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El libre mercado

Warren Orbaugh
19 de abril, 2017

El mercado no es un lugar, una cosa, o una entidad colectiva. El mercado es un proceso, activado por la interacción de las distintas acciones de múltiples individuos cooperando bajo la división del trabajo. Las fuerzas que determinan el estado – continuamente cambiante – del mercado, son los juicios de valor de los individuos y sus acciones dirigidas por éstos. El estado del mercado en un instante dado es la estructura de los precios, es decir, la totalidad de relaciones de los intercambios, establecida por la interacción de aquellos deseosos de comprar y aquellos deseosos de vender.

Veamos un ejemplo de cómo funciona esto. Supongamos que tú y yo vamos a dividirnos el trabajo. Supongamos que vamos a producir aquello que en la ciudad imaginaria de Sócrates satisfacen nuestra primera y tercera necesidades: nutrición y vestido. Supongamos, también, que tú eres mejor productor que yo en todo. Sin embargo tú no eres igualmente mejor en todo. Digamos que tú produces pan dos veces más rápido que yo, y vestidos tres veces más rápido. Ahora, para poder comparar, supondremos que cada uno invierte 12 horas en la producción de cada bien. Entonces, en 12 horas tú produces 24 panes y en otras 12 horas produces 9 vestidos. Yo en cambio, produzco en 12 horas 12 panes (pues tú eres dos veces mejor que yo) y en otras 12 horas 3 vestidos (porque tú eres tres veces mejor que yo). La producción total sumada de los dos sin división del trabajo es: 36 panes y 12 vestidos.

Supongamos ahora, que nos dividiremos el trabajo, y tú produces en 8 horas 16 panes, y en 16 horas 12 vestidos. Yo produzco en 24 horas 24 panes y no dedico ni un minuto a producir vestidos. La producción total sumada de los dos dividiéndonos el trabajo es: 40 panes y 12 vestidos.

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Al asignar nuestro tiempo de acuerdo a nuestros costos comparados aumentamos nuestra producción total en 4 panes. Esto se logró sin haber cambiado nuestra productividad individual ni haber aumentado nuestro tiempo trabajado. Ahora negociaremos para intercambiar bienes de manera que ambos nos beneficiemos. Yo quiero como mínimo 3 vestidos, que es lo que yo puedo producir solo, y quiero tener más panes de los que puedo producir solo. Así que te ofrezco 8 panes a cambio de 3 vestidos. Así yo tendré 16 panes y 3 vestidos. Tú haces el cálculo económico y ves que si aceptas, tendrás 24 panes y 9 vestidos, lo mismo que produces solo. Por lo tanto, concluyes que no te conviene. Entonces me propones cambiarme 3 vestidos por 12 panes. Así tú tendrás 28 panes y 9 vestidos, lo que te parece bien. Yo en cambio, tendré 12 panes y 3 vestidos, lo mismo que produzco solo, por lo tanto no me conviene. Finalmente propongo una oferta intermedia: 10 panes a cambio de 3 vestidos. De esa manera yo tendré 14 panes y 3 vestidos. Habré ganado 2 panes. Si aceptas, tú tendrás 26 panes, 2 más de los que produces solo, y 9 vestidos, que es lo mismo que produces solo. Al intercambiar ambos ganamos 2 panes cada uno. 

Pero también podemos medir nuestras respectivas ganancias en tiempo. Tú habrás ganado 1 hora y yo habré ganado 2 horas. Como ves, yo me habré beneficiado de tu mayor productividad. 

También podemos medir nuestras respectivas ganancias en términos de vestidos. Como tu produces 9/12 vestidos por hora, habrás ganado 3/4 de vestido. Como yo produzco 3/12 vestidos por hora, habré ganado 2/4 de vestido.

Vemos pues, que en términos de pan ambos ganamos dos panes cada uno; en términos de tiempo ahorrado, tú ganas una hora y yo dos horas; y en términos de vestidos, tú ganas 3/4 de vestido y yo 2/4 de vestido. Ambos ganamos en el intercambio por nuestras diferencias de costos, pues para ti un vestido cuesta dos panes y dos tercios de pan, y para mí un vestido cuesta cuatro panes. A ti tus tres vestidos, en términos de panes te cuestan ocho panes; a mí los tres vestidos en términos de panes me cuestan doce panes. Al darte diez panes por tus tres vestidos, yo obtengo lo que me costaría doce, por diez, luego gano dos panes. Tú obtienes por tus tres vestidos, que te cuestan ocho, diez, luego ganas dos panes. Ambos ganamos gracias a la diferencia de costos comparados. 

