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El “síndrome de Fuenteovejuna”

Redacción
26 de abril, 2017

Uno de los clásicos de la literatura universal es aquél que cuenta la historia de lo sucedido en un pueblo rural de España llamado Fuenteovejuna. Esta obra, de Lope de Vega, nos narra cómo esta ciudad Cordobesa era gobernada con mano tiránica por un Comendador de espíritu cruel y desalmado. El pueblo, harto de su despotismo, decidió que ya tenía suficiente y un día cualquiera varios pobladores entraron al domicilio de este personaje y le dieron muerte a pedradas. La investigación iniciada por las autoridades judiciales del Reino se topó bien pronto con una actitud colectiva de todo el pueblo: preguntados por el fiscal sobre quién era el responsable de aquel atroz asesinato, es decir sobre quien había asesinado al comendador, todos y cada uno en el pueblo contestaban fue Fuenteovejuna, Señor. Es decir fueron todos, o sea, casi como decir no fue nadie…

Esta pieza teatral, quizá una de las más célebres del siglo de oro español, me recuerda ciertos eventos en mi país. Por supuesto, no lo de las pedradas que ya de esto lamentablemente hemos tenido tristes ejemplos. Ni tampoco lo de los cambios de gobierno o tiranicidios, que de éstos también hemos tenido en la historia nacional. No. Yo me refiero a otro elemento más de carácter sociológico, al que yo llamo “el síndrome de Fuenteovejuna”.   Es esa propensión a querer hacer las cosas en colectivo, sin responsabilidad personal, ocultando la propia posición cuando toca tomar decisiones importantes. Es tomar el camino de diluir la responsabilidad de una decisión, sea buena o mala, por el hecho de que fue adoptada simplemente por todos. No me refiero a menospreciar el ejercicio del consenso o en cualquier caso de la unanimidad, que cuando toca, es absolutamente deseable. Me refiero más bien a la patología de  no querer asumir personalmente el costo de hacer manifiesta una convicción frente a terceros.

¿Dónde hemos visto operar el síndrome de Fuenteovejuna? Muchas veces en las decisiones que se toman a nivel del Congreso de la República. Revisemos cuántas decisiones han sido adoptadas utilizando un consenso casi sospechoso. Para muestra un botón: hace algún tiempo en una  elección de magistrados se nos mostró una votación casi unánime ¿En un Congreso con representación plural? ¿Cómo así? Cierto es que otros factores poderosos sin duda influyeron pero también pesó el no querer ser el discordante, fuera esto como fracción legislativa o como diputado en lo individual. Más evidente aún lo constituyen algunos temas donde incluso se ha producido la paradoja de que habiendo concurrencias suficientes para producir una mayoría cualquiera, el hecho de que existan grupos en contra puede incluso llegar inhibir la decisión. Es decir, las minorías fuerzan a las mayorías a abstenerse de tomar decisiones, bajo el festinado argumento de que hubo opiniones en contra, así fueran las menos.

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No muy lejos tampoco es el caso de nuestras Cortes. Los ya casi inexistentes votos disidentes, que en cualquier sociedad y foro jurídico del mundo son absolutamente presentes y necesarios, han ido desapareciendo del panorama. Pareciera ser también aquí que el intento de no pertenecer a una minoría derrotada –no sé si por prurito personal, ego o una malentendida timidez – ha orillado a los juristas a abstenerse de emitir una opinión razonada.  Esto plantea no pocos problemas de conciencia en los juzgadores, que al final consideran de poco peso esto frente al qué dirán.

Si queremos fomentar una sociedad diferente, una de mujeres y hombres que no teman construir el futuro a base de convicciones personales, debemos empezar por eliminar ese “síndrome de Fuenteovejuna”, que termina imponiendo una especie de mínimo denominador común en las decisiones del país. Por la ruta del yo no fui o la del fuimos todos, podemos terminar hundiéndonos ante la inercia colegiada de nuestro actuar y el silencio cómplice de nuestra conciencia. Necesitamos más ejemplos de profesionales y políticos que no teman disentir o ser en cierto momento minoría.  Esas personas son los ejemplos que luego convencen y que luego se convierten en la fuerza detrás de esas mayorías que verdaderamente construyen.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

