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Ajo y agua

Luis Felipe Garrán
08 de junio, 2017

Reza así un dicho de la tierra de mi padre, que aunque está muy lejos, las vías guatemaltecas me han demostrado que es fácil de importar. Ajo y agua… a joderse y a aguantarse. Empecemos por la planta amarilidácea, esa a la que nos encomendamos antes de salir a la calle con el carro. ¿Va usted a manejar? Pues va a joderse.

En cuestión de dos días he visto dos de los atascos más increíbles que recuerdo en la zona metropolitana. No tanto por sus dimensiones, que de hecho, eran bastante (o más que bastante) grandes, sino por su origen.

Las carreteras de Pinula, con San José, Santa Catarina y Fraijanes, son como Fuenteovejuna, pues van “todas a una”, a la Carretera a El Salvador. Es tal la dependencia que hay entre unas y otras que basta con alterar ligeramente el estado natural de alguna (estado al que definitivamente no me puedo referir como “orden”) para que las fichas de este dominó sigan cayendo a lo largo de kilómetros y kilómetros de asfalto lunar (lo digo por los cráteres que tiene). Lo del martes fue de otro mundo.

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Las altas tarifas de luz impuestas a los condominios del área no bastan para mantener encendidas las bombillas del ingenio, y a alguien en la Municipalidad de Fraijanes se le ocurrió que la mejor hora para arreglar el pavimento de su carretera principal era por la tarde, poco después de las tres. Quien diga que en Guatemala la gente no es puntual es porque no ha visto la sincronía de estas obras con la salida de los colegios y las empresas de la zona. Lo único que se congestionó más que Carretera a El Salvador y las partes de la capital que desembocan en esta salida fue Twitter, lleno de mensajes de la gente que decía llevar atrapada tiempos que iban de la hora y media para arriba.

Al día siguiente anunciaron continuar con las obras… ¡en el mismo horario! El comunicado lo leí, pero estoy seguro que si me lo hubiesen dicho de frente, habría podido percibir el olor a “ajo”. A esa afición por las plantas se sumaron los taxistas y sus protestas, que cortaron la 7ª Avenida capitalina junto a la Municipalidad e hicieron que el centro cívico colapsara. Además, tuvieron un aliado; el “agua”.

Cayó tanta lluvia que se cansó de hacerlo en forma líquida y dejó ver su faceta sólida. Las aceras hacían las veces de postales de Niágara e Iguazú, y el limpiaparabrisas solo estaba para añadir un sonido más a la sinfonía del desastre.

Lo bueno es que al volver a casa, a pesar de la hora, no llegas con hambre, porque ya hubo quién se encargara de darte una buena sopa de ajo y agua. ¡Buen provecho!

República es ajena a la opinión expresada en este artículo

Ajo y agua

Luis Felipe Garrán
08 de junio, 2017

Reza así un dicho de la tierra de mi padre, que aunque está muy lejos, las vías guatemaltecas me han demostrado que es fácil de importar. Ajo y agua… a joderse y a aguantarse. Empecemos por la planta amarilidácea, esa a la que nos encomendamos antes de salir a la calle con el carro. ¿Va usted a manejar? Pues va a joderse.

En cuestión de dos días he visto dos de los atascos más increíbles que recuerdo en la zona metropolitana. No tanto por sus dimensiones, que de hecho, eran bastante (o más que bastante) grandes, sino por su origen.

Las carreteras de Pinula, con San José, Santa Catarina y Fraijanes, son como Fuenteovejuna, pues van “todas a una”, a la Carretera a El Salvador. Es tal la dependencia que hay entre unas y otras que basta con alterar ligeramente el estado natural de alguna (estado al que definitivamente no me puedo referir como “orden”) para que las fichas de este dominó sigan cayendo a lo largo de kilómetros y kilómetros de asfalto lunar (lo digo por los cráteres que tiene). Lo del martes fue de otro mundo.

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Al día siguiente anunciaron continuar con las obras… ¡en el mismo horario! El comunicado lo leí, pero estoy seguro que si me lo hubiesen dicho de frente, habría podido percibir el olor a “ajo”. A esa afición por las plantas se sumaron los taxistas y sus protestas, que cortaron la 7ª Avenida capitalina junto a la Municipalidad e hicieron que el centro cívico colapsara. Además, tuvieron un aliado; el “agua”.

Cayó tanta lluvia que se cansó de hacerlo en forma líquida y dejó ver su faceta sólida. Las aceras hacían las veces de postales de Niágara e Iguazú, y el limpiaparabrisas solo estaba para añadir un sonido más a la sinfonía del desastre.

Lo bueno es que al volver a casa, a pesar de la hora, no llegas con hambre, porque ya hubo quién se encargara de darte una buena sopa de ajo y agua. ¡Buen provecho!

República es ajena a la opinión expresada en este artículo