El sistema de precios relativos expresados en un medio común, el dinero, es el mecanismo que le permite a todo individuo que quiere beneficiarse del intercambio de bienes, hacer comparaciones de costos, y como consecuencia coordina la división del trabajo. Los precios relativos te facilitan decidir si te conviene producir más vestidos para obtener más pan, o si te conviene más producir pan directamente. Al comparar precios puedes elegir la combinación que más te convenga entre las múltiples alternativas que te puedan proporcionar para mejor satisfacer tus necesidades.

Además, el sistema de precios te permite enterarte de si hay o no y cuanta hay, demanda por determinado bien, y así decidir si te conviene o no y cuanto, producir de ese bien. No tienes que conocer directamente a quienes demandan determinado bien, ni por qué lo valoran, ni donde están; te basta saber que el precio del bien aumenta para enterarte de que la oferta del mismo es insuficiente. Por otro lado, si el precio del bien baja, te enteras de que la demanda por el mismo es menor que la oferta, y entonces puedes decidir qué hacer en base a esa información. El sistema de precios es un mecanismo de comunicación para poder hacer el cálculo económico.

Ahora, no hay división del trabajo sin comercio. Si el individuo no tiene con quien intercambiar sus productos, no tiene sentido que dediques su tiempo a producir aquello para lo que no tiene uso. El excedente que puede producir adquiere utilidad, sólo si hay alguien que quiera intercambiarlo por algo que él desee. Es pues, la producción la que origina el comercio y el comercio a la vez el que origina la división del trabajo.

Es evidente que el comercio aumenta la riqueza para todos los involucrados en el intercambio. En cada transacción ambas partes involucradas en la misma ganan. En una cadena comercial, todos los involucrados intercambian algo tomando ventaja de la oportunidad que cada uno juzga mejor que las otras disponibles. Como el comercio causa la división del trabajo, la cadena comercial incluye una cadena productiva. Por ejemplo, un individuo compra un producto terminado, digamos, una casa. Paga al arquitecto que se la vende. El arquitecto pagó a quien le vendió el hormigón, a quien le vendió los ladrillos, a quien le vendió la madera, a quien le vendió las ventanas, a los albañiles y ayudantes que levantaron los muros y fundieron las losas, etc. Por otro lado, quien le vendió los ladrillos, pagó a quien los transportó a la obra, a quien lo cargó y descargo del camión, a quien produjo los ladrillos. Así mismo, quien fabricó los ladrillos pagó a los obreros que le ayudaron a producirlos, pagó a quien hizo los moldes, pagó a quien los transportó al almacén del distribuidor, etc. El albañil que levantó los muros, pagó a quien le vendió su espátula, su llana, su nivel, su plomada, su bocarte, su alcotana, sus botas de hule, en fin, sus herramientas. Y así cada quien extiende la cadena de intercambios voluntarios y por consiguiente de división del trabajo; cada uno ofrece un bien o servicio en el cual prevé que recibirá más que su costo de oportunidad, que es lo que entrega en el intercambio; cada quien obtiene una ganancia de la transacción. Y como cada individuo elige comerciar con quien lo enriquece más, se puede hacer fortuna, no a costa de otros, sino que sólo ofreciendo a esos otros una mejor opción para que se enriquezcan. De esa manera se da una justa creación de la riqueza.

Manuel Ayau Cordón ilustra muy bien este punto en su libro Un Juego que No Suma Cero:

“… cuando hago un intercambio con Bill Gates (cada vez que compro uno de sus programas de software), seguramente yo gano más que él, porque mi ganancia sin duda supera, y por mucho, el precio mismo del programa. La razón de que su fortuna sea mayor que la mía es que él realiza más transacciones que yo. (El programa tiene para mí un valor muchas veces por encima del precio que pago. Afortunadamente, sólo pago, gracias a las leyes de la economía, lo que el comprador marginal está dispuesto a pagar, y yo no soy el comprador marginal. Cada comprador tiene una ganancia distinta en su compra, aunque se trate del mismo programa y del mismo precio). Mis antepasados pensarían que soy un tonto si comprara los programas de software a proveedores que me enriquecen menos que Bill Gates.”  

