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Violarnos la vida

Redacción República
10 de junio, 2017

“El sexo requiere el consentimiento de dos

si una persona está tendida ahí sin hacer nada

porque no está lista

SUSCRIBITE A NUESTRO NEWSLETTER

o no tiene el humor

o simplemente no quiere

pero aún así el otro está teniendo sexo con su cuerpo

no es amor

es una violación”

Milk and Honey, Rupi Kaur

´”Violación” es una palabra que resuena en mi mente. En mi caso muy particular esta palabra no es un referente de experiencias, por lo cuál estoy más que agradecida. Más bien, es un referente de miedo y un escenario que visito recurrentemente, es especial aquellas veces que me encuentro en peligro y sola.

Parece chistoso, pero lo no lo es. Hemos tomado a la ligera el sentido de una violación sexual. Existe todo un paquete de chistes en nuestras relaciones sociales que demeritan la violencia que se practica a través de una violación. Nunca falta el comentario que elude a una violación cuando quizá lo que se quiere decir es que algo pasó y fue muy complicado, nos dejó sin capacidad de reaccionar; o que fue muy difícil o que nos tomó por sorpresa. Pero jamás se puede comparar esto con el acto de vivir violencia sexual.

“Violación” es, por ejemplo, uno de los miedos que no se quedan en casa cuando una chica viaja sola. Es una palabra que palpita en las venas cuando se visita un lugar solitario. Es una de las razones por las que uno reconsidera la idea de ir a diferentes lugares. Y es un miedo extra, una pequeña cereza que se le ha agregado a la vida de las mujeres en general.

Recuerdo mi último viaje y a mi amigo acompañante decir: “No está mal, podemos salir por las noches a caminar” Y escuchar a mi amiga responder: “Si está mal, algo nos puede pasar”. Y él muy tranquilo respondiendo: “Dejamos el dinero guardado y no pasa nada.” Y mi amiga viéndome  a los ojos como queriendo saber si yo entendía, al igual que ella, que lo peor que podría pasar no es un robo. O al menos, no lo peor que nos podría pasar a nosotras dos. Y recuerdo, más que ninguna otra cosa, a mi mente respondiendo silenciosamente: “el cuerpo no lo podes dejar guardado, para que no te violen y no pase nada”

La violación es un acto recurrente, que nos puede pasar a todos nosotros. Por la calle caminan tantas personas dañadas y dispuestas a transgredir las barreras del consentimiento, que solo considerar que he pasado al lado de ellas me provoca escalofríos. Y que conste que hablo, en todo caso, del miedo que tengo (como muchas de mis amigas y conocidas) de vivir una experiencia de una violación. Ahora mismo, no puedo pensar qué se siente ser una víctima recurrente, que soporta cada día a su violador y que no tiene más opción que callar.

Las niñas y señoritas que vivían en el Hogar Seguro fueron víctimas de explotación sexual, según lo que hasta ayer informó un colectivo de madres de las víctimas. Algunos miembros de la Policía Nacional Civil las prostituían dentro y fuera del hogar y si ya todo el final de la historia de esas chicas había sido cruel, ahora mi corazón se quiebra el doble al pensar en qué estado de angustia solían vivir.

Estas letras son un llamado a dejar de aceptar la cultura de violencia como un episodio inevitable en la vida de las mujeres en Guatemala. No está bien creer que si no nos ha sucedido, es porque somos dichosas. Todas deberíamos de tener la dicha de poseer autoridad sobre nuestro cuerpo. Y termino con las palabras de Roxane Gay para que dejemos de pasar por alto el impacto que tiene hablar sin mérito o cordura de los actos de violencia sexual: “Hay temas difíciles en los que debemos estar vigilantes, no sólo en lo que decimos sino también en cómo nos expresamos. El lenguaje en este caso, y mucho más a menudo de lo que tiene sentido, se usa para amortiguar nuestras sensibilidades de la brutalidad de la violación, de la naturaleza extraordinaria de tal crimen.”

 

 

Violarnos la vida

Redacción República
10 de junio, 2017

“El sexo requiere el consentimiento de dos

si una persona está tendida ahí sin hacer nada

porque no está lista

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o no tiene el humor

o simplemente no quiere

pero aún así el otro está teniendo sexo con su cuerpo

no es amor

es una violación”

Milk and Honey, Rupi Kaur

´”Violación” es una palabra que resuena en mi mente. En mi caso muy particular esta palabra no es un referente de experiencias, por lo cuál estoy más que agradecida. Más bien, es un referente de miedo y un escenario que visito recurrentemente, es especial aquellas veces que me encuentro en peligro y sola.

Parece chistoso, pero lo no lo es. Hemos tomado a la ligera el sentido de una violación sexual. Existe todo un paquete de chistes en nuestras relaciones sociales que demeritan la violencia que se practica a través de una violación. Nunca falta el comentario que elude a una violación cuando quizá lo que se quiere decir es que algo pasó y fue muy complicado, nos dejó sin capacidad de reaccionar; o que fue muy difícil o que nos tomó por sorpresa. Pero jamás se puede comparar esto con el acto de vivir violencia sexual.

“Violación” es, por ejemplo, uno de los miedos que no se quedan en casa cuando una chica viaja sola. Es una palabra que palpita en las venas cuando se visita un lugar solitario. Es una de las razones por las que uno reconsidera la idea de ir a diferentes lugares. Y es un miedo extra, una pequeña cereza que se le ha agregado a la vida de las mujeres en general.

Recuerdo mi último viaje y a mi amigo acompañante decir: “No está mal, podemos salir por las noches a caminar” Y escuchar a mi amiga responder: “Si está mal, algo nos puede pasar”. Y él muy tranquilo respondiendo: “Dejamos el dinero guardado y no pasa nada.” Y mi amiga viéndome  a los ojos como queriendo saber si yo entendía, al igual que ella, que lo peor que podría pasar no es un robo. O al menos, no lo peor que nos podría pasar a nosotras dos. Y recuerdo, más que ninguna otra cosa, a mi mente respondiendo silenciosamente: “el cuerpo no lo podes dejar guardado, para que no te violen y no pase nada”

La violación es un acto recurrente, que nos puede pasar a todos nosotros. Por la calle caminan tantas personas dañadas y dispuestas a transgredir las barreras del consentimiento, que solo considerar que he pasado al lado de ellas me provoca escalofríos. Y que conste que hablo, en todo caso, del miedo que tengo (como muchas de mis amigas y conocidas) de vivir una experiencia de una violación. Ahora mismo, no puedo pensar qué se siente ser una víctima recurrente, que soporta cada día a su violador y que no tiene más opción que callar.

Las niñas y señoritas que vivían en el Hogar Seguro fueron víctimas de explotación sexual, según lo que hasta ayer informó un colectivo de madres de las víctimas. Algunos miembros de la Policía Nacional Civil las prostituían dentro y fuera del hogar y si ya todo el final de la historia de esas chicas había sido cruel, ahora mi corazón se quiebra el doble al pensar en qué estado de angustia solían vivir.

Estas letras son un llamado a dejar de aceptar la cultura de violencia como un episodio inevitable en la vida de las mujeres en Guatemala. No está bien creer que si no nos ha sucedido, es porque somos dichosas. Todas deberíamos de tener la dicha de poseer autoridad sobre nuestro cuerpo. Y termino con las palabras de Roxane Gay para que dejemos de pasar por alto el impacto que tiene hablar sin mérito o cordura de los actos de violencia sexual: “Hay temas difíciles en los que debemos estar vigilantes, no sólo en lo que decimos sino también en cómo nos expresamos. El lenguaje en este caso, y mucho más a menudo de lo que tiene sentido, se usa para amortiguar nuestras sensibilidades de la brutalidad de la violación, de la naturaleza extraordinaria de tal crimen.”