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Hartos de la pobreza, condenados a la miseria

José Carlos Ortega
10 de junio, 2017

La idea es repartir lo que hay, que todos se igualen bajo la temeraria hoz y el martillo, menos imaginaria que la mano invisible del libre mercado.

En nuestro país la cantidad de personas, de seres humanos iguales a nosotros, en condiciones de pobreza ha aumentado en los últimos años. Los índices de pobreza ultraextrema (13,9%), extrema (27,2%) aumentaron en la última década y la pobreza moderada está estancada (22%). Es decir, ¡las personas que viven en algún tipo de situación económica que se define como de pobreza son el 63,1% de la población guatemalteca! Eso pese (o gracias) a programas asistenciales como bolsa solidaria o segura, programas de regalo de fertilizantes o transferencias condicionadas.

Esa cantidad de personas viviendo en esos niveles de pobreza es caldo de cultivo para todo tipo de ideas descabelladas, populistas y sobre todo, de programas asistencialistas o que intenten repartir lo poco que existe. Si en realidad se repartiera todo el PIB guatemalteco entre todos y cada uno de sus habitantes, no alcanza para llevar a niveles fuera de la pobreza a todos, nos sitúa en la tenebrosa cantidad de alrededor de US$3900 anuales, lo que significa aproximadamente Q28782 anuales por persona, equivalentes a Q2400 mensuales por persona.

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Aunque el dato no refleja cantidades que puedan resolver permanentemente soluciones para todos los guatemaltecos y que seamos un país desarrollado, para ese 63%, para cada uno de ellos, la infeliz idea de tener Q2400 al mes es sumamente atractiva. Entonces aparecen trasnochados con necrofilia de ideas intentando resucitar sistemas que no han conducido a los pueblos, a las personas a que se desarrollen, sino que al cabo de los años produce resultados de miseria más profundos, siempre culpando del resultado a alguien más: a los Estados Unidos, a los oligarcas empresarios y especuladores financieros, latifundistas agrarios, etc. La idea es repartir lo que hay, que todos se igualen bajo la temeraria hoz y el martillo, menos imaginaria que la mano invisible del libre mercado.

Hoy por hoy una gran cantidad de la población guatemalteca depende de la agricultura de subsistencia. Esto quiere decir que obtienen un espacio donde sembrar maíz, y a veces frijol y otras veces algún otro cultivo, acompañado de unas pocas gallinas, si pudieran, y si las condiciones son mejores, un cerdo y un chompipe o chunto. La lógica de estas personas es cultivar el mínimo que les permitirá mantenerse vivos en caso que no haya absolutamente ningún otro ingreso: subsistir hasta la próxima cosecha. Claro, no hay seguridad alguna de dicha supervivencia, una mala cosecha, enfermedad, o cualquier contingencia puede echar a perder cualquier plan.

Entonces, la idea de repartir la tierra “ociosa” se convierte en tema trascendental para muchos grupos, los cuales encuentran una supuesta solución para una mayoría desposeída de cualquier medio de producción. La matriz económica, basada en la subsistencia para millones a través de “entregar” tierra a todos y que puedan cultivar y producir.

Si analizamos la matriz económica del país, encontramos que buena parte de nuestra producción se basa en el sector primario, es decir, agricultura y materias primas sin valor agregado. Nuestro sector secundario, el industrial, es escaso y apenas se desarrolló en aquellos espacios en los cuales las grandes multinacionales corporativas o empresarios guatemaltecos encontraron condiciones competitivas, algunas veces con incentivos, para poderse desarrollar y mantenerse. El sector terciario, aquel definido por los servicios es el que ha estado creciendo, y que además deja una riqueza repartida por la calidad de los servicios que se prestan, aunado a la calidad y el grado de tecnificación y especialización requerida que no está disponible – escasez de oferta – tanto como en otros sectores.