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El libre mercado

Warren Orbaugh
19 de abril, 2017

El mercado no es un lugar, una cosa, o una entidad colectiva. El mercado es un proceso, activado por la interacción de las distintas acciones de múltiples individuos cooperando bajo la división del trabajo. Las fuerzas que determinan el estado – continuamente cambiante – del mercado, son los juicios de valor de los individuos y sus acciones dirigidas por éstos. El estado del mercado en un instante dado es la estructura de los precios, es decir, la totalidad de relaciones de los intercambios, establecida por la interacción de aquellos deseosos de comprar y aquellos deseosos de vender.

Veamos un ejemplo de cómo funciona esto. Supongamos que tú y yo vamos a dividirnos el trabajo. Supongamos que vamos a producir aquello que en la ciudad imaginaria de Sócrates satisfacen nuestra primera y tercera necesidades: nutrición y vestido. Supongamos, también, que tú eres mejor productor que yo en todo. Sin embargo tú no eres igualmente mejor en todo. Digamos que tú produces pan dos veces más rápido que yo, y vestidos tres veces más rápido. Ahora, para poder comparar, supondremos que cada uno invierte 12 horas en la producción de cada bien. Entonces, en 12 horas tú produces 24 panes y en otras 12 horas produces 9 vestidos. Yo en cambio, produzco en 12 horas 12 panes (pues tú eres dos veces mejor que yo) y en otras 12 horas 3 vestidos (porque tú eres tres veces mejor que yo). La producción total sumada de los dos sin división del trabajo es: 36 panes y 12 vestidos.

Supongamos ahora, que nos dividiremos el trabajo, y tú produces en 8 horas 16 panes, y en 16 horas 12 vestidos. Yo produzco en 24 horas 24 panes y no dedico ni un minuto a producir vestidos. La producción total sumada de los dos dividiéndonos el trabajo es: 40 panes y 12 vestidos.

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Al asignar nuestro tiempo de acuerdo a nuestros costos comparados aumentamos nuestra producción total en 4 panes. Esto se logró sin haber cambiado nuestra productividad individual ni haber aumentado nuestro tiempo trabajado. Ahora negociaremos para intercambiar bienes de manera que ambos nos beneficiemos. Yo quiero como mínimo 3 vestidos, que es lo que yo puedo producir solo, y quiero tener más panes de los que puedo producir solo. Así que te ofrezco 8 panes a cambio de 3 vestidos. Así yo tendré 16 panes y 3 vestidos. Tú haces el cálculo económico y ves que si aceptas, tendrás 24 panes y 9 vestidos, lo mismo que produces solo. Por lo tanto, concluyes que no te conviene. Entonces me propones cambiarme 3 vestidos por 12 panes. Así tú tendrás 28 panes y 9 vestidos, lo que te parece bien. Yo en cambio, tendré 12 panes y 3 vestidos, lo mismo que produzco solo, por lo tanto no me conviene. Finalmente propongo una oferta intermedia: 10 panes a cambio de 3 vestidos. De esa manera yo tendré 14 panes y 3 vestidos. Habré ganado 2 panes. Si aceptas, tú tendrás 26 panes, 2 más de los que produces solo, y 9 vestidos, que es lo mismo que produces solo. Al intercambiar ambos ganamos 2 panes cada uno. 

Pero también podemos medir nuestras respectivas ganancias en tiempo. Tú habrás ganado 1 hora y yo habré ganado 2 horas. Como ves, yo me habré beneficiado de tu mayor productividad. 

También podemos medir nuestras respectivas ganancias en términos de vestidos. Como tu produces 9/12 vestidos por hora, habrás ganado 3/4 de vestido. Como yo produzco 3/12 vestidos por hora, habré ganado 2/4 de vestido.

Vemos pues, que en términos de pan ambos ganamos dos panes cada uno; en términos de tiempo ahorrado, tú ganas una hora y yo dos horas; y en términos de vestidos, tú ganas 3/4 de vestido y yo 2/4 de vestido. Ambos ganamos en el intercambio por nuestras diferencias de costos, pues para ti un vestido cuesta dos panes y dos tercios de pan, y para mí un vestido cuesta cuatro panes. A ti tus tres vestidos, en términos de panes te cuestan ocho panes; a mí los tres vestidos en términos de panes me cuestan doce panes. Al darte diez panes por tus tres vestidos, yo obtengo lo que me costaría doce, por diez, luego gano dos panes. Tú obtienes por tus tres vestidos, que te cuestan ocho, diez, luego ganas dos panes. Ambos ganamos gracias a la diferencia de costos comparados. 

El sistema de precios relativos expresados en un medio común, el dinero, es el mecanismo que le permite a todo individuo que quiere beneficiarse del intercambio de bienes, hacer comparaciones de costos, y como consecuencia coordina la división del trabajo. Los precios relativos te facilitan decidir si te conviene producir más vestidos para obtener más pan, o si te conviene más producir pan directamente. Al comparar precios puedes elegir la combinación que más te convenga entre las múltiples alternativas que te puedan proporcionar para mejor satisfacer tus necesidades.

Además, el sistema de precios te permite enterarte de si hay o no y cuanta hay, demanda por determinado bien, y así decidir si te conviene o no y cuanto, producir de ese bien. No tienes que conocer directamente a quienes demandan determinado bien, ni por qué lo valoran, ni donde están; te basta saber que el precio del bien aumenta para enterarte de que la oferta del mismo es insuficiente. Por otro lado, si el precio del bien baja, te enteras de que la demanda por el mismo es menor que la oferta, y entonces puedes decidir qué hacer en base a esa información. El sistema de precios es un mecanismo de comunicación para poder hacer el cálculo económico.

Ahora, no hay división del trabajo sin comercio. Si el individuo no tiene con quien intercambiar sus productos, no tiene sentido que dediques su tiempo a producir aquello para lo que no tiene uso. El excedente que puede producir adquiere utilidad, sólo si hay alguien que quiera intercambiarlo por algo que él desee. Es pues, la producción la que origina el comercio y el comercio a la vez el que origina la división del trabajo.

Es evidente que el comercio aumenta la riqueza para todos los involucrados en el intercambio. En cada transacción ambas partes involucradas en la misma ganan. En una cadena comercial, todos los involucrados intercambian algo tomando ventaja de la oportunidad que cada uno juzga mejor que las otras disponibles. Como el comercio causa la división del trabajo, la cadena comercial incluye una cadena productiva. Por ejemplo, un individuo compra un producto terminado, digamos, una casa. Paga al arquitecto que se la vende. El arquitecto pagó a quien le vendió el hormigón, a quien le vendió los ladrillos, a quien le vendió la madera, a quien le vendió las ventanas, a los albañiles y ayudantes que levantaron los muros y fundieron las losas, etc. Por otro lado, quien le vendió los ladrillos, pagó a quien los transportó a la obra, a quien lo cargó y descargo del camión, a quien produjo los ladrillos. Así mismo, quien fabricó los ladrillos pagó a los obreros que le ayudaron a producirlos, pagó a quien hizo los moldes, pagó a quien los transportó al almacén del distribuidor, etc. El albañil que levantó los muros, pagó a quien le vendió su espátula, su llana, su nivel, su plomada, su bocarte, su alcotana, sus botas de hule, en fin, sus herramientas. Y así cada quien extiende la cadena de intercambios voluntarios y por consiguiente de división del trabajo; cada uno ofrece un bien o servicio en el cual prevé que recibirá más que su costo de oportunidad, que es lo que entrega en el intercambio; cada quien obtiene una ganancia de la transacción. Y como cada individuo elige comerciar con quien lo enriquece más, se puede hacer fortuna, no a costa de otros, sino que sólo ofreciendo a esos otros una mejor opción para que se enriquezcan. De esa manera se da una justa creación de la riqueza.

Manuel Ayau Cordón ilustra muy bien este punto en su libro Un Juego que No Suma Cero:

“… cuando hago un intercambio con Bill Gates (cada vez que compro uno de sus programas de software), seguramente yo gano más que él, porque mi ganancia sin duda supera, y por mucho, el precio mismo del programa. La razón de que su fortuna sea mayor que la mía es que él realiza más transacciones que yo. (El programa tiene para mí un valor muchas veces por encima del precio que pago. Afortunadamente, sólo pago, gracias a las leyes de la economía, lo que el comprador marginal está dispuesto a pagar, y yo no soy el comprador marginal. Cada comprador tiene una ganancia distinta en su compra, aunque se trate del mismo programa y del mismo precio). Mis antepasados pensarían que soy un tonto si comprara los programas de software a proveedores que me enriquecen menos que Bill Gates.”  

República es ajena a la opinión expresada en este artículo