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Mánchester, más gris que de costumbre

Luis Felipe Garrán
24 de mayo, 2017

“Así es la vida (…) a veces negra”, como la de 22 personas que lo último que vieron fue el interior del Manchester Arena durante el último concierto de Ariana Grande en el Reino Unido; “a veces color rosa”, rosa, que bien puede ser pink o bien puede ser Rose, como la niña de 8 años nacida en Leyland que había ido al domo junto a la estación Victoria para escuchar a la chica Nickelodeon reconvertida en ícono pop mundial.

El programa nos lo sabemos de memoria: mismo escenario pero con otro rótulo; mismo terrorista pero con otro nombre; mismo alegato yihadista, sin retoques que darle; mismo Dáesh atribuyéndoselo (lo hayan hecho ellos o no)… nuevas víctimas, que no son solo las 22 que murieron, sino sus familiares, y la gente que tuvo que presenciar el horror, y los habitantes del Noroeste de Inglaterra, y de toda Europa, y de Occidente en general, víctimas de este cáncer que azota a medio mundo.

Digo cáncer porque es un problema interno; los atentados perpetrados en Europa han sido obra de ciudadanos de la Unión. Estos individuos se han convertido en fallas dentro del orden social, que han sido potenciados por un agente externo, o sea, los métodos de radicalización que el Dáesh maneja desde Oriente Medio. Salman Abedi, cuyo nombre delata sus orígenes libios, era británico al igual que sus “objetivos”.

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El cielo gris de la lluviosa Mánchester ya tiene motivos para llorar, más aun sabiendo que unas 12 de las 59 personas heridas tienen menos de 16 años. El blanco era la población joven, esa que en el referendo por el Brexit votó a favor de la permanencia en la Unión Europea (73% de los votantes de entre 18 y 24 años). La cabeza (también gris) de la premier Theresa May ya tiene motivos para pensar si realmente la mejor forma de enfrentar a estos “lobos solitarios” del Dáesh es ser ellos mismos un lobo solitario en medio del caos terrorista que vive Europa.

Este atentado no es más que otro llamado a la unidad; pero no esa unidad políticamente correcta en la que un presidente condena lo ocurrido vía Twitter, sino una unidad de políticas correctas, de decisiones y acciones puntuales, como las de los cientos de taxistas de las zonas de Lancashire, Gran Mánchester y Merseyside, que se unieron para movilizar gratuitamente a quienes intentaban salir de la Arena. Según han recogido algunos medios británicos, muchos de ellos son musulmanes.

Por mucho que cante Elefante, la situación ahora mismo no está para nada jacarandosa. Caprichosa quizá sí, pero solo al gusto de unos pocos.

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Mánchester, más gris que de costumbre

Luis Felipe Garrán
24 de mayo, 2017

“Así es la vida (…) a veces negra”, como la de 22 personas que lo último que vieron fue el interior del Manchester Arena durante el último concierto de Ariana Grande en el Reino Unido; “a veces color rosa”, rosa, que bien puede ser pink o bien puede ser Rose, como la niña de 8 años nacida en Leyland que había ido al domo junto a la estación Victoria para escuchar a la chica Nickelodeon reconvertida en ícono pop mundial.

El programa nos lo sabemos de memoria: mismo escenario pero con otro rótulo; mismo terrorista pero con otro nombre; mismo alegato yihadista, sin retoques que darle; mismo Dáesh atribuyéndoselo (lo hayan hecho ellos o no)… nuevas víctimas, que no son solo las 22 que murieron, sino sus familiares, y la gente que tuvo que presenciar el horror, y los habitantes del Noroeste de Inglaterra, y de toda Europa, y de Occidente en general, víctimas de este cáncer que azota a medio mundo.

Digo cáncer porque es un problema interno; los atentados perpetrados en Europa han sido obra de ciudadanos de la Unión. Estos individuos se han convertido en fallas dentro del orden social, que han sido potenciados por un agente externo, o sea, los métodos de radicalización que el Dáesh maneja desde Oriente Medio. Salman Abedi, cuyo nombre delata sus orígenes libios, era británico al igual que sus “objetivos”.

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El cielo gris de la lluviosa Mánchester ya tiene motivos para llorar, más aun sabiendo que unas 12 de las 59 personas heridas tienen menos de 16 años. El blanco era la población joven, esa que en el referendo por el Brexit votó a favor de la permanencia en la Unión Europea (73% de los votantes de entre 18 y 24 años). La cabeza (también gris) de la premier Theresa May ya tiene motivos para pensar si realmente la mejor forma de enfrentar a estos “lobos solitarios” del Dáesh es ser ellos mismos un lobo solitario en medio del caos terrorista que vive Europa.

Este atentado no es más que otro llamado a la unidad; pero no esa unidad políticamente correcta en la que un presidente condena lo ocurrido vía Twitter, sino una unidad de políticas correctas, de decisiones y acciones puntuales, como las de los cientos de taxistas de las zonas de Lancashire, Gran Mánchester y Merseyside, que se unieron para movilizar gratuitamente a quienes intentaban salir de la Arena. Según han recogido algunos medios británicos, muchos de ellos son musulmanes.

Por mucho que cante Elefante, la situación ahora mismo no está para nada jacarandosa. Caprichosa quizá sí, pero solo al gusto de unos pocos.

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