Al ir a detalle al sector primario, nos encontramos con muchos cultivos cuyos precios de mercado internacional no han crecido en comparación con los precios de los productos con valor agregado – se necesitan cada vez más unidades de nuestros productos para adquirir esos productos de valor, i.e. antes se necesitaban hasta 20 sacos de café para comprar un vehículo nuevo, ahora se necesitan 150… Además, la cantidad de mano de obra necesaria para producir cada una de esas unidades no permitirá jamás que las personas que reciben un salario por esos productos reciban salarios para salir de la pobreza. Es decir, la economía basada en esa matriz económica está rebasada, está obsoleta y debe transformarse irremediablemente. Únicamente son rentables aquellos productos que necesitan de alta tecnificación donde la tierra se vuelve minoritaria en la inversión comparada a diversas inversiones que se realizan en riego, movimiento de tierras, construcciones, etc.

Ojalá, así como el quetzal, que seguimos esperando se remonte sobre el cóndor y el águila real, podamos comprender la necesidad de transformar muchos capitales del campo a la ciudad, para generar más sector terciario y secundario, no basado en incentivos perversos como deudas de banco central, sino en medios productivos. Y tal vez así podamos dejar esos espacios para esa ruralidad que no necesita niveles altísimos de vida para cultivar y utilizar la tierra como ingreso a los otros mercados, a la propiedad y al sistema financiero. El método no es quitar para repartir, pero si una reforma que transforme los capitales.
Y sobre todo, que podamos incentivar la inversión – procurando niveles de confianza suficientes – que permitan el asentamiento de empresas que necesitan empleados de todo tipo, pues aunque normalmente requerirán mano de obra más tecnificada y mejor pagada, también se crean plazas no calificadas, y así ir camino a un verdadero desarrollo, pagando a todos salarios que nos igualen a los países desarrollados.
¿Quién nos ayuda a convencernos, a todos, del modelo de desarrollo?

Suígame en twitter @josekrlos

República es ajena a la opinión expresada embargo este artículo

Hartos de la pobreza, condenados a la miseria

José Carlos Ortega
10 de junio, 2017

La idea es repartir lo que hay, que todos se igualen bajo la temeraria hoz y el martillo, menos imaginaria que la mano invisible del libre mercado.

En nuestro país la cantidad de personas, de seres humanos iguales a nosotros, en condiciones de pobreza ha aumentado en los últimos años. Los índices de pobreza ultraextrema (13,9%), extrema (27,2%) aumentaron en la última década y la pobreza moderada está estancada (22%). Es decir, ¡las personas que viven en algún tipo de situación económica que se define como de pobreza son el 63,1% de la población guatemalteca! Eso pese (o gracias) a programas asistenciales como bolsa solidaria o segura, programas de regalo de fertilizantes o transferencias condicionadas.

Esa cantidad de personas viviendo en esos niveles de pobreza es caldo de cultivo para todo tipo de ideas descabelladas, populistas y sobre todo, de programas asistencialistas o que intenten repartir lo poco que existe. Si en realidad se repartiera todo el PIB guatemalteco entre todos y cada uno de sus habitantes, no alcanza para llevar a niveles fuera de la pobreza a todos, nos sitúa en la tenebrosa cantidad de alrededor de US$3900 anuales, lo que significa aproximadamente Q28782 anuales por persona, equivalentes a Q2400 mensuales por persona.

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Aunque el dato no refleja cantidades que puedan resolver permanentemente soluciones para todos los guatemaltecos y que seamos un país desarrollado, para ese 63%, para cada uno de ellos, la infeliz idea de tener Q2400 al mes es sumamente atractiva. Entonces aparecen trasnochados con necrofilia de ideas intentando resucitar sistemas que no han conducido a los pueblos, a las personas a que se desarrollen, sino que al cabo de los años produce resultados de miseria más profundos, siempre culpando del resultado a alguien más: a los Estados Unidos, a los oligarcas empresarios y especuladores financieros, latifundistas agrarios, etc. La idea es repartir lo que hay, que todos se igualen bajo la temeraria hoz y el martillo, menos imaginaria que la mano invisible del libre mercado.

Hoy por hoy una gran cantidad de la población guatemalteca depende de la agricultura de subsistencia. Esto quiere decir que obtienen un espacio donde sembrar maíz, y a veces frijol y otras veces algún otro cultivo, acompañado de unas pocas gallinas, si pudieran, y si las condiciones son mejores, un cerdo y un chompipe o chunto. La lógica de estas personas es cultivar el mínimo que les permitirá mantenerse vivos en caso que no haya absolutamente ningún otro ingreso: subsistir hasta la próxima cosecha. Claro, no hay seguridad alguna de dicha supervivencia, una mala cosecha, enfermedad, o cualquier contingencia puede echar a perder cualquier plan.

Entonces, la idea de repartir la tierra “ociosa” se convierte en tema trascendental para muchos grupos, los cuales encuentran una supuesta solución para una mayoría desposeída de cualquier medio de producción. La matriz económica, basada en la subsistencia para millones a través de “entregar” tierra a todos y que puedan cultivar y producir.

Si analizamos la matriz económica del país, encontramos que buena parte de nuestra producción se basa en el sector primario, es decir, agricultura y materias primas sin valor agregado. Nuestro sector secundario, el industrial, es escaso y apenas se desarrolló en aquellos espacios en los cuales las grandes multinacionales corporativas o empresarios guatemaltecos encontraron condiciones competitivas, algunas veces con incentivos, para poderse desarrollar y mantenerse. El sector terciario, aquel definido por los servicios es el que ha estado creciendo, y que además deja una riqueza repartida por la calidad de los servicios que se prestan, aunado a la calidad y el grado de tecnificación y especialización requerida que no está disponible – escasez de oferta – tanto como en otros sectores.

Al ir a detalle al sector primario, nos encontramos con muchos cultivos cuyos precios de mercado internacional no han crecido en comparación con los precios de los productos con valor agregado – se necesitan cada vez más unidades de nuestros productos para adquirir esos productos de valor, i.e. antes se necesitaban hasta 20 sacos de café para comprar un vehículo nuevo, ahora se necesitan 150… Además, la cantidad de mano de obra necesaria para producir cada una de esas unidades no permitirá jamás que las personas que reciben un salario por esos productos reciban salarios para salir de la pobreza. Es decir, la economía basada en esa matriz económica está rebasada, está obsoleta y debe transformarse irremediablemente. Únicamente son rentables aquellos productos que necesitan de alta tecnificación donde la tierra se vuelve minoritaria en la inversión comparada a diversas inversiones que se realizan en riego, movimiento de tierras, construcciones, etc.

Ojalá, así como el quetzal, que seguimos esperando se remonte sobre el cóndor y el águila real, podamos comprender la necesidad de transformar muchos capitales del campo a la ciudad, para generar más sector terciario y secundario, no basado en incentivos perversos como deudas de banco central, sino en medios productivos. Y tal vez así podamos dejar esos espacios para esa ruralidad que no necesita niveles altísimos de vida para cultivar y utilizar la tierra como ingreso a los otros mercados, a la propiedad y al sistema financiero. El método no es quitar para repartir, pero si una reforma que transforme los capitales.
Y sobre todo, que podamos incentivar la inversión – procurando niveles de confianza suficientes – que permitan el asentamiento de empresas que necesitan empleados de todo tipo, pues aunque normalmente requerirán mano de obra más tecnificada y mejor pagada, también se crean plazas no calificadas, y así ir camino a un verdadero desarrollo, pagando a todos salarios que nos igualen a los países desarrollados.
¿Quién nos ayuda a convencernos, a todos, del modelo de desarrollo?

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República es ajena a la opinión expresada embargo este artículo