El “síndrome de Fuenteovejuna”

Redacción
26 de abril, 2017

Uno de los clásicos de la literatura universal es aquél que cuenta la historia de lo sucedido en un pueblo rural de España llamado Fuenteovejuna. Esta obra, de Lope de Vega, nos narra cómo esta ciudad Cordobesa era gobernada con mano tiránica por un Comendador de espíritu cruel y desalmado. El pueblo, harto de su despotismo, decidió que ya tenía suficiente y un día cualquiera varios pobladores entraron al domicilio de este personaje y le dieron muerte a pedradas. La investigación iniciada por las autoridades judiciales del Reino se topó bien pronto con una actitud colectiva de todo el pueblo: preguntados por el fiscal sobre quién era el responsable de aquel atroz asesinato, es decir sobre quien había asesinado al comendador, todos y cada uno en el pueblo contestaban fue Fuenteovejuna, Señor. Es decir fueron todos, o sea, casi como decir no fue nadie…

Esta pieza teatral, quizá una de las más célebres del siglo de oro español, me recuerda ciertos eventos en mi país. Por supuesto, no lo de las pedradas que ya de esto lamentablemente hemos tenido tristes ejemplos. Ni tampoco lo de los cambios de gobierno o tiranicidios, que de éstos también hemos tenido en la historia nacional. No. Yo me refiero a otro elemento más de carácter sociológico, al que yo llamo “el síndrome de Fuenteovejuna”.   Es esa propensión a querer hacer las cosas en colectivo, sin responsabilidad personal, ocultando la propia posición cuando toca tomar decisiones importantes. Es tomar el camino de diluir la responsabilidad de una decisión, sea buena o mala, por el hecho de que fue adoptada simplemente por todos. No me refiero a menospreciar el ejercicio del consenso o en cualquier caso de la unanimidad, que cuando toca, es absolutamente deseable. Me refiero más bien a la patología de  no querer asumir personalmente el costo de hacer manifiesta una convicción frente a terceros.

¿Dónde hemos visto operar el síndrome de Fuenteovejuna? Muchas veces en las decisiones que se toman a nivel del Congreso de la República. Revisemos cuántas decisiones han sido adoptadas utilizando un consenso casi sospechoso. Para muestra un botón: hace algún tiempo en una  elección de magistrados se nos mostró una votación casi unánime ¿En un Congreso con representación plural? ¿Cómo así? Cierto es que otros factores poderosos sin duda influyeron pero también pesó el no querer ser el discordante, fuera esto como fracción legislativa o como diputado en lo individual. Más evidente aún lo constituyen algunos temas donde incluso se ha producido la paradoja de que habiendo concurrencias suficientes para producir una mayoría cualquiera, el hecho de que existan grupos en contra puede incluso llegar inhibir la decisión. Es decir, las minorías fuerzan a las mayorías a abstenerse de tomar decisiones, bajo el festinado argumento de que hubo opiniones en contra, así fueran las menos.

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No muy lejos tampoco es el caso de nuestras Cortes. Los ya casi inexistentes votos disidentes, que en cualquier sociedad y foro jurídico del mundo son absolutamente presentes y necesarios, han ido desapareciendo del panorama. Pareciera ser también aquí que el intento de no pertenecer a una minoría derrotada –no sé si por prurito personal, ego o una malentendida timidez – ha orillado a los juristas a abstenerse de emitir una opinión razonada.  Esto plantea no pocos problemas de conciencia en los juzgadores, que al final consideran de poco peso esto frente al qué dirán.

Si queremos fomentar una sociedad diferente, una de mujeres y hombres que no teman construir el futuro a base de convicciones personales, debemos empezar por eliminar ese “síndrome de Fuenteovejuna”, que termina imponiendo una especie de mínimo denominador común en las decisiones del país. Por la ruta del yo no fui o la del fuimos todos, podemos terminar hundiéndonos ante la inercia colegiada de nuestro actuar y el silencio cómplice de nuestra conciencia. Necesitamos más ejemplos de profesionales y políticos que no teman disentir o ser en cierto momento minoría.  Esas personas son los ejemplos que luego convencen y que luego se convierten en la fuerza detrás de esas mayorías que verdaderamente construyen.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo