardo Call juntas.

Y es que, poco cambio hemos visto surgir de los más de 50 sindicatos del Ministerio de Educación, o de los 23 del Ministerio de Salud, o de los 10 de la empresa eléctrica. O de las manifestaciones y frenos puestos a las hidroeléctricas y a las minas (que alguien por favor me diga si los ríos están más limpios o la gente menos pobre desde que boicotean los proyectos). Más bien hemos visto cómo se ha generado confusión en la población (y algunas órdenes de captura contra los líderes), que no han hecho más que fomentar el ambiente confrontativo y de oposición que llevamos arrastrando desde el final de la guerra.

Lo divertido es que precisamente los sindicatos y los comités que se pasan el día ondeando la bandera de los derechos humanos y vituperiando a la empresa privada y a los empresarios, no han entendido nada. No han entendido que para la empresa el antagonismo nunca es entre el empresario y el asalariado o el cliente, sino entre empresario y empresario. Y esa confusión en los principios de lo que mueve al empresario les ha llevado a nublar también su comprensión sobre quién es verdaderamente su enemigo. No será sorpresa para nadie que los sentimientos de indignación ante la pobreza y la injusticia que han motivado a muchos a abrazar las falsas búsquedas de igualdad por la fuerza, ya sea con huelgas o quemando fincas, siguen en aumento. Sin embargo, y ahí es donde se equivocan de manera catastrófica, luchan contra las empresas individuales que no les ven como sus enemigos, en lugar de ver y tener por enemigo directo y verdadero el propio sistema de gobierno de la economía en su totalidad. De nada serviría que cerraran algunas empresas, nuevas y más grandes, y mejor preparadas para aguantar las presiones, abrirían. No se dan cuenta de que su verdadera lucha es en contra de un sistema que consideran injusto, con razón o no, pero precisamente en ese plano cabría discusión, cabría diálogo e intercambio de ideas.

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En cambio, en la lucha contra las empresas individuales nos vemos abocados a una situación irracional en donde toda lucha es por la fuerza y las ideas brillan por su ausencia. Poco a poco los sindicatos y los grupos organizados han ido desviando su mirada y su fobia hacia el mero empresario singular, que además de que no quiere de ninguna manera pelear la guerra en la que le están involucrando, poco puede hacer por resolver los problemas que realmente aquejan a los trabajadores. Es verdad, es una tentación grande y mucho más incitante y atractiva la de ver al enemigo como alguien de carne y hueso: “el empresario” que como una mera estructura general, invisible aunque su realidad sea palpable. Quieren señalar con el dedo, cortar cabezas y ponerlas en un palo, a modo de trofeo, para así poder culparla de todo lo que les aqueja, como hacían los cruzados con los turcos. Pero al estilo siglo XXI, con mucha menos sangre y muchas más asociaciones de derechos humanos.

Esto, y todo hay que decirlo, solo se ve corroborado por la insistencia ciega de algunos liberales que se empeñan en asegurar que solo existen los individuos, y no quiere oír hablar de “abstracciones” como la justicia, la sociedad o el sistema. “Solo existen individuos y la mano invisible”, dicen no se sabe si por corto de frente o por propia conveniencia.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Cabezas de turcos

Carmen Camey
19 de abril, 2017

La semana pasada miles de guatemaltecos fueron testigos de las impresionantes manifestaciones de fe en Semana Santa, procesiones donde cientos de personas llevaban a hombros las andas mientras otros miles de personas les seguían por las calles de las ciudades, congregaciones vibrantes y fraternas que tienen más efecto spillover que todas las marchas y manifestaciones de Joviel Acevedo y Bernardo Call juntas.

Y es que, poco cambio hemos visto surgir de los más de 50 sindicatos del Ministerio de Educación, o de los 23 del Ministerio de Salud, o de los 10 de la empresa eléctrica. O de las manifestaciones y frenos puestos a las hidroeléctricas y a las minas (que alguien por favor me diga si los ríos están más limpios o la gente menos pobre desde que boicotean los proyectos). Más bien hemos visto cómo se ha generado confusión en la población (y algunas órdenes de captura contra los líderes), que no han hecho más que fomentar el ambiente confrontativo y de oposición que llevamos arrastrando desde el final de la guerra.

Lo divertido es que precisamente los sindicatos y los comités que se pasan el día ondeando la bandera de los derechos humanos y vituperiando a la empresa privada y a los empresarios, no han entendido nada. No han entendido que para la empresa el antagonismo nunca es entre el empresario y el asalariado o el cliente, sino entre empresario y empresario. Y esa confusión en los principios de lo que mueve al empresario les ha llevado a nublar también su comprensión sobre quién es verdaderamente su enemigo. No será sorpresa para nadie que los sentimientos de indignación ante la pobreza y la injusticia que han motivado a muchos a abrazar las falsas búsquedas de igualdad por la fuerza, ya sea con huelgas o quemando fincas, siguen en aumento. Sin embargo, y ahí es donde se equivocan de manera catastrófica, luchan contra las empresas individuales que no les ven como sus enemigos, en lugar de ver y tener por enemigo directo y verdadero el propio sistema de gobierno de la economía en su totalidad. De nada serviría que cerraran algunas empresas, nuevas y más grandes, y mejor preparadas para aguantar las presiones, abrirían. No se dan cuenta de que su verdadera lucha es en contra de un sistema que consideran injusto, con razón o no, pero precisamente en ese plano cabría discusión, cabría diálogo e intercambio de ideas.

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En cambio, en la lucha contra las empresas individuales nos vemos abocados a una situación irracional en donde toda lucha es por la fuerza y las ideas brillan por su ausencia. Poco a poco los sindicatos y los grupos organizados han ido desviando su mirada y su fobia hacia el mero empresario singular, que además de que no quiere de ninguna manera pelear la guerra en la que le están involucrando, poco puede hacer por resolver los problemas que realmente aquejan a los trabajadores. Es verdad, es una tentación grande y mucho más incitante y atractiva la de ver al enemigo como alguien de carne y hueso: “el empresario” que como una mera estructura general, invisible aunque su realidad sea palpable. Quieren señalar con el dedo, cortar cabezas y ponerlas en un palo, a modo de trofeo, para así poder culparla de todo lo que les aqueja, como hacían los cruzados con los turcos. Pero al estilo siglo XXI, con mucha menos sangre y muchas más asociaciones de derechos humanos.

Esto, y todo hay que decirlo, solo se ve corroborado por la insistencia ciega de algunos liberales que se empeñan en asegurar que solo existen los individuos, y no quiere oír hablar de “abstracciones” como la justicia, la sociedad o el sistema. “Solo existen individuos y la mano invisible”, dicen no se sabe si por corto de frente o por propia conveniencia